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Violencia y cultura

A través de las siguientes ideas busco trazar líneas de reflexión en relación a un hecho concreto de nuestra cultura: la violencia. Estas reflexiones, que forman parte de un marco mayor, están directamente relacionadas con mis intereses como investigador. El entender la violencia en relación con la cultura me ha llevado a abrevar en diferentes espacios del conocimiento. Me ha posibilitado también establecer relaciones entre categorías aparentemente disímiles (la cultura, la violencia, lo sagrado), a la vez que me está permitiendo dar cuenta de los elementos constitutivos del proceso civilizatorio del que formamos parte.

Interesante este formar parte si lo vemos más de cerca, dado que nos asigna de entrada una posición periférica en relación al centro de la cultura occidental. Sin duda, una posición subordinada, sin embargo, no por ello dejar de ser un espacio de enunciación y reflexión.

 

Hablar de cultura occidental es dar cuenta, para comenzar, de la complejidad del proceso civilizatorio que la caracteriza y la define. Es decir, el vínculo estrecho que históricamente los pueblos colonizadores y fundadores de este espacio geopolítico han establecido entre cultura-civilización-progreso, se fundamenta en una relación causa-efecto sobre la que se asientan los elementos propios de la construcción del mundo en Occidente. Sin embargo, la particularidad de esta relación es precisamente lo que busca ocultar, no tanto lo que nos muestra: colonización, explotación, esclavitud. Elementos que en sí mismos ponen en evidencia la estructura desde la cual se configuran. Me refiero concretamente a la violencia constitutiva de la que forman parte. Estos elementos también violentos (piénsese en la experiencia de la colonización, en sí misma caracterizada por esa violencia física, pero también simbólica; el llamado tercer mundo, es un mudo testigo de este proceso “civilizatorio”), no son sino la parte visible de esta compleja relación, la parte externa por expresarla en estos términos.

Lo que realmente llama la atención es la relación oculta, no manifiesta entre cultura y violencia. Dado que se piensa en general a la cultura como esa estructura que define la separación del hombre con la naturaleza, por tanto, como una especie de distinción entre lo propiamente humano y lo salvaje. La cultura se ha visto como esa creación humana que define precisamente lo humano, como el más alto grado de creación no sólo intelectual sino, en el mismo movimiento, simbólico. Esto, es precisamente lo que no permite observar ese sustrato que también ha definido a la cultura, sí, a esa de la que por momentos nos sentimos orgullosos y defendemos como lo más humano de lo humano. La cultura occidental se estructura en función de la relación que establece con una violencia originaria, una violencia que se constituye como tal en función de lo sagrado de lo cual toma forma.

Entiendo lo sagrado como una estructura simbólica que se define como trascendente. En este sentido, hago referencia a lo sagrado en su sentido más general, no sólo, y repito, no sólo en relación a una religión institucionalizada, sino también en función de las mutaciones que ha tenido hasta impregnar y configurar otros espacios desde donde también lo humano toma un claro sentido; por ejemplo, el espacio de la política, con todos sus rituales, mitos y símbolos asociados, aludiendo en su conjunto a lo sagrado impersonal, pero no por ello menos efectivo. La efectividad de lo sagrado: el orden que funda. El objetivo de la cultura: el orden que ostenta, un orden que permite habitar el mundo. Lo humano entonces es un orden dado de antemano. El gran problema de Occidente: el orden que se construye a partir de su cultura, de lo sagrado y de la violencia.

Desde esta perspectiva, los medios de comunicación nos inundan en todo momento de imágenes-sangre, imágenes-dolor, imágenes-guerra. De ninguna manera estas imágenes son ficción, antes bien, dan cuenta de este proceso, son producto de esta ambivalencia. Lo paradójico, cuando se nos oculta la otra cara: la violencia-orden, violencia-cultura, violencia-sagrado. En esta negación se encuentra inscrita la efectividad de la violencia, se muestra desgarrada y sangrienta, a la vez que oculta la serenidad que subyace al orden que instaura. Un orden, insisto, dentro del ámbito de lo sagrado. En este complejo proceso, en cada nueva guerra, en cada histórica invasión, en cada nueva y sorprendente intervención a “favor de la paz”, se ha jugado el orden cultural de Occidente. Un orden que se materializa en esto que llamamos cultura.

 

Miguel Ángel Paz Frayre

Doctor en antropología por la UNAM

NUESTRA APARENTE RENDICION | 2010