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Open Book

Acabo de llegar a mi hotel en Apatzingán, tierra caliente de Michoacán donde el Ejército acabó a bazucazos con una banda de narcotraficantes hace unos días como parte de la “guerra” montada por el Presidente impuesto que tenemos ahora en el país.

 

Estoy desde finales de abril prácticamente viviendo por acá, entre asombro y asombro, enviando notas y crónicas para el periódico y las revistas donde colaboro.

 

Si alguien -digamos mi hermano grande, Raymundo Pérez Arellano- está leyendo estos apuntes en la presentación de Open Book, será porque fue imposible escaparme de este pequeño infierno para ir a darme ese abrazo permanente que tengo con el buen Gerson Gómez. Si no es así, pues heme aquí leyendo estos garabatos.

 

El caso es que hace rato, por causas de mi oficio, estuve en un sitio llamado Sol y Sombra, ubicado cerca de la central de autobuses de Uruapan. No llegué ahí seducido por la música de Beto y sus Canarios que no para de sonar en la rockola, ni tampoco por la deliciosa bebida adulterada que sirven los meseros. Estaba ahí, en el Sol y Sombra, porque hace menos de un año, un grupo de hombres armados entró al lugar, aventó cinco cabezas humanas al centro de la pista, lanzó unos balazos al aire y se fue. La gente enmudeció, hubo cierto alboroto pero al día siguiente -sí, al día siguiente- regresó a seguir bailando y a seguir viviendo su vida cotidianamente, como si no pasara nada.

 

En un entorno como éste acabé de leer el nuevo libro de Gerson, el cual se presenta hoy. Como soy reportero, al tratar de explicar mis impresiones sobre los textos de Gerson, tengo que recurrir a una anécdota que se me vino a la mente cuando leía Open Book en el Sol y Sombra.

 

“Ahí en esas luces yo fui feliz”, nos dijo un amigo pintor a bordo del chevy que recorría el bulevar Rodrigo Mora, pasando frente a un desahuciado edificio del centro de Monterrey, cerca de la calle Villagrán donde El Sabino Gordo y otros lugares ofrecen los sueños surrealistas y clandestinos a los que quizá se refería el pintor. Nosotros íbamos a una cantina bandolera que sólo abría muy de madrugada. En lo que conseguíamos acceso al lugar, hicimos escala en un garito temible de tres pisos llamado “Los Guichos”, a dos calles de la Central de Autobuses.

 

Al llegar al primer nivel, una mesera salida de un cuadro de Botero pero no feliz, sino con una cara llena de fastidio, imponía su reinado a los que tomaban cerveza y miraban películas pornográficas y repeticiones de aburridos partidos de fútbol del campeonato nacional, como si ambas cosas fueran lo mismo.


“Tengo 20 años ebrio, festejando mi decadencia”, presumía el pintor, preguntándonos lo que se sentía en la sobriedad. “Es que ya no la recuerdo”, se justificaba, bebiendo una nueva cerveza. “Hasta el momento nunca he tenido un despertar fatal después de noches como estas”, continuaba ese bukowskiano amigo, que para nada estaba actuando, como sucede en ciertos casos.

 

Todos reíamos con él. Pero Gersón Gómez le festejó con cariño, diciéndole: “Lo mejor es que el día que eso suceda no lo recordarás”. Reímos más y el desmadre se alargó.

 

Open Book me parece un libro que no pudo ser escrito sino por un sobreviviente de esos despertares fatales que todavía no conoce aquél pintor de Monterrey. Al leerlo, se ve que Gerson tiene noches fatídicas, días fatídicos, horas fatídicas y lo mejor de todo, minutos fatídicos que recuerda muy bien. De ese agujero negro viene su literatura.

 

Un maestro que Gerson y yo tenemos en común, me dijo una vez que no se podía escribir ahora cualquier libro, que ahora escribir uno debía ser una protesta. Open Book, no es fácil notarlo a simple vista, pero me parece que cumple con ese requisito porque protesta contra la cotidianidad fingida en la que se suele vivir en Monterrey.

 

La de Open Book no es esa cotidianidad fingida donde senadores, diputados, alcaldes y regidores sesean ruindades entre sí, se dan de patadas y golpes bajos, y hacen cualquier otra cosa indigna en pos de poseer, así sea arrastrándose, un nuevo cargo para poder robar otra vez y así ad infinitum.

 

La de Open Book no es esa cotidianidad fingida en la que los habitualmente mudos y dóciles líderes charros de los sindicatos de Nuevo León se rasgan las vestiduras -de marca, por supuesto- cuando arengan en el café Flores sobre las precarias condiciones de los obreros del país.

 

La de Open Book no es esa cotidianidad fingida en la que un panista cena con un grupo de reporteros y tiene la estúpida idea de confesar su fascismo: “Yo no sé, ¿por qué tanto alboroto con lo de los 65 mineros muertos de Pasta de Conchos? En China se mueren mil mineros y nadie dice nada”.

 

La de Open Book, bendito sea, no es esa cotidianidad fingida con la que seres raros como los reporteros, tenemos que convivir, ya sea en la Cámara de Diputados de la ciudad de México, o el Palacio de Gobierno de Nuevo León.

 

Gracias, Gerson, por imaginar una cotidianidad distinta de Monterrey, real.

 

twitter.com/diegoeosorno

 

Texto para presentación de libro Open Book, Gerson Gómez, en primavera de 2007.

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