Desperté una mañana y creí que era una pesadilla, desperté una mañana y creí que así todo desaparecería, la angustia, la impotencia, la incredulidad, el temor… ¿miedo? no, esa es una palabra muy fuerte, no quiero darles esa victoria, eso no se los daré.
Desperté una mañana y me di cuenta que ya era parte de mi realidad, que la violencia había invadido cada parte, cada rincón, cada pedazo de mi tierra natal, de aquella tierra llena de bendiciones, del cuerno de la abundancia, de un estado “que lo tiene todo”: mi Veracruz.
Y es que desde hace más de diez años que vivo en otra realidad, y desde hace ocho vivo en una burbuja, que nos aísla de lo que sucede en el resto del país, una burbuja llamada La Paz, BCS. Un paraíso que me encuentro profundamente agradecida de haber encontrado. Sí, vivimos en una burbuja como dicen mis amigos, y sin embargo esa burbuja nos aísla lo mismo de afuera hacia adentro que de adentro hacia afuera.
En la ciudad de Guanajuato, la violencia existe. La violencia la viven hombres, mujeres, niños, niñas, jóvenes, personas de la tercera edad, es decir todas las generaciones. En esta ciudad no se habla mucho de crímenes por narcotráfico, aunque existen colonias como “El cerro del cuarto” o “La Venada” en las que los policías, los taxistas y los empleados repartidores del gas o de refrescos, no suben por miedo a tener enfrentamientos violentos con los jóvenes “drogados” que se aparecen por las calles. Escuché rumores de que aquí los narcos no acuden tanto debido a que la ciudad es pequeña y tiene pocas salidas, aunque los hay. Aunque fuera de ello y situándonos en la dinámica cotidiana de la sociedad, se puede apreciar el alto grado de violencia que viven sus ciudadanos, como encargada del área de psicología de un Centro de Atención a Violencia por parte del Gobierno, me percato de dicha situación.
Amigos, amigas,
queremos informarles que lamentablemente cumplimos un año y que lo (no) celebraremos el día 29 de agosto con una EDICIÓN ESPECIAL DE ANIVERSARIO. Una historia sobre la construcción y los resultados de Nuestra aparente rendición, una selección de fotos de la frontera, y textos de escritores, cronistas, colaboradores y críticos que hablan sobre los efectos del proyecto en la sociedad mexicana: Alma Guillermoprieto, Diego Osorno, Directorio de Asociaciones (Beatriz Patraca), Jorge Harmodio, David Colmenares, Julián Herbert, Luigi Amara, Lydia Cacho, Magali Tercero, Menos Días Aquí (Alicia González), Propuestas por la paz (Alejandro Vélez), Rafa Lemus, La Family (Irene Bosch), Rossana Reguillo, Vivian Abenshushan y otros. Queremos invitarlos a visitar, a leer, a difundir... y por supuesto: a colaborar en nuestro trabajo de construcción por la paz de México.
Cherán, Michoacán. Algún día los niños de Cherán serán abuelos y contarán la historia de su tierra. Contarán como “los malos”, mejor conocidos como los talamontes llegaron a cortar sus árboles porque querían “mucho dinero”.
Juan, un niño de 12 años se preocupa, “Si se acaban todos los árboles ¿qué vamos a respirar?” Esos niños han presenciado el conflicto de su tierra y forman parte de su lucha.
La primer barricada de Cherán recibía a los integrantes de la ‘Caravana por la Paz’ el domingo 26 de junio, con cinco niños arriba de costales llenos de arena. Todo el camino hasta la plaza principal del pueblo estaba lleno de infantes que se manifestaban con pancartas, a veces con los rostros cubiertos, a veces simplemente con su joven presencia.
En Cherán, los niños no son ajenos al conflicto. Conocen la riqueza de sus bosques y la situación actual que los acosa en la zona purépecha de Michoacán. Su último día de clases fue el 15 de abril, el viernes previo a las vacaciones de Semana Santa, pero recuerdan que un día después del día del niño se enteraron que no volverían a la escuela. “Dijeron que se iban a suspender las clases, porque los de Capácuaro iban a venir a las escuelas y que iban a matar a todos los niños”, narra Juan que no pierde la espontaneidad infantil y aún así puede hablar de cosas tan serias.
Respecto a este correo si usted lo consideran conveniente publicarlo pueden hacerlo, pero les suplicaría no poner mis datos, sólo mis iniciales. La situación en Veracruz es muy grave, todos los días hay balaceras, persecuciones y muertes de presuntos sicarios y de civiles, así como levantones express en cualquier avenida importante de la ciudad y los periodicos nada reportan y las autoridades a nadie protegen. Todo aquel que este pasando información es amenazado generalmente de muerte. El jueves pasado hubo como 20 muertos y nada se dice al respecto.
Hace unos días una amiga me narró que le tocó estar en el retén militar establecido cerca de El Lencero, en la entrada a Xalapa, cuando se dió una balacera y persecución donde murieron 11 presuntos sicarios, según reportes de las autoridades y del propio gobernador de Veracruz. Pocos días después los hijos de dos Ingenieros y un técnico que fueron acribillados durante dicha balacera y señalados como sicarios, habiendoles sembrado armas, denunciaron esta situación y han hecho las demandas formales para saber como es que fueron muertos sus padres si estaban en su camioneta detenidos en el retén (regresaban de su trabajo) y por qué aparecieron con golpes, armas sembradas y se les señala como sicarios (el caso ha sido conocido ampliamente).
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Harta de la cháchara de tus parientes — recién llegados de visita al puerto— tomas el auto y te diriges a la playa. Hace un clima estupendo: el sol brilla con júbilo en lo alto del cielo pero el viento es aún fresco y trae consigo un aroma a tierras lejanas.
Te estacionas frente al mar. Enciendes un cigarrillo sin bajarte del auto. El mar está casi inmóvil, tan pálido como el cielo. Las olas rompen con desgana en la playa, olas enanas que por momentos parecen hechas de plata y no de agua, de azogue, del material ese del que está hecho Robert Patrick en Teminator II.
Son las 4:43 de la mañana del día 11 de agosto de 2011.
Hace aproximadamente dos horas un grupo de hombres armados irrumpieron en mi casa ubicada en Conkal 266 (esq. Becal), Col. Torres de Padierna, 14200, México, D. F.
Comenzamos a escuchar golpes violentos como contra una puerta metálica y me extrañó porque se escuchaba demasiado cerca y no hay ninguna puerta así en la casa.
Prendí la luz.
Los golpes arreciaban ahora como contra nuestras puertas de madera.
Quité la tranca que protege la puerta de nuestra recámara y me asomé al pasillo: hacia el comedor veía luces (¿verdosas? ¿azulosas? ¿intermitentes?) acompañando los golpes violentos contra el cristal que da al sur.
Mi mujer me gritó que me metiera.
Nos urgen voluntarios para contar muertos. Es terrible, pero necesario. !Hazte voluntario! Tú cuentas. Escríbenos a Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. . Gracias.
Porque al contar muertos uno renace, se reconoce vivo y da gracias por cada minuto de paz a su alrededor. Porque uno confirma que ninguno de los suyos ha muerto. Porque sin saberlo el contador de muertos se humaniza. Porque su enorme contribución al darles nombre y rostro es a sí mismo, a su conciencia y su calidad humana, a su propia lucha. Porque al participar en una labor como la que hacen los voluntarios de Menos Días Aquí, se vacuna contra la apatía, se sacude el miedo con el mismo miedo de ser él o uno de los suyos quien puede perder la vida. (Karla Lotini, contadora voluntaria)
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Las moscas que atraen los doscientos treinta y ocho cadáveres vuelan alrededor de nuestros rostros. El forense las maldice e intenta ahuyentarlas. Falla. Están hambrientas y no dejarán pasar aquel festín de carne podrida. Frente al olor tampoco lograremos mucho. Parece no haber tapabocas que contenga esa miasma que espanta, que desfonda. En algún momento le diré al forense que me siento pesado como si fuera uno de esos muertos que, desde abril, empezaron a brotar del subsuelo, quizá buscando su nombre, quizá buscando quién les rece un rosario. Él, con esa cara trabajada de quien ha asumido que la vida y la muerte no están en sus manos, apenas hace un guiño y se trepa a una de las dos cajas refrigeradas del tráiler donde la policía arrumbó a los difuntos como reses en carnicería. "Orita van a venir por éste", me dice y abre ligeramente el costal. Yo sólo veo un esqueleto pelado por los gusanos.
La Frontera Chica de Tamaulipas se ha llenado de fosas comunes, campos de entrenamiento de sicarios, casas de seguridad, patrullas militares y pueblos fantasma. En su lucha por las rutas de trasiego hacia los EEUU, los Zetas y los sicarios del Cartel del Golfo (CDG) han sumido el Estado en un espiral de violencia inédito que ha trastocado la vida de muchas ciudades de Tamaulipas. Una densa niebla de miedo se ha cernido sobre Tampico, Ciudad Victoria, Matamoros y ha dejado desiertas ciudades pequeñas como Ciudad Camargo, Mier, Nueva Guerrero o el terriblemente conocido San Fernando.