NUESTRA APARENTE RENDICION

La soledad de la guerra

En Ciudad Mier, como es tan pequeña, se oye todo. “No puedes aventar una granada sin que retumbe el pueblo”, me explicó una vendedora de tacos en algún momento de su narración sobre los nueves meses más álgidos de la guerra. En esos días los niños, resguardados en las habitaciones más seguras de sus casas, preguntaban cuáles eran los soldados buenos y cuáles los malos. Los padres no sabían que contestar. Mientras conversábamos pasó un convoy militar: Tres coches con seis soldados en cada uno.

 

La guerra empezó en enero de 2010. Transcurrió del invierno a la primavera, de la primavera al verano y del verano al otoño, cuando sucedió la batalla del dos de noviembre, que por fin haría visible para el resto del país la tragedia que padecía el pueblo. La tragedia incluyó noches interminables, cuando en las casas se oía el metal escupido por las bocas de los rifles, y en las en que los días siguientes, a veces, se amanecía con el río convertido en un cementerio de chatarra de guerra, con camionetas que tenían la carrocería llena de boquetes naufragando en el caudal.

 

Ese laberinto negro de los insomnios que suelen provocar las guerras fue ignorado por las autoridades de todos los niveles, incluyendo al Ejército y la Marina, que se hicieron de la vista gorda hasta los primeros días de noviembre. En ese lapso, Alex fue lo único que detuvo un rato la guerra: sólo la lluvia que trajo un huracán llamado Alex consiguió cierta paz para Ciudad Mier.

 

Quizá uno de los sitios donde todavía se sentía era el hotel El General, ubicado en el cruce de las calles Allende y Colón. Frente a la puerta principal había un terreno abandonado con una casita verde que alguna vez fue la taquería La Lupita. Cristales rotos seguían esparcidos en la banqueta. A un lado, un salón de fiestas que tenía poco de haber sido inaugurado cuando la guerra lo arrasó y lo dejó, literalmente, hecho cenizas. Alguien decía que la realidad actual de Tamaulipas tenía tintes de película de Quentin Tarantino y de Robert Rodríguez, quienes, por cierto, han filmado varias de ellas en esta región conocida como La frontera chica.

 

Aquella vez que platicábamos en la taquería, en la plaza principal se alistaba una fiesta por los 218 años de fundación del poblado tamaulipeco. Antes de comenzar el evento la maestra de ceremonias mencionaba al alcalde y luego, nombre por nombre, la presencia de otras 32 personas, desde el gerente de Banorte hasta el carnicero del pueblo. El nombramiento de todos —y los aplausos correspondientes a cada uno— duró unos 18 minutos. Se trataba de un reconocimiento público a quienes, pudiendo no hacerlo, habían decidido regresar al pueblo.

 

Durante la coronación de la joven Emily I como reina de Ciudad Mier, un hombre me contó de las guerras centroamericanas de los años ochenta, que él había conocido por algunos libros que habían caído en sus manos gracias a los migrantes que antes, a veces, se dejaban ver por allí. Era una forma de decirme que soledades como la de Ciudad Mier eran iguales en todo el mundo.

 

twitter.com/diegoeosorno

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NUESTRA APARENTE RENDICION | 2010

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