La primera mitad del siglo XX nos mostró cómo fueron surgiendo las primeras relaciones entre consumidores y proveedores de drogas ilegales en México. En este caso, hablaremos un poco acerca de la morfina, los primeros contactos que tuvieron con ella, algunos pobladores sinaloenses y la reacción de las autoridades judiciales, frente a estos acontecimientos, que comenzaban a generar polémica entre propios y extraños, cuando la violencia no estaba vinculada a su consumo, comercio, producción y penalización.
¿Y la morfina apá?
Desde tiempos muy remotos, las civilizaciones de todo el mundo han utilizado las propiedades de diversas plantas, como remedios medicinales y herramientas para contrarrestar el dolor. Una de ellas es el opio, de la cual se obtendría una sustancia muy singular a la que algunos científicos llamarían, “la medicina propia de Dios”, debido a su enorme utilidad en el campo del conocimiento médico. Los avances que logró la ciencia en el siglo XIX permitieron realizar más investigaciones sobre este tipo de plantas, lo que derivó en el descubrimiento de numerosos alcaloides con efectos psicoactivos tales como la nicotina, la quinina, la cocaína, entre otras.
Fue el farmacéutico alemán Friedrich W. A. Sertürner, en 1803, el primero que logró aislar del opio una solución a la que le dio el nombre de morfina, en honor al dios griego Morfeo, quizás por la particular relación que encontró Sertürner, entre este héroe mítico, los estados de relajación de la mente y las plantas enervantes.
Además, coincidiendo con Sertürner, podemos también decir que Morfeo era más del barrio que de otra parte y es que por más que a este personaje de la mitología griega se le considerara una deidad, existen evidencias bibliográficas que lo presentan con un rostro más humano que el de muchos otros de sus colegas dioses.
Por ejemplo, en la obra de Ovidio, La metamorfosis, el pasaje de Ceix y Alcíone nos describe un poco su estilo de vida. Según cuenta la leyenda, Morfeo (o “El Morfis”, como le decían de cariño) tenía algo así como una especie de fijación por las hierbitas mágicas, especialmente por las flores de adormidera, las cuales crecían por montones a la entrada de su residencia, en donde se encuevaba, para pasar largas horas reposando, o como dicen en mi pueblo, “baquetoneando” y echando a volar su imaginación con los poderes que poseía. Todas las noches invitaba a sus camaradas a ponerse “relax”, a descansar y a olvidarse de las mortificaciones de la vida cotidiana, lo que de entrada resultaba atractivo incluso para las doncellas griegas, quienes a menudo lo frecuentaban para que les contara chismes de sus esposos o les hiciera uno que otro favorcito. Tal vez por eso es que Sertürner, no la pensó ni dos veces para bautizar su creación aludiendo al dios de los sueños.
Los años maravillosos
Aunque desde 1803 ya había sido aislada la morfina, no fue sino hasta el siglo XX, cuando en México, comenzamos a conocer de las bondades médicas y recreativas de este analgésico. La década de los treinta fue el escenario histórico sobre el que aparecieron los primeros antecedentes del combate al consumo de morfina en Sinaloa. En aquellos años, dicha entidad contaba con una población aproximada de 395,618 habitantes, de acuerdo con las cifras oficiales que arrojaría el censo de 1930 realizado por el INEGI. El presidente de México, Pascual Ortiz Rubio renunciaba a su mandato en 1932. El gobernador Macario Gaxiola colaboraba con el gobierno federal en la repartición agraria y a la postre sería honrosamente recordado por ser de los pocos funcionarios que regresaba a la tesorería el sobrante de sus viáticos, algo que resulta verdaderamente insólito, no comprendo cómo es posible que se le recuerde con tanta admiración por una costumbre tan frecuente en el actuar de nuestros gobernantes, por lo que si usted, amigo lector, considera oportuno incluir a alguien más dentro de esta categoría, con toda confianza y aprovechando las ventajas de la tecnología, nos lo puede sugerir y con gusto lo agregaremos.
El turista incomodo
El atractivo natural de “la perla del pacífico” y la constante llegada de visitantes extranjeros contribuyeron a que el tráfico de la novedosa substancia se realizara a través de embarcaciones, que llegaban a Mazatlán provenientes de la Unión Americana. Los vaporineros eran las personas empleadas de barcos que realizaban negocios mientras viajaban de puerto en puerto. Hacían su agosto con el comercio de toda clase de mercancías y las drogas ilegales por supuesto, no fueron la excepción. El vicio de la morfina no era tan popular, poco a poco se fue dando a conocer entre los consumidores de sustancias tóxicas que decidían experimentar con nuevas clases de narcóticos, también entre personas con algún tipo de enfermedad o padecimiento y que de una u otra forma conseguían tener acceso a este medicamento.
Los adictos también eran víctimas de bullying procesal, ya que muy a menudo y por cualquier pretexto, por simples rencillas o cuando estos no lograban cubrir una deuda, se les denunciaba ante las autoridades, acusándolos de traficar con drogas. Muchas de estas acusaciones ni siquiera tenían fundamento, a otros infortunados se les consignaba sin haberse realizado debidamente la comprobación y demostración del cuerpo del delito.
Así es que a continuación les contaré esta serie de anécdotas relacionadas con el asunto de la morfinilla y de la raza que le ponía en aquella época.
Y todo por no fiar
Fue en 1930, mientras la ciudad se preparaba para celebrar el tradicional carnaval, cuando el señor Faustino Luna, un mecánico que trabajaba por su cuenta, recibió la inesperada visita de José Loya, un viejo conocido y compañero de afición. Loya sabía que Luna le entraba al jeringazo, de modo que acudió a él, para pedirle que le consiguiera una poca de morfina. Luna de inmediato aceptó el encarguito y sin sospechar en ningún momento lo que le esperaba, fue directo al muelle a buscar el producto. Llegó de pronto a la Aduana, donde los vaporinos, le dijeron que un marinero que había bajado del vapor Colombia tenía una pequeña cantidad de morfina. Así que lo buscó hasta que dio con él y le compró la droga, pagándole seis pesos por ella. Más tarde, Loya regresaría a recoger el pedido y una vez que estuvo ahí, le pidió que le vendiera nada más un peso, supuestamente para corroborar que se trataba de morfina. Al rato volvió y le pidió a Luna que le vendiera todo el menjurje, puesto que Luna solo quería venderle la mitad de lo que tenía. Al ver lo desesperado que aparentaba estar Loya, Luna aceptó y se la vendió toda en seis pesos. En el momento apareció el cabo de policía de a pie, Aniceto López y detuvo a Faustino Luna. Todo se trataba de un “compló” para encarcelar a Luna, orquestado por el policía Aniceto López y José Loya.
Desconocemos los motivos que tendría José Loya para denunciar al compa Luna, ni tampoco podemos saber si Faustino Luna realmente comerciaba con morfina o simplemente la consiguió para hacerle un favor a Loya. Lo que sí sabemos es que, después de siete meses de su detención, se lo absuelve, ya que la defensa, atinadamente señaló en sus conclusiones, que los médicos que revisaron la substancia no habían sido nombrados peritos por el juzgado, ni por ninguna de las partes, como lo marcaba el Código Federal de Procedimientos Penales vigente en ese momento. El Juez resolvió que el dictamen, en donde se decía que la substancia era morfina, carecía de valor legal para acreditarse el cuerpo del delito, ordenando en ese momento, la inmediata libertad de Faustino Luna.
La tiendita de Don Luis
Todo parecía indicar que solo se trataba de un negocio muy poco redituable y no había muchos interesados en comerciar con la morfina, hasta que en 1931, el Señor Luis Sotomayor, exitoso empresario y dueño de la Botica Mazatlán, es acusado por un ex policía y estudiante de nombre Alfonso Cázares, de ser uno de los principales compradores de esta substancia en la ciudad.
Esta historia comienza cuando el joven Cázares es detenido por el inspector de policía Modesto Castro, quién al revisarlo le encontró cuatro paquetitos que contenían 72 gramos de morfina. Al ser interrogado Cázares dio santo y seña de cómo había obtenido la mercancía.
Resulta que Cázares tenía contactos marineros y fue uno de ellos el que le avisó que abordo del vapor “Ecuador” venía un individuo que al parecer traía consigo algo de la mencionada droga. Estando Cázares en el embarcadero, otro sujeto apodado “El Güindiri”, le señaló a la persona que había llegado con la morfina y quien se la traía especialmente a un tal Miranda, de origen chino, que vivía en Mazatlán. Una vez ya identificado el sujeto, Cázares lo siguió hasta llegar al domicilio del chino Miranda y haciéndose pasar por agente confidencial de policía, le recogió la droga al vaporinero, cuando este negociaba la venta de la droga.
Cázares declaró también que el chino Miranda, dos meses antes había vendido dos onzas de morfina a la Botica Mazatlán en cientocincuenta pesos, recibiendo Miranda, veinte pesos en efectivo y dos cheques a cargo del Banco Occidental de México, firmados por Luis Sotomayor, que el mismo Cázares cobró. Esta información fue apoyada después por el chino Luis Miranda en su declaración. Miranda señaló al señor Enrique Moreno como el responsable de vender la droga a Sotomayor, pues asegura que estaba enterado de que Cázares había dado la morfina a Moreno y de haber visto a este último entrando a la Botica Mazatlán, donde negoció la venta del fármaco directamente con Sotomayor. En esta operación, Miranda recibió siete pesos de comisión.
Por supuesto que Enrique Moreno negó rotundamente los hechos que le achacaban y se deslindó por completo del asunto. Miranda agregó que Luis Sotomayor era el más indicado para confirmar sus declaraciones y señalar a la persona que le vendió la morfina. Al igual que Enrique Moreno, el señor Sotomayor negó totalmente lo afirmado por Miranda; y agregó que ni siquiera tenía cuenta en ningún banco de la localidad y mucho menos conocía a los que lo acusaban, aunque reconoció que la sociedad Escobar Sotomayor & CIA, sí tenía fondos en todos los bancos disponibles en la ciudad y no podía afirmar ni negar la existencia de ese cheque, debido a que todos los socios de su compañía tenían la capacidad de utilizar la firma social de igual manera y que el único autorizado para revisar la caja de la compañía era el señor Rodolfo Barajas.
A petición del Agente del Ministerio Público Federal, se realizó una inspección judicial en el Banco Occidental, con el fin de comprobar la existencia de los referidos cheques. Al efectuarse la fiscalización, solo se encontró un cheque firmado por sesenta pesos a nombre Escobar Sotomayor & CIA que coincidía con la fecha indicada por Cázares, pero le faltaba lo más importante para la defensa, la firma del acusado. Y así fue como Alfonso Cázares, no tuvo más remedio que hospedarse durante todo un año, en el lujoso hotel de los sentenciados por delitos contra la salud en la modalidad de tentativa, mientras que Don Luis Sotomayor, siguió atendiendo su negocito, como era su costumbre.
Fabricando el vicio
Ya en los años cincuenta se registraron los primeros casos sobre producción y procesamiento de este alcaloide, por lo que las autoridades judiciales coordinaban conjuntamente con la Secretaría de Salubridad y Asistencia y demás corporaciones policiacas, operativos de cateos sorpresa en las comunidades rurales, para encontrar cualquier rastro de drogas enervantes, narcóticos, así como laboratorios clandestinos e instrumentos y materiales que pudieran utilizarse en la elaboración de drogas.
Como en el caso del agricultor de Mocorito, Don Jesús Suárez Buelna, quien se encontraba en el interior de su casa, en compañía de su amasia Candelaria Reyes, cuando recibió la inesperada visita de su tocayo el señor Jesús Mata Montemayor, jefe del grupo de Narcóticos de la Secretaría de Salubridad y Asistencia, acompañado de varios elementos de la judicial federal y de la policía federal de narcóticos, no precisamente para saludarlo, sino para ejecutar una orden de cateo en su domicilio. El resultado del operativo fue exitoso para los uniformados. Decomisaron a Suárez Buelna 923 gramos de un polvo café con todas las características de la morfina, además de dos bolsas que contenían aproximadamente 410 gramos de marihuana y diversos utensilios para elaborar la droga, entre los que se encontraban: una balanza de precisión, matraces de cristal, pesajarabes, pomos con ácidos, morteros, probetas, tubos para muestrear y bicarbonato de sodio, es decir todo un kit completo para fabricar el polvito mágico.
Don Jesús afirmaba que las sustancias y objetos encontrados en su hogar pertenecían a su difunto padre, Don Rosalío Suárez, quién se dedicaba a la medicina y a la elaboración del opio. Sobre la morfina que le recogieron, declaró que su hermano Juan Neponucemo, instruido por unos chinos, aprendió a prepararla, pero que antes de terminar de venderla, fue asesinado. Nuevamente la cultura oriental presente, transmitiendo sus conocimientos y sabiduría ancestral a toda la humanidad.
Argumentaba Suárez Buelna que su vicio se debía a que desde hace tiempo padecía de dispepsia y que tampoco se deshizo de la droga porque sabía que tenía un valor y le pesaba hacerlo, guardándola por más de cuatro años. Otro doctor de nombre Enrique Peña, médico particular de la familia Suárez Buelna, en un escrito corroboraba lo expuesto por Jesús Suarez Buelna, afirmando que su padre el Sr. Rosalío Suárez, efectivamente se dedicó por mucho tiempo a la medicina y por esta razón, dejó en su casa, el botiquín antes mencionado. Pese a todo esto el buen Don Jesús fue declarado culpable del delito contra la salud en la modalidad de elaboración y posesión de morfina y por el delito posesión de cannabis indica. Recibió una pena de 2 años, seis meses de prisión y una multa de cientocincuenta pesos.
Un final no tan feliz
Bueno amigos, pues espero que esta trilogía de cuentitos sobre la morfina hayan sido de su agrado. Hago uso de este espacio para invitarlos abiertamente a explorar el fenómeno de las drogas y su relación con nuestra especie, desde una óptica más humana y sin esa carga de prejuicios baratos que pudieran limitar el desarrollo de nuestro criterio, al tratar temas de esta naturaleza.
Quiero por último recalcar, que el consumo de enervantes y sus drogas derivadas, no fue necesariamente un riesgo para la salud de la población sinaloense de los años treinta, cuarenta y principios de los cincuenta, cuando aún no surgían en nuestra sociedad, los grandes conflictos de intereses, que hoy padecemos, tanto por la producción, distribución y venta de estas mercancías, como por su prohibición y penalización.
No teníamos ni siquiera la más remota idea de que un futuro, este tipo de sustancias serían utilizadas como pretexto para llenar de armas el país, desencadenar una lucha estéril y atroz, desaparecer a miles de personas, incrementar desproporcionadamente el gasto nacional a las instituciones de seguridad, formar grupos de autodefensa, entre otros ejemplos absurdos que podríamos enunciar, sobre cómo nos salió más caro el remedio que la enfermedad.
Recuerdos nefastos abundan en la memoria de los que hasta ahora hemos sido testigos presenciales de las mortíferas consecuencias de un intento fallido por combatir, erradicar y penalizar, en nuestro país, el negocio que unos cuantos controlan y se mantiene generando ganancias millonarias año tras año. Nos guste o no, el uso de drogas, ha sido un hábito que ha acompañado al ser humano prácticamente desde que éste apareció en el planeta, costumbre que a pesar dé, sigue presente y continuará formando parte de nuestra realidad social.