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Nidia Olvera comparte sus investigaciones sobre la prohibición del peyote durante la colonia

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EL EDICTO DEL PEYOTE

 

Nidia Olvera

Escuela Nacional Antropología e Historia

 

A petición de los calificadores de la Inquisición que enviaron una carta el 29 de mayo de 1619 para que se castigase a quienes usaran esa yerba, en 1620 fue publicado el Edicto del Peyote. Los calificadores decían que al tomarlo se tenía un pacto implícito con el demonio. Después de ser tratado “con personas doctas y de rectas conciencias”, este escrito mandó que ninguna persona usara peyote, porque había “tomado mas fuerça el dicho vicio”, que atentaba contra la Santa Fe Católica. Era considerado de acción supersticiosa, ya que producía “imagenes y representaciones”.

Además era usado para adivinaciones en las que “se ve notoriamente la sugestion, y asistencia del demonio”. Así quedó censurado el uso del peyote y de otras yerbas con usos similares, “so pena de excomunión mayor o de otras penas pecunarias y corporales”, aunque absolvía a los que hubieren cometido el dicho delito antes de la publicación del Edicto.

 

Varias copias del Edicto del Peyote fueron enviadas a las distintas provincias en las que tenía injerencia el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición. Existen varios expedientes en los archivos modernos con el Edicto del Peyote. En la parte posterior tienen las firmas y certificaciones de los religiosos de haberlo leído, “delante de los españoles y españolas y indios y indias todos congregados en la missa”. Posteriormente  debían ser pegados en las puertas y pilares de las iglesias y conventos.

Después de ser comunicado el Edicto del Peyote varios acudieron a confesarse o hacer una acusación. Algunos por sentir culpa, como Juana de Avilés que en 1631 le dio peyote a su marido, “que nueve días arreo en el chocolate”. Declaró con “mucho pesar después de haver hecho y creido lo referido y pide perdón”. Otros denunciaban a mujeres que han escuchado hacen hechicerías y “bebidas indecentes”. Los pobladores en el temor de haber incurrido en un pecado acudían a confesarse. Los confesores absolvieron a los penitentes y en pocas ocasiones los remitieron a declarar al Tribunal de la Inquisición.

En la documentación se constata que participaron personajes de distintos grupos sociales novohispanos, desde el clero secular y regular que debían leer los edictos y escuchar las confesiones de los fieles, hasta algunos religiosos que sabían o experimentaron con algunas yerbas. Otros españoles recurrían a los rituales con plantas psicoactivas, en algunos casos llegaron a consumir estas plantas por desesperación o por mera curiosidad. También formaron parte y presenciaron rituales donde se utilizaron psicodislépticos.

Mestizos, negros y mulatos aparecían como denunciantes y denunciados. Varios acudían a los indios para rituales de adivinación y otros tantos realizaban ceremonias y consumían plantas psicoactivas. Los “naturales” aparecían en denuncias y procesos inquisitoriales y se mencionan muchas de las prácticas mágicas, religiosas o médicas que realizaban. La mayoría de las veces eran los indios los que sabían el arte curar, realizaban adivinaciones o proveían de diversas hierbas.

El peyote y otras especies psicoactivas fueron utilizadas en tiempos novohispanos con distintos fines. Los pobladores acostumbraban ir con los indios para encontrar algo perdido. Por ejemplo la madre “que queria saber si un hijo fraile françisco era vivo/o muerto”. Buscaban también animales robados, objetos como hachas, dinero, una cruz, una mina o hasta una mujer que buscaba “unos calçones que le habían hurtado”.

Tanto hombres como mujeres recurrieron a los psicotrópicos como un método en la magia amorosa, ya sea “para alcanzar mujeres”, “para saber si había de volver a su amistad un hombre con quien trataba”, para los maridos celosos o para amansar a algún hombre “por ser bravo de condición”. También se recomendaba para poder “atraer a los hombres y tenerlos sujetos a su voluntad”. Igualmente servía de amuleto, como el abogado de la Ciudad de México que en 1629 denunció haber leído de “un religioso dominico que trajendo consigo esta hierba se granjeaba la voluntad de los que gobiernan para ver si consejo le promueva… en algún cargo”. O como la negra esclava Dominga que traía peyote consigo para que su amo no la maltratara.

También tuvo importantes usos medicinales. Por ejemplo, en los rituales curativos para conocer la etiología de la enfermedad o para alejar los malos espíritus. Además de las diversas aplicaciones externas, como ungüentos que servían para la gota, tullimientos u otras enfermedades. Tal es el caso de la monja Isabel, a quien le recomendaron que para la gota “lavvais del peyote con manteca i untada en las manos”. La planta la consiguió con una india que iba a las puertas a vender legumbres, pero no le hizo efecto, a pesar de que fue molido por una doncella, como era recetado.  Le dijeron que se la aplique de nuevo y “que no me espantara si viera un viejo, una muchachita, que me habían de apretar las manos”. Pero no lo volvió a hacer por temor a transgredir la fe católica. Al acordarse del Edicto de la Santa Fe decidió escribir una carta al Santo Oficio y declarar que esto lo hizo “sin malicia alguna”.

En las denuncias y confesiones también se mencionan otras yerbas, como el puyomate, que se debe portar para alcanzar mujeres. El pipicicintli también era vendido por los indios para fines amorosos. El olulic que en 1635 fue usado por María de Cárdenas en Guatzindeo, para saber de su amistad con un hombre. Asimismo se mencionan otros ingredientes con que se mezclaban estas plantas como el chocolate, atole, gusanos, sangre menstrual o tierra de sepultura.

Las prácticas con estas plantas algunas veces se  les menciona como “superstición vana”, “que entre gente ignorante se practica”. Para quien las usaba, en algunos casos se sugirieron castigos corporales. Por ejemplo, refiriéndose a una curandera indígena se recomienda que “si el santo oficio quemase una destas se haria gran servicio”. Sin embargo, en la práctica ni la persecución ni las puniciones fueron comunes, ya que muchas veces las denuncias ni siquiera fueron atendidas. En la mayoría de los casos se  trataba de confesiones en las que decían estar arrepentidos, por lo que la sanción era menor, como a un hombre que después de haber tomado peyote para encontrar una mina en 1628 por su  autoconfesión no le dieron ninguna multa ni castigo sólo declaró el Santo Oficio lo siguiente: “este confesante hombre de bien pero torpisimo y muy ignorante y de poca capacidad” .

Por último, en raros casos fueron mencionados los efectos de las plantas psicotrópicas, todo aparece con un matiz de engaño y superstición por temor al demonio, a Dios o quizás al Santo Oficio. No se mencionan los cambios en la percepción o lo que pudieron sentir, mejor dicen que no les hizo efecto alguno y que no las usaron más, pidiendo perdón. Sólo una negra que buscaba una cruz de oro confesó haber bebido peyote. Dijo haber tenido “muchas visiones malas y al demonio y otras cosas y que la dicha cruz la vio andar por el aire”.

Para los occidentales la embriaguez era considerada como un pecado. Iba contra la templanza, una de las virtudes del alma que se caracterizaba por la moderación en la comida, el sexo y la bebida. La sobriedad o moderación en el beber fue una norma que se buscó implantar en la sociedad novohispana. Por eso la Iglesia tomó su papel de “dirección de conciencias y cura de almas”. Quedó así una de las primeras prohibiciones de drogas en México, que desde entonces se consideró como un vicio con el que se hacía una ofensa a Dios. Se decía que con el peyote se “enajenan y entorpezen los sentidos”. Además de otras personas “poco temerosas de Dios” que recurrieron a esta cactácea, era el demonio quien podía engañar fácilmente a los “naturales” que ya de por sí tenían una inclinación a la idolatría, las adivinaciones y otras acciones supersticiosas.

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