NUESTRA APARENTE RENDICION

Volver sin miedo nikobleach.com

Regreso a ingresarme temporalmente en este hospital,

necesito sentir sábanas limpias y manos amigas que curen mis heridas purulentas y abiertas,

preciso una toalla muy absorbente para que no escurra mi hemorragia vaginal,

me urge lavarme el cuerpo y que el agua se lleve el lodo y la sangre propia y ajena,

hay fracturas permanentes que ya soldaron,

sin embargo siento impostergable este descanso,

se doblan mis rodillas de cargarme,

se doblan por levantar sobre mi cuerpo armaduras abolladas que no

fueron diseñadas para mi,

anduve un rato allá afuera y la situación es complicada.

 

Estuve buscándole la cara al corrupto para hacerle ver que su limpia social es genocidio,

le dije con la fuerza de voces de indignación mundial que la injusticia era evidente,

que los abusos eran tan claros como el agua embotellada,

 que ya no tenía para dónde moverse sin que saliera el olor a mierda,

volteó de reojo para mandar arrestar a quienes señalamos su guarida y fechorías,

con palabras burlonas, mando único y voz mediocre, detrás de su almacén,

usó a las hienas y cocodrilos en contra nuestra,

nos robaron las herramientas, quemaron nuestras carpas, violaron a nuestros caballos,

el castillo frente al mar justificó los cuerpos calcinados y los restos que flotan todavía en el

canal y que algún día irán a las casas de estos gentiles a volarles el cerebro a besos.

 

Algunos fileros, navajas marinas y espadas de combate sobrevivieron la batalla y tienen brillo todavía,

hay quienes las exponen en museos, hay quienes las venden bajo contratos leoninos, hay

quienes las conservan en la casa de su madre y otros que las presentan en universidades

como parte de lo que pudo suceder con su heroica aventura.

No se ha oxidado una sola porque no hay oxígeno para que suceda,

todas son vigentes y afiladas, firmes, fuertes, incuestionables y permanentes como

diamantes pero fuera de uso común,

solo se ven en los cocteles de abrigos de piel cara y cara cara.

Espadas de museo, espadas a la venta, espadas al servicio del Estado, espadas labradas para 

las manos que trabajan justicia, ahora en las vitrinas de sus cuartos de fumar.

 

Sin armas pero con la rabia fluyendo en el cuerpo nos fuimos de frente contra los que abren

paso a los que roban y quitan lo vivo a lo femenino que aparenta –según ellos-  indefensión,

le dijimos a las esposas de estos hombres que sus maridos matan con sus concesiones,

avisamos a las hijas y hermanas que sus pater-familias abren a diario la puerta por donde

escapaban los mata-mujeres  y que esa puerta seguía abierta,

no hubo mujer agnada que denunciara con un solo canto de protesta,

sus blusas bordadas no sirvieron para decir lo que vivimos en el camino,

todas ellas negaron su existencia a la mesa del banquete de la asistencia social,

sonreír para tomarse la foto con Santa y el Hada de los Dientes fue su mejor opción,

ellos dijeron que nuestra locura nublaba nuestra vista y que las puertas y permisos que

ponían el tapete rojo a los asesinos eran una ocurrencia juvenil.

 

Con los ojos secos de tenerlos abiertos de asombro, saliva excesiva bajo la lengua y asco en

la garganta sólo podíamos oler las carnes putrefactas,

escuchar las vidas como pastilla de polvo de uvas disolviéndose en ácido,

las osamentas tronando suavemente al fondo del mar con las piedritas que arrastran las

corrientes.

 

Seguimos buscándole el rostro para reclamarle al hijo de quien pereció en su Pegaso de

fuego azul.

 

Nunca fuimos tan escandalosas como las buenas noticias que dicen nada.

No supimos identificar las comarcas que edificó con osamentas de cuerpos de salario

mínimo aquel que se limitó a asistir al funeral de su padre sin jurarle venganza,

no supimos georeferenciar los caminos que empedró con rocas de nuestras vesículas,

no pudimos publicar las coordenadas de la escalinata de caracol que se mandó construir con

los cráneos de nuestros padres,

nos equivocamos al irle a gritar a su predio que el olor a muerto inundaba la región

porque el olor empezó a entrar a nuestras casas y todavía algunas cortinas conservan ese

aroma.

 

El reino de las esferas de nácar negó los restos denunciados desconoció el olor y seguíamos

sin poder contar las historias colaterales de cuerpos morenos, morados, verdes y amarillos

de pudieron ser llorables que se tatuaron y marcaron para hacerse vidas que no han podido

llorarse.

Llorar ¿qué?

Que no pudiste sobrevivir como yo, llorarte, el arte de llorar te.

 

Se fueron, destituidos de sus cargos al ritmo de tambores destemplados, pero no duró

mucho porque pronto pagaron para que se convirtieran en fanfarreas pedantes para los hijos

de la reconstrucción del tejido social.

Naves extraterrestres abdujeron a las tejedoras de la malla-muelle que detendría la ola de violencia,

los oráculos de huesitos fueron quedando en la tierra, huesitos de aquellas, las que iban a

lavar la sangre de las calles, estos oráculos dicen todo pero nadie hace caso porque nadie

habla esa lengua en estos rumbos.

 

Caminamos con algunas aunque ese no era nuestro paso, lloramos con sus ojos por ellas

mismas aunque ni siquiera eran nuestras lágrimas las vertidas, abrazamos a sus madres,

aunque estas mujeres jamás nos hubieran amamantado.

Nos dijeron adiós una y dos veces,  nos dijeron adiós reconociendo lo limitado de nuestra

esperanza y poca fuerza, nos dijeron adiós mientras subían a las naves que se las llevaron a

la tierra de Novolverás.

 

Cuervos arrastrándose en cemento fresco, cuervos pendiendo de telas micro-ópticas hurgan

entre nuestras cajas de recuerdos esperando encontrar huesos dejados por nosotras,

No somos como ellos.

Sombras de caballeros sin reino quieren levantarnos el pañuelo para leer lo que nos decimos

en ellos, pero jamás entenderán el lenguaje de las flores;

insectos de leche agria de rata gris cincelan en piedra caliza memorias instransigentes para

confundir nuestra memoria,

No saben que tenemos microfilm.

 

Los rompevientos rompehueglas rompeilusiones rompeluchas siempre presentes,

ninguno nos ha frenado por más de media década, nuestro galope es constante, frecuente,

danzante y exótico como el sabor a coco.

 

Descansaré en este hospital hasta que pueda toser como se debe y expectorar certeramente

escupitajos en sus ojos para que ya no puedan ver cuando llegue el viento a llevarse el olor a

muerte, para que no puedan impedir que este lugar se inunde de olor a lavanda y poesía

nueva que hable de porvenires esplendorosos, de felices días comunes.

 

Mientras sano, me tejeré una armadura a la medida con hilos inquebrantables para no

arrastrar más el dolor que produce el molde de caballerango en mi cuerpo de damisela-

bestia-guardiana.

Lavaré lo carcomido con te negro y cáscaras de naranja para que crezcan hongos

comestibles, flores de sabores y carne firme para pisar cualquier tierra y llevar mi propio

alimento y desodorante con perfume natural.

 

Vuelvo sin miedo para decir lo que tenga que ser dicho sin temor.

El miedo se va cuando sabes que el único calor necesario es el de tu propio aliento para

necesitar respirar y nada más.

Cuando ya nadie puede dejarte sin cenar o mandarte a la banca por tiempo indefinido, se va

el miedo y vale la pena regresar a sentirse así.

 Porque yo me decido y  ya solo yo puedo quitarme lo que me queda.

 

Vuelvo sin miedo porque para gritarles sus delitos no hace falta gritar más fuerte que el

propio estruendo de su malicia-milicia,

regreso porque no me voy a quedar aquí a sanarle las heridas a las demás,

no hay órgano que pueda donar ya, ni persona que lo merezca,

me quedé sin sangre para transfusiones.

Vuelvo sin miedo y pronto buscaré el alta permanente de este hospital

porque ya no hay nadie a quien salvar, porque “merecer” es muy old school,

el honor es cosa de fantasía en estas tierras donde saber y pensar es tan peligroso como

traficar canarios de metal espinoso en el trasero,

ya no hay piso que no se haya regado de carmín, ni casa que no haya llorado,

no hay vidas buenas entre tanta guerra mala, ni vidas sucias entre tanta guerra limpia.

Vuelvo sin miedo porque sé que no es mi culpa no haber ganado esta batalla, pero sí será mi

culpa no salir a volver a luchar.

Información adicional

  • Por: : Meritxell Calderón
  • Fecha: 18 de enero de 2014
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