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Araly Castañón, periodista del Diario de Juárez - Por Verónica Calderón, periodista del País

Cuando la guerra te cae encima
VERÓNICA CALDERÓN / Madrid

Araly Castañón (Chihuahua, 1974) no suele llorar. Cuando cuenta las anécdotas más difíciles de los 15 años que lleva trabajando en el Diario de Juárez no le tiembla la voz. Ni cuando recuerda el primer muerto que le tocó cubrir (el capo Juan Eugenio González El Genio, acribillado en 1998) ni cuando relata que, en sus primeros años en Juárez, solía llevar un picahielos en el bolso —“eso era cuando estaba joven, ahora no tiene ningún sentido”—. Solamente se quiebra cuando se trata de sus “compañeros”. El redactor Armando Rodríguez Carreón, asesinado en noviembre de 2008 enfrente de su hija de nueve años, y el fotógrafo Luis Carlos Santiago, muerto en septiembre pasado, de 21. “No se murieron, ¡los mataron!”, exclama.

Araly llegó a Juárez en 1990 para estudiar periodismo, y rápidamente halló trabajo en la ciudad, entonces un pujante centro económico. Como juarense, está acostumbrada a que le pregunten, en tono perplejo, cómo es vivir allá. Recuerda que en la época en que se supo de los feminicidios, cuando viajaba se topaba con miradas de sorpresa. "No me podían creer que era de allá, ¡pensaban que todas las mujeres de Juárez estaban muertas!".

La redacción del Diario de Juárez es mayoritariamente femenina. Seis mujeres y tres hombres. Araly resta importancia a la diferencia de géneros y subraya que, en realidad, todos son compañeros. Muchos periodistas sueñan con cubrir un día una guerra. A ella, y a sus compañeros, la guerra les cayó encima. Todos le hacen la misma pregunta. ¿Y por qué no se va? "No podemos dejar que nos arrebaten a nuestra ciudad. Con mi trabajo no quiero un Pulitzer, quiero que todo esté en paz. Es mi sitio, es mi gente, no la puedo abandonar". Su trabajo implica cruzarse con puñados de muertos al día, hablar con el Gobierno y lidiar con los policías, "que tratan igual de mal a todo el mundo". "Se meten en las ondas de radio de la policía. Antes ponían un narcocorrido y eso significaba que matarían a alguien". El diálogo con los sicarios detenidos, donde descubren las tarifas bajo las que funciona el crimen. "Hace unos años les pagaban unos 2.000 pesos [115 euros] por semana. Ahora ha bajado. Les dan 300 pesos [17 euros] por muerto".

Tan sólo este año, casi 2.400 personas han muerto en Ciudad Juárez. Los muertos se acumulan por decenas. En una semana, se puede contar fácilmente una treintena. La ciudad ha sido testigo no sólo de los cruentos asesinatos contra mujeres cometidos en los noventa sino de matanzas en fiestas de jóvenes o, incluso, la detonación de un coche bomba el pasado 15 de julio. Araly cuenta que la respuesta del Gobierno de Juárez es siempre la misma. "Estamos trabajando en esta investigación, estamos trabajando para detener la inseguridad, ¡siempre están trabajando!", cuenta con un dejo de ironía. "Hay periodistas de todos lados". Relata con gracia que los periodistas de la cadena Al-Jazeera "llevaban hasta cascos y chalecos anti-balas" o la confesión de un periodista estadounidense que confesó que "se sentía más seguro en Bagdad que en Juárez. Decía que aquí no se sabe qué esperar".

El editorial que el Diario de Juárez publicó tras la muerte de Luis Carlos les emocionó, cuenta. "Nos sorprendió, porque dice la verdad". La verdad significa que "la autoridad es el crimen organizado" y la intención, explica, es "que nos dejen trabajar. Somos periodistas de un medio, no activistas de una ONG". Se indigna. En Juárez "no confías en la autoridad, no crees que harán justicia. Vivimos en la capital de la impunidad. ¿Por qué no lo voy a decir? ¡Es que es cierto!”. Luis Carlos Santiago era un joven, recuerda. "Estaba estudiando psicología. Llevaba unos meses de prácticas. Era un niño".

Los efectos de la vida en una ciudad en guerra se traducen en pequeños gestos, lo que ella llama "El síntoma de Juárez". Sentada junto a la venta en un restaurante madrileño, Araly bromea, "si esto fuera Juárez, yo estaría sentada en aquel rincón". Todo el tiempo está atenta de su bolso. Mira ocasionalmente la puerta. "Ayer salí [en Madrid] y a las 10 de la noche ya me quería ir a casa. Era como la costumbre. Me sentía rara de pasear por la calle a esas horas". Cuenta una anécdota de hace unos meses. Tras salir del periódico, a la una de la mañana, se encontró con un retén de policías federales. "Pensaba detenerme, pero me di cuenta que tenían agarrado al conductor que iba delante de mí y entonces aceleré. Mis amigos me dicen '¿cómo hiciste eso? ¡Te pudieron haber dado un balazo!', pero reaccioné en automático. Cuando trabajas en esto te das cuenta de que no puedes confiar", cuenta. "Vivimos en tal estrés que cuando eso ocurrió comentaba a Sandra [Rodríguez, también reportera del Diario de Juárez y que recientemente recibió el premio Reporteros del Mundo junto con su compañera Luz Sosa] cómo nos gustaría que fueran nuestros funerales. Días después hablamos. ¡cómo podemos pensar algo así!". Araly querría que el ataúd estuviese cerrado, que el velorio fuera corto y que sus cenizas se esparcieran en la sierra Tarahumara de Chihuahua, "la más bonita".

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