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Lecturas del dolor: Hermes D. Ceniceros entrevista a Laszlo Erdely

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El País cultural de Uruguay preparó el especial Crisis en México dirigido por Laszlo Erdely, quien desde su visita a la Feria del Libro de Guadalajara en el 2012 comenzó una indagación a las letras nacionales de la actualidad. En esta entrevista, vía correo electrónico, Laszlo nos cuenta cómo fue su andar entre la narcoficción y los cronistas del México actual. Rescatando a el dolor como eje temático que nos hermana con Uruguay y otras regiones del mundo que han sufrido o pasan por periodos históricos trágicos de las dimensiones que pueden tener una dictadura o una guerra. Desde la consigna de que el dolor es universal, Laszlo reconoce como la literatura nos lleva a reflexionar sobre él y a compartirlo. Entendiendo que este es un punto de convergencia que comparten la literatura en México, Uruguay y el resto de una Latinoamérica llena de heridas. 

 

HDC: Para narrar la violencia en México la novela y la crónica muchas veces se han fusionado en un intento de usar características de los dos géneros tanto para poder hablar de lo que no se puede hablar como para construir hipótesis que ayuden a explicar lo que pasa. Sin embargo las lecturas que se tienen fuera de México pueden construir una nueva mitología del país. ¿Cómo crees que se interpreta esta nueva imagen de México?

LE: Llegué a México lo más libre posible de preconceptos, gracias a una invitación de la Feria del Libro de Guadalajara. Sin agenda previa, o  mejor dicho, sin una planificación detallada. Sí tenía una idea de que quería trabajar: buscar explicaciones, nueva luz, o enfoques diferentes en el tema de la violencia de México, hurgando en la obra de los poetas, narradores, ensayistas.

En El País Cultural de Montevideo creemos que los hombres de letras, a través de su trabajo con la palabra, pueden aportar a una mejor comprensión de estos hechos cataclísmicos, que tantos cambios provocan en las comunidades, y que tanta destrucción siembran. La primera vez lo hicimos cuando le pedimos a nuestro corresponsal en Jerusalén que explorara, a un año de la muerte de Itzak Rabin, cómo la literatura había procesado el asesinato del estadista judío a manos de otro judío. Nuestro corresponsal, Ioram Melcer, un hispanista, arabista, traductor, y periodista cultural, (acaba de traducir Rayuela al hebreo, traducción que presentará en Guadalajara este año) nos describió una situación enormemente traumática para el sionismo, y para la esencia del ser judío. Luego repetimos la idea, pero con un alcance mayor, al cumplirse diez años de los atentados del 11/S. Ahí no sólo analizamos cómo la literatura procesó el duelo en esos diez años, sino que ampliamos el enfoque hacia el cine comercial y documental, así como las artes plásticas, la fotografía, entre otras manifestaciones culturales.

Y bien, me encontraba en Guadalajara en noviembre de 2012, tratando de comprender qué estaba pasando. Sobre todo comprender ese fenómeno editorial del que poco se sabe –o nada se sabe- en el Río de la Plata, que es lo que llaman la “narcoficción”. Pronto descubrí que detrás de buena parte de la narcoficción, que realmente tiene valor literario, había cronistas, como Almazán o Páez Varela tratando de volcar todo aquello que la crónica no les permitía volcar. Buscaban nuevas herramientas, y las encontraron en la ficción.

 

HDC: ¿En tu trabajo entrevistando a cronistas como Osorno, Paez Varela o a escritores como Villoro o Lolita Bosch, qué similitudes y diferencias encuentras en sus discursos y sus lecturas de la realidad mexicana?

LE: Cuando descubrí que detrás de buena parte de la narcoficción había cronistas, como es el caso de Almazán o Páez Varela, tratando de volcar todo aquello que la crónica no les permitía volcar, buscando nuevas herramientas, y encontrándolas en la ficción, vi una narrativa muy influida por la crónica. El lector sabe que tanto Almazán como Páez Varela son grandes cronistas, y al leer, eso no lo va a olvidar, lo va a tener presente. En el vínculo emocional que el lector establece con estos autores a través de la lectura, siempre va a estar la crónica porque los conoció como cronistas, como periodistas, y si no leyó su obra previa, sabe que vienen de ahí, de esa trinchera.

Con Elmer Mendoza pasa algo diferente, ya que viene de un ámbito literario menos contaminado por otras técnicas narrativas. Construye desde la novela, desde la tradición de la mejor novela, adaptándola a los tiempos y circunstancias. Yo, como lector, aún desconociendo la trayectoria de Mendoza, aunque no es el caso por de hecho llegó al Río de la Plata a través de sus libros publicados en Tusquets, me doy cuenta de que estoy leyendo a un novelista que nació y creció dentro del género.

Lolita Bosch, sin embargo, me ha resultado desconcertante. El nivel de sutileza, energía, ética e inteligencia combinadas que aporta a su narrativa la hacen inclasificable, y a la vez fascinante. El nexo emocional es inmediato. Como cuando conoces a alguien y luego de hablar unos minutos descubres que a esa persona perfectamente la podrías conocer de toda la vida.

Algo parecido me ocurre con Juan Villoro. Cada frase, cada idea, es un disparo certero que desarma los discursos de manera implacable. Lo hace desde la poesía, desde su narrativa, desde el ensayo. Con Juan todo es agradecimiento, pues te muestra siempre un mundo mejor, desarticulando todo aquello que nos impide ser mejores personas, y construir mejores vínculos que otros integrantes de tu comunidad. Todo en él es ética. Recuerdo cuando leí su prólogo al libro de Diego Osorno La Guerra de los Zetas. Fue una bofetada de información prístina. Tanto que te deja en una situación revulsiva y culposa. En realidad te preguntas por el grado de idiotez que te llevó a no darte cuenta de que las cosas eran así. Porque siempre hay culpa en estos procesos. Aún así en ese prólogo no escribía como novelista, ni como poeta, ni como ensayista. “Escribe y piensa como sociólogo” me dice un querido amigo uruguayo que es sociólogo y vivió muchos años en México.

Con Diego Osorno tuve una conexión similar, sólo que esta vez sólo es crónica, pura, dura, rigurosa, y siempre con una voz propia. Esa que emana de cada inconsciente de manera única e irrepetible, y que en Diego tiene una claridad y honestidad paradigmática. A los cincuenta años descubrí un maestro de 30 años. Eso es lo que sentí y siento hacia lo que hace Diego Osorno, hacia esa capacidad de ir donde nadie debería ir para conectar con el dolor, y luego convertirlo en palabras. Me decía Leila Guerrero que luego de recoger el material para un reportaje, se sienta a escribirlos, desaparece días, horas, en un proceso donde las palabras brotan, pero deben ser domesticadas, talladas, pulidas, buscando el mejor ángulo, el mejor calce, para que la comunicación dura y honesta se produzca. Son procesos creativos infernales, donde la palabra fácil es una tentación mortal. Picasso decía que a veces sentía que debía atar su brazo a la espalda para no dar la pincelada fatal que arruinaría ese cuadro. Una lucha de titanes apocalíptica. No quiero saber lo que pasa dentro de la cabeza de Diego al retornar de sus viajes al noreste mexicano, y se sienta ante la página en blanco. Yo sólo quiero leerlo, o descubrir cómo su lenguaje también puede trasladarse al cine documental. En el documental El alcalde es posible entrever esos procesos para encontrar el ángulo justo, el encuadre adecuado, el silencio necesario, la mirada a la cámara del entrevistado que desconcierta y revela todo un mundo que los discursos tienden a enmascarar.

Por último quiero mencionar a Sergio González Rodríguez, y a John Gibler, a quienes no pude conocer, pero sí establecí un riquísimo intercambio vía email. Con Gibler tuve conexión inmediata, al descubrir el rigor y la pasión que pone a la hora de explorar todos los recursos de la palabra para llegar al dolor. Los 20 poemas para ser leídos en una balacera nos ponen ahí, en el crepitar de las balas, o en el dolor insondable de los que quedan ante la pérdida irreparable de un ser querido. En el caso de González Rodríguez encontré a un didacta. Cada frase, cada idea de nuestro intercambio me dejaba estupefacto. Me obligaba a rever casi todo lo planteado. Le debo un reportaje, un encuentro para profundizar con él esos viajes peligrosos hacia el dolor, y el posterior proceso para encontrar las palabras que puedan trasmitir ese dolor de la forma más pura, prístina, honesta y respetuosamente posible. Creo además, que hay algo conradiano en Sergio González, como una suerte de Marlow en el Corazón de las tinieblas que fue, vio el horror, volvió, y se propone contarlo de forma cristalina, didacta, reinventando el discurso, resignificando las palabras, todo lo cual configura una postura ética que nos permite a los colegas no sentirnos solos en el viaje hacia el dolor.

 

HDC: ¿Cómo se lee desde Uruguay la realidad Mexicana tanto en las ficciones que esta genera como escenario de un mundo de nuevo mitos en torno al narcotráfico y el crimen organizado, así como en sus crónicas y en esa búsqueda que se tiene de explicarnos lo que sucede en medio de la violencia sistémica en la cual esta? 

LE: Lo que llega a Uruguay de la trágica realidad mexicana actual son informes de televisión de 40 segundos, cada tanto, y cada vez menos. Puedes conseguir los libros de Juan Villoro, Elmer Mendoza o Sergio González, pero nada de los demás. Aun los más educados sospechan de ese subgénero llamado “narcoficción”, como si fuera una cosa de mariachis locos. Creo, en este sentido, que el Especial que hicimos del Cultural abrió muchas cabezas y permitió ver la realidad mexicana en una mayor complejidad. Conocer todas esas voces únicas. Cada uno de los autores entrevistados en ese Especial tiene esa característica, es una voz única, todo lo cual hace fútil cualquier intento de clasificación. Muchísima gente que nos leyó quedó desconcertada. Tuvimos muy buen retorno.

Hay mucho cariño con México. El tema del dolor, además, no es ajeno al Río de la Plata. Estamos procesando el dolor de las pérdidas de la pasada dictadura militar. El dolor de los desaparecidos, los torturados, los muertos. Sin distinción de bandos o creencias, todos víctimas en su única condición de seres humanos, que dejaron familiares y amigos que viven en el dolor. No puedo dejar de establecer un paralelismo entre el dolor de un hijo cuyo padre desapareció hace 30 años en un cuartel militar en algún lugar de Uruguay con el de un padre cuyo hijo fue secuestrado, encajuelado, y desaparecido en algún lugar del noreste mexicano. Qué es lo que tenemos en común: el dolor. ¿Desde dónde debemos trabajar? Desde ese mismo dolor, con todo su poder expansivo, carente de linealidad, que destruye discursos, mitos, y construcciones ficticias. Ocurre cada día en el Río de la Plata, donde también hay mucha manipulación y discursos artificiales, además de poco respeto por el dolor humano. También en Uruguay debemos ser muy cuidadosos con las palabras al abordar el tema del dolor. Es una lucha que nos obliga a ser rigurosos, y estar alerta. ¿Cómo, entonces, no empatizar con esta realidad actual de México? Por eso en el Especial que hicimos en El País Cultural busqué instalar el dolor en todo su poder expansivo, en cada línea, en cada párrafo, en cada idea.

 

HDC: Durante las dictaduras México recibió muchos exiliados rioplatenses por las dictaduras de Argentina y Uruguay, y en cierta medida su presencia nos sensibilizó al drama del exilio a través de su literatura. En el caso de Uruguay conocimos el drama de su dictadura de la pluma de Benedetti, Peri Rossi, Oneti, entre otros tantos. Sin embargo vemos que la forma en la cual se describió este dolor es diferente a como se da en México. En los casos de las dictaduras el escritor escribe de ese poder castrense que lo caya todo y que obliga a escribir en el exilio físico o con un lenguaje codificado para evitar la censura y la persecución. En el caso de México quienes describen el dolor no se van al exilo, todo lo contrario, se meten a los pueblos donde las escenas son más crudas. Hacen una labor similar a la de un periodista de guerra en muchos casos. Por esto el escritor en México parece cruzar la línea de los géneros como si los disparos los hicieran bailar entre estos, a veces se vuelven cronistas, otras reporteros y otras novelistas o poetas. ¿Cómo se percibe esa diferencia en el contexto en el cual se describe el dolor? Entendiendo que aquí se escribe de una manera que en cualquier parte puede parecer sensacionalista, gore o snuff, cuando en realidad se busca el realismo y en muchos casos hasta la objetividad para entender lo que sucede. 

LE: No soy un especialista en literatura uruguaya del exilio, por lo tanto no me siento capaz de comparar ambas épocas. Distantes además, 40 años. En este momento Uruguay está en un proceso de cierre de heridas, la “guerra civil” quedó atrás, y estamos tratando de convivir con el pasado. El punto en común actual con la realidad de México tiene que ver estrictamente con el dolor. Por ejemplo, con el dolor que provoca la desaparición de un ser querido en el seno de su familia, amigos, etc. Los uruguayos aprendimos a convivir con el dolor, a quitarle el estigma a los muertos (aquélla frase “si está muerto por algo será”) y ver cada historia, cada realidad individual, como la de un ser humano único, sin importar qué ideología profesaba, o en nombre de quién portaba un arma, o para quién llevaba una pancarta con reclamos en una manifestación. Ese dolor es universal.

Me provocó una gran angustia ver cómo en México es tan difícil trabajar desde el dolor. Lo impiden los discursos, la política, los estigmas sociales. La frase “por algo lo mataron” o “en algo debería andar”, que incluso permeó el discurso oficial en la era Calderón, deshumaniza a los muertos. El punto en común, entonces, entre la realidad mexicana actual y su violencia, y los procesos de violencia que se han vivido en el Río de la Plata, tiene que ver con esa deshumanización de las víctimas. De los caminos que debemos transitar para humanizarlas. En Uruguay toda la comunidad está aprendiendo, por ejemplo, a convivir con los desaparecidos, con su dolor, con el de sus familiares, y desde un plano totalmente ajeno a la política. Tratando de empatizar con su dolor. Que, como todo dolor, es expansivo y carente de linealidad. Algo que no le cae bien a la política, de antes, de ahora, y de siempre. Por eso son procesos que ocurren, sobre todo, en el plano íntimo de los individuos, y no se percibe tanto en el plano público. Aunque el que sabe leer entrelíneas, sabe cuándo se está trabajando seriamente en el tema, cuándo los involucrados están respetando el dolor de los demás, y no utilizan ese dolor con otros fines.

 

HDC: En este momento Uruguay tiene en el presidente Pepe Mujica una figura que ante gran parte de la opinión pública internacional se asocia con la dignidad, la sensibilidad humana y un gobierno progresista con propuestas de ley como la legalización de la mariguana. ¿Desde esta sociedad, cómo es que se ve la lectura de la violencia en México y el tema de la legalización de la mariguana ya no sólo en Uruguay sino en todo el continente?

LE: En Uruguay se va a legalizar la marihuana porque no es un problema. Nadie muere por fumar marihuana. Un problema real es el paco, o pasta base, que sí está destruyendo a nuestros jóvenes, sobre todo a los más pobres. Les destruye el cerebro, los convierte en zombis sin recuperación, o los mata directamente. 

El discurso oficial de legalizar como forma de frenar el narcotráfico, y tener control estatal sobre los procesos, ¿por qué no es válido también para la pasta base? Se está haciendo política, la bandera de legalización de la marihuana da patente de progresista, algo que a muchos les encanta. Pero, repito, la marihuana no es el problema. El problema de las drogas en Uruguay está en otro lado, pero de eso no se habla.

Respecto a hacer un paralelismo en el tema legalización entre la situación de México y Uruguay, es difícil. Primero porque a nivel de público en general no hay una idea cabal de la dimensión del problema mexicano. Desde Uruguay nunca se termina de entender a México. Entonces, tras los intentos infructuosos, muchos te dice que “México es otra cosa, es inexplicable”. Yo no me quedo conforme con esa actitud, que excluye a un país hispanoamericano hermano de nuestra área de preocupaciones en esta situación crítica, y que sufre los dos grandes problemas que acosan a todo el continente: la pobreza y la violencia. Es como empujar un poquito más para que caigan al vacío. Eso es muy insolidario, y yo no lo tolero. Trato de entender.

Tengo la percepción de que el problema de México es histórico. Se inicia hace muchísimo años, y tiene que ver con la débil frontera que existe entre lo público y lo privado. En México hay poca república, poca res pública, “cosa pública”, traduciendo del latín. La esfera de lo público no es fuerte, y siempre tiende a favorecer intereses sectoriales, intereses privados de la sociedad, en detrimento del interés de todos, del interés público. Eso ha llevado que siempre ha habido un grado muy alto de colusión entre lo público y lo privado, y explica el alto grado de corrupción política. Terreno fértil, además, para la prosperidad del crimen organizado, y de las transnacionales del narcotráfico.

 

Información adicional

  • Por: : Hermes D. Ceninceros
  • Fecha: 12 de octubre de 2013

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