NUESTRA APARENTE RENDICION

Transmutar la violencia desde la cultura

Lo primitivo y lo civilizado no son opuestos, sólo son grados de lo mismo. Si la civilización tiene un contrario, es la guerra. De las dos cosas, sólo puedes tener una o  la otra, nunca ambas.

Ursula K. Le Guin.
La mano izquierda de la oscuridad.

 

De la interpelación a la propuesta

Cuando alguien critica las circonstancias en las que se encuentra su sociedad, es lugar común recriminarle que su queja es inútil si no está acompañada de una propuesta. En primer lugar, creo que esto no es necesariamente cierto: la crítica tiene valor por sí mismo, el hacer notar que algo no funciona bien es condición indispensable para poder cambiarlo. El cuestionamiento es un motor de transformación. Considerar como normal o natural una situación social que es injusta, absurda o simplemente destructiva es lo que no conducirá a ningún posible cambio. La propuesta de acción sólo puede surgir de la comprensión y la comprensión del cuestionamiento.

 

Sin embargo es necesario dirigir los esfuerzos en alguna dirección. La violencia es un fenómeno multidimensional y, aparte de la primaria noción de combatirla con más violencia, existen propuestas que merecen consideración:

 

*     Sanear el sistema penitenciario. Si en México existiera por lo menos una cárcel libre de corrupción, podríamos tener la esperanza de que los criminales capturados permanecieran ahí.

*     Considerar la legalización de ciertas drogas. Como el alcoholismo o el tabaquismo, otras adicciones constituyen un problema de salud pública. Pero su prohibición sólo añade el problema de tráfico ilegal y violencia a la ecuación, como sucedió en Estados Unidos en los años veinte.

*     Atacar al crimen organizado en sus finanzas. Es una estrategia que ha dado resultados en otros países.

 

Ahora bien, el auge de organizaciones criminales y el aumento de la violencia no es simplemente un problema que se pueda atacar. Se trata más bien de una manifestación de algo más profundo que se ha ido gestando gracias a una serie de condiciones históricas y estructurales. No es un enemigo externo que se pueda aislar, identificar y atacar: está imbricado en el funcionamiento mismo del organismo social de nuestro país. Reconocer la característica sistémica de la violencia es indispensable para una transformación verdadera. Y el aspecto cultural juega un papel esencial.

 

 

El papel de la cultura en la transformación social

¿La cultura puede tener un efecto en la reducción de la violencia? El caricaturista mexicano Paco Calderón, en una viñeta de uno de sus cartones, se burla de la idea de combatir la violencia con cultura: muestra a un brazo apuntando un arma al rostro de una mujer que declama un verso de Martí mientras mira hacia el cielo. Calderón se burla de lo que considera una ingenuidad: que el arte tenga algún efecto sobre la contundencia de la violencia física. Planteado así, por supuesto que parece ridículo que alguien intente detener un disparo colocando una flor en el cañón de una bayoneta. Pero esa óptica refleja una preocupante cortedad de miras, tanto en su pobre comprensión de los orígenes de la violencia como en su estrecha concepción de cultura.

En el ámbito académico, hace ya muchos años que se ha abandonado el concepto de cultura que hace alusión sólo a las consideradas “bellas artes”, dando lugar a concepciones más complejas que miran lo cultural desde diversos ángulos: el antropológico, el sociológico, el filosófico y otros. Todos ellos reconocen la cultura, no como un subproducto etéreo y desligado de la actividad humana, sino al contrario, profundamente imbricado en las relaciones económicas, sociales y de poder. Resulta limitado y artificial dividir lo sociocultural en partes, ya que todo fenómeno de relación entre individuos tiene facetas diferentes. Estas facetas se pueden entender si recurrimos a la idea de dimensiones. Si entendemos el universo de la actividad humana como un cuerpo con volumen (la esfera de lo sociocultural), este objeto y cada una de sus partes (o fenómenos a estudiar) poseerá tres dimensiones: la dimensión estructural (en donde se encuentra la producción material y las relaciones funcionales y de poder que emanan de ella), la dimensión comunicacional y la dimensión mnemónica o de aprendizaje, que es la que posibilita tanto permanencia como el devenir histórico de la cultura. Estas dimensiones generan dos planos: el cultural y el social, y en su intersección forman el volumen donde se gestan todos los fenómenos socioculturales, desde los más primitivos, como las costumbres y la religión, hasta los más sofisticados, como la filosofía, pasando por el arte y la ciencia.  Para Theodor Adorno y Max Horkheimer, la cultura forma parte íntegra de las estructuras sociales y está determinada por las estructuras económicas. Su trabajo de 1944  “La industria cultural. Iluminismo como mistificación de masas” (Adorno y Horkheimer, 1988) caracteriza a la cultura producida en el capitalismo como mera mercancía y propaganda, absolutamente sometida al sistema y a los intereses de quienes lo controlan. En consecuencia, si el sistema es violento, la cultura y sus productos también lo serán. Adorno y Horkheimer lo ejemplifican con las animaciones de Disney de aquellos años:

 

Si los dibujos animados tienen otro efecto fuera del de acostumbrar los sentidos al nuevo ritmos es el de martillar en todos los cerebros la antigua verdad de que el maltrato continuo, el quebrantamiento de toda resistencia individual es la condición de vida en esta sociedad. El Pato Donald en los dibujos animados como los desdichados en la realidad reciben sus puntapiés a fin de que los espectadores se habitúen a los suyos. (p. 11)

 

Así, la cultura da legitimidad a la estructura. Para los marxistas más ortodoxos es indispensable cambiar la base, la  estructura económica, si se ha de cambiar al resto de de la vida social. El pensador Antonio Gramsci, sin negar la importancia de la base material, postula que no solo es posible, sino necesario, cambiar primero la superestructura: las ideas se forman y difunden en instituciones, y los intelectuales (entre los que se encuentran los artistas de todo género) deben hacer uso de los medios de comunicación si han de lograr algún cambio en la ideología y de ahí, en la estructura social.

Pensando específicamente en la violencia, el sociólogo noruego Johan Galtung describe tres tipos. La violencia directa es aquella a la que identificamos con mayor facilidad: son acciones físicas o verbales destructivas contra otros seres vivos. Más difícil de reconocer es la violencia estructural: es la que ejercen las estructuras sociales o instituciones que dañan a los individuos que ocupan posiciones sociales subordinadas al impedirles satisfacer sus necesidades (Galtung, 1969). Por último, está la violencia cultural:

 

Se expresa desde infinidad de medios (simbolismos, religión, ideología, lenguaje, arte, ciencia, leyes, medios de comunicación, educación, etc.), y cumple la función de legitimar la violencia directa y estructural, así como de inhibir o reprimir la respuesta de quienes la sufren, y ofrece justificaciones para que los seres humanos, a diferencia del resto de especies, se destruyan mutuamente y sean recompensados incluso por hacerlo  (Galtung, 2003)

 

Es aquí donde Felipe y Paco Calderón y gran parte de la opinión pública se quedan cortos: sólo reconocen como violencia la directa, que es la punta del iceberg y es únicamente la manifestación de un conjunto de condiciones sociales, económicas y culturales. Ignorar el origen de la problemática sólo podrá generar soluciones parciales y a corto plazo. Galtung afirma que si bien el conflicto es inherente a la convivencia humana y constituye una oportunidad de transformación, no lo es la violencia, que es aprendida socialmente y  por lo tanto puede desaprenderse. Aquí es donde resulta relevante el papel de la cultura y específicamente del arte (creo que también la ciencia, que es un producto cultural, tiene un papel primordial, pero no lo desarrollaré en este texto).

La ciudad de Bogotá, famosa por la violencia, vio descender su índice de homicidios en un 70% y sus accidentes de tráfico mortales en un 50% para 2003. No necesitó de un líder autoritario y de “mano dura”, sino de un alcalde como Antanas Mockus, filósofo y matemático de origen lituano. Mockus dirigió intensas campañas de concientización en la ciudad que incluyeron la participación de artistas. "El arte amplia el repertorio" , dice Mockus en una entrevista (El espectador, 2010), y señala que la violencia se genera cuando la gente se queda sin palabras y símbolos, y el arte permite que existan más posibilidades de comunicación. Mockus no hizo uso del arte por pura inspiración: partió del conocimiento. No sabemos muchos detalles de su vida académica, pero por lo menos sabemos que leyó a Pierre Bourdieu y está familiarizado con el concepto de violencia simbólica.

Si se me permite lo anecdótico, quisiera relatar una experiencia propia. Hace poco tiempo tuve el honor de participar en un proyecto artístico en Guadalajara con un grupo de valientes a las que apodan “Las Valentinas”. Se trataba de montar una obra de teatro junto con un grupo de niños, pero las directoras no eligieron un grupo cualquiera, sino niños y niñas de un albergue. Los niños habían sufrido violencia o abandono por parte de sus padres, o habían sido abusados sexualmente, o alguno de sus tutores tenía problemas con las drogas o con la ley. Eran víctimas de la violencia estructural. Ninguno de ellos había tenido contacto con el teatro y su idea del arte era algo lejano y vago.  Su comportamiento tenía una fuerte propensión a lo destructivo. Después de un fuerte y largo proceso, los niños fueron capaces de sostener una obra de teatro (“La Banda del General”), y ahora me es imposible pensar que el arte no haya cambiado sus vidas (sin contar que su presencia cambió las nuestras). El cambio puede ser sutil (o frágil), pero me parece que se dio en dos aspectos: el participar en una actividad gratificante que hasta entonces no conocían les abrió una ventana hacia nuevas posibilidades de acción y perspectivas de vida, posibilidades diferentes a las de la violencia que habían sufrido hasta el momento. Por otro lado, el contacto tan estrecho con una narrativa que habla de la paz puede haberles brindado la posibilidad de construir significados más amplios, construir sus propias narrativas vitales con un vocabulario más rico.

Ann Swidler ve la cultura como una “caja de herramientas”, de la que se echa mano para articular estrategias:

 

A culture is not a unified system that pushes action in a consistent direction. Rather, it is more like a "tool kit" or repertoire from which actors select differing pieces for constructing lines of action. (Swidler, 1986)

 

Si la violencia directa es producto de la violencia cultural y estructural, un modo de combatirla será poniendo a disposición de los demás un repertorio más amplio de herramientas culturales, por un lado para ser usadas como estrategia de resolución de conflictos, pero también para, a largo plazo, buscar la transformación de las estructuras que propician tal violencia. La labor de intelectuales y artistas será buscar entender cómo funciona la reproducción de los patrones socioculturales para incidir en ellos. Mary Lee Hummert (2009) demuestra que cambiar patrones de comunicación tiene una incidencia notoria en las relaciones humanas, y que este cambio en las relaciones se refleja positivamente en resultados concretos, por ejemplo en el ámbito de la salud. Los resultados de Mockus en Colombia hablan con fuerza. Hablar de la guerra como algo necesario y de que es imposible hacer de este un mundo más justo y menos violento ya no se sostiene. Es importante tener claro que sí es posible esa trasmutación, y que la cultura juega un papel central. Si la guerra es la negación de la civilización, la cultura, una cultura reflexiva y crítica, es la propuesta para renovar nuestra apuesta por una transformación más profunda y duradera.

 

 

 

Bibliografía

Caballero, María Cristina (March 11, 2004). "Academic turns city into a social experiment". Harvard University Gazette.

http://www.news.harvard.edu/gazette/2004/03.11/01-mockus.html Consultado el 20 de febrero de 2012.

Galtung, Johan. "Violence, Peace, and Peace Research" Journal of Peace Research, Vol. 6, No. 3 (1969), pp. 167-191

Galtung, Johan. (2003). Tras la violencia, 3R: reconstrucción, reconciliación, resolución. Afrontando los efectos visibles e invisibles de la guerra y la violencia. Gernika: Bakeaz/Gernika Gogoratuz.

Horkheimer, Max y Theodor Adorno (1988). La industria cultural. Iluminismo como mistificación de masas Publicado en HORKHEIMER, May y ADORNO, Theodor, Dialéctica del iluminismo, Sudamericana, Buenos Aires.

Hummert , Mary Lee (2009): Not Just Preaching to the Choir: Communication Scholarship Does Make a Difference, Journal of Applied Communication Research, 37:2, 215-224

Romero, Simon (2010-05-07). "A Maverick Upends Colombian Politics". http://www.nytimes.com/2010/05/08/world/americas/08colombia.html New York Times. Consultado el 20 de febrero de 2011.

Swidler, Ann (1986) American Sociological Review, Vol. 51, No. 2. (Apr., 1986), pp. 273-286.

Información adicional

  • NAR: Este texto es un trabajo para la Maestría en Comunicación de la Ciencia y la Cultura. Prof. Mtro. Eduardo Quijano Terneiro. 20 de febrero de 2012
  • Publicado originalmente en:: Tonatiu Moreno

NUESTRA APARENTE RENDICION | 2010

Top Desktop version