NUESTRA APARENTE RENDICION

Cuarenta pesos cuesta una tanda de seis cervezas servidas dentro de una cubeta de aluminio con escarchas de hielo. En La Palotada, un cuchitril sucio y oscuro, se bebe para olvidarse de todo.

 

Algunos lo hacen también para resistir el despiadado calor tropical de Cunduacán, el pueblo de maíz y cacao de Tabasco donde La Palotada da albergue las 24 horas del día, los 365 días del año.

 

Mateo Díaz López conocía el tugurio. La Libertad, el ejido donde nació, está a unos kilómetros de ahí. Entre 1996 y 1998, cuando estaba en el 15º Regimiento de Caballería Motorizado del Ejército, a Mateo le gustaba visitar lugares de mala muerte como La Palotada.

 

 

Su vida cambió cuando desertó y en Nuevo Laredo comenzó a matar bajo las órdenes de Los Zetas. De pistolero ascendió a “jefe de estacas”, como le dicen en sus claves a los sicarios del grupo criminal. Como gerente de matones, pudo cambiar tugurios por table dance fronterizos con bailarinas extranjeras.

 

Sin embargo, la madrugada del 16 de julio de 2006 parecía no tener fin en La Palotada. Mateo y su compañero de parranda, el paramilitar nicaragüense Darwin Bermúdez, llevaban horas de tragos y de droga.

 

Un mesero del lugar, viendo cómo se abultaba la cuenta, les pidió pagar por adelantado. Mateo le mostró la pistola que llevaba en la cintura. El mesero, habituado a casos así, comprendió: un borracho más al que había que darle una lección. De inmediato salió del sitio y avisó a los tres policías coordinados con el tugurio, que había allí un par de ebrios que no querían pagar. Los policías entraron, los sometieron y se los llevaron a la cárcel local, donde los arrumbaron con los demás ahogados del día.

 

Horas después la borrachera amainó y Mateo consiguió un celular dentro de la pequeña cárcel. Al colgar, le gritó a los celadores y policías que lo liberaran de una vez porque en 15 minutos iban a llegar por él y los matarían a todos. Nadie se inmutó.

 

Diez minutos después —no 15— salió disparado el primer bazucazo. Un policía murió calcinado dentro de su vieja patrulla. Los sicarios entraron después de una balacera de media hora en la que los cargadores de R-15 caían como envolturas de papel. Ya dentro de la cárcel, no pudieron abrir a balazos la cerradura antigua de la celda donde estaba Mateo, El Comandante Mateo. Los fracasados intentos dieron tiempo para que llegara un convoy del Ejército. La batalla continuó. Dos policías murieron, tres sicarios recibieron disparos en el pecho y cayeron. Malheridos o muertos, se los llevaron sus compañeros en la retirada. Al que dejaron ahí fue a Mateo.

 

Horas después, El Comandante Mateo ya estaba en la SIEDO y el paramilitar Bermúdez deportado en Nicaragua. A los pocos días apareció tirado con 20 balazos el cuerpo de Carlos Mario Cruz Magaña, alias El Cati, el zeta que se encargaba de la seguridad del Comandante Mateo.

 

Y en La Palotada, pocos son los borrachos que ahora se niegan a pagar la cuenta.

 

twitter.com/diegoeosorno

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NUESTRA APARENTE RENDICION | 2010

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