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Julio de 2012: Editorial de Alejandro Vélez Salas. Visita a las morgues de Bosnia.

Foto: Alejandro Vélez Salas Foto: Alejandro Vélez Salas Foto: Alejandro Vélez Salas

¡Rafa Márquez, Rafa Márquez! solían gritarme con animosidad los jóvenes bosnios que se enteraban que era mexicano mientras caminábamos los 110 km. de la Marš Mira (Marcha de la Paz) en 2010. Los que no mencionaban al otrora defensa central del F.C. Barcelona, chapurreaban entre risas algunas frases en español como “te amo muchachita” o “yo soy tu madre”, que habían escuchado en alguna antigua telenovela mexicana que las televisoras bosnias pasan en horario estelar. En ese entonces tuve la oportunidad de platicar con muchos bosnios y bosnias, y confirmé lo que ya me había pasado en otros viajes: que las referencias que se suelen tener de México en el extranjero son deportivas, culinarias o artísticas. Algo normal, podría pensarse.

Pero estas referencias se han ido diluyendo con el tiempo, dando paso a otras. En julio de este año regresé a los Balcanes y volví a caminar la Marcha de la Paz, pero esta vez no me recibieron gritos de Rafa Márquez —sólo escuche uno de ¡Chicharito!— y tampoco diálogos clásicos de telenovelas. En esta ocasión la gente me decía cosas como: “México tiene la mejor comida, la mejor música pero también la mejor mafia” o “Están haciendo cosas muy feas allá, lo hemos visto en la TV”. Incluso un amigo que conocí hace dos años y que durante un día de caminata me contó los terribles efectos de la guerra en la Bosnia actual, se mostró preocupado por lo que estaba pasando en un país que quería mucho.

 

Al principio me sorprendió que la gente en Bosnia —con todo y el peso de sus propios problemas— estuvieran interesados de lo que pasaba en México, pero conforme me encontraba con gente de otros países sucedía lo mismo. Muchos querían saber si aquel caso horrible que habían escuchado o visto en sus medios había sucedido de verdad. Muchos otros querían que les hiciera un resumen rápido de la Guerra en México, sus causas, sus efectos sobre la población civil, etc. Necesitaban comprender por qué en un país tan maravilloso la gente se estaba matando de maneras tan horribles. Todos, sin excepción, se quedaban con el rictus petrificado cuando les comentaba que en los últimos 6 años habían muerto cerca de 80,000 personas, cerca de una tercera parte de las víctimas de la Guerra en Bosnia, con todo y genocidio incluido.

Recuerdo sobre todo una plática con un músico callejero en Zagreb, Croacia, donde después de darle mis últimas monedas me comentó que estaba ahorrando para irse a trabajar a Brasil. Seguramente me había confundido con brasileño. Cuando lo saqué del error y le dije que era mexicano me comentó: “Antes quería ir a México pero el otro día conocí a un doctor mexicano y me recomendó que no fuera a México, que si iba me podían matar, así que iré a Brasil”. Intenté matizar la información contándole que dos grandes amigos estaban de visita por México y no paraban de mandarme Whatsapps con frases de los agradecidos que estaban con la gente y lo enamorados que estaban de la cultura y la gastronomía. Sin embargo, a pesar de lo bien que lo estaban pasando mis amigos en el DF y Chiapas no pude evitar acordarme de la “Galería de la violencia en Ciudad Juárez” que publicamos el 6 de junio con impresionantes fotografías de Christian Torres. México era lo que estaban viviendo mis amigos pero también lo que Christian Torres mostraba en sus fotos.

Pero ninguna fotografía puede plasmar el dolor, la incertidumbre y el desasosiego que produce la desaparición forzada de un familiar. Esto sucede porque la desaparición forzada o involuntaria es un crimen que se sitúa en el abismo legal y semántico que existe entre el homicidio y el secuestro. Esto significa que cuando una persona es desaparecida, sus familiares tienen que seguir viviendo con la angustia de no saber si está muerto o está vivo. Veamos un fragmento de la carta que Letty Hidalgo le escribió a su hijo en nuestra nueva sección “Cartas a nuestros desaparecidos”:

Déjame decirte que te estoy buscando y Yo sé que Tú sabes que te estoy buscando, pero estamos en México y esto es un desastre. Desde que Tú no estás, siempre cargo una fotografía tuya, pues desde hace un año y cinco meses es donde te puedo ver y creo que Tú me ves. Y todas las mañanas, tardes y noches siento como si esto fuera un sueño, un mal sueño y que voy a despertar y que esto no es real, por favor, !qué alguien me despierte!

Pero la noche no acaba para estos familiares pues normalmente se encuentran con autoridades incompetentes o coludidas que, en el mejor de los casos, los ningunean y los ignoran pero que con frecuencia las amenazan o amedrentan para que desistan en su búsqueda. Pero no desistirán, y para muestra volvamos de nuevo a Bosnia, en específico a Srebrenica, donde miles de mujeres vieron cómo sus esposos e hijos se internaron en los bosques para no ser asesinados por las tropas de Radko Mladic. Esas mujeres, madres, esposas y hermanas, no cesaron en buscar a sus parientes en los territorios liberados y una vez terminada la guerra, ya con la esperanza marchita, no han cesado en buscar sus restos.

En esta tarea ha sido fundamental la labor de la Comisión Internacional de Personas Desaparecidas (ICMP, por sus siglas en inglés). La ICMP fue creada en 1996 por iniciativa de Bill Clinton para apoyar los Acuerdos de Paz de Dayton y colaborar con la identificación de todas las víctimas de la guerra en la ex Yugoslavia. A partir del 2001, la ICMP ha empezado a usar el análisis de ADN para complicada la identificación de restos repartidos en fosas comunes y también ha empezado a colaborar en la identificación de víctimas de otros conflictos como el colombiano o bien en desastres naturales como el tsunami que golpeó a Asia en 2004. Tuve la oportunidad de plantear el problema de México a Kathryne Bomberger, la Directora General de ICMP, y a Klaudia Kuljuh, jefa del gabinete para los Balcanes, y me comentaron su preocupación por la situación en México. Sobre todo, mostraron su impresión ante el desinterés por parte del Gobierno para coadyuvar en la imprescindible labor de identificar a las víctimas.

Según datos de la PGR los restos de más de 25,000 personas asesinadas entre diciembre de 2006 y septiembre de 2011 han sido enviados a fosas comunes por no haber podido ser identificadas o reclamadas por sus familiares. Esto es una cuarta parte de las víctimas sin identificar. Como siempre, la excusa habitual es la falta de infraestructura y de recursos, pues las pruebas de ADN suelen ser muy costosas y las procuradurías locales no pueden permitírselo. Mientras que a nivel federal, según una nota de La Jornada, la PGR sólo guarda los datos genéticos de casos federales como los 72 migrantes asesinados en San Fernando, las 193 exhumaciones realizadas por los Zetas y de algunos asesinatos en otras partes de la República. Insuficiente e insignificante para una guerra como al que se está librando en México. Con una cara de frustración ante el escenario que le descubría, Klaudia Kulhuj me expresó: “Cómo me gustaría que viniera a visitarnos una delegación de políticos mexicanos y se quedaran 5 minutos en la bodega donde guardamos los restos humanos, con el olor y todo, sólo así entenderían la importancia de la identificación.”

Desgraciadamente no me queda claro que el la administración saliente —y mucho menos el entrante—vaya a asumir su responsabilidad en la identificación de víctimas, por lo que una solución para acabar con esta dolorosa omisión es crear un biobanco forense ciudadano. Desde NAR hemos platicado con una joven asociación que tiene en mente este ambicioso proyecto y acordamos aprovechar mi estancia en Bosnia para presentar el anteproyecto ante la ICMP. Como mencioné con anterioridad, en la ICMP sólo encontré empatía y ganas de ayudar a México, por lo que recibieron el anteproyecto con buena voluntad. Pero para este proyecto no sólo será necesaria la buena voluntad o la tecnología de la identificación por ADN —que dicho sea de paso cada vez es más barata— sino que también será obligatoria la participación de las asociaciones de víctimas y desaparecidos, asociaciones de derechos humanos, gabinetes de psicólogos, así como de laboratorios independientes e incluso de autoridades locales.

Proyectos como éste o el más trabajado “No se mata la verdad matando periodistas” para el que estamos pidiendo fondos desde Nuestra Aparente Rendición, no admiten espera. Así que sin importar el inminente regreso del partido con el cual inició la hecatombe mexicana, tenemos que seguir trabajando, cuesta arriba y contracorriente. Ya lo han demostrado con anterioridad el MPJD y más recientemente los jóvenes de #yosoy132, que compartieron con nosotros algunas de sus propuestas y que no han dejado de salir a la calle para luchar por una verdadera democracia no mediatizada.

En una deliciosa conferencia en Sarajevo sobre la poesía y la ética en tiempos de guerra, la poeta Ferida Durakovic sugirió que en casos como Bosnia —o el de México, me comentó después— se debe evitar mentir sobre lo que pasó o está pasando. Desde las letras, afirmó, se tiene que hablar con la verdad, aunque salga de manera meramente instintiva. Contó que durante la guerra a ella le sucedió esto con su oficio, la poesía, e intentó transmitir el horror de la mejor manera que tuvo, aunque el propósito fuera solamente darle forma a un grito y que este grito llegara a la gorda oreja de alguien. Pero también, destacó la directora del PEN bosnio, en estos casos no hay que dejar de ser un poco ilusos o inocentes como son los niños, pues si se hace un buen uso de la ética y la poética podemos llegar a introducirnos brevemente en el Otro para contarle las más horrendas experiencias que suceden durante la guerra. Sólo de esta manera, afirma Ferida, podemos dejar de pensar en Bosnia o en México y ver solamente crimen, crimen, crimen, y poder empezar a augurar un futuro donde haya bondad, bondad, bondad.

Información adicional

  • NAR: Editor de NAR
  • Publicado originalmente en:: Alejandro Vélez Salas
NUESTRA APARENTE RENDICION | 2010