Me quedé inmovilizada; le tenía miedo a los hombres porque sabía que me iban a hacer algo, pero tampoco podía moverme para caminar en las calles. No veía a nadie. Estaba oscuro. No sabía si arriesgarme a que ellos me hicieran algo o caminar por Ciudad Juárez. De repente salí del bar corriendo, pero me sorprendió un río que había sustituido al camino. Sólo había un barco-taxi, como los de Venecia, que podía llevarme a Barcelona de regreso. Era el último barco de la noche y en él había una mujer y su hijo. Ya iban a salir, pero aún así me dejaron subir. Entonces subí, pero a medio camino el barco empezó a hundirse, y la mujer, el niño y yo intentábamos sacar el agua, mientras el marinero manejaba el barco. Barcelona estaba muy cerca, pero yo estaba inundada de miedo.