NUESTRA APARENTE RENDICIÓN QUEREMOS CONSTRUIR PAZ Y DIÁLOGO. POR ESO ESTAMOS AQUÍ

Vuelvo al día de campo. Los colores son vívidos, me acuesto en el pasto, mirando al cielo. Aunque es de día busco ver las estrellas. Las risas y gritos de alegría de un grupo de personas desconocidas, que me invitaron, me sacan de mi búsqueda. Proponen un juego y comienzan a escarbar la tierra, ríen, hacen bromas mientras yo permanezco sentada mirando con asombro lo que hacen. Yo no río, me angustia ese juego.De inmediato veo que son varias fosas, como de un metro de profundidad. Me invitan a participar sonriendo. Yo permanezco sentada, como enraizada a la tierra. Se acuestan en las fosas, ríen. En ese momento descubro que en la última fosa hay una persona muy querida y…

Estaba en un edificio, oscuro y semiderruido. Quería salir, pero no encontraba ninguna puerta. Mi angustia crecía. En un pasillo, sentado sobre un banquito, estaba un colega de Nuestra Aparente Rendición, que bordaba una mantita con letras rojas. “Es por allá”, me dijo; “salte, ya salte, ya salte”, me repitió, y con su aguja de tejer me indicó una dirección. Seguí caminando y salí a un espacio abierto. Frente a mí, había un cementerio muy grande, enorme, con algunas cruces rosas como las de Ciudad Juárez. Yo no quería pasar en medio del cementerio, así que lo rodeé. Caminaba y lloraba; me perdí, pero por alguna razón sabía que estaba en Barcelona.  

    Ninguno de los miembros del grupo lo sabía y yo no quería contarlo, porque en cuanto empezaba, rompía en llanto. Desconsolado, como un niño. Uno de mis clientes la buscaba para ofrecerle una colaboración, pero me negaba rotundamente a dar sus datos personales, alegando protección, pues me constaba, y nunca supe cómo, que la querían acallar; que la andaban buscando. Para matarla. De pronto, mi hermano y yo nos dirigíamos a una asamblea clandestina de justicieros donde se debatirían los próximos pasos para hacerle frente a la guerra sin cuartel que se libraba en México.