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Bienvenido a la cárcel

¿Qué estaba pasando en las cárceles de Ciudad Juárez?

 

Entre el horizonte de tejabanes y casas de hormigón hay un cerro que tiene una leyenda monumental hecha con cal. El cerro fronterizo grita. Lo que dice es: “La biblia es la verdad” y puede leerse a kilómetros de distancia.

 

Abajo de ese cerro me vi con “El Pillo”, un hombre recién salido de la cárcel municipal de Ciudad Juárez.

-¿Qué pandilla manda en este barrio?- pregunté, para tratar de iniciar una conversación.

-Lo de los barrios ya chingó. Todos están por todos lados. Ahora lo que hay es pura mafia grande.

 

Tanto el Cártel de Juárez como el de Sinaloa, en el marco de su disputa por la ciudad, aumentaron desde 2005 su control sobre las gangas de la zona, cuyos miembros fueron convertidos en carne de cañón de su salvaje competencia mercantil. Los de Juárez lo hicieron con Los Aztecas y los de Sinaloa con Los Mexicles.

El Pillo” era un pandillero de más de 50 años que no tenía mucho de haber dejado la prisión. Mientras me hablaba con voz gargajosa yo respiraba palabras cargadas de cerveza. Tatuajes en brazos y espalda se asomaban en su camiseta. Ninguno con alusiones prehispánicas. “La semana pasada me pararon los guachos (militares) y querían ver mis tatuajes. Pensaron que éste (me enseñó uno de un raro animal de la mitología china) eran unas líneas aztecas pero después ya se dieron cuenta de que no.

 

¿Tú sabes que aquí, a los que traen tatuajes aztecas les dan piso o los desaparecen?”.

Le pregunté a El Pillo por la vida en las prisiones de Ciudad Juárez.

 

Tu llegas al penal torcido por varios años y entonces te tienes que enranflar. Te subes a la ranfla y luego ellos te dan tu huarache”, me explica sobre la forma en que Los Aztecas reclutan a sus nuevos miembros allá tras las rejas. Enranflar quiere decir que tienes que hacer algo que te haga merecer el ingreso  a la pandilla.

 

- ¿Cómo qué cosa debes hacer?

- Mínimo matar a alguien.

 

Un huarache, de acuerdo con el diccionario de Los Aztecas, es un tatuaje en el hombro izquierdo con el cual queda establecido que se forma parte del grupo. Adentro los tatuajes cambian de acuerdo con los grados de indio, capitán, teniente y general.

 

Pensándolo bien, es exagerado decir que Los Aztecas son un ejército. Lo que sí es que la mayoría de ellos saben usar armas. Y las usan muy seguido. Una vez que reciben su huarache, apretar el gatillo se vuelve algo todavía más fácil.

 

La decisión de formar parte de Los Aztecas o de Los Mexicles es inevitable para los recién llegados a las cárceles de Ciudad Juárez. Ellos dan la bienvenida y ellos mandan. Quien llega escoge una banda y escoge también a un enemigo. Ambos grupos controlan a sangre, fuego y dinero el territorio en el que la readaptación social es tan sólo un buen deseo y otro síntoma más de la enfermedad crónica que padece el sistema judicial mexicano.

 

En el penal municipal, luego de la ejecución del director del lugar, las autoridades construyeron un muro de seis metros de altura para dividir los módulos que controla cada banda. Mediante esta resignada forma la penitenciaría se convirtió en realidad en dos cárceles.

 

Una para cada pandilla.

 

www.twitter.com/diegoeosorno

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