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Alberto Sicilia Falcón, el narcostar bisexual

Libro de Irma Serrano, "A calzón amarrado" Libro de Irma Serrano, "A calzón amarrado" Libro de Irma Serrano, "A calzón amarrado"

Alberto Sicilia Falcón nació en Matanzas, Cuba el 30 de abril de 1945. Luego de la llegada de Fidel Castro al poder se fue a Miami, donde, estudió en una escuela religiosa y enlistó en el ejército. Al parecer, se enroló en una o más agencias de inteligencia gringa con la esperanza de derrocar a la Revolución cubana en el poder, pero no le fue bien. En su registro judicial, hay cargos de adolescencia por conducta desordenada, vandalismo contra edificios públicos y “sodomía”. La primera vez que cruzó la frontera entre San Diego y Tijuana, en 1968, a los 23 años, los funcionarios de la garita lo tomaron preso al comprobar que no era ciudadano estadounidense, y un médico legista lo diagnosticó: “desorden de personalidad, desviación sexual, homosexualidad”.

Finalmente, pudo regresar a Estados Unidos y empezar a tejer una red de tráfico de drogas que se extendió alrededor del mundo.

 

Pocos años después, cuando las autoridades estaban tras sus huellas, James Mills, un periodista estadounidense que tuvo acceso total a la investigación de su red de tráfico, describió que para 1972: “Sicilia era parte del mundo de las mansiones  fortificadas, los carros caros, los botes acuáticos de carreras, el champagne Dom Pérignon, los puros Montecristo y la cocaína por kilo. Sus fiesta lo mismo en yates, salones de hotel o casa privadas en tres continentes, divirtieron a líderes políticos, industriales, estrellas de cine, criminales internacionales y jefes de inteligencia. Sus sobornos y regalos incluían carros deportivos italianos, joyas y pagos de millones de dólares… Su dinero rondó secretamente alrededor del mundo en bancos de media docena de países, Rusia incluida. Su influencia alcanzó los servicios de inteligencia de varios países, entre ellos, México, Cuba y seguramente Estados Unidos.”[1]

No voy a repetir todos los detalles que Mills obtuvo sobre la manera en que Sicilia Falcón extendió su imperio desde México. Él ya lo hizo y muy bien en The Underground Empire, el libro que escribió con base en la información del CENTAC 12, una organización policial y de inteligencia que formó el gobierno estadounidense para perseguir específicamente a Sicilia Falcón y su gente en junio de 1976. Los CENTAC fueron especialmente exitosos. La idea era crear organizaciones ad hoc, adaptadas a las características específicas de la organización criminal con independencia del resto de las agencias gubernamentales. Un CENTAC se disolvía cuando desarticulaba a la organización para la que fue creado.

En la primera fase, el CENTAC 12 buscaba desmantelar la red de tráfico de varias drogas que Sicilia manejaba desde México con fuentes de abastecimiento que incluían Sudamérica. En la segunda fase, de agosto de 1977 a diciembre de 1978, el CENTAC 12 buscó desmantelar las fuentes de abastecimiento de cocaína de lo que fue la organización de Sicilia. Cabe destacar que, en la operación contra Sicilia, el CENTAC 12 contó con la participación directa de agentes de la policía judicial federal mexicana. Incluso, en los documentos internos de sus operaciones, se mencionaba en el rubro de “otros agentes” a los mexicanos Gerardo C. Medina, Rubén R. Salinas, Rodolfo Ramírez, Joseph González y Joseph J. Rizzo bajo el mando del comandante Florentino Ventura. Fue la primera operación exitosa que se operara conjuntamente.

Sicilia Falcón tenía su centro de operaciones en Tijuana a principio de los años 1970. Estar en la frontera, le permitió supervisar el tránsito de drogas hacia Estados Unidos, consolidar un grupo de trabajo sólido, mantenerse alejado de las investigaciones de las autoridades estadounidenses y, mediante la expansión de sus relaciones en México, lograr, cuando no complicidad, impunidad ante el sistema policíaco mexicano.

Uno de sus contactos en México fue Gastón Santos, cacique de San Luis Potosí y miembro legítimo de la familia revolucionaria al ser hijo de ex general, famoso por su rampante corrupción, Gonzalo N. Santos. Tijuana, pues, fue la ubicación estratégica que, por lo menos por algunos años, permitió a Sicilia ir tejiendo sus redes, creciendo en los negocios, incrementando el dinero y los intereses que manejaba en su organización. En algún punto de este proceso, parte de los miembros de su grupo empezaron a querer más dinero, especialmente, el mexicano Alberto Barruetta, quien incluso intentó hacer negocios de manera independiente.

Fue entonces que Sicilia supo que necesitaba una idea que permitiera incrementar las ganancias de todos, aumentar el tamaño del pastel quizá mediante la disminución de los costos, quizá mediante el aumento de los precios, en fin, necesitaba una idea empresarial. Así, sin mayor explicación, citó a los miembros de su banda en su villa en Acapulco. Ahí llegaron, y Sicilia organizó una fiesta espectacular en que todos se emborracharon menos él. Al otro día, poco después del amanecer, tres camionetas de campesinos armados rodearon la Villa de Sicilia: uno de sus jefes venía a hablar con él. Con toda familiaridad se saludaron. Dice Mills,  que Alberto Barruetta sabía de las conexiones de Sicilia con las guerrillas de Guerrero. De hecho, Gastón Santos se encargaba de enviar cargamentos de la mariguana producida por los guerrilleros de Guerrero a las casas de seguridad que Sicilia tenía en Mexicali. Al parecer, estas transacciones fueron parte de las estrategias del movimiento subversivo de Guerrero para conseguir algunas armas y abastecimiento. La reunión duró tres horas, luego Sicilia y su gente fueron a un restaurante de la costera de Acapulco y, por fin, se explicó la idea: intentar un monopsonio de la mariguana en México.

El plan era que, por un lado, la guerrilla de Guerrero, necesitada de recursos para sostener su movimiento, abasteciera de un primer cargamento de 100 toneladas, y siguiera en el futuro. Por otro lado, sabedor de que la otra gran fuente de mariguana en México era, principalmente, Sinaloa —aunque también Durango, Chihuahua y, en menor proporción otras regiones—, había sobornado con grandes cantidades a las autoridades mexicanas para que concentraran sus esfuerzo en ese estado. Las operaciones de las autoridades estadounidenses, como ya comenté, estaban supeditadas a lo que dijeran las autoridades mexicanas, con lo que los proveedores de su competencia tendría que soportar los costos de las campañas de erradicación e intercepción del gobierno.

Antes de cambiar su domicilio de Tijuana a la Ciudad de México, además de la mariguana, Sicilia incursionó en el tráfico de cocaína de Sudamérica y heroína europea. También, intentó entrar al negocio de la producción y tráfico de armas con ayuda de algunos miembros de la clase política mexicana. En Tijuana, se reunieron Sicilia y Gastón Santos con James Morgan, dueño de Morgan Arms Company. En la reunión, también estaban un detective de la policía de Los Ángeles, un inversionista de la empresa, y un chico que probaría el arma que Morgan quería vender a Sicilia y Santos. Morgan explicó que necesitaba de 10 millones de dólares para arrancar la producción de esta sofisticada arma en Portugal. Según Mills, el arma no sólo serviría para que Sicilia las pudiera intercambiar por droga, sino que Santos la podría usar para defender su cacicazgo en San Luis Potosí. No queda claro, si el negocio prosperó, pero, al parecer, miembros de la clase política mexicana estuvieron involucrados en el intento.

Alrededor de 1975, el endurecimiento de las labores de inspección de los estadounidenses en la frontera convenció a Sicilia de irse a vivir a la ciudad de México, donde pudo seguir cultivando sus conexiones políticas. A Alberto Sicilia Falcón lo aprehendieron en una casa con domicilio en Nieve 180 de Jardines del Pedregal el 2 de julio de 1975: “encamado, con una mano fracturada, junto a una pistola”. Los encargados de los separos negaron sistemáticamente su arresto, quizá porque, como él mismo relató, fue sometido a torturas por agentes de la policía judicial al cargo del comandante Florentino Ventura. Su abogado, Roberto Sánchez Juárez declaró a los periódicos que se violaron sus derechos al no consignarlo dentro de la 72 marcadas por la ley.

La detención fue pública hasta que apareció en los periódicos el 10 de julio. Ese día, las notas periodísticas de la detención por unas horas de Gastón Santos, conocido “rejoneador millonario” por su vínculo con el narcotráfico, compartió espacio con la detención del primer “barón” de las drogas que se hizo famoso en México, el cubano estadounidense, Sicilia Falcón. Lo que no se aclaró nunca en estos artículos fue la relación de Sicilia con Santos, quizá como un reconocimiento a su pertenencia a la familia revolucionaria. Al parecer, la detención temporal de Santos se hizo, cuando éste fue a visitar a Sicilia a su casa del Pedregal un día después de la aprehensión.

La aprehensión de Sicilia destapó una serie de complicidades que nunca fueron del todo aclaradas. El día de su detención encontraron que, al igual que Gastón Santos, tenía una credencial que lo acreditaba como agente especial de la Secretaría de Gobernación. Las investigaciones apuntaron hacia su complicidad con Mario Moya Palencia, entonces secretario de gobernación y, por lo mismo, señalado como el favorito para suceder a Luis Echeverría Álvarez en la presidencia de la República. James Mills, el periodista estadounidense que siguió el operativo, dice que, luego de que se supo de las conexiones de Sicilia con Moya Palencia, el PRI reemplazó a Moya Palencia por José López Portillo, sin protocolos de por medio.

Ojeda Paullada presentó la detención de Sicilia como el resultado de una operación conjunta con agentes de la DEA. Para ese día, se habían capturado a 17 personas en México y 10 en California. En los medios de comunicación se informó que Sicilia anteriormente vivió en Miami y luego en Tijuana, desde donde comenzó a introducir mariguana a los Estados Unidos.

Entre los presos, estaba su lugarteniente en México Carlos Ángel Kiriakides y la dirigente de distribuidores Mercedes Coleman Bisval.[2] Los artículos periodísticos dicen que en 1971 había conocido a José Luis Gabarón Villaseñor, con quien inició operaciones de compra de cocaína para pasarla a Estados Unidos por Tijuana, Mexicali y Tecate, y distribuirla de San Diego a Boston.

A los pocos días de estar en la cárcel, el encarcelamiento de Sicilia tomó el cariz de novela. Un día fue trasladado a la Cruz Roja, en medio de un impresionante dispositivo de seguridad, para que detuvieran una hemorragia provocada por las heridas que se infringió en las venas para suicidarse. El dramatismo de la escena fue aprovechada por su abogado para denunciar las irregularidades en el proceso y solicitar la suspensión provisional de los cargos. Entre los escándalos, Irma Serrano “la tigresa”, actriz y amante del ex presidente Gustavo Díaz Ordaz, declaró que ella podía decir mucho sobre “los verdaderos jefes del narcotráfico”. De hecho, dijo que hablaría con la Procuraduría sólo “con la autorización del presidente Echeverría”.

“¿El presidente Echeverría?,” preguntaban los periodistas.

“Muy curioso,” se limitaba a contestar Ojeda Paullada.

Puede parecer rara la declaración, si no se toma en cuenta que las versiones periodísticas de la época confirmaban que había servido de aval para que Sicilia Falcón rentara la casa del Pedregal donde fue tomado preso. Se trató quizá de una velada amenaza contra la clase política que le permitió zafarse hábilmente del asunto. Agustín Bárcenas, secretario del tercer juzgado penal administrativo, se vio obligado a declarar a la prensa que no requeriría de las declaración de Serrano, mientras que el abogado de Sicilia dijo que la artista “no tiene ninguna relación” con su defendido.

Para echar luz sobre este asunto, vale la pena retomar el comentario del periodista James Mills sobre la participación de la familia Echeverría en este asunto:

 

Los agentes estadounidenses descubrieron que era más que curioso, el hecho de que el nombre de un presidente de la República haya salido a la superficie en otro aspecto de investigación sobre Sicilia Falcón. Cuando fue arrestado, le encontraron una carta que tenía información sobre transacciones comerciales de plata, mercurio, cemento, hierro y productos petroleros entre México y Estados Unidos que fueron autorizados por Antonio Buch, representante personal de María Ester Zuno de Echeverría, la esposa del presidente de México. La carta estaba fechada dos meses después de la reunión en Tijuana con Gastón Santos y James Morgan concerniente a la fabricación de un superrifle de visión láser. Otros esfuerzos de inteligencia sugieren que la señora Echeverría, cuyo padre y hermanos habían sido vinculados ya con operaciones de heroína europea, pudo tener inversiones en la manufactura de esa arma. La posible participación del presidente Echeverría en el tráfico de drogas y armas (por medio de su esposa, su secretario de Gobernación Moya Palencia, y otros) era de particular interés, por su conocida ambición: cuando dejara el cargo, deseaba ser elegido como secretario general de las Naciones Unidas (pp. 540-550).

 

Otra pista que jamás se agotó fue la de un Rolls-Royce del año, propiedad de Sicilia, que estaba estacionado en la casa de Dolores Olmedo. Al parecer el carro fue usado por la banda de Sicilia para traficar heroína desde España, cuando éste estuvo en Madrid para la negociación de una transacción de un cuarto de millón de dólares en armas de la CIA. Investigaciones posteriores revelaron que, a pesar de su avanzada edad, Olmedo había mantenido una relación con Arturo Izquierdo Ebrard, conocido importador de heroína francesa por el puerto de Veracruz, donde tenía una finca y donde fue desembarcado el Rolls Royce. A la postre, Izquierdo Ebrard fue cuñado del ex jefe de la policía del Distrito Federal Arturo “el Negro” Durazo.

Finalmente, el 15 de julio, Sicilia Falcón fue consignado por asociación delictuosa, contrabando y acopio de armas, falsificación de documentos y delitos contra la salud en sus modalidades de  posesión, transportación, compra-venta, tráfico y suministro de mariguana y cocaína. El caso se reanudó luego de que Sicilia —junto a Alberto Hernández Rubí, José Egozzi y Luis Antonio Zuccoli— se fugó de Lecumberri por un túnel de cuarenta metros de largo en abril de 1976. La fuga despertó las sospechas sobre los nexos de las autoridades mexicanas con el narcotráfico y presionó sobremanera al procurador de la República. El diario La prensa había denunciado desde diciembre de 1975 el contubernio entre el “gang” de las drogas y los magistrados de circuito y unitario de Hermosillo, quienes dieron su aval para que Sicilia fuera trasladado a Tijuana, donde sus conexiones le permitirían mejor trato. Después de la fuga, los periodistas de ese medio reprocharon haber advertido “con toda oportunidad de lo que ahora se lamenta la sociedad: la fuga y burla a la justicia de uno de los más grandes traficantes de estupefacientes.”

La autoridades judiciales se vieron obligadas a tensar sus músculos al máximo. Se destituyeron a los magistrados cómplices de Hermosillo; los retratos hablados de las personas que ayudaron a la fuga se distribuyeron entre los cuerpos policíacos; se pidió ayuda de la DEA y la INTERPOL; se siguieron todas las pistas desde el proceso de compra de la casa donde desembocaba el túnel hasta los contactos de Sicilia a lo largo de la frontera. Las cosas se complicaron más, cuando La prensa, el 30 de abril de 1976, denunció que Sicilia había “comprado” por dos millones y medio la crujía L al jefe de vigilancia de Lecumberri, Edilberto Gil Cárdenas, y que Zucocoli era compadre y ex secretario particular de Gustavo Malo, presidente de la Comisión Administradora de Cárceles y Reclusorios del Distrito Federal. Ojeda Paullada exculpó al director del reclusorio, general Francisco Arcaute y dijo que “los viejos reos, que son como caciques de Lecumberri, seguramente son los responsables de la fuga de los narcotraficantes”. En cambio, Gil Cárdenas fue aprehendido y acusado de varios actos de corrupción.

El 2 de mayo de 1976, los periódicos informaron de la recaptura de Sicilia Falcón a manos del subdirector de la Dirección Federal de Seguridad, Miguel Nazar Haro, y los comandantes federales, Florentino Ventura y Pedro Ismael Díaz Laredo. Poco tiempo después fue trasladado al Reclusorio Sur y en 1991 a Almoloya de Juárez. Con setenta granaderos resguardando Lecumberri, ante numerosas llamadas que amenazaban con “dinamitar el edificio” el día de la recaptura, con declaraciones de inocencia de Sicilia, con afirmaciones de que Gil Cárdenas no saldría bajo fianza, con declaraciones de Ojeda Paullada de que la investigación había sido “un prodigio” y felicitaciones a su estratega, Alejandro Gerzt Manero, la autoridades cerraron el capítulo de la captura del que, no sin simpatía, ha sido señalado como el primer narcostar de México. Sin embargo, su fuga dejó una estela de corrupción e ineficiencias. Algunas se resarcieron, por ejemplo, con el cierre de Lecumberri, en 1977, pero otras no. El periodista James Mills trascribe así la conversación que tuvieron los agentes especiales que participaron en la captura y desmantelamiento de la banda de Sicilia con senadores de su país, en enero de 1977:

“No estoy sugiriendo que las autoridades mexicanas vayan a soltar a Sicilia, sólo me da curiosidad saber hasta que punto es posible proporcionar pruebas contra funcionarios mexicanos coludidos,” dijo el senador Sam Nunn.

“Lo hicimos con la mayor parte de lo que podíamos. Hubo comandantes destituidos de sus cargos, fueron removidos algunos jueces. El gobierno mexicano no quiere reconocer que ha sido resultado directo de este caso, pero así fue. Tenemos gente en México que puede probarlo por nosotros,” contestó un agente.

“Uno de los principales procuradores de México fue retirado de su cargo recientemente”, contestó otro agente. Luego comentando que Sicilia tenía una credencial como agente de gobernación dijo: “Tradicionalmente, el secretario de Gobernación es el próximo presidente de México. Por lo menos, desde los últimos tres o cuatro presidentes. Cuando arrestamos a Sicilia, él tenía una credencial de agente especial de Gobernación, mientras, de hecho, ni siquiera tenía la ciudadanía mexicana. Hay historias que no hemos podido confirmar, pero una, que es clave, dice que los apuros del gobierno mexicano con la aprehensión de Sicilia y sus declaraciones a la policía judicial sobre otras agencias del gobierno, [el secretario de gobernación, Mario] Moya Palencia, que había sido señalado por los periódicos y otros políticos mexicanos como el próximo presidente, fue destituido de su cargo. No fue ya el hombre de los reflectores. Una semana después, López Portillo, el actual presidente de México, fue elegido por Echeverría” (pp. 840-841).

(Ocurrió en Matanzas, Cuba, Miami, Florida, Tijuana y Ciudad de México, 1970)

Froylán Enciso


[1] James Mills, The Underground Empire. Where Crime and Governments Embrace, Nueva York, Dell, 1986, pp. 74-75.

[2] “Junto con Sicilia, Kiriades y la Coleman la policía detuvo a Concepción Baeza Primo, Nora Hilda Aguilar Primo, Félix Flores Beltrán, Enrique Palacios Echazarreta y Luis Antonio Zuccoli Bravo. Así como a Gabriel Ochoa Recillas, José Egozi Béjar, Fernando Asunción Alpuing Osuna y otros sujetos. Por su parte, en territorio estadounidense fueron aprehendidos por el DEA: James R. Vurich, de 29 años; Daniel L. Peterson, de 23; James L. Peterson, de 25; José Zúñiga, de 32; José Méndez Alcalá, de 68; Diana Fay Ranes, de 25; Anthony Franck Avierno, de 37; y el líder Roger W. A. Fuy de 28” (Myriam Laurini y Rolo Diez, La crónica policiaca en la Ciudad de México. Nota roja 70’s, México, Diana, 1993, p. 166-167).

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