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Beto: un sicario en la familia - Por Rossana Reguillo

Localicé a “Beto” por casualidad. Llevaba algunos meses buscando a los llamados “niños soldados” de Michoacán, mencionados un par de veces en la prensa pero cuya existencia me confirmó otra jovencita michoacana que se vio involucrada como testigo en los acontecimientos del bar Luz y Sombra en 2006 y con la que pude conversar varias veces. Ella me dijo que La Familia, tiene en Tierra Caliente un pequeño ejército de niños y jóvenes que utiliza para distintos propósitos: cobrar cuotas, llevar mensajes, avisar de la llegada del Ejército o de los “pinchis afis” (así dijo) cuando se acercan mucho a sitios donde hay actividad; también se les da una paga, a los más bravos, por “bajarse a cabrones pasados de lanza” y a algunos otros, los más listos para llevar el producto entre un sitio y otro. Ella me dijo, son chavos muy entrones, no se drogan, no beben, son como soldaditos pero nomás no te enemistes con ellos porque no la cuentas. Desde aquella conversación/entrevista con María, intenté de muchos modos ubicar a algún miembro de este “ejército” sin éxito. Cada pregunta, cada maniobra se topaba con una pared de silencios, de evasivas. Entonces apareció “Beto”.

Las circunstancias de mi encuentro con él, no son, por ahora, revelables. Tuvimos tres encuentros, cada uno de tres horas y si al principio reinaron la tensión y la desconfianza, al final las palabras de “Beto” brotaban como los manantiales que hay en su tierra. Tenía ganas de hablar, de contar su historia y de mirar en los ojos de otra persona que había sentido en su corta vida de 16 años.

“Beto” nació en Turicato, municipio de Tierra Caliente en Michoacán un 15 de febrero de 1994.

-Un buen acuario, le dije. Como mi hijo mayor. (No estoy segura ahora de si hice ese comentario para romper la tensión o porque me conmovía su cuerpo frágil y sus ojos asustados).

- No, psss qué, en mi tierra no creemos en esas cosas, afirmó con indignación fingida y con curiosidad preguntó ¿cómo son los acuarios, son buena onda?

- Uy sí, son artistas, creativos, muy sensibles, les gusta mucho la gente y a la gente le gustan mucho los acuarios porque son muy pacíficos, ayudan, tienen muchos sueños. Y además, se llevan muy bien con los libras. Yo soy libra, añadí, intentando tender un puente con ese muchacho de pelo rapado y mirada perdida.

- Ah, dijo. Y guardó silencio durante un par de minutos que parecieron interminables. Me equivoqué, pensé, ahora voy a tener que empezar de nuevo, desde otro lugar. Pero de manera súbita, saco de su pantalón una medalla de la Virgen de Guadalupe, vieja y carcomida. Me la extendió, era de mi mamá, -me dijo. Ella sí creía en esas cosas, en que la gente viene con tarea y con un destino y se escondía de mi jefe cuando leía en las revistas que llegaban cosas de esas, de esas cosas pues, de los horóscopos ¿no, así se llaman?

El cuarto hijo de una familia de 7, era el segundo varón en línea de sucesión y entendí que eso no le gustaba; como si se sintiera incómodo frente a una herencia incompleta; ser el segundo de los hermanos hombres le quitó el derecho a llamarse como su papá, el derecho a seguir sus pasos, a ser su heredero en un sentido que no logré descifrar del todo. El cabrón de mi hermano siempre estaba bien con mi apá, dice “Beto” ya relajado y entregado a su memoria. Cuando me contó que su “apá” -como le llamaba cuando hablaba de él como una figura admirada-, era oriundo de Los Espinos y conoció a su mamá, nacida en Turicato, sus ojos se nublaron un poco y hablaba de ellos como en un pasado remoto que no coincidía con su cara de niño.

Por qué hablas de ellos en pasado, le pregunte.- ¿Están muertos?

-No, no, están vivos, jalaron para rumbos de Morelia, porque en el pueblo ya no se puede vivir. Agarraron a las tres de mis hermanitos que todavía les quedan y se fueron. Nadie quedó de nosotros en el pueblo.

Me cuenta entonces que su hermano mayor, “el que siempre estaba bien con su papá” y que se llamaba como él, lo levantaron un día, “no se sabe si el ejército o los cabrones Zetas”, el caso es que no apareció y su papá, me dijo, se hizo “como más chiquito, más viejito, desde entonces”. Una de sus hermanas “se fue pa´l otro lado con su esposo y no se supo más de ella y la otra acabó arrejuntada con un puto narco de los que llegaron de la capital y tampoco supimos más de ella” y “aluego… yo” y la mirada se le empaña y una especie de suspiro le corta la respiración.

-¿Por qué en tu pueblo ya no se puede vivir?, interrumpo el curso de sus pensamientos para darle un poco de espacio y unos minutos para que se reconstruya.

Mmmm, pos qué a poco no sabe, me mira retador. No, digo. Cuéntame-

-Es un chingado desmadre. Se puso bien caliente la cosa por allá. Muertos un día y otro también, que unos dejaban el recado y allá íbamos a devolverles el favor; mucha acción pero nada claro, los jefes andaban muy nerviosos y con ganas de cobrársela a cuanto cabrón.-

Explícame, no entiendo. Y “Beto” me miraba con ojos de “si serás pendeja, pinche vieja”, que aguanté en silencio y no abandoné mi condición de “torpe alumna”. Se sintió fuerte, poseedor de un saber que yo no tenía, maestro y guía en un mundo para el que yo carecía de branquias.

Pos nada, que llegaron los putos Zetas pues y por el otro lado la gente del cabrón del Chapo y no teníamos armamento del bueno ni en cantidades; “había que andar muy listos todos” y pos…”Beto” hizo un largo silencio. Y pos…pos fue el tiempo en que yo me inicié. Y ya luego le seguimos ¿no?

De mis papás y mis tres hermanitos no sé nada. Y yo creo que ellos tampoco de mi, así mejor. Un día me tocó acompañar al jefe en un jale muy cabrón. Había que darle piso al puto de una tiendita que andaba de hocicón, muy amistado con la gente mala, poniendo dedo a la gente de nosotros. Y eso, pos si no. –Ándale “Beto”, agarra el machete y los cartuchos y súbete a la camioneta, me dijo el Jefe.

Cómo era tu jefe, pregunté-

Uy, pos es un bato a toda madre (usó el tiempo presente, sin dudar), ya muy curtido, yo creo que tiene como 25 años y te recita la Biblia de memoria, con él aprendí más yo que con el señor cura. El “mero mero” le confiaba muchos jales a mi jefe y una vez me tocó –sus ojos se entornan como los de un gato ronroneando-, oírles una platicadera muy buena: que si todo estaba jodido porque la gente ya no creía en Dios, que hombres era lo que se necesitaba, que ya el mero iba a tomar la sierra y la costa y se iban a chingar todos y todos iban a saberse la biblia. Yo estaba bien emocionado y quería recitarles los versos de la Biblia que me había aprendido de memoria, pero pus ni cómo, yo apenas era un pendejo; pero eso sí, con ganas de progresar y de darle a mi tierra lo que mi tierra merecía, sacar a todos los hijos de la chingada que no creían y, …así.

Y qué pasó el día de la camioneta, ¿me quieres contar?

“Beto” me mira con tristeza y desde un lugar inalcanzable. No, pus ya qué, en estas estamos y usté es a todo dar. Me quebré a mis primeros tres; me rafaguea a una velocidad para la que no estoy preparada. Me chingué al puto de la tienda, a su hermano y a un compita que andaba con ellos y a veces, con nosotros. La verdad no sentí nada, les metí el chivo como si ya supiera y mi jefe nomás se reía, “bien bravo salistes mi “Beto”…y se persigno y decía “el señor es mi pastor”. Y la mera verdad, yo estaba contento de que mi jefe estuviera contento. Lo malo vino después.

Beto guarda silencio y saca de su pantalón la medalla de la Virgen. El cabrón de mi jefe nos dijo, vamos a llevarle un regalo al patrón. Saco un cabrón cuchillo endemoniado, del tamaño de su pierna y zas, zas, zas, cortó las tres cabezas como mi padrino se las cortaba a las gallinas en el rancho. Se me entumecieron las piernas y se escondió la risa. Pero todos los de la camioneta estaban muy contentos y pos ya que…yo también dije “el señor es mi pastor” mientras metía una de las cabezas a una bolsa bien negra…que era pa que no los divisaramos nosotros…eso pienso ahora; porque nosotros, de verdá, no somos como la gente mala y aquí nomás se ajusticia a quien se la ganó.

Mi silencio debe haber sido incómodo, porque “Beto” buscaba mis ojos con sus ojos; en busca de entendimiento, no de perdón. Y así se fueron desgranando, dos cuerpos, tres cabezas, una pierna, una lengua, hasta completar diez y ocho vidas de la “gente mala”, en su expediente secreto.

A mí se me iba acabando el aliento. Diez y seis años, dieciocho muertos, algunas mutilaciones, un futuro truncado. Narco, religión y poder, una trilogía muy difícil de entender.

Fumamos juntos un último cigarro mentolado (“Beto” opinaba que eran de puto, pero ante la carencia, se conformaba). Nos miramos un larguísimo rato en medio del humo.

-Cómo imaginas tu muerte “Beto”, le pregunté.

“Beto” sacó su vieja medalla, la miro con una ligera sonrisa, aspiro el humo del cigarro y dijo:

“Si voy a caer muerto, mejor con una bala expansiva que me reviente el cerebro pa ya no acordarme de nada. O, reconsideró, que me hagan pedacitos, pa evitarle la pena a mi amá el dolor de velarme…y es que en este jale, ya no alcanza con morirse.

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