A la memoria de Luis González de Alba
Enrique Peña Nieto vuelve a insistir en su tesis de que la corrupción somos todos. Es una visión de México incorrecta e imprecisa.
El 28 de septiembre Peña Nieto decidió “dejar de lado” su discurso preparado y nos compartió su idea sobre la transparencia y la corrupción. Acertó al señalar que “necesitamos combatir la corrupción”. Se equivocó cuando reiteró su tesis de que la corrupción es inevitable por ser parte de nuestra cultura. “No hay alguien que pueda atreverse a arrojar la primera piedra –dijo. Todos han sido parte de un modelo que hoy estamos desterrando y queriendo cambiar”. El presidente confunde la moral privada con la ética pública.
Dicen los Evangelios que Jesucristo defendió a la adúltera a punto de ser lapidada recordándole a la turba que todos somos pecadores. En la actualidad, la conducta sexual se queda en el ámbito privado (salvo en algunas localidades y países). Y la corrupción sólo la defiende una minoría. Según la Encuesta Nacional de Corrupción y Cultura de la Legalidad (UNAM, 2015) entre 12 y 15% están “totalmente de acuerdo” con “dar mordidas” a un funcionario, y aprueban el uso de dos frases que trivializan el saqueo: quien “no tranza no avanza” y quien “agandalla no batalla”. Entre 44 y 47% estamos en desacuerdo total (los porcentajes varían dependiendo de la pregunta).
Nuestros problemas empiezan cuando tenemos que relacionarnos con aquellas personas o grupos del sector público y privado que viven de la tranza y el agandalle. Así como hay funcionarios e instituciones que manejan con pulcritud sus recursos, también existe un entramado diseñado para extorsionar y saquear. Una de las etapas en la vereda de las malas mañas es el uso de los bienes públicos para fines privados.
Hace ya muchos años trabajé por unos meses en el sector público federal. Mi familia estaba en el extranjero y como estaba en lista de espera para tener un teléfono en casa les hablaba desde la oficina. Cuando quise pagar mis llamadas provoqué el desconcierto en la Oficialía Mayor: “Nos vas a crear problemas. Tú habla lo que quieras que la Secretaría paga”. A los pocos meses me incorporé a El Colegio de México, una institución pública con reglas diferentes.
Poco tiempo después me buscó un excompañero de estudios que había transitado de radical rabioso a funcionario mañoso. Eran tantas sus ganas de lucir su importancia que me ofreció un trabajo de asesor (“muy pocas horas”) a cambio de que le regresara la mitad del dinero en efectivo. No acepté, pero lo traigo a cuento porque la cultura del “moche” es bastante vieja; un sector del PAN tiene el mérito de haberla institucionalizado; ejercicio al cual se sumaron, entusiastas, “compañeros” y “compañeras” de otros partidos.
¿Qué hacemos? En el discurso antes citado, el presidente presumió de que “hemos avanzado en crear mecanismos e instituciones diseñados específicamente para combatir la corrupción”. Es una visión romántica, ingenua e irreal de nuestro México. Estoy entre los que denuncian con frecuencia abusos ante las instituciones y puedo dar fe de que la mayoría de las veces no sucede nada. Vivimos en el desamparo mientras padecemos el acoso de los corruptos y gandallas.
La banca mexicana tiene ganancias monumentales que provienen en parte de la expoliación que hacen de los usuarios de servicios financieros. Estoy defendiendo a una jubilada con discapacidad motriz. Unos hackers le saquearon sus cuentas y tarjetas de crédito. Tiene siete meses peleando y ya le demostró al Banco Nacional de México que la responsabilidad era de ellos. Argumentó y cabildeó ante Banamex hasta que finalmente logró que el banco le acreditara, como una gran concesión, 50% de lo robado. Ella insiste en que Banamex asuma las consecuencias y el banco responde cobrándole agresivamente los intereses por el dinero robado. Tampoco le ayudó la gestión ante la Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros, Condusef, un inútil tigre de papel.
En suma señor presidente, la mayoría de los mexicanos no abrevamos en la cultura de la corrupción. Padecemos, eso sí, a un sistema y unas instituciones creadas para expoliar. Algunas de ellas, por cierto, dependen de usted.