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Para entender a Enrique Peña Nieto hay que recordar al Grupo Sonora y al Grupo Atlacomulco. Mi hilo conductor es la forma como Peña Nieto conceptualiza el poder. Su tesis para obtener el grado de licenciado en derecho, El presidencialismo mexicano y Álvaro Obregón (1991), ofrece claves útiles.

 

 

En México, dice, “el presidente […] es pilar del sistema político”. Esa descripción la transforma en prescripción cuando expresa, una y otra vez, su profunda admiración por Álvaro Obregón a quien concede el mérito de ser el “gestor del presidencialismo moderno”, de ser uno de los “estadistas más audaces e inteligentes” y de quien admira la eficacia: “Su sólo nombre –concluye EPN– es garantía de […] éxito”. Entonces resulta lógico que EPN tenga tanta admiración por Carlos Salinas de Gortari, otro presidente exitoso en su momento.

 

Que EPN forme parte del Grupo Atlacomulco también explica por qué toma como modelo a Obregón, el artífice del Grupo Sonora que dominó la política nacional hasta que Lázaro Cárdenas mandó a Plutarco Elías Calles al exilio. Ambos grupos se asemejan en el valor que dan a la disciplina y a la lealtad a quienes tienen los puestos de mando y ponen como principal objetivo la acumulación de poder sin importar los métodos. A Obregón se le recuerda por su peculiar apotegma --“nadie aguanta un cañonazo de 50 mil pesos”-- mientras que, con el “Quinazo”, Salinas manipuló la legalidad para aplastar a su enemigo político, el líder petrolero Joaquín Hernández Galicia en 1989.

 

Como gobernador del Estado de México Peña Nieto mostró su determinación de controlar la política a cualquier costo: “chayotes” a los periodistas rejegos, “maiceada” a los opositores de ética reblandecida, notarías para sus seguidores leales y contratos a los empresarios serviciales.

 

Peña Nieto también ha sido exitoso en imponer una disciplina férrea a los “equipos” priistas y un indicador sería su capacidad para controlar el flujo de información. Sostengo como hipótesis sujeta a verificación que es erróneo clasificarlo como títere de Salinas, Televisa o el Grupo Atlacomulco. Intentará dejar marca y en su visión del mundo ello supone ampliar su poder e influencia personales al costo que sea para, en su lógica, retomar los hilos de un poder ahora disperso (estaría emulando a Obregón como presidente).

 

Aunque nada está escrito, es altamente improbable que EPN pueda reconstruir al México presidencialista y centralista. El poder ya está repartido entre gobernadores y presidentes municipales, partidos y líderes sindicales, potentados y jefes de carteles y entre una sociedad que se beneficia del acceso a la información y de la libertad de expresión. Los poseedores de esas porciones de poder no las entregarán fácilmente al nuevo presidente.

 

Lo paradójico es que la fulgurante carrera política de Peña Nieto fue posible por la fragmentación del poder. Logró la candidatura a gobernador en 2005 porque su mentor, Arturo Montiel, tuvo la posibilidad de hacer su voluntad. Montiel tenía enormes recursos y no necesito del visto bueno del presidente de la república ni atendió los deseos del presidente del PRI, Roberto Madrazo, quien empujaba a Carlos Hank Rohn.

 

Otro rasgo de Peña Nieto es el pragmatismo. Como gobernador avasalló al PAN y al PRD en las elecciones de 2009, pero en 2012 tuvo que digerir una dolorosa derrota en su propio territorio. Este año las izquierdas incrementaron en un millón y medio el número de mexiquenses que gobernarán entre 2012 y 2015. Otros indicadores del pragmatismo peñanietista fueron los esfuerzos por corregir su discurso después de la zarandeada que padeció en la Universidad Iberoamericana el 11 de mayo o la reversa que acaba de dar al enfrentar la indignación de mujeres de todos los partidos ante su intención de insertar al Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) en la Secretaría de Desarrollo Social.

 

A partir del próximo sábado se inicia una nueva etapa en la transición mexicana. Peña Nieto hará lo posible por imitar los supuestos éxitos de Obregón y Salinas (imposible olvidar la forma en que olvidaron sus gestiones) pero tendrá enfrente la resistencia de quienes conquistaron espacios alguna vez dominados por el presidencialismo centralista. Será una batalla multidimensional con un desenlace incierto. Empieza a escribirse otro capítulo de la historia de México. Ocupen sus asientos y aprieten sus cinturones. Arrancamos.

 

La miscelánea

Enrique Peña Nieto es un controlador obsesionado por las formas y la seguridad. Se le pasó la mano autorizando el bloqueo durante una semana del Palacio de San Lázaro. Millones se ven afectados diariamente y el Estado Mayor Presidencial se muestra agresivo hacia los inconformes como Jesús Robles Maloof. Si en 2006 critiqué el bloqueo de Reforma, ahora me sumo a quienes exigen que el nuevo presidente respete a los capitalinos explicando, por ejemplo, para qué necesita tanta seguridad. El Distrito Federal no es Toluca.

 

Comentarios: www.sergioaguayo.org; Twitter: @sergioaguayo;

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Colaboró Paulina Arriaga Carrasco.

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