Reducir a la vista del zócalo de la capital la marcha iniciada en Cuernavaca es encuadrar la realidad a la antigua, desde una mirada centralizadora, que ilumina un foco y olvida los márgenes, y encasillarla en una lógica narrativa que privilegia lo sintético, para contar sin vericuetos “lo que pasó”. Visión y versión cómoda para las noticias, las instantáneas y la historia oficial. Reducir el movimiento social contra la guerra y las violencias a una jornada o dos, a un par de meses, es privilegiar el presente y dejar de lado los antecedentes mucho más complicados que una historia paradigmática y ejemplar o la cristalización espontánea de un movimiento en torno a un líder o un grupo de líderes.
Al dejar fuera del relato la conexión del presente con las semanas, meses y años anteriores, este tipo de narrativa le resta complejidad y profundidad a la historia y nos impide captar la multiplicidad de hilos que se entretejen, convergen en la trama principal o se dispersan en historias paralelas o contradictorias. Más que falsa, esta forma de narrar es engañosa: empobrece la realidad, nos impide leer sus matices y tiende a concentrar la atención en un conjunto de personajes, cuanto más reducidos mejor.
Así, como tiende a pasar ya en algunos medios noticiosos y académicos, en vez de ir dando cuenta de lo que ha sido un disperso perodecidido caminar de individuos y grupos por calles y plazas, juzgados y cárceles, en silencio o a gritos, a lo largo de años y meses, se empieza a construir un relato donde unos cuantos logran “llenar” una plaza (aunque no estuviera llena y hubiera gente en muchas), unos cuantos trazan la ruta, unos cuantos nos representan a todos ( aunque nadie nos haya preguntado nuestra opinión). Se dejan de lado, o se cuentan como precedentes que “¡al fin!” encontraron quien lo uniera, las luchas de más de veinte años en Ciudad Juárez y en Chiapas, las protestas que lo largo de 15, 10, 6 o 3 años se han expresado con palabra y acción en Guerrero, Veracruz, Michoacán, Oaxaca, Coahuila o Nuevo Léon, las manifestaciones (así fueran pequeñas), mítines y formas nuevas de protesta (performance, blogs, carteles, foros académicos, contra el feminicidio, la desaparición forzosa, la impunidad del crimen, la falta de justicia) que se han ido multiplicando a la par de la violencia en todo el país y en esta capital. Si bien es cierto que en torno a Sicilia (en particular) han cristalizado con dinamismo expresiones de protesta ya existentes , si bien gracias a su decisión de encabezar una protesta pública (primero en Cuernavaca, luego en el DF y ahora hacia el Norte) grupos y personas, antes dispersos, han encontrado en estas movilizaciones la posibilidad de manifestarse juntos y han dado una voz amplia a nuestra indignación y nuestras demandas de justicia, no debemos caer de nuevo en la visión tradicional, vertical y autoritaria de los “movimientos”. A menos que nos conformemos con menos de lo que podemos intentar.
“Pacto” + líderes: ¿una historia diferente?
Si de veras queremos un cambio, si se quiere que el (mal llamado) “pacto” de Ciudad Juárez sea un punto de partida para ese cambio y no uno más en la larga lista de actos simbólicos fallidos que se han asociado con esa ciudad, es preciso dejar el espíritu autoritario y centralista y empezar a construirnos una historia diferente, a la altura de lo que puede ser una toma de conciencia ciudadana más amplia que la actual.
En primer lugar, dejemos de centrarnos en quienes encabezaron la marcha y veamos a quienes, literalmente, los rebasaron en el camino al zócalo. Dejemos de mirar al centro y miremos a los lados: a Guadalajara y a Chihuahua, a Tamaulipas y Michoacán, a Cuernavaca y a Tijuana, a Xalapa y a San Cristóbal. Muchos o pocos en cada lugar, juntos son más.
En segundo lugar, dejemos de sentirnos protagonistas del presente: antes de que el intelectual de biblioteca o la poeta indignada o la líder social o el opinante de columna semanal descubrieran “la violencia” y salieran a la calle o disertaran sobre “los muertos”, muchas otras personas nos antecedieron. Empezando por las madres de Ciudad Juárez, a las que muy pocos y pocas acompañaron en sus marchas, o los periodistas y académicas (del norte y sur en particular) que estudiaron y denunciaron la violencia y la impunidad, muchos y muchas desde hace años protestaron contra la impunidad y se organizaron en demanda de justicia sin aplausos y sin afán de liderazgo. Si bien la magnitud de la violencia ha despertado conciencias (signo alentador de que todavía no estamos muertos), lo que toca a quienes se han agrupado en torno a Sicilia (+ Solalinde y Alvarez Icaza) no es envolverse en la “causa” sino aprender de la experiencia de los demás, dialogar y concertar en serio. Para ello, es preciso reconocer las vivencias, la experiencia y el trabajo de los demás, coordinarse de manera horizontal con grupos y organizaciones de todo el país, en una red descentralizada donde todos, no unos cuantos, cuenten.
En tercer lugar, dejemos de contarnos relatos lineales. La vida cotidiana está fragmentada; las historias contemporáneas no pueden contarse sino a varias voces, con muchos hilos y en varios tiempos. El camino a Ciudad Juárez puede y debe marcar una pauta hacia la ampliación de miras de un “movimiento” que está conformado (si acaso se puede usar ya esa palabra) por movimientos u organizaciones múltiples, por personas y grupos que todavía no constituyen una multitud encaminada hacia un fin común.
El documento del “pacto” no puede unirnos hacia una historia distinta si no se lee como una propuesta parcial, con lagunas evidentes: no incluye demandas concretas respecto a la impunidad de la violencia extrema y creciente contra las mujeres (antecedente ineludible de la actual violencia extrema); no incorpora demandas específicas respecto a las comunidades indígenas minadas por el despojo y la discriminación, ni propuestas integrales para los jóvenes , desde los jóvenes. Tampoco toma en cuenta la situación geopolítica en que debe situarse esta “guerra contra el narco”, si es que se quiere entender la potencialidad demoledora del mercado transnacional de la violencia y la seguridad que estamos padeciendo.
Más que un “pacto” (¿entre qué actores concretos y con qué recursos?) este documento puede leerse como un programa incompleto que podrían retomar diversas organizaciones y personas para convertirlo en un mapa de acciones concertadas que impulsarían quienes lo adopten como propio, con demandas a la vez integrales y concretas y con algún tipo de sanción social a funcionarios corruptos y cómplices, y medidas de desobediencia civil, que es necesario acordar y planear con tiempo. Este tipo de acuerdo o programa requiere de una arquitectura innovadora, más complicada que la estructura centralista y tradicional por la que parece haberse optado. Dada la complejidad de las violencias que se viven en el país y la multiplicidad y variedad de grupos y personas que han participado y hoy pueden y quieren participar en la construcción de una posibilidad de presente y futuro, vale la pena imaginar otras estructuras, descentradas, dispersas, pero entrelazadas y flexibles.
La historia del siglo XXI no puede contarse igual que la revolución de 1910 (aunque hoy no hablemos de revolución) a menos que nos conformemos con ser personajes de Los de abajo con líderes, masas, algún idealista y algún oportunista. Las marchas del 8 de mayo y la caravana que se encaminará hacia Ciudad Juárez este fin de semana merecen una lectura y, ante todo, una historia diferentes. En los hechos, la construcción de un movimiento nacional activo y democrático requiere y merece miradas frescas y acciones innovadoras desde la academia, los medios y, sobre todo, la propia sociedad.