NUESTRA APARENTE RENDICION

Una fosa en medio de mi sala

Una fosa en medio de mi sala readingeagle.com

Recuerdo la embriaguez de la fiesta, las risas y las charlas. Todo transcurría de manera cordial y amigable. Las fiestas son fiestas incluso en los sueños. Lo raro de esta es que era en la casa de mis padres y ellos no suelen ser afectos a reuniones. Otra diferencia era que la sala donde mis hermanos y yo jugamos durante la niñez parecía enorme y estaba ubicada en un primer piso con un gran ventanal que daba a un estacionamiento. Pensándolo bien, parecía el lobby de un hotel pero con los muebles de toda la vida. Éramos como doce o quince personas pero solo tengo grabadas las caras de mi familia, que disfrutaba también del convite.

De repente recuerdo que llegaron los Zetas. Un comando de cinco personas armado con fusiles de asalto Barret. Buscaban a unas personas del imaginario hotel en el que se había convertido la casa de mis papás. Como he leído en tantas crónicas periodísticas, nos amagaron con las armas. No recuerdo que nos insultaran, pero es posible que la vigilia se haya llevado partes importantes del sueño. Aunque debo decirles que al escribir esto parte del miedo permanece. Del allanamiento recuerdo vívidamente las caras de mi familia: mi hermano, desencajado e iracundo, recriminándose haberse animado a investigar temas de violencia; mi madre, llorando en silencio, con los ojos pequeñitos, pequeñitos; mi padre mirando atónito desde una camioneta estacionada al frente del lobby-salón; y mi hermana escrutando, como siempre, mis ojos buscando una urgente complicidad para salir de la situación.

No hubo tiros, o al menos no recuerdo el tableteo de las armas automáticas. Solo supe que habían matado a dos personas cuando vi que arrastraron sus cuerpos cubiertos en sábanas blancas y ordenaron que caváramos una fosa para enterrarlos. Una fosa común en mi propia sala. Cavé con pico y pala, quité las losetas que sirvieron de cancha de futbol en mi niñez y, para mis sorpresa, brotó una tierra blanda que retiré con la pala. Luego apuntalé las fosas con unos grandes rectángulos de acrílico. También me tocó arrastrar los cuerpos. Solo recuerdo que me decían que se lo merecían. Ya no nos apuntaban con sus armas.

Alguien me ayudó a tapar las fosas y el ambiente se distendió por completo. Recuerdo sentir el abrazo cariñoso de uno de los sicarios que resultó ser una mujer morena, alta y de pelo rizado. En otra ocasión me hubiera sentido halagado, pero el cañón de su rifle de asalto todavía desprendía calor.  No puedo imaginarme a una mujer, y mucho menos a una tan hermosa, disparando a matar.

Después de que terminé de llenar la fosa, mi padre bajó de la camioneta desde donde había visto todo. Me sorprendió que los sicarios le abrieran la puerta y lo saludaran. Todos seguíamos petrificados pero los sicarios querían comer algo y quedarse a la fiesta. Lo último que recuerdo antes de despertar a las cinco de la mañana es que mi papá les ofreció bocadillos de jamón serrano y queso crema y que pareció que no hubiera pasado nada. Sobra decir que no pude volver a dormir.

 

 

 

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NUESTRA APARENTE RENDICION | 2010

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