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Flor de Bengala Foto: Diego Osorno

Esta rara planta brota después de crecer con lentitud y delicadeza en los abismos. Su aparición es repentina, cabal y asombrosa. Con solo rozarla, rincones abandonados -un pueblo gobernado por un tirano, el corazón de un tigre triste- viven una renovada certeza, les llega el fuego del combate.

Es una flor misteriosa que lo mismo se le puede ver fecundar de madrugada en los jardines de la plaza Labastida de Oaxaca o en la Emiliana Zubeldía de Sonora, o a oscuras en una playa fluorescente de la costa Chica de Guerrero, y a veces, hasta en el asfalto del día de ruido que hay en la ciudad de México.

Su tallo, suave y ondulante, también es fuerte: puede cargar la esperanza en las entrañas. Y sus geométricas hojas de colores crecen con la luz del sol, como crece, en el momento indicado, la rabia volcánica de un país, ante la incandescencia del dolor.

A la Flor de Bengala, filósofos, internos de manicomio, guerreros y escribas, le dicen utopía.

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