A+ A A-

El Mercadito Buelna de Culiacán

Profeco Profeco Profeco

Es fama que el mercadito Rafael Buelna de Culiacán es fundamental para entender cómo la violencia de los productores de opio de la sierra bajó hacia el fértil valle de Culiacán a finales de los años 1940. Cuenta el historiador sinaloense de ascendencia japonesa, Heberto Sinagawa, que por aquellas fechas se construyó el famoso mercado y que, desde muy temprano, se convirtió en el escenario de los desmanes de agricultores sierreños que bajaban a cambiar los dólares de sus tráficos y emborracharse.

 

 

En el mercadito había una terminal de los tranvías que iban a la sierra, con lo que este espacio se volvió el punto de conexión entre ambas orografías.

“Allí fue el primer germen de la violencia del narcotráfico en Culiacán,” dijo Sinagawa en alguna ocasiones.[1]

Según él, este germen de violencia se empezó a evidenciar al final de la II Guerra Mundial, pero no después de 1952, cuando las balaceras de los pendencieros campesinos eran ya frecuentes. Luego de bajar del tranvía y cambiar sus dólares, los nuevos productores y traficantes de opio se metía en las cantinas. Había tamboras tocando música tradicional por todos lados. No faltaban los rivales que se aparecían a dirimir sus diferencias a balazos. Fue entonces que se empezó a hablar del narcotráfico y, poco a poco, la violencia se fue esparciendo en todos los rincones de la ciudad.

Muchos narcotraficantes construyeron casa en la ciudad de Culiacán, porque según dice Sinagawa (aunque a mi no me convenza) no eran del valle sino de la sierra. Venían del lado de las montañas de Topia o de Canelas, Durango, y se instalaban al oriente de la ciudad. Los de Badiraguato, en cambio, se fueron a vivir a la colonia Tierra Blanca.

La fama narca de la colonia Tierra Blanca, retratada en la novela homónima de Leonides Alfaro, se consolidó en aquellos años.

Muy pronto llegaron viajeros que, enterados de la tremenda violencia de este pedazo de tierra culichi, preguntaban a los intelectuales locales:

-¿Qué es lo que pasa en Tierra Blanca?

-¡Pues simplemente que la gente de la sierra ha venido a construir su casa en Tierra Blanca y aquí viven muy contentos! Además se convirtió en un verdadero polvorín, se matan unos con otros, siempre en las famosas vendettas de las bandas rivales, contestaba Sinagawa

Los intelectuales sinaloenses no se quedaban callados. Aclaraban a los fuereños que había narcotraficantes muy nobles y serviciales con su comunidad. Sinagawa reprodujo las conversaciones de los narcotraficantes con la gente del pueblo:

-¡Óyeme que tengo a la mujer parida!

-¿Cuánto necesitas?

-¡Que mi hijo!

-¡Que medicinas!

-¡Que no llovió!

-¡Que necesito comprar un par de mulas!

-¡¿Cuánto le hace falta?!

Muchos narcotraficantes desde aquellas fechas suplieron al gobierno proveyendo de algunos servicios. Se veían muy generosos y pues, si el gobierno no se hacía cargo de llevar los servios a la sierra, les pedían a ellos. Seguramente, muchos narcotraficantes hubieran preferido que el gobierno llegara y se hiciera cargo de los gastos, pero como nunca pasó ellos desembolsaron, por ejemplo, para llevar energía eléctrica a los pueblos perdidos entre los cerros de la Sierra Madre.

El costo social fue lidiar con la violencia de sus negocios, porque con ese dinero no todo podría ser bondad.

“¿Por qué no le causa ninguna alarma al sinaloense este baño de sangre de todos los días?”, se preguntó el periodista sinaloense Antonio Hass en los años 1980. Él mismo contestó: “Porque son muertes predestinadas”.

Eran tiempos en que el narcotráfico implicaba un destino. Los narcotraficantes seguían ciertos lineamientos éticos. Sabía que liquidarían a los “dedos”, cualquiera que los denunciara con la PGR o el Ejército. También liquidarían a los traidores, que poniendo cara de socio buena gente hacían malas jugadas.

El pueblo sinaloense y sus intelectuales tenían la certeza de que los grupos de narcotraficantes sólo se atacaban entre ellos, aunque hubiera balas perdidas:

“Entonces estas bandas rivales —decía Sinagawa— son las que se liquidan unas a otras y son las que nos mantienen en constante zozobra a todo el mundo porque en el alto del semáforo, no sabe uno si de repente lo van a rociar de plomo por un lado.”

Y como el dinero no tiene principios morales ni ideología, fue con base en el dinero que los narcotraficantes entraron a todos los espacios de la sociedad sinaloense. Llegaron a colonias, como la Guadalupe y la Chapultepec, que antes estaban reservadas a los agricultores decentes, sobre todo de ascendencia griega, que se dedicaron a la innovación tecnológica y a la exportación de hortalizas. Los narcotraficantes también atestaron los bancos locales con cuentas de ahorro que nunca se invertían. Luego lograron casar a sus hijos con la hija de algún agricultor poderoso. Se extendieron en cada ámbito de la buena sociedad.

Ya en los años 1960, era frecuente ir a alguna fiesta del Hotel Ejecutivo, que estaba de moda, para darse cuenta que era el matrimonio de alguna niña bien de Culiacán con el hijo de un narcotraficante sierreño. En alguna ocasión, hubo una de estas fiestas en el Country Club: trajeron gardenias y tulipanes desde Holanda, había caballos y una carroza de los establos de Pedro Domeq y el servicio de banquete viajó desde la ciudad de México con todos sus chefs y meseros. ¿El recuerdito de la fiesta?: Centenarios. Oro macizo para que el bodorrio fuera inolvidable.

Por esta profunda vinculación social con el narcotráfico, Sinagawa atinó en llamarnos a aceptar la triste realidad sinaloense:

“Culiacán creció con el empuje del tomate, del algodón, del sorgo, del trigo, del arroz, pero también por la fuerza espantosa, terrible del narcotráfico, y en otras circunstancias el narcotráfico ha venido a llenar ciertos vacíos de tipo económico que ha venido permitiendo que la ciudad siga manejándose a cierto nivel con cierta solvencia. Porque muchos economistas se preguntan ¿Qué sería de Culiacán, de Sinaloa, sin el aporte significativo del narcotráfico? ¡tenemos que aceptar esa realidad!”

 

 

(Ocurrió en Culiacán alrededor de 1952)

 

Froylán Enciso

 

 

ººº

 

Posdata

Un día del verano de 2009, acompañé a un amigo periodista a Guadalajara para entrevistar al hijo de un famoso capo sinaloense. Entre las cosas que me dijo este compilla lo que más me impresionó fue su historia de amor con una de esas niñas bien. El padre de la muchacha no dejó que de ninguna manera se acercara a la familia de afamados políticos sinaloenses. No pude dejar de sentir empatía por el compa.

Sus palabras también parecían confirmar lo que dijo Sinagawa: el mercadito Buelna de Culiacán es fundamental en la historia de narcotráfico sinaloense. Fue ahí donde, por ejemplo, su padre conoció a quienes lo acompañarían en millonarias aventuras de tráfico de cocaína a finales de los años 1970 y principios de los 1980. Su padre era un emprendedor del valle, pero consiguió a gente de la sierra entre los cargadores y mandaderos del mercado. Pero esa es una historia que aún no se puede contar con certeza, aún.

 

 

 


[1] Algunos de sus discursos y conversaciones se conservaron en esta publicación: Sinagawa Montoya, Herberto, and Luis Antonio García. 2005. Después de todo, fue muy divertido: relatos autobiográficos de Herberto Sinagawa Montoya. [Mexico]: H. Ayuntamiento de Culiacán.

TESTIGOS PRESENCIALES

ESTADO DE LA REPÚBLICA

DESAPARECIDOS

PRENSA AMENAZADA

RECIBE NUESTRO BOLETÍN

Nombre:

Email:   

NUESTRA APARENTE RENDICION | 2010