NUESTRA APARENTE RENDICION

REVISION (93)

 

Un testimonio publicado en El Blog del Narco (www.blogdelnarco.com) cuenta:“Llegaron dos camionetas un bora y un BMW y de primero se escucho leve y todos pal’ suelo y gritaron nadie se levante, y se levantaron y la segunda rafaga cayó mucha gente muerta, y varios arriba de mi, y despues se escucho una tercera ráfaga y mataron a mas, en el baño mucha gente balaceada de las piernas y asi y ps escuche ke patinaron llantas”. Esa noche del 14 de mayo pasado mi sobrino Juan Pedro y otras siete personas fueron asesinados, a algunos les dieron un tiro de gracia.

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Kristal Esttibalys nos manda un texto sobre una de las mujeres asesinadas en Juárez: la hermana mayor de su amigo. Y nos advierte: "No soy buena con palabras, soy mejor con imagenes. En este dibujo se encuentra un panteón entre flores en la cabeza de una mujer."

A nosotros, los “pequeños”, nos hacia llamarla Ivonne. Pero se llamaba Lupita. Y yo no sabría como expresar algo sobre ''Lupita''. Pero puedo contar cómo es que la conozco y no sé si se pueda hacer algo con eso.

La conocí a los 8 años. Era la hermana mayor de uno de mis mejores amigos. El era alto, delgado y moreno. Ella también. Y a mí me parecía mágico jugar con él: jugábamos dentro de un camión, el camión se transformaba en jungla y brincábamos por todos lados, luego entraba Lupita gritando que nos bajáramos. De repente era gracioso hacerla enojar.

 

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Diccionario de la violencia Mexicana

El lenguaje es un ente vivo y en constante evolución. Se mueve, se adapta y ello responde siempre a su contexto inmediato, a la practicidad del uso que se requiere en la vida. ¿México es un ente vivo? Herido tal vez. Siempre acechado por los asesinos que en el habitan. México es un país violento (y pronto podremos llamarle también sanguinario). Nuestro lenguaje (quizá también herido) ha debido adaptarse a ese contexto. Yo, declarado autor de las líneas que abajo reposan, he debido re aprender ciertas palabras a raíz de un secuestro y asalto perpetrados en mi contra. Dejo para Nuestra aparente rendición fragmentos de este diccionario que pueden ayudar a entender actos como del que fui víctima

 

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Ella, al comienzo de la marcha: por una de las principales avenidas de Ciudad Juárez. Escucha: los disparos de los Policías Federales. Corre. Entre la Hermanos Escobar y la Plutarco Elías.En su cabeza (y corazón) le golpean las imágenes de sus dos hijos asesinados, el 29 de enero en la colonia Villas de Salvárcar. Va en busca de su sobrina. Y la encuentra dentro del Instituto de Ciencias Biomédicas de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ) cerca de un joven, con las vísceras fuera. Desangrándose.
"No se vale. Hay niños, jóvenes, mamás", dice Luz María Dávila, sin sus dos únicos hijos: que mañana sábado cumplirán 9 meses de haber sido asesinados en la masacre de la colonia de Villas de Salvárcar.
Armas en alto. Apuntando a los manifestantes de la onceava Kaminata contra la muerte con la que comenzará el primer Foro Internacional contra la Militarización y la Violencia: Por una cultura diferente. Entre los manifestantes están destacadas abogadas en la lucha contra los feminicidos y miembros de la escena cultural de la ciudad. Unos jóvenes han pintado consignas en contra de los militares. Las tres unidades 12428, 12401 y 12336 se dan a la fuga.
"!Asesinos! Asesinos!", gritan los manifestantes.
Llaman a la ambulancia. Nunca llega. A pesar de que el puesto de la Cruz Roja se encuentra a unos cinco minutos. Una doctora de la universidad lo lleva en su propio vehículo. La Universidad envía un equipo de doctores hasta el hospital para intervenirlo de urgencia.
El es Darío Alvarez Orrantia. Tiene 19 años. Estudia Sociología. Y está baleado, por la espalda.
Momentos de confusión. Algunos dicen que está muerto. Pero el universitario está vivo. Estable.
Los manifestantes se refugian en la universidad. Temen salir. Los agentes federales rondan por el exterior del centro. Llegan maestros. Para unirse a los jóvenes. Se reúnen. Hay momentos de nerviosismo, división entre los manifestantes y algunos piden que la prensa -que ha llegado en masa por el incidente y no ha estado acreditada para el Foro- se vaya. Y hay forcejeos.
Al final, comienza una rueda de prensa. Con todos los medios. Los estudiantes dicen que en Ciudad Juárez no hay una guerra contra el narcotráfico y piden la renuncia del presidente Felipe Calderón.
El académico uruguayo y profesor de la Universidad Nacional de México denuncia que Ciudad Juárez se ha convertido en un laboratorio de guerra urbana para eliminar a los que consideran la escoria social.
"Hay una política deliberada de generación de caos y violencia por parte del gobierno de Calderón", señala Carlos Fazio, invitado para el Foro.
"Lo que sucede en el país (..) en Juárez no es una guerra contra las drogas. Si fuera así en Colombia después de diez años ya habría bajado el tráfico y la producción de cocaína. Lo que sucede es una política de control del negocio de la criminalidad".
El diputado federal José Narro Céspedes (PRD), de la Comisión de la Concordia y Pacificación, anuncia que este ataque contra los manifestantes lo llevará hasta el Congreso.
Pasan las horas. Algunos estudiantes deciden encerrarse como protesta en la dirección del Instituto de Ciencias Biomédicas. En una cartulina pegada al cristal se expresan: "Si nos tocan a uno, nos tocan a todos". Otros, regresan a sus casas con el temor a represalias.
Algunos maestros anuncian que la universidad ha interpuesto una denuncia por el suceso y que ésta correrá con los gastos médicos del estudiante.
Al irme del foro, una joven me saluda: "Soy Kori. Me mataron a mi compañero cuando regresaba de la Ciudad de México de un foro estudiantil". A Kori le esperan todos los días su niña de 2 años y sus alumnos.

(...) Poco antes de las 10 de la mañana del sábado, recibo una llamada de la Policía Federal para avisarme de su versión de los hechos: los agentes dispararon (al aire) porque los manifestantes tenían el rostro cubierto. Algunos sí, como los agentes federales y los peritos de criminalística como medida de seguridad. El universitario herido, no. Los dos agentes están siendo investigados, según la Policía Federal.
(...) El estudiante será intervenido de nuevo esta tarde del sábado, y necesitará otras cuatro cirugías más para reparar sus intestinos y lesiones en las vías urinarias. Según confirmó el médico cirujano Arturo Valenzuela, recibió un balazo en la espalda con salida en la pared abdominal anterior del lado derecho.

 

 

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Recientemente regresé a casa en El Paso y mientras manejaba de vuelta a Ysleta, sobre Border Highway, una profunda tristeza me sobrecogió. Mis hijos, Aarón e Isaac, me habían estado rogando durante dos años para que los llevara a México. Habían estudiado español en la ciudad de Nueva York, donde vivimos, y donde las paredes de su aula están cubiertas con imágenes de América Latina y España. Siempre que vamos a Ysleta para visitar a sus abuelitos, es una oportunidad para transformar la lengua española y a México en algo más que simples asignaturas, para comer una enchilada o un asadero en vez de sólo saborear pósters.

Pero mi esposa y yo les dijimos que no por la violencia desenfrenada en Juárez. En estos días preferimos detenernos en un acotamiento de la carretera, apenas pasando el puente Bridge of the Americas, en la parte más elevada del paso a desnivel Yarbrough. Mis hijos tomaron fotografías de México y de la infame reja fronteriza de la que ya han hablado en la escuela. “Parece el muro de una prisión oxidada”, dijo uno. Mis niños me sonríen, como  hacen los hijos buenos, pero sus sonrisas no eran reales. Ellos fueron obedientes y estaban conformes. Quizás Aarón e Isaac se cuestionaron en silencio si sus padres estaban siendo sobreprotectores, o tan sólo viejos y cerrados.

En realidad yo sí quiero que conozcan el Juárez que viví cuando era un niño. Pero la violencia actual y la reja nos han separado. No se compara con mirar Juárez desde lejos y yo me sentí tan decepcionado como mis hijos. Lo que yo conozco, lo que yo quiero que conozcan, no se los puedo enseñar, porque nunca sería capaz de ponerlos en peligro.

Lo que todos aquellos que no han vivido en la frontera son incapaces de entender es lo cerca que El Paso y Juárez estaban, y aún están, incluso actualmente. Cercanos culturalmente. Muchos tienen a su familia en ambos lugares. Cercanos de tantas formas. Cuando estaba cursando la secundaria en El Paso mi familia siempre, me refiero a cada domingo, tenía una cena familiar en Juárez, en alguno de los restaurantes favoritos de mis padres: Villa del Mar, La Fogata, La Central, Tortas Nico y Taquería La Pila.

Era como regresar en el tiempo, a la ciudad donde mi padre y mi madre se conocieron y se casaron. Pero también tenía que ver con experimentar otras reglas y otros valores, un país misterioso con más librerías de las que jamás vi en El Paso, las tortas y los mercados al aire libre, los primos que dejaban cualquier cosa que estuvieran haciendo para enseñarme sus caballos, y también mi primer funeral, el féretro abierto ha permanecido vívidamente en mi memoria después de todos estos años. Un muchacho, el hijo de un amigo de mis padres, había sido atropellado por un auto. Juárez, para mí, era primitivo y poderoso; era mi historia. Pensé que podía entenderlo de forma instintiva, incluso espiritual, y fue justo entonces cuando más me desconcertó. Después de graduarme en Harvard pasé un año en la Ciudad de México, Chicano Chilango, para decidir si pertenecía a los Estados Unidos o a “el otro lado”. El lunes anterior a que viajáramos a El Paso, estaba tratando de hablarles de esto a unos amigos en Boston durante un Seder de Pesaj. De lo cerca que estaban El Paso y Juárez, más cerca incluso de lo que están Nueva York y Nueva Jersey. De cómo la gente podía ir a comer a Juárez y regresar a los Estados Unidos en sólo dos horas. De cómo solíamos ir a Waterfil, pasando el Puente Internacional Zaragoza (en el lado oriental de las afueras de Juárez) para los picnics de Pascua, para destapar botellas de Fantas, Sangrías y Cocas, por garapiñados, pan dulce y pan francesito y por mis favoritos, los fuegos artificiales mexicanos caseros. Todo eso que no podíamos encontrar en Ysleta. Si, estaban así de cerca, en el sentido más trivial y más profundo.

Traté de explicarles a estos aficionados de los Red Sox que cuando iba a Juárez siendo un niño y luego siendo adulto en El Paso, iba por mucho más que sólo comida y chucherías. Iba hacia otra posibilidad de ser. Los edificios eran más antiguos que los de El Paso, y las calles más congestionadas. Los adoquines y bordillos estaban desgastados y brillantes. Los niños boleros golpeaban sus franelas rojas sobre zapatos que esperaban en la parte superior de su cajón de bolero tallado a mano. A mí me impresionaba el hombre que arreglaba ponchaduras en Waterfil, sus manos moreno oscuro, trabajando hábilmente para sacar una llanta fuera del rin con muy pocos, pero precisos, golpes de una barreta. Regresar a Juárez era volver a lo elemental, al descubrimiento de una inteligencia y una habilidad innatas que se manifiestan cuando tienes que arreglártelas. Regresar a Juárez era ganar y entender a mi padre y a mi madre. A pesar de las agotadoras dificultades, la falta de dinero, y de ganarse la vida en el desierto de Ysleta, los fines de semana armaban su viejo estéreo para oír a Javier Solís y a Los Panchos. En la entrada de su casa en Ysleta, frente a los rosales de mi madre, el sol se ocultaba detrás de Franklin Mountains al oeste, ellos estaban enamorados y eran felices. Aunque, su espíritu indomable, no se nutrió en Estados Unidos, sino del otro lado.

Así que para mí Juárez  nunca fue un chiste, como lo fue para algunos de mis amigos estadounidenses y para no pocos de mis amigos chicanos de El Paso. Era la puerta de entrada a otro mundo que resultaba a un tiempo profundamente familiar y extrañamente fascinante.

Por otro lado, El Paso estaba lleno de restaurantes de comida rápida y avenidas perfectamente construidas donde un ser humano caminando parecía una rareza. Cuando estaba en la primaria fui a un evento en honor a la famosa golfista México-americana Lee Treviño y mis padres me compraron una playera que declaraba con letras verdes y brillantes, “Yo soy un Lee’s Fleas”[1] . Pero lo que más recuerdo de aquél día es a un robusto hombre norteamericano riéndose con su esposa y murmurando: “Esa es una pulga gorda”. Mi orgullo se convirtió en vergüenza. En El Paso, como en Juárez, encajaba y no encajaba a la vez, pero regularmente en Texas la ambigüedad de esta existencia estaba aparejada con el dolor.

Hace tres años el Juárez que conocí cambió. Una orgía sin precedentes de narcoviolencia estalló en Juárez. El gobierno contra los cárteles de la droga. Soldados en las avenidas 16 de Septiembre y López Mateos, con metralletas ancladas a los techos de los Jeeps. Docenas de asesinatos por semana. A veces docenas de muertos en sólo un fin de semana. El quebranto de la sociedad con cientos de miles de personas que huyen de la violencia. Hace tres años perdimos Juárez, como un lugar para enseñarles a nuestros hijos de dónde vienen susabuelitos, lo perdimos de tantas otras formas. Mis padres no han vuelto a su pueblo natal en tres años. Este pasado que los formó, y que se encuentra a pocos kilómetros de distancia, es ahora un territorio prohibido y maldito. Es una pérdida profunda y dolorosa para muchos de nosotros en El Paso.

Estoy harto de señalar que el multimillonario consumo de drogas en Estados Unidos y los millones de dólares en armas ilegales que EU exporta a México son las causas de fondo de toda esta violencia. ¿Qué tan seguido puedes señalar la hipocresía norteamericana y la miopía en la narcoviolencia que sufre México antes de que te des cuenta de que no puedes obligar a nadie a entender lo que no quiere ver? Estoy harto de ser testigo de la corrupción de la policía local en México y la poca efectividad de un gobierno nacional que ha fallado en proveer de seguridad básica a sus ciudadanos. Por el momento la hipocresía, la estupidez y la pésima calidad de vida son muy difíciles de soportar.

Miles de vidas se han perdido. Vecindarios enteros han sido abandonados. En la parte estadounidense de la frontera escuchamos preciosas palabras de político iluminados, quizás un acuerdo, bajo las mejores circunstancias. En cambio, las campañas electorales demagógicas han aprovechado la oportunidad para señalar a los débiles, a los de piel morena, a los otros.

Yo sólo extraño Juárez. Lo extraño como un lugar para enseñarles a mis hijos cómo empezaron sus abuelitos en este mundo. Extraño Juárez como un lugar para apreciar otra forma de ser. ¿Cuándo terminará esta pesadilla?

Mi única esperanza radica en la forma en que Juárez ha venido a El Paso. En gente que se reubica, con Green Cards, gente que ha huido de la violencia. En los nuevos restaurantes y otros negocios en El Paso, que alguna vez prosperaron en Juárez. Aquí, en este lado, esperan a que la oscuridad termine. Pero aunque vuelva una Juárez pacífica, porque sé que algún día así será, no volverá a ser lo que fue. En los recuerdos de aquellos que sobrevivan estará lo que se ha perdido por algunos años, y quizás por siempre.

 


[1] “Lee’s Fleas” es el nombre que utilizó un grupo de fans de la famosa golfista y que la acompañaba en cada uno de sus torneos. Les pusieron inicialmente el nombre de “fleas” (pulgas) porque representaban una verdadera molestia para el resto de los jugadores.

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En el otoño de 2008, en un periodo de 10 días, aparecieron once integrantes del Ejército asesinados en Monterrey. Uno de ellos fue el soldado de infantería Anastacio Hernández Sánchez, quien adoptó la compostura de cadáver y fue hallado así al amanecer, desolado y quieto entre piedras blancas y hierba de un brecha del municipio de Santiago. Estaba por cumplir los 20 años el día en que sus asesinos lo degollaron y apuñalaron trece veces, tras interceptarlo cuando paseaba como cualquier civil por las calles de Monterrey, en su día de descanso.  Al cabo Claudio Hernández Román, según la necropsia, le dieron dos cuchillazos más que al soldado Anastacio, compañero de armas en el Batallón número 22. Otro cadáver, el de un guardia de la empresa Hercolus, fue acomodado junto al de los militares. Ese mismo día también, pero en Loma Larga, uno de tantos cerros de nombre escueto que forman Monterrey, Óscar Jiménez Ruiz fue tirado con seis puñaladas que le destrozaron el estómago y la vida. El cabo nacido en Chiapas no era un decidido guerrero de la cruzada contra el narco decretada por el presidente Felipe Calderón. Era conocido entre la tropa por sus hermosos trabajos de carpintería. Al igual que el soldado Anastacio y el cabo Claudio, el cabo Óscar no llevaba su arma de cargo cuando fue asesinado. A otro soldado de infantería lo degollaron y recargaron en la pared de la cantina Los Generales, sosteniendo una cerveza con la mano derecha. Se llamaba Gerardo Santiago y tenía dos hijos, uno de ellos ni siquiera cumplía el mes de nacido. Dos más del batallón 22, Juan José Pérez Bautista y David Pérez Aquino, fueron aventados a un parque de las faldas del Cerro de la Silla, acuchillados de pies a cabeza. Al sargento Germán Cruz Lara no le pincharon nada pero lo mataron a golpes, y a Eligio Hernández López, militar retirado de las Fuerzas Especiales, lo esposaron y arrastraron amarrado en un automóvil antes de ponerlo en una avenida principal para que la ambulancia de la Cruz Roja lo recogiera y se lo llevara directo a la morgue.

La matanza inició el miércoles 15 de octubre de 2008. Edder Missael Díaz García y Roberto Hernández Santiago tenían una semana de haber acabado su curso de adiestramiento en la Cuarta Región Militar. Estaban contentos así que dejaron el cuartel y fueron junto con otro soldado de nombre David Hernández, al centro de Monterrey para visitar los centros nocturnos de Villagrán, una calle de voces borrachas alrededor de la cual se formó una zona roja. Entraron al table dance Matehuala, pero salieron pronto tras notar que un hombre, radioteléfono en mano, no dejaba de mirarlos ni un instante. Caminaron un par de calles y volvieron a verlo. Sospecharon que se trataba de un halcón, como se les dice a los espías que usa el narco mexicano para vigilar movimientos enemigos. Los militares encararon al halcón. Al momento fueron rodeados por otros ojos y miradas que parecían salidas de una película del Viejo Oeste, hasta que llegó una patrulla con policías locales, quienes subieron al espía del narco al vehículo diciendo que se harían cargo de la situación. Los tres soldados, vestidos con pantalones de mezclilla y camisas de cuadros, se fueron al Givenchys. De ahí ya no salieron vivos. La mañana siguiente, dos de ellos fueron recogidos en el estacionamiento del table dance, acuchillados. El cadáver del otro soldado fue bajado de la pista de baile del centro nocturno, donde sus cazadores lo acomodaron con el cuello rajado y la espalda recargada en el tubo que las bailarinas usan para sus acrobacias delante de los parroquianos.

La mayoría de los militares asesinados en éste periodo eran de San Luis Potosí. Sólo uno nació en Nuevo León. En promedio, ganaban entre 5 y 8 mil pesos  al mes. A sus deudos, el Ejército les entregó 180 mil pesos. El presidente Felipe Calderón los nombró “héroes” y en las instalaciones militares de buena parte del país se pusieron carteles con las fotografías de los once muertos, debajo de la leyenda: “Murieron por México”.

Desde un principio, el Ejército no tuvo duda de que detrás de los crímenes estaban Los Zetas, la banda más perseguida por las fuerzas armadas, acaso porque su núcleo principal está conformado por desertores de la institución castrense.

Meses después, dos integrantes de Los Zetas: Sigifredo Nájera Talamantes, El Canicón y Octavio Almanza Morales, El Gori 4, fueron detenidos y acusados de ser los responsables de la muerte de los once soldados. Lo que sorprendió fue que el secretario de seguridad Pública estatal, Aldo Fasci, diera a conocer que ellos no estaban solos, sino que habían sido ayudados por policías locales, algo de lo que en la secretaría de la Defensa Nacional también estaban seguros.

Cuando amainó la temporada de asesinatos de soldados, un militar de alto rango nos contó a un pequeño grupo de periodistas, fuera de grabadoras, la desgarradora cacería emprendida contra sus compañeros. Al concluir el relato dijo, con las venas del cuello brotándole: “Parece que para combatir a estos tipos hay que usar su mismo veneno”.

 

Santiago, donde aparecieron la mayoría de los soldados asesinados, es un pueblo de las afueras del sur de Monterrey que tiene una serranía verde cruzada por ríos cristalinos. Hay fincas inmensas y cabañas rústicas entre cascadas de agua fría e hileras de pinos que rodean un casco urbano con construcciones antiguas. Algunos de los visitantes que van al sitio los fines de semana lo llaman medio en serio, medio en broma: “la Suiza del desierto”. Cuarenta años atrás, sus características naturales atrajeron a sembradores de mariguana y adormidera quienes desarrollaron pequeñas zonas de cultivo que compitieron con las de Sinaloa, Guerrero y Chihuahua, pero que hoy han desaparecido. En 2006, la secretaría de Turismo designó a Santiago como uno de los 23 “pueblos mágicos” del país. Millonarios como Alfonso Romo han querido emprender negocios agro  industriales en la zona, en cambio, empresarios como el fallecido líder del Cártel de Juárez, Amado Carrillo, se conformaban con pasar el verano ahí, disfrutando el peculiar transcurso del tiempo provinciano.

Los habitantes de Santiago podrían caber en un estadio promedio de fútbol de la primera división. Son sólo 40 mil personas, aunque a diferencia de las demás poblaciones de la región, los habitantes de Santiago aumentan en cada censo. En el resto de Nuevo León la vida rural languidece desde hace dos décadas:  Cuarenta de los 51 municipios del estado prácticamente fueron abandonados y los fantasmas se han ido adueñando de ellos. En el 2000, el capo que creó a Los Zetas, Osiel Cárdenas Guillén, aprovechó esta soledad y acondicionó en el municipio de China un enorme rancho de adiestramiento al que instructores kaibiles venían desde Guatemala a dar dos cursos anuales para los nuevos soldados de la banda. Otros ranchos de Nuevo León, antes orgullosos centros de producción de la mejor carne del país, acabaron como centros de retención y tortura de migrantes centroamericanos, o de adversarios de las otras bandas que operan en el noreste del país, desplazándose por brechas y fuertemente armados, como en la época de la revolución, pero en lugar de moverse en caballos, ahora lo hacen en camionetas pick-up.

Poco después del octubre de 2008 en el que aparecieron los cadáveres de los soldados como si fueran cualquier cosa, las operaciones del Ejército se expandieron a Santiago. Los pobladores debieron hacer alto en los retenes improvisados en caminos sinuosos, y se resignaron a mirar con normalidad los camiones de asalto verdeolivo estacionados en los senderos. Pero ningún grupo civil protestó. Quienes lo hicieron fueron los policías locales. A las dos de la tarde del 13 de noviembre de 2008, una veintena de uniformados aparecieron en el patio de la corporación con cartulinas que cuestionaban la presencia de los soldados en el municipio. El policía Sergio Pérez Beltrán encabezaba la manifestación. Decía que los militares lo habían bajado de su patrulla y golpeado, sólo por ser policía. “El Ejército anda -dijo- como en guerra contra nosotros, no nos quiere dejar hacer lo nuestro”.

 

En medio de la atmósfera de guerra que apareció en Santiago, Edelmiro Cavazos Leal se alistaba para ser el candidato del PAN a la alcaldía. Era un joven del pueblo nacido el 11 de noviembre de 1971. Estaba casado conVerónica de Jesús Valdés, con quien había procreado a Edelmiro, Eugenio y Regina, unos pequeñitos rubios y ojiverdes como su padre, que cada domingo iban a la Iglesia de Santiago Apóstol para cantar en el coro de la misa de las diez mañana.

Edelmiro parecía más vaquero que político. De hecho, la única actividad “política” que había hecho en su vida era la de administrar Las Palmas, una muy conocida pista de campo traviesa en la que se rentan motos para los paseantes. A partir de ahí, Edelmiro fue conocido entre la gente como “El guero Edy”. Luego estudió derecho en la Universidad Autónoma de Nuevo León y al acabar se dedicó al negocio de bienes raíces, tal y como lo hacía su padre Arturo Cavazos Montalvo desde tiempo atrás, cuando llegó el auge inmobiliario a Santiago y la gente de Monterrey se aparecía con dinero en busca de su pedacito de paraíso. La familia de Edelmiro tenía varias generaciones de vivir ahí y conocía el territorio a la perfección, por lo que al igual que otros lugareños, dejaron la agricultura y se pusieron a comerciar esa tierra que repentinamente se había convertido en oro.

Quien llevó a la política a Edelmiro fue Arturo, el mayor de sus cuatro hermanos. Arturo ya había logrado hacerse de una carrera en el PAN, como diputado y luego como secretario del ayuntamiento de Monterrey. En sus inicios, el propio Arturo buscó ser alcalde de Santiago pero perdió la elección. A finales de 2008, desde su cargo en el ayuntamiento de la capital de Nuevo León, al tiempo que el Ejército reforzaba su presencia en Santiago, Arturo llamó a la gente de su equipo para pedirles que se incorporaran en la campaña de su hermano en Santiago. Al invitarlos, una frase que usaba - por lo menos se la dijo a dos de sus colaboradores-, era: “Edelmiro no sabe de política: necesito que le ayudes”. Los colaboradores nunca supieron a bien la razón por la cual Arturo no buscó directamente ser el alcalde, en lugar de promover a su hermano, quien ni siquiera era panista y se tuvo que registrar a contracorriente en febrero de 2009, de acuerdo con el padrón oficial del partido.

Pese a su inexperiencia, Edelmiro resultó un gran candidato. El equipo de asesores llegado de Monterrey se encargó de su imagen. Primero le cambiaron el apodo de Edy por el de Miro. A ellos les parecía que el mote con el que Edelmiro era conocido cuando rentaba cuatrimotos “era demasiado gay” para un pueblo como Santiago, y sobre todo en un contexto de guerra como el que había, por lo que decidieron que su nuevo apodo serían las últimas cuatro letras de su nombre: Miro. La nueva identidad sirvió además para diseñar una publicidad que aprovechara los ojos verdes y brillantes del novel político. Se hicieron posters de la campaña que contenían un close up de la mirada de Edelmiro junto con frases como: “Miro por tu seguridad”, “Miro por tu gente”... Nadie recuerda que antes de la campaña de Miro, Santiago hubiera tenido un candidato tan de los tiempos de la mercadotecnia electoral. Ésta apareció en el pueblo con Miro y dejó atrás la época del volanteo. Incluso una tradicional y pegajosa canción serrana llamada “La mosca en la pared”, interpretada por el grupo Los Montañeses del Alamo, fue adaptada como jingle de la campaña. El experimento resultó tan exitoso que el estribillo electoral se toca y se baila como cualquier otra canción en bodas y fiestas de quince años.

Sin demasiados problemas, Miro obtuvo los votos necesarios y comenzó a prepararse para gobernar Santiago en uno de los momentos de mayor violencia en la historia reciente de Nuevo León.

 

En el Ejército se cree que el aumento de la violencia en Nuevo León se debió a que los cárteles de la droga decidieron operar diversos negocios ilegales desde aquí, y ya no solamente usar sus calles para pasear, tal y como había sucedido durante mucho tiempo. Según esta idea, para adueñarse de la plaza, los cárteles corrompieron primero a las autoridades locales, luego convirtieron en cómplices a empresarios quebrados, y finalmente se aprovecharon del “libertinaje” de los tiempos actuales para conseguir respaldo social. El General retirado Guillermo Martínez Nolasco, quien presidió el Supremo Tribunal Militar del Ejército Mexicano, me lo explicó alguna vez así: “Ellos no dan pasos así nada más. No son improvisados, son profesionales. Lo primero que vieron en Nuevo León fue la cercanía con la frontera. Algo ilegal que vale 3 mil pesos en Guatemala, en Nuevo León cuesta 10 mil dólares. Segundo lugar: La de Nuevo León es una de las economías que se han desgastado. Ya no era tan estable económicamente como antes y eso lo vieron ellos, no se crea usted que son improvisados: Son profesionales e hicieron sus análisis.

- ¿Y qué se puede hacer para combatir esto?

- Usted ve en el Ejército chamacos de 13 y 14 años que están en los planteles militares formándose para servir, y al mismo tiempo usted encuentra que en los estados se inauguran más videobares y cantinas que escuelas, o vemos también que los programas de televisión con esto de la cuestión sexual, o lo de las drogas. No estoy en contra de internet o del desarrollo pero debe haber un equilibrio social. ¿O qué?, ¿a la gente solo les interesa ingresar recursos?, ¿no les interesa la formación de sus familias?, ¿cuál es la conciencia que debemos tener?

En realidad no hay una explicación sencilla y unánime sobre cómo explotó la violencia en Nuevo León. Aquellos que se asombran fácilmente hablan de un atentado que hubo en mayo de 2001 en contra de un capo de nombre Edelio López Falcón, cuando este presenciaba una pelea de gallos. Otros en cambio, más escépticos, dicen que el punto de inflexión sucedió en 2008, cuando los olvidados chicos de los cerros, con el respaldo de los cárteles, bajaron a las calles del centro y armaron un caos social para luego ser apodados por la prensa local como Los Tapados. Hay un tercer grupo: el de aquellos que creen que la ciudad aún no ha visto lo peor. Mientras tanto, en los periódicos locales, una buena cantidad de hechos son calificados al día siguiente como “sin precedentes”, a tal grado que la expresión ya perdió sentido. Tampoco sirve de mucho explicar el asunto como un enfrentamiento entre un cártel y otro, y ya.

Recuerdo que todavía en el 2000, en la ciudad se hacían novelas, obras de teatro y programas de televisión, alrededor de un homicidio común ocurrido en el lejano 1933. Entre el 2000 y el 2010, el tipo de hechos violentos registrados sepultaron el recuerdo de lo que sucedió mucho tiempo atrás en una casona de la calle de Aramberri. Si en 2000 había un mítico crimen en el imaginario de la ciudad próspera; en 2010 lo que había era una mítica prosperidad en el imaginario de una ciudad criminal. Monterrey se llenó de crímenes en una década: El crimen del diputado en la Macroplaza, el crimen de la estudiante de Arte, el crimen del joven modelo, el crimen de los escoltas de la cervecería Femsa, el crimen de las 51 personas enterradas en el predio Hacienda Calderón, el crimen del director de la Agencia de Seguridad Estatal, el crimen de los 30 trabajadores de la refinería de Pemex, el crimen de los estudiantes del Tec de Monterrey, el crimen de unos niños de General Treviño y el crimen del alcalde de Santiago. Y a la lista de crímenes de primera plana se añadió una lista más larga aún de “pequeños” crímenes, con tremendo impacto en barrios o ciertas zonas, donde las platicas entre vecinos versan sobre el crimen de la mamá del antiguo compañero de la secundaria, el crimen del dueño del taller mecánico de la colonia, el crimen de la muchacha bonita de la preparatoria... Un ambiente así y la incapacidad de las autoridades para dar una explicación coherente acerca de lo que sucede, generó zozobra en la ciudadanía. De un día a otro, todos habían nacido sospechosos y estaban muriendo culpables. ¿De qué? No se sabía, pero de algo. Por las noches, el sueño regiomontano se llenó de muertos que no dejaban dormir bien.

 

Esta violencia que se metió en la cotidianidad de Nuevo León, también encontró un espacio en el lenguaje. La palabra levantón, que no existía, se volvió normal, incluso entre los labios de una ama de casa o de un niño. Las policías locales fueron incorporándola también, pero no para combatirla, sino como una más de sus obligaciones laborales. La policía de Santiago, según el Ejército, era la campeona de ello.

Man, un vendedor de automóviles, aprendió en carne propia el significado de esta palabra a mediados de 2009. Una noche, un par de patrullas le marcaron el alto cuando viajaba en su Hummer roja. Los policías lo sometieron y lo llevaron a una casa esposado con las manos por detrás y la cabeza cubierta con una bolsa negra. Ahí otros hombres lo desnudaron y lo hincaron. Con una tabla, en medio de risas, lo golpearon unas treinta veces. Los primeros tablazos eran en las nalgas y los últimos en la espalda. Con su Nextel en la mano, revisando el directorio, nombre por nombre, sus capotores preguntaban: ¿Quién es?, ¿a qué se dedica?, ¿que parentesco tiene contigo? A la mañana siguiente, su familia ya sospechaba que lo habían levantado y no sabía que hacer. Vieron en la televisión la noticia de dos cuerpos calcinados y fueron a la morgue para constatar queMan no era uno de ellos. Tuvieron que esperar dos horas en el servicio médico forense ya que había cola para ver los cadáveres: una decena de personas más querían entrar a la plancha para ver si los hombres calcinados no eran sus familiares desaparecidos.

A la noche siguiente, Man fue sacado de la casa junto con otro levantado. Los subieron a una camioneta y se dirigieron a la ciudad por calles que caracoleaban un trazado anárquico. Sus captores iban tras un narcomenudista que laboraba de forma independiente o con otra banda. Llegaron a una casa y detuvieron al vendedor y lo golpearon hasta que les dijo quién le surtía la droga. De ahí partieron a la hogar del proveedor. Unos destruían a mazazos la puerta de forja, mientras que otros trepaban el techo. Era de madrugada y en el barrio se oía el llanto de niños despertados por el imprevisto. Tras el derrumbe de la puerta, a los pocos minutos los hombres salieron con el proveedor y con computadoras, cámaras y otras cosas que habían saqueado de la casa. De ahí se fueron a un rancho, donde los bajaron descalzos y con los ojos vendados. Estaba por amanecer y se escuchó el motor de una sierra eléctrica y después los gritos del proveedor. Tras unos minutos ya no se oyó nada. A Man y al otro levantado les quitaron las vendas y les ordenaron acomodar los restos del proveedor en una caja. Después acercaron el teléfono a Man y le dijeron que llamara a su familia para que informara que estaba levantado y que sólo iba a sobrevivir a cambio de cierta cantidad de dinero. Man le dijo a su padre que vendiera todos los coches del lote y también una casa de campo recién comprada en Santiago. Concluida la conversación, los captores llevaron a Man al interior del rancho, a un cuarto donde lo tiraron al piso y lo patearon hasta quedar inconsciente.

En los siguientes días, mientras la familia reunía el dinero, los hombres llevaban a Man a sus “operativos”. Iban por otros narcomenudistas a otros barrios y se repetía la escena. En un par de ocasiones no se trató de vendedores de droga, sino de comerciantes de discos piratas. Al cabo de una semana, un hombre llegó y le dijo a Man que se preparara porque estaba por irse. Horas después lo dejaron amarrado de las manos y vendado de los ojos en el baldío de una colonia popular. Al momento de arrancar la camioneta, desde la ventanilla, uno de sus captores le ordenó esperar diez minutos antes de hacer cualquier movimiento. Man se quedó media hora petrificado, pensando que recibiría en cualquier instante el balazo que acabaría con su espanto. Cuando logró tranquilizarse, se desamarró con los dientes. No supo cómo pero había ido y vuelto del infierno.

 

La violencia que se desató en Nuevo León derivó en miedo y este miedo en una atmósfera de violencia aún mayor. Supe que un viejo conocido, tipo tranquilo y padre de dos niñas, compró un rifle para tenerlo a la mano en su ferretería para lo que se ofreciera. Y si un pequeño comerciante compró un rifle, los empresarios más ricos como José Antonio Fernández compraron el servicio de más escoltas, y a los que ya tenían los enviaron a entrenarse a Israel.

En general, la gente se volvió más prudente. Las camionetas pickup de lujo dejaron de transitar con tanta frecuencia en las calles, las charlas en los cafés o restaurantes acerca de los grupos del narco se hacían en voz baja sin mencionar jamás la última letra del abecedario, y la vida nocturna se puso triste y un poco arriesgada. A las redacciones de los periódicos también llegó la cautela: Las investigaciones sobre el narco se extinguieron, y las notas de ejecuciones, tiroteos y detenciones dejaron de firmarse en forma individual, ante la imposibilidad de contar historias en una jaula llena de leones. Los tiempos actuales hicieron también lo que el PRI nunca pudo lograr: Quebrar la unidad de la elite empresarial de la ciudad, dividida ahora en por lo menos dos grupos: uno abanderado por Lorenzo Zambrano, presidente de Cemex, y otro por Alejandro Junco de la Vega, dueño del grupo Reforma.

No pasó mucho tiempo para que el miedo derivara a su vez en paranoia. Una peregrinación católica detonó cohetones cerca de una plaza pública en la que bailaban decenas de parejas. Al escuchar las explosiones, pensando que era una balacera, los bailadores empezaron a correr y a aventarse entre sí. Algunos se lastimaron, pero no hubo ninguna muerte. Donde sí fallecieron cinco personas a causa de un espanto parecido fue en una cantina de la exposición ganadera de la ciudad. Al parecer -a la fecha no está confirmado- un borracho cualquiera disparó al aire y provocó el alarido, la corredera y la moridera en medio de la estampida humana.

 

Hasta el 2010, la historia de los cárteles de la droga, por lo menos en Nuevo León, Tamaulipas y Coahuila, podía dividirse en dos grandes etapas: la primera en los setenta y ochenta con el surgimiento de una mafia plebeya venida de los estratos sociales más bajos, mientras que la segunda, en los noventa, está protagonizada por hombres de clase media con mayor visión empresarial a la hora de trabajar. Ahora, hay políticos, líderes sociales y analistas que creen que ya está en marcha una tercer etapa en la evolución del narco, que gira sobre la fuerza bruta. De la mano de esta idea es que han surgido voces diciendo: Matemos a todos los narcos, simplifiquemos las cosas.

Coincidencia o no, apareció un tétrico fenómeno: el de los cementerios clandestinos. En 2010 91 cadáveres fueron desenterrados de 21 fosas hechas en diferentes predios. Hasta noviembre, ningún otro lugar de México registraba un número mayor de sitios de este tipo que Nuevo León. Quizá por eso cada vez me sorprende menos que a la cuenta de correo electrónico lleguen convocatorias abiertas para solucionar el pronblema usando armas largas e ideas cortas contra el narcotráfico. El pensamiento paramilitar que recorre Nuevo León se pasea sin pudor alguno por todos lados. Uno de sus espacios preferidos son las áreas de comentarios de internet de los periódicos locales. El 28 de agosto de 2010 el Ejército detuvo a Francisco Zapata, y en una noticia del periódico El Norte  se presentó a éste desconocido como “el líder zeta de Monterrey”. El primer lector que escribió debajo de la nota puso: “Señores militares: sugiero abrir un centro de tortura y un pozolero en el campo militar para tratar a este tipo de ratas, o aplicarles la Ley fuga. A grandes males, grandes remedios”. Otra opinión, crítica con las fuerzas armadas fue: “Es una lástima que lo hayan atrapado. ¿Por qué no lo mataron? Lo único que va a pasar es que un juez pedorro lo suelte “por falta de pruebas”. Uno más de los comentarios que aún pueden ser consultados era: “Hagan una zetafosa y solo déjenlos caer vivos y échenles tierra con bulldozer y Listo!!”.

El mismo día que apareció esa noticia con sus respectivos comentarios, en el periódico Milenio Diario de Monterrey, Jorge Villegas, el columnista político más serio e influyente del estado, fundador de las carreras de comunicación, tanto en el Tec de Monterrey como en la Universidad Autónoma de Nuevo León, publicó una columna con el título “Solución paramilitar”.Recomendaba abiertamente a las autoridades -0 a algún acomedido- la contratación de la empresa estadounidense Blackwater -acusada de ejecuciones sumarias en Irak- o de alguna por el estilo, para solucionar los problemas de la ciudad. “Así sí sería parejo el combate entre sicarios armados como para la guerra y verdaderos guerreros igualmente pertrechados y sin el riesgo de ser víctimas de venganzas en sus familias. Sería una solución legal, aunque polémica para un problema que nos está estrangulando, que está diezmando la ciudad y que amaga con despojar a Monterrey de su prestigio como centro de trabajo y de inversión. En el consulado de Estados Unidos tienen la información sobre estos contratistas. Si alguien quiere solucionar esto de una buena vez”.

 

A los pocos días de ganar las elecciones, Edelmiro Cavazos buscó a Mauricio Fernández Garza, el alcalde electo de San Pedro Garza García, quien había anunciado que su ciudad -la más rica del país- sería blindada del crimen organizado con la ayuda de un comando rudo. Edelmiro se reunió en privado con el empresario y le contó que la policía local de Santiago estaba al servicio de Los Zetas, y que no podía remover a los elementos, ya que le habían advertido que si lo hacía, su vida estaría en riesgo. Los agentes estaban tan coludidos que no solamente se hacían de la vista gorda ante las operaciones de la banda, sino que trabajaban al servicio de ésta deteniendo a gente y llevándola a ranchos de Los Zetas.

- La situación es tan absurda- le dijo Edelmiro a Mauricio- que hay gente levantada por equivocación, debido a que tenían un nombre parecido al de quien buscaban, y luego de que los policías los llevan con Los Zetas, éstos los regañan diciéndoles y les ordenan que los devuelvan a sus casas.

Edelmiro no podía hacer nada contra sus propios policías. Mauricio le sugirió que se coordinara con el Ejército, que en septiembre de 2009 se había llevado detenido al secretario de Seguridad Pública de Santiago, Francisco Villarreal, y a otros dos policías locales, bajo la acusación de que trabajaban para Los Zetas. Edelmiro lo hizo y a poco más de quince días de haber tomado protesta como presidente municipal, el 18 de noviembre, dejó que un grupo de soldados irrumpiera en las instalaciones de su policía para revisar armamento e interrogar a su gusto al personal.

A la par de la preparación del operativo militar desaparecieron dos policías. El primero fue Roberto Rafael Esparza Ordóñez y el segundo el agente Luis Omar Aguilar Gaytán. Luis Omar hacía trabajo de oficina, nunca salía a patrullar. Un video del circuito cerrado lo exhibe llegando al edificio, pero no cuando lo abandona. Nadie vio nada, nadie supo nada.Además de las desapariciones de los dos agentes, hubo detenciones y renuncias de otros efectivos, por lo que la administración de Edelmiro fue quedándose sin policías.

 

El 22 de marzo de 2010 se desató una nueva cacería en Nuevo León, pero esta vez de policías, en especial de Santiago. Ese día el agente Daniel Sepúlveda Maciel, de 25 años, fue fusilado en el portón de un rancho. Llevaba una playera de los Rayados del Monterrey, además de un pantalón de mezclilla azul, y tenis negros, ya que cuando había sido interceptado por el comando, se encontraba en su día de descanso. El siguiente fue el policía Gregorio Rodríguez González, quien murió el 16 de abril acribillado a media cuadra de la Secretaría de Seguridad Pública municipal. “Goyo”, como le decían sus compañeros, estacionó su camioneta junto a una ferretería. Como era su día de descanso iba acompañado por su esposa y sus tres pequeños hijos. Repentinamente dos camionetas llegaron, una por delante y otra por detrás. Un grupo de hombres armados mostrando AK-47 y otras armas bajaron y uno de ellos trató de someter a “Goyo”, pero éste, quien medía 1.82 metros y pesaba más de cien kilos, no se dejaba. La escaramuza terminó cuando otro de los del comando le disparó con una 9 milímetros.

Al día siguiente, el mismo grupo de hombres que realizaban sus acciones vestidos con ropa de camuflaje y el rostro cubierto, levantó al policía Gustavo Escamilla González, quien también se hallaba en su día de descanso. Su familia abrió rápidamente una página en Facebook para denunciar la desaparición y pedir a sus captores que tuvieran clemencia y le pusieran al policía una inyección con insulina ya que era diabético. Todavía no había ni diez comentarios en la convocatoria lanzada en las redes sociales de internet, cuando el policía fue encontrado con el cráneo destrozado a balazos, en medio de varios arreglos florales, y junto a una cartulina en la que se leía el siguiente aviso: “Esto es para que sigan ayudando a los jotos de los Zetas”.  En el mismo escrito se hacía un pase de lista de policías que serían asesinados en los días siguientes, no sólo de la corporación de Santiago, sino también de otros municipios de Nuevo León. El mensaje lo firmaban las iniciales CDG, CDM y CDF, y se cumplió: Cincuenta policías locales de Nuevo León, la mayoría de Santiago, fueron asesinados en esas fechas.

A la semana siguiente del aviso, el 27 de abril, el policía Diego Aguirre Plata, que estaba tramitando su renuncia, fue ejecutado dentro de la tienda de sus abuelos, en la que infructuosamente trató de esconderse. En mayo las sombras asesinas dejaron descansar a Santiago y no murió ningún policía, pero el primer día de junio se reanudó el exterminio. Murió precisamente Sergio Pérez Beltrán, el policía aquél que había encabezado la manifestación en contra de la presencia del Ejército, un año atrás. Junto con el policía Pérez Beltrán fue asesinado el agente Eduardo Leal Campos, de 20 años. Hilda Rodríguez Doria, pasajera de un autobús que circulaba cerca de la carretera donde ocurrió la doble ejecución, fue alcanzada por el rebote de una bala y tras una semana de estar internada fue dada de alta y salió por su propio pie del hospital.

El comando no paraba y los efectivos seguían cayendo como víctimas de algo que oficialmente parecía indescifrable. Cinco días después fue cazado Emeterio de la Cruz Ávila Gallardo, un policía de 49 años que apenas tenía un año de haber ingresado a la corporación. El 20 de junio los asesinos de policías entraron a la recámara de la casa del agente Jesús Francisco Siller Torres y le soltaron trece tiros a quemarropa mientras dormía: ocho fueron con un rifle calibre .308, dos con un AK-47, uno con pistola 9 milímetros y el resto con armas que los peritos no pudieron identificar nunca.

En el mes siguiente, dos patrullas de la policía de Santiago, una Dodge Charger y un Tsuru Nissan, fueron perseguidas por el comando de las sombras asesinas en la carretera nacional. El primer agente en morir sentado en su unidad fue César Luis Tello Oyervides. Un kilómetro adelante quedó luego el cuerpo de José Encinia Luna, acribillado en las escaleras de un consultorio dental ubicado a la orilla de la carretera, en el cual intentó esconderse de sus cazadores. Esa vez dos policías más resultaron lesionados: Amalia Guadalupe Cavazos González, con heridas en las piernas y el pecho, y José Raúl Torres Martínez, lesionado de la espalda, mientras que el agente Mauricio Morales Sarabia, murió 28  días después, a causa de los impactos que recibió en el pecho y en la espalda.

Apretar el gatillo y enfocar contra un uniformado se volvió algo fácil. Durante los primeros meses de la administración de Edelmiro Cavazos, Santiago se convirtió en un campo de tiro. Los policías eran el blanco.

 

No hubo homenaje fúnebre para ninguno de los doce policías asesinados en Santiago. Ni despedidas especiales ni pronunciamientos de condena por parte del alcalde Edelmiro Cavazos, quien a la par de la lenta matanza comenzaba a ver crecer su popularidad, incluso en el área metropolitana de Monterrey, donde otros alcaldes se referían a él como un tipo muy simpático que además “era tan entrón como Mauricio Fernández pero menos protagónico”. Salvo una ligera acusación de nepotismo por darle a su prima un cargo en la dirección de Turismo, la gestión de Edelmiro transcurrió sin escándalos, algo poco usual en Nuevo León, donde es raro que haya un presidente municipal que no sea evidenciado públicamente por realizar burdos actos de corrupción.

Edelmiro se movía con una seguridad discreta. Incluso acudía a discotecas como Woodstock Plaza, donde la cantante peruana Tania Libertad ofreció el 9 de mayo un concierto dedicado a las madres, en el cual aprovechó para felicitar a Edelmiro por su trabajo como presidente municipal. Dos escoltas -que no formaban parte de la policía de Santiago y que tenían contacto directo con el Ejército- se encargaban de cuidar al alcalde con el apoyo eventual de efectivos locales. Uno era Gilberto Cruz Puente y el otro Valentín Castaño Cepeda, quienes se movían de un lado a otro con Edelmiro en una Grand Cherokee blindada.

El 12 de agosto, ambos escoltas salieron del palacio municipal en la camioneta modelo 2003, para ir a cargar gasolina mientras el alcalde concluía una serie de reuniones en su despacho. Al tomar un tramo amplio y bien pavimentado de la carretera Nacional, los escoltas tuvieron un extraño accidente. Una supuesta falla en el motor, o un bache, provocó que se salieran del camino, dieran algunas volteretas y acabaran estrellándose contra una malla ciclónica y una barda de concreto. Gilberto, quien iba de copiloto, murió casi al instante luego de que un pedazo de alambre supuestamente se le enterró por un costado del pecho, pese a que llevaba puesto el chaleco antibalas. Valentín fue llevado al hospital para ser atendido de heridas leves y luego fue detenido, acusado de homicidio imprudencial, por lo que no regresó a cuidar a Edelmiro.

Al día siguiente del percance, se registró un enfrentamiento armado de más de una hora entre soldados y Zetas, justamente en los límites de Monterrey y Santiago. Durante la refriega falleció un sicario apodado El Sonrics, quien supuestamente dirigía la banda en la región. Al día siguiente, un convoy de 50 camionetas procedentes de Tamaulipas fue visto en las afueras de Monterrey. Al mismo tiempo, una granada estalló en las instalaciones de Televisa en Monterrey, justo cuando los llamados Tapados, ahora armados con rifles, daban inicio al mayor sitio sucedido en la historia reciente de la ciudad: bloquearon la circulación de más de cuarenta calles. Los bloqueos tenían el objetivo estratégico de impedir la llegada a la ciudad del convoy de camionetas pertenecientes al Cártel del Golfo, grupo con el que Los Zetas se enfrascaron en una guerra que a finales de 2010 no tenía visos de acabar pronto.

En los días siguientes hubo más bloqueos y tiroteos. La zozobra llegó a las cúpulas económicas, que a través de las cámaras empresariales locales publicaron un desplegado titulado “Basta Ya”, el cual incluía fuertes reclamos al gobernador Rodrigo Medina.

Pese al ambiente de guerra, Edelmiro no modificó su agenda de labores, aunque acordó con su esposa Verónica de Jesús, que ella se fuera durante unos días a Texas con los niños. Una semana después del misterioso accidente de sus escoltas de confianza, la noche del domingo 15 de agosto, el alcalde acudió a la celebración del Día Mundial de la Juventud en la plaza principal del municipio. Iba vestido informalmente, con pantalón de mezclilla, camisa blanca y zapatos cafés. Fue breve al hablar y luego se quedó a escuchar otras intervenciones, en su mayoría de muchachos cristianos. Alrededor de las diez de la noche se dirigió a su casa ubicada en un fraccionamiento privado de nombre La Cieneguilla. Pasados los primeros minutos del 16 de agosto, varias camionetas con focos parpadeantes conocidos como estrobos en el norte de México se acomodaron afuera de la casa de Edelmiro. Tras la muerte de uno de sus escoltas y la detención del otro, lo cuidaba el policía José Alberto Rodríguez.

La casa de Edelmiro contaba con cámaras de videograbación ocultas por lo que quedó registro de lo que luego pasó. El policía que supuestamente lo cuidaba se subió tranquilamente como uno más del comando, a uno de los vehículos. En las imágenes se podía ver también a Edelmiro recibiendo al comando y dirigiéndose pocos minutos después hasta una camioneta Yukon, mientras le apuntaban hombres armados. Sus captores eran policías de Santiago, quienes formaban parte de una célula de Los Zetas dirigida por un hombre apodado El Caballo. Catorce hombres en total llevaron a cabo la operación.

Santiago amaneció ese lunes con la noticia del levantón de Edelmiro y algunos diputados de su partido equipararon el suceso con el secuestro de Diego Fernández de Cevallos, sin embargo, la principal hipótesis que había en los cuerpos de seguridad era la del crimen organizado y no la de la guerrilla como en el caso del ex candidato presidencial.

Dos días después, a eso de las ocho de la mañana, un campesino vio de lejos a una persona acostada en una meseta cercana a la Cola de Caballo, una enorme cascada consideraba como la principal belleza natural de Nuevo León. El jornalero no se quiso acercar y siguió su camino por la sierra hasta toparse con uno de los hombres encargados de cuidar la cascada, a quien le avisó lo que acababa de ver. El campesino continuó su marcha entre la neblina de la mañana y el empleado turístico se dirigió junto con otro compañero a ver de qué se trataba. Los hombres encontraron el cadáver de Edelmiro semicubierto por una lona azul que fue confundida después con la bandera del PAN.

Esa misma mañana, el helicóptero del gobierno estatal aterrizó en los alrededores del paraje ubicado a unos 50 kilómetros del Palacio de Gobierno. De la aeronave descendió el Gobernador Rodrigo Medina, uno de los primeros en saber que el alcalde de Santiago había recibido dos disparos en la cabeza y uno más en el tórax.

 

Al día siguiente de que apareció el cuerpo del alcalde, uno de los periódicos locales tituló la noticia: “Pone orden Edelmiro y lo matan”. Se hacía referencia -como en los otros diarios- a que los policías de Santiago habían asesinado a Edelmiro Cavazos supuestamente por que les había descontado un bono de 800 pesos, y los había regañado por infraccionar a ciclistas de las montañas. La procuraduría de Justicia compartió a los medios de comunicación parte de las declaraciones ministeriales de los efectivos detenidos, aunque no ahondó demasiado en la versión principal que dieron para explicar su ataque contra el alcalde. Según los efectivos, Edelmiro permitía que operara el comando mata-policías, por lo que ellos habían decidido cobrar venganza. El coordinador de los diputados locales del PAN, Hernán Salinas, negó rotundamente que el alcalde tuviera contactos con otros cárteles. “Edelmiro fue un ejemplo de un ataque frontal a la delincuencia organizada y punto”, dijo.

Durante los días siguientes, algunos adolescentes repartieron volantes con diseño patriótico y sin sello oficial, en los cuales aparecían fotos depolicías prófugos que habían participado en el levantón y asesinato de Edelmiro. En  internet apareció un canal de youtube bajo el nombre de “Reporta Zetas”, en el cual hay un video titulado “Edelmiro muerto” en el que se escucha el himno nacional mientras se va reproduciendo el siguiente mensaje: “Estamos hartos de tanta violencia. Ahora estas personas creen que pueden matar a nuestros gobernantes. Q.E.P.D. Edelmiro Cavazos. Nuestro grupo está comprometido para acabar con estas personas que tanto daño hacen a nuestra ciudad. Somos un grupo formado por gente regia cansada de tanta violencia y auspiciado por empresarios regios. Para acabar esto necesitamos de tu ayuda, reporta actividades sospechosas, puedes salvar vidas. Sabemos que la autoridad estatal y municipal no da el kilo, así que toda la información que recabamos la pasamos al Ejército. Expulsemos de una vez a estos lacras de nuestra ciudad, asesinos de inocentes, niños y mujeres”.

La dirigencia del PAN en Nuevo León mandó imprimir cientos de calcomanías con la foto del alcalde fallecido y la leyenda: “Edelmiro... Sí dio la vida”, en alusión al Gobernador del PRI, Rodrigo Medina, quien en su campaña electoral dijo alguna vez que daría la vida por Nuevo León, lo que le suele ser cuestionado por sus adversarios cada vez que la cresta de la ola de la violencia llega a niveles altos, o sea que todos los días desde que asumió el cargo.

Como alcalde sustituto de Edelmiro fue designado el síndico Bladimiro Montalvo Salas, otro “Miro”. La policía de Santiago, entre asesinatos, renuncias y detenciones, desapareció por completo, y el Ejército tomó el control de la seguridad municipal junto con efectivos estatales. Santiago resultó así uno de los primeros municipios del país en aplicar de facto la política del Mando Único impulsada por el secretario de seguridad Pública Federal, Genaro García Luna. El alcalde de San Pedro Garza García, Mauricio Fernández Garza, uno de los principales opositores a este plan, me dijo días después que la muerte de Edelmiro también era resultado del desdén federal. “A los municipios no nos pelan. Es como si estuviéramos en un gobierno autoritario. No nos invitan a las reuniones de seguridad”.

–Entonces ¿crees que tu estrategia de recolectar información y de disuadir mediante comandos rudos es exportable a otros municipios?- pregunté.

–Lo que pasa es que empiezas con muchas dudas, que si son paramilitares, israelitas, de los Beltrán Leyva... La gente en vez de ver resultados te cuestionan, nunca me apoyaron. ¿Que mas daba si eran chinos? Todos querían explicaciones y piensan que es chueco. Creo que es un miedo natural al cambio.

Casi dos semanas después del crimen de Edelmiro, la primera dama Margarita Zavala llegó al poblado. Fue recibida por el dirigente panista en Santiago, Jorge Flores Marroquín, quien le pidió que se tomaran una foto juntos, antes de que entrara a ver a los deudos del alcalde. Luego de posar, la primera dama ingresó a la casa donde la esperaban los padres, la viuda y los hijos de Edelmiro. Verónica de Jesús Valdés le mostró a la esposa del presidente los videos subidos espontáneamente a internet en recuerdo de Edelmiro. Al cabo de dos horas de conversación, Margarita Zavala salió de la casa bajo un fuerte resguardo. Una mujer se le acercó para regalarle una caja con galletas chorreadas típicas del pueblo y también para pedirle que ni ella ni su marido se olvidaran de Santiago.

En menos de 14o caracteres, el Presidente Felipe Calderón ya había expresado su sentir por la muerte de Edelmiro. Vía su cuenta de twitter @felipecalderonh, el mandatario había dicho: “La muerte de Edelmiro nos indigna y nos obliga a redoblar la lucha en contra de estos cobardes criminales que atentan contra ciudadanos”.

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Estimada Lolita,

te escribo lo siguiente: Me llamo César Silva Márquez y nací en Ciudad Juárez, en 1974. En abril de 2009, junto con mi esposa, dejamos Ciudad Juárez para vivir en Xalapa, Veracruz. Eso lo veníamos planeando desde 2007. Ahora empieza la historia que me pediste:

Cuando se trata de Ciudad Juárez, todos tenemos algo que contar: En diciembre del 2008 una patrulla nos detuvo a Magali y a mi. Me dijeron que estaba conduciendo en estado de ebriedad. Les dije que no era cierto. Me dijeron que los tenía que acompañar. Magali sacó su celular y mientras marcaba el número de unos amigos, un policía le dijo que dejara el teléfono en paz. Les dije que no nos trataran así, que no estaba ebrio. No me escucharon. Me dijeron que me subiera con ellos a la patrulla. La patrulla estaba estacionada detrás de nuestro auto y dentro había un policía encapuchado. Les dije que no iba a ir con ellos. Me dijeron que los acompañara. Les dije que tan solo traía cien pesos en la cartera y Magali sacó cien más. Eso es todo lo que traemos, les dije y les mostré el interior vacío de la cartera de Magali y mi cartera. Tomaron el dinero y se marcharon.

Hace unos meses, en septiembre si mal no recuerdo, la amiga de una amiga fue secuestrada, los familiares negociaron su rescate y la mujer ahora está libre. Sé que otros no han tenido tanta suerte. A mediados de 2009, el padre de una compañera de trabajo fue secuestrado y asesinado. También me acabo de enterar de que a un amigo, mi exjefe para ser precisos, le robaron su camioneta. Lo bajaron con un arma y se llevaron todo lo que traía, él salió ileso. Mucha gente me dice, ahora que vivimos en Xalapa, qué bueno que se salieron de Ciudad Juárez. Qué buena opción.

Pero no es tan fácil, al menos no para mí. No es tan sencillo dejar la tierra en donde naciste. No entienden que uno no viene huyendo. Al oír lo que acontece día con día en mi ciudad, me dan ganas de volver y enfrentar ese dolor en persona. Tal vez hacer algo al respecto. Pero tampoco es fácil. Luego pienso que vivir en Ciudad Juárez es tan terrible como vivir en Culiacán o el Puerto de Veracruz o Morelia o cualquier ciudad del país. Porque no se necesita un coche bomba para entonces sí sentirte ultrajado, sólo se requiere un acto de violencia cerca para decir: qué vamos a hacer. Me duele Ciudad Juárez. Me duele ese desierto y su cielo tan amplio.

Desde hace más de cuatro años no he escrito un poema. Edgar Rincón Luna escribió Puño de whisky, un poemario terrible donde hay muertos y golpeados en casi todas sus noventa páginas. Yo escribí Los cuervos, una noveleta que alegoriza mi imaginario sobre los feminicidios, y Una Isla sin mar, una trabajo más extenso donde se habla de la desilusión y la violencia que se vive en Ciudad Juárez.

Con Magali Velasco, mi esposa, decidimos allá por 2007 que un cambio de aires sería bueno. Por eso ahora vivimos en Xalapa. Fue una mudanza importante para ambos. Para ella significaba regresar a casa después de nueve años de ausencia. Para mí, emprender una aventura. Estar aquí, en Xalapa, coincidió con esta supuesta y absurda guerra donde hay tanto poder coludido. Si tuviera más espacio y fuentes comprobables escribiría las historias que amigos (algunos son periodistas) me han contando. Pero prefiero sólo hablar de mí.

Vivimos tiempos espinosos, pero qué tiempo no lo ha sido.

Ahora mismo un joven poeta de Ciudad Juárez, Luis Rico, que no rebasa los 22 años, me muestra sus poemas sobre su padre y su abuelo. Poemas que hablan de las viejas cantinas que aún sobreviven (porque muchas han sido incendiadas). De las máquinas que han entrado al centro a destruir las antiguas casas y negocios para levantar edificios nuevos, más acordes, dice el gobierno, con el presente. Habla de su novia y de moteles que juntos conocen y amigos que beben café en el Starbuck de la avenida Gómez Morín. Esa es la Ciudad Juárez que le toca vivir ahora y donde él escribe, donde yo escribí mis poemas y un par de novelas.

Y tal vez esto sea lo más importante de todo.

Estimada Lolita, después de este punto he escrito un par de párrafos más que he borrado, creo que escribir más es redundante Y no quisiera darle más espacio a quienes están haciendo de mi ciudad (y mi país) una masacre continua. Mejor te dejo un poema que habla sobre Ciudad Juárez, escrito por Luis Rico. Gracias.

 

Reflejo roto en un bar

El tren pasa por la tolvanera del centro histórico

hacia un horizonte de tapias difusas.

Atravesamos la calle.

En el puente peatonal

los gongs que escalamos

tañen rectángulos de aire.

En la plataforma veo el serpenteo de las lámparas

y el letrero amarillo de los tiempos.

El tren nos ensordece.

Los rieles se calientan a quemar. Las rejas vibran.

Leandro tiene frio: siente nostalgia por Argentina.

La arena, ese juglar del norte, se remansa a nuestros pies,

luego salta con largas piernas de tejado en tejado

para disolverse tras las lámparas.

Un gringo nos aborda en la calle principal:

Man, I need to find my wife. Spare me a cab for Christ sake!

 

Un marco de cantera y neón

da al interior de la cantina. Adentro,

bajo un techo de estalactitas,

la luz roja tira del humo

y en la mesera, que es vieja, las comisuras se vuelven abismos.

Mis dientes crujen de arena

y los hombres del bar son incensarios

donde la jornada se consume

en medio del silencio.

Bebemos.

Leandro, que esta tarde panificaba milanesas,

me cuenta del obelisco que rasga el cielo de Buenos Aires,

de la cocaína que se mezcla con vidrios

y de los cuerpos que menguan como lunas.

Bebemos.

Leandro escupe y se calla.

En la barra un bicéfalo y un decapitado conversan.

Yo busco mi reflejo tras la repisa de las botellas

pero no me encuentro.

Veo a la gente que vive en los talleres,

y pienso en el verano.

 

(Como cadáveres de ángel en hilera

las mamparas luminosas aún duelen.

Cerca de la pared caliente de este claustro

Reina cose faldas que nunca se pondrá,

un arco rubio de satín

corre por el beso de la máquina.

En Reina se decanta una mirada de soplete

y el aluminio se acumula en sus pestañas.

A mi derecha, bajo esta misma fila de cadáveres,

otras mujeres se encorvan

y parece que las máquinas son reclinatorios

y ellas dan gracias por el día.

A las nueve y media,

compartimos un guisado y una cuchara,

bebemos café aunque no haga sueño.

 

En el sótano mi padre viste un delantal

y el polvo de las telas que desenrolla

se adhiere a su antebrazo

y a la escalera de cicatrices en sus dedos.

Veinte años lo ha mordido la cortadora eléctrica

pero él sigue cortando al sol cada jornada

trozos que yo tomo de un plato.

Un día mi padre movió las camisas en el armario

y se llenó las manos de cucarachas.

Ese día los goznes de la casa se oxidaron

y la fuente se quebró bajo mi lila.

Ahí también se pudrió la vena de Simona,

la vena terriblemente azul que trasponía la piel

e inyectaban con suero a reventar.

Joven todavía,

su lóbulo se alargaba por el peso

de los aretes de cuarzo

y esa fue la imagen

que enturbió muchos años el descanso de mi madre.

En la soledad de aquella casa

han quedado colecciones de monedas

y fotos donde mi padre patea balones

levantando polvo).

 

El gringo se adentra en la cantina

hasta que el espejo y las botellas lo desmiembran;

se sienta y pide una cerveza oscura.

 

Cuando Leandro y yo salimos de ahí

la arena había sembrado nubarrones

y el tren obstruía el paso.

Leandro dijo que las cosas perdían sentido,

que tenía que volver y estar seguro

de que ya siempre será un extraño en Buenos Aires.

La madrugada despejó

la ceniza de sus ojos.

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¿Qué es Tamaulipas?

En la prensa se afirma: “Tamaulipas es una vergüenza… Tamaulipas es todo un mal ejemplo en México”. “Tamaulipas es un estado disfuncional”. “Tamaulipas es escenario de una guerra entre la organización narcotraficante el cartel del Golfo y su antiguo brazo armado Los Zetas”. “Tamaulipas está infectado por narcotraficantes mexicanos, pandillas salvadoreñas y triadas chinas… Tamaulipas se descompuso porque se profundizó la descomposición en todo el país como consecuencia de la guerra contra el narcotráfico”. “Tamaulipas es un enigma; sin horizonte político promisorio”.

 

¿Qué es Tamaulipas?

Tamaulipas es un estado del noreste de México. Cuenta con 420 kilómetrosde costa en el Golfo de México y comparte 370 kilómetros de frontera con los Estados Unidos con quien se comunica a través de 16 puentes internacionales, lo que lo convierte en la entidad con mayor número de cruces en el país. Considerado entre las 10 economías más importantes de México, está habitado por poco más de 3.2 millones de personas en 79,384 kilómetros cuadrados de territorio y se organiza en 43 municipios, entre los que destacan, por su importancia económica, demográfica y política, nueve ciudades: Nuevo Laredo, Reynosa, Río Bravo, Matamoros en la frontera norte; Victoria, la capital, en el centro; Mante, Altamira, Madero y Tampico en el sur y sureste.

Sólo en las ciudades de la frontera se concentra más de la mitad de la población total. El crecimiento demográfico que experimentan se debe en gran medida a la oferta laboral –maquiladoras y comercio internacional- y a una creciente población flotante que provocan los flujos migratorios al vecino país.

En ciudades como Nuevo Laredo y Reynosa, por señalar dos casos, el 56 por ciento de su población proviene de otros estados de la república. Este hecho se ha visto acrecentado por el aumento en la repatriación de connacionales, a consecuencia del endurecimiento de los controles de seguridad en la frontera norteamericana, que en este año se proyecta supere los 120 mil repatriados mexicanos sólo por Tamaulipas.

Por su condición fronteriza con los Estados Unidos, los municipios del norte tamaulipeco han experimentado, históricamente, una dinámica particular con relación a la delincuencia y al crimen organizado, cuyos costos son elevados.

Todo este panorama está generando un deterioro permanente en la calidad de vida de los habitantes de estas ciudades. Sus signos se perciben ya en rezago de servicios educativos y salud, congestionamiento vial, transporte obsoleto, escasa infraestructura urbana, disminución de la disponibilidad de agua y la falta de espacios para la recreación, la cultura y el deporte.

 

Pero ¿Qué es Tamaulipas?

El 17 de diciembre de 2009, se registraron 64 muertes en diversas entidades del país. “El día más violento del sexenio” no registraba una sola víctima en suelo tamaulipeco.

2010 es el año en que Tamaulipas brincó al escenario informativo nacional e internacional en la cobertura del narcotráfico. El año inició con buenas noticias: La tasa de homicidios presentaba una significativa y constante tendencia a la baja. Los hechos violentos existían, pero se cubrían escasamente y como eventos aislados.

El estado se preparaba para la contienda electoral en la que se elegiría nuevo gobernador, alcaldes y diputados locales. El tema dominaba la agenda noticiosa. Sin embargo, la percepción de que la violencia iba en crecimiento era contundente.

Durante el mes de febrero, redes sociales y portales de video como Youtube registran balaceras y enfrentamientos en CamargoValle HermosoReynosa. Las notas no llegan a las redacciones de la prensa escrita. Los ciudadanos comienzan a registrar en video y blogs el acontecer de sus comunidades.

Al inicio del mes de marzo, se registran enfrentamientos en Xicoténcatl, Camargo, Valle Hermoso y Miguel Alemán entre grupos armados. El 4 de marzo, encuentran los cuerpos calcinados y desmembrados de tres hombres en Ciudad Victoria.

El día 25 de ese mismo mes, 41 reos escapan del centro de readaptación social del municipio fronterizo de Matamoros. El 2 de abril, de nueva cuenta una fuga de reos. En esta ocasión escapan del penal de Reynosa 12 reos federales, mientras que en Tampico esa misma noche, al sureste de la entidad, mueren en un table dance cinco hombres y dos mujeres y con horas de diferencia, la cantante grupera Jenni Rivera suspende su concierto a poco de haberlo iniciado por balaceras en la feria donde se presentaba.

Al día siguiente, 3 de abril, en la carretera conocida como La Ribereñaque conecta a los pequeños municipios fronterizos ubicados entre Reynosa y Nuevo Laredo, a la altura de Ciudad Mier, disparan contra una camioneta donde viajaban 13 personas en un supuesto enfrentamiento entre militares y presuntos delincuentes. En el hecho murieron los niños Martín y Brayan Almanza Salazar de cinco y nueve años; cinco de sus familiares resultaron lesionados.

13 de mayo: José Mario Guajardo, candidato del Partido Acción Nacional a la alcaldía del municipio fronterizo de Valle Hermoso es asesinado junto con su hijo y un trabajador en las oficinas de su negocio particular.

Quizás el golpe mediático más importante hasta ese momento se dio el lunes 28 de junio. El candidato a la gubernatura del estado por la coalición PRI-PVEM-Nueva Alianza, Rodolfo Torre Cantú, es emboscado en el kilómetro 9 de la carretera a Soto La Marina, en Ciudad Victoria. El candidato es asesinado, junto con dos escoltas y dos acompañantes, entre ellos, un diputado local y quedan heridas cuatro personas más de su equipo de campaña. El país se conmociona ante la noticia.

El 7 de julio, tres días después de las elecciones, se fugan 12 reos federales nuevamente del penal de Reynosa. Los acontecimientos, los enfrentamientos, las balaceras en carreteras y municipios del estado se suceden. Así, el 30 de julio, trece hombres y dos mujeres, torturados y con tiro de gracia, son abandonados en un tramo de la carretera Matamoros-Victoria, en el municipio de San Fernando. Lo insólito empieza a desdibujarse. El 5 de agosto estalla un coche bomba en el estacionamiento del complejo de seguridad pública del estado, en Ciudad Victoria.

El escenario estaba ya listo para una tragedia mayor: El 25 de agosto, elementos de la marina mexicana encuentran 72 cuerpos, 58 hombres y 14 mujeres, que poco después se sabría eran migrantes centro y sudamericanos. El agente del ministerio público encargado de la investigación desaparece ese mismo día junto con el director de seguridad pública del municipio. Semanas después, aparecerán muertos también en el municipio de Méndez.

La violencia no cesó y en la noche siguiente, estallaron dos coches bomba en la capital del estado, uno frente a las instalaciones de la empresa Televisa y el otro afuera de las oficinas de tránsito municipal, para continuar el 29 de agosto con el asesinato del alcalde del municipio de Hidalgo, Marco Antonio Leal García.

El 10 de septiembre, son 85 los reos –cifra histórica- que logran darse a la fuga del penal de Reynosa a tres días de que asumiera el cargo el nuevo responsable de Seguridad Estatal y justo en medio de la conmemoración del bicentenario de la independencia de México, durante la madrugada del 16 de septiembre, mueren 22 personas en un enfrentamiento entre personas armadas y el ejército en Ciudad Mier.

 

Insisto ¿Qué es Tamaulipas?

El derecho de piso. El secuestro. La amenaza. El toque de queda autoimpuesto. La indefensión. La calma sostenida en la rutina del día a día. El “ya pasó”. El “todo está bien otra vez”.

Nuevas rupturas en reposo. Las calles desiertas. El silencio de la oscuridad que se rompe por unas llantas deslizantes, un comando que patrulla las rutas, que patrulla su plaza, que a la expectativa. El bullicio nocturno dejado atrás, reservado ahora sólo para la convivencia vespertina –nunca más tarde de las 8. Las rutinas cotidianas, trastocadas. Aquél que ya no trota en las mañanas. Los jóvenes que ya no se divierten en el antro. La mujer que organiza adolescentes pijamadas. El adiós a la vida trasnochada. Los comercios cerrados a hora absurda, inimaginada y al borde de la quiebra. El refugio al interior, al espacio privado de la casa, de los amigos, de los espacios cerrados. Las historias en los blogs, en el café, en la oficina, en la casa. Las anécdotas del horror, del yo lo vi, del me lo contaron.

Carreteras confiscadas. El trayecto de pueblo a pueblo vuelto imposible. El riesgo de perderlo todo, de perder tu carro, de ser violado, de dejar la vida y el orgullo en el fuego cruzado, en el asfalto.

Empresarios y sus inversiones en fuga. Empleos en retirada. El pánico en escuelas que se vacían. Los padres en apresurada urgencia. El éxodo continuo de familias. No pasa nada. La seguridad de los yunaited. Las comunidades, los poblados, las colonias en abandono. El silencio que aturde por constante. Mier, dicen, es ya un pueblo fantasma. ¿y la autoridad? Nos rebasa la violencia, el poderío, el exceso. Las reglas cambiantes, las formas discontinuas, los miedos persistentes.

El deterioro, el olvido, la deserción, el abandono. El clamor de un suficiente que no se escucha, que nunca llega, que se resigna. Un día en Tampico que es igual a otro de Reynosa. Un día en Victoria que en Mante ocurrió dos meses atrás. Un día en Tamaulipas que se repite y se repite y se repite. Secreto a gritos.

 

¿Qué es Tamaulipas?

Es a partir de febrero de este año que la vida como la conocíamos en Tamaulipas da un giro inesperado. El incremento de los hechos violentos se dispara de forma insólita, vertiginosa. La percepción de descomposición permea en cuestión de semanas.

La ciudadanía, frente al contundente embate de la violencia, busca espacios y herramientas para informarse, para protegerse, para replegarse.

En un primer momento, el gobierno del estado implementó en su portal un Sistema de Información Oportuna al que los ciudadanos recurrían para corroborar la veracidad de hechos violentos en los municipios. Funcionó bien durante un corto lapso, pero fue retirado poco antes de las elecciones por considerarse que su ciclo se había cumplido.

Frente a la innegable presencia y consecuente aumento en los delitos del fuero común en la entidad, una solidaridad anónima comienza a fraguarse en las redes sociales. El caso de twitter como vehículo para obtener datos e información inmediata puede ejemplificarse con el canal #reynosafollow. Con los 140 caracteres de un tuit, se da información concreta, acompañada en muchas ocasiones y por usuarios más experimentados, de códigos de “veracidad”, los tuiteros tamaulipecos se avisan de hechos que ocurren, están ocurriendo o ya sucedieron. Así, A1 significa que alguien te dijo, A2 significa que son rumores, A3 que lo dicen en noticieros, A4 que tú lo viste, A5 que estás ahí.

A partir de su surgimiento, los ciudadanos entran a estos canales específicos para cada municipio vía las computadoras y en un alto porcentaje vía teléfonos celulares, para confirmar rumores de balaceras, secuestros o para pedir consejo sobre rutas de tránsito seguras.

La impresión entre la gente es, por momentos, de desamparo y las autoridades parecieran no estar a la altura. Tan sólo el día de ayer se reportó que 22 de los 43 alcaldes del estado ya no viven ni despachan en sus municipios. La ciudadanía no confía ni en unos ni en otros. El Senado de la República considera ya la suspensión de garantías en algunos municipios.

A cien días del cambio de administración en la gubernatura del estado, los ayuntamientos y el congreso estatal, el futuro de Tamaulipas pareciera estar sentado en la calma angustiante de un polvorín. Tamaulipas es un impasse.

Estamos frente al vacío que es llenado por los miedos y la incertidumbre; y que además desnudan lo que bien afirma Rossana Reguillo: “el poder de la paralegalidad es un hecho difícilmente objetable” o, como lo escribió Juan Rulfo ya hace muchos años: “No se puede contra lo que no se puede”.

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Trescientos cincuenta kilómetros al sur de Ciudad Juárez, Chihuahua siempre ha sido espectador de los horrores de su hermana fronteriza y la escalada de violencia que ha ido en aumento de manera exponencial en los últimos veinte años. La relaciones entre los chihuahuitas y lo juaritos —gentiliicio entre despectivo y cariñoso con el que se conocen unos a otros los habitantes de ambas ciudades—, nunca ha estado clara. Los chihuahuitas envidian a los juaritos porque son más cosmopolitas en su cercanía con la cultura yanqui; lo juaritos se preguntan por qué, al estar Juárez más densamente poblada, y tener una industria más importante, esta población no es la capital del estado. Los chihuahuenses son conservadores, los juarenses más abiertos. El caso es que Chihuahua siempre había sido una lugar periférico de la violencia que ha hecho a Ciudad Juárez mundialmente famosa gracias a su cartel homónimo y los feminicidios. En Chihuahua no se han hecho películas con Jenifer López, ni Roberto Bolaño ha escrito sobre ella. Ya en los noventa cuando los feminicidios estaban en ebullición, los chihuahuitas podían sentirse tranquilos de que esas cosas no pasaran en la capital del estado. Y hasta ahora 350 kilómetros de desierto y dunas parecían suficientes para contener la violencia. ¿O sí? Chihuahua también tuvo su cuotas de mujeres asesinadas con el mismo modus operandi. Cuando comenzó la guerra de sucesión del Cartel de Juárez, luego de la muerte de Amado Carrillo, la violencia estaba focalizada en Juárez, si bien Chihuahua tuvo su cuota de ejecuciones. Siempre hubo narcos, por supuesto, pero no como en Ciudad Juárez. De ahí que la frase acostumbrada del capitalino, “esto todavía no es Ciudad Juárez”, quedara un poco fuera de contexto. Las masacres en centros de rehabilitación parecían un típico producto juarense hasta el 10 de junio de 2010.

Y ahora encuentro una Chihuahua muy distinta a la que yo crecí. Me parece que mi generación disfrutó de veinte años de relativa paz social en la que se gestó poco a poco lo que está ocurriendo ahora (una paz social superficial). Los habitantes de la ciudad han modificado de manera radical la manera como perciben su entorno: algunos lo notan, los viejos; los más jóvenes ni siquiera pueden pensar que pudiera ser de otra forma.

Hay dos tipos de violencia en Chihuahua: una proviene del crimen organizado, y el gran mito para una parte de la población es que está focalizada entre los mismos miembros del crimen organizado; pero esta violencia incluye extorsiones a comerciantes, secuestros, amenazas de muerte, entre otras cosas. Hay demasiadas historias sobre cómo esta regla de oro en la que nadie cree ha sido rota muchas veces. La otra raíz de la violencia está en el crimen desorganizado, procurada por los llamados malandros: ladrones y violadores de poca monta que no merecen el respeto proporcionado a los sicarios. Hablando sobre el clima de inseguridad, un amigo me dijo: “no te preocupes, sólo se matan entre ellos”. Sin embargo uno ya no puede estar en alguna reunión sin que alguien haya sido asaltado, o despojado de su auto. Para una ciudad cuya población no llega ni al millón de habitantes esto es escalofriante. Conozco a varias personas que tiene dos autos, el nuevo guardado en la cochera, el viejo para utilizarlo todos los días, especialmente en la noche. El robo de autos es sin duda lo que más ha pegado en el imaginario colectivo.

Mientras los sicarios recorren la ciudad de un lado a otro con total impunidad, realizando ejecuciones y levantones como en un videojuego violento en el que los ciudadanos no son los protagonistas, la nota roja del periódico está llena de delincuentes adictos al crack que fueron sorprendidos despojando a un honorable ciudadano de su auto o asaltando un minisúper. Sin embargo, la verdadera cortina de humo por parte de las autoridades y de los ciudadanos es achacar la violencia exclusivamente al crimen organizado. La culpa es de Calderón y su guerra, dicen, y en parte tienen razón, pero nadie se pregunta por qué la ciudad está llena de adictos al crack con armamento muy sofisticado: malandros con submetralladoras, por ejemplo, asaltando un minisúper. Por qué las armas están en todas partes y por qué hay niños de 13 años que trabajan para el crimen organizado; o por qué hay muchachos menores de veinte años que se dedican al robo de autos o al secuestro, ¿no deberían estar en la escuela? Algunos lo están. Nadie sabe de dónde salió tanto delincuente. ¿Generación espontánea? ¿La maldad implícita en el género humano? Se pretende ignorar que es el saldo de décadas de malas políticas públicas en materia de educación, empleo, urbanización. Si hay tantos adictos al crack, ¿por qué el estado no se hace cargo de ellos? Se culpa de las masacres a los mismos centros de rehabilitación, algunos de ellos cristianos —que, por otro lado, el gobierno no se encarga de supervisar—. ¿Y no son los centros de rehabilitación la respuesta a una necesidad social que surge precisamente en el vacío dejado por el estado?

Si esto es una guerra, es una guerra entre cárteles, en donde las instituciones parecen jugar el papel de la simulación, pero en la ciudad de Chihuahua la manera como se percibe la violencia está segmentada. Por un lado la clase media que se siente víctima de ésta (y lo es), y por otro la gente que vive en la violencia, para la que no hay otra alternativa. Esta última es la que no tiene poder en la opinión publica. Por eso cuando los sicarios entraron al centro de rehabilitación y ejecutaron a sangre fría a 19 internos, los carteles que la prensa local no publicó (pero que hizo públicas el semanario Proceso días después) iban dirigidos a la clase media; es decir: a la opinión pública. Se olvida que la guerra entre carteles es también una guerra de propaganda. ¿Por qué cartulinas y no una nota, como en las películas? Días antes de que se hicieran públicos los mensajes, me tocó estar en una reunión donde algunos de los comensales se expresaron de la misma manera que los mensajes sin que hubiera manera de que conocieran su contenido. ¿Coincidencia? No, las cartulinas iban dirigidas al sentir de un sector de la población que es conservador. Lo que las cartulinas decían era que los asesinados eran delincuentes de poca monta: rateros, asesinos, violadores; eso fue lo que de alguna manera resaltaron algunos medios locales; y eso era lo que un sector sentía al respecto, y se alegró de las muertes. Los medios y el estado usaron esta estrategia para minimizar el hecho de que 19 personas fueron asesinadas con total impunidad, como intentaron hacer con el caso de los estudiantes en Juárez antes de que llegara a la opinión pública nacional. Fueron algunos de los parientes de las víctimas del centro los que salieron a desmentir o intentar desmentir estas aseveraciones. Y si hubieran sido violadores, asaltantes, ¿no tenían derecho a una rehabilitación? O bien ¿no tenían derecho a un juicio? Tengo una conversación con una mujer, me cuenta la historia sobre algunos amigos de su hijo: uno de ellos fue detenido por secuestro, y otro fue ejecutado (encontraremos cientos de historias así). El hijo sin embargo, tiene un negocio. Me cuenta que su hijo ya no sale por las noches y que ahora se reúne con sus amigos en la cochera. Hablando de los amigos de su hijo, le pregunto: “¿Cómo eran ellos? ¿Qué te parecían?”. “Normales”, responde ella, “me querían mucho, me tenían respeto, pues yo los regañaba”. “¿Y por qué cree que empezaron a dedicarse a eso”. Ella me responde: “Me imagino que por la desesperación, de que no hay trabajo”. Así las historias: niños de 13 años que trabajan para un cártel; jóvenes de la cuadra que se dedican a cobrar protección en el mismo barrio donde crecieron; total impunidad cuando algún capo se roba a una muchacha; historias de terror que hace años se escuchaban sobre algún pueblo de Sinaloa ahora suceden en el barrio donde creciste. “La única forma de librarse de tu extorsionador es que lo maten los del otro bando”, me dice un hombre. Esta el caso de una mujer que tuvo que huir cuando un capo se quiso llevar a su hija de 13 años. Estuvo escondida durante meses hasta que se enteró de que el capo había muerto. Las calles que no son del centro, de las zonas residenciales, están vacías como si se tratara de una ciudad norteamericana del Medio Oeste. El calor llega a cuarenta grados, la gente se refugia en sus casas, la idea de comunidad se va fragmentando cada vez más. La plaza pública ha dejado de existir, la clase media se reúne en el gran centro comercial, en el área VIP (así le llaman al desarrollo comercial al oeste de la ciudad) donde también suceden asaltos y secuestros y violaciones por parte de aquella gente que no es VIP. Las historias son tantas que uno ya no puede conducir tranquilo en la noche por calles vacías (y aunque estuvieran llenas) sin temer al despojo o acabar en el fuego cruzado de un comando de sicarios. En este clima las pasadas elecciones se realizaron en un limbo, una realidad aparte, en donde el mayor discurso del candidato a gobernador del PAN era suprimir los pagos de tenencia de los autos. El humor popular no tardó en hacer un chiste. “¿Y cómo va a lograr Borruel que no pagues la tenecia del auto?” Respuesta: “Fácil, porque ya no vas a tener auto”. La candidata a síndico de la ciudad de Chihuahua hablaba en su discurso sobre la creación de jueces de paz en una ciudad donde cada cuadra es el territorio de un capo. No era sorpresa que un sesenta por ciento del electorado decidiera quedarse en su casa el domingo 4 de julio y que ante el decreto de ley seca desde el sábado la gente abarrotara las licorerías para aguantar hasta el lunes.

Una de las grandes víctimas ha sido el oficio del periodismo. Tradicionalmente hay dos periódicos conservadores en Chihuahua, y durante temporadas en las que ha habido en promedio cinco ejecuciones diarias, ha surgido la necesidad de saber qué pasa minuto a minuto en la ciudad. Si bien esta vez no me tocó, hace un año era común conducir de un lado a otro de la ciudad y pasar por un cerco policial en donde hubo alguna ejecución —lugares recurrentes: gasolinerías, autolavados, talleres mecánicos—, la ciudad es demasiado pequeña. Primero los periódicos tradicionales se quedaron atrás de los nuevos portales de internet que recorrían la ciudad de un lado a otro para dar el pormenor de la más reciente ejecución, o levantón, o ambos; luego los primeros comenzaron a imitar a estos últimos. Uno puede ver a los periodistas redactando la nota en el mismo lugar de los hechos minutos después de haber sido consumados. Sin embargo se trata de información sin información: notas de un sólo párrafo escritas con pésima ortografía y mal redactadas que la gente se complace en leer en sus computadoras; y así calcular mentalmente qué tan lejos ocurrió el suceso del lugar donde uno vive o trabaja. Las fotografías de prensa muestras a niños detrás del cerco policiaco tomando fotografías con sus celulares de los cadáveres. Estas notas de mal periodismo deshumanizan la tragedia alrededor de los hechos y contribuyen a la insensibilización de la opinión pública: los que tienen internet; se ven las tragedias como números, sin pensar en todo lo que está implicado. Los medios no dicen nada, pero los verdaderos hechos, las historias, viajan de boca en boca, cada vez más distorsionadas, formando un mosaico de una realidad incomprensible.

Es normal llegar a un restaurante y lo primero que se hace es ver que ninguno de los comensales cercanos tenga aspecto de narco. Algunos sostienen la teoría del cráter, las posibilidades de que una bomba caiga donde ya cayó otra son mínimas. Si ya se ejecutó a alguien en tal lugar, lo mejor es ir ahí porque las posibilidades de que vuelva a ocurrir sean las mismas. Y sin embargo, después de dos años de “guerra”, la gente parece acostumbrarse mientras que los hechos, como la masacre del centro de rehabilitación, todas las historias que circulan de boca en boca y que no publica la prensa, nos hablan de un punto álgido que llegó para quedarse. Parecemos olvidar que la guerra entre cárteles podría terminar pero que la adicción a las drogas, el desempleo, la inequidad social, son fuerzas aparte que estarán ahí durante una dos generaciones si alguien no hace algo. Mientras tanto, quienes resultan más afectadas por el miedo colectivo son las mujeres en una sociedad donde aún no se han resuelto muchas demandas de género. Son mujeres y niñas las que sufren la mayor violencia: secuestros, robos y violaciones; y la violencia psicológica, el temor de que ocurra algo. Con el pretexto de que no es un lugar seguro, la mujeres se recluyen en sus casas, ya no salen por las noches. Todo esto me parece que contribuye a perder los espacios ganados por la mujer en los últimos años en una sociedad tan conservadora.

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Don Alejo Garza Támez, un hombre de 77 años, quien de la noche a la mañana se ha convertido: de ranchero a héroe nacional, fue acribillado en su rancho, en medio de una batalla desigual.

Un comando armado llego hasta el rancho San José, en las cercanías de Ciudad Victoria. El rancho San José, propiedad de Don Alejo Garza fue requerido por este comando y le dieron 24 horas para que les fuera entregado. Don Alejo decidió defender con su vida su propiedad y fue así, como en la duermevela y el frío de una madrugada de este noviembre, los espero apertrechado con sus armas de cacería. Cumplido el plazo, los miembros del comando armado, fueron llegando con sus camionetas, “rociando” a balazos la humilde casa.

Los números suelen ser fríos, desprovistos de la calidez humana, pero al final el recuento de hechos nos lleva a esas circunstancias: nuestro más reciente héroe, mató a cuatro de los maleantes y dejó a dos malheridos, la batalla en todo tiempo estuvo cargada al lado de los maleantes y Don Alejo termino acribillado.

Pensar en otro modelo de vida es imposible, se puede decir que aquí, en el Norte de todos nuestros nortes, no existe otra condición que la vida humilde y en las tienditas uno puede leer, letreros que dicen: “Hoy no se fía, porque mañana te matan”.

Las historias que la gente cuenta a diario, todas ellas están llenas de sangre, están inmersas en el dolor de una realidad que supera cualquier ficción y que provocan para cualquiera de nosotros la incapacidad de asombrarnos con ideas que no son otra cosa que un melodrama. Es por eso que todo lo que se pueda leer hoy en día, sobre todo las historias que escupe México al mundo, ya no sólo las historias del Norte, dejan ver las vísceras. Y sin sangre, esas historias no tienen un buen argumento.

Poco a poco, la gente va cayendo en este Norte, lo mismo civiles que militares. Es una guerra que parece no tener sentido y el sentimiento general es que es una batalla perdida, que no existe ganador alguno. La gente simplemente se muere. Una mañana esa gente, nuestra gente, decide que no va a despertar más y  mueren, tenemos guerra, no tenemos trabajo e incluso tenemos pueblos abandonados, pero la gente se muere porque son despertados con armas de alto poder y granadas. Todo mundo sabe hoy en día usar una granada. En este Norte los cuentos de hadas no sirven de nada, los niños no creen esas cosas, algunos piensan que no existe nada mejor que ser unos “chingones” como su papá y ya se entrenan con videojuegos, que para variar vienen del norte más inmediato, de nuestros vecinos, que poco a poco se van llevando a los inversionistas y nos van dejando con poco pan, con poco trabajo. Acá lo que nos sirve si queremos contar son los hechos reales, no importa que al resto del mundo el tema de la violencia o de los Narcos ya sea algo que cansa. Se narran hechos reales. Todo es natura, es el mundo donde nos vamos moviendo, no necesitamos imaginar el escenario de hace cien años atrás, no necesitamos en este Norte creer que algunas cosas sólo pasan en lugares privilegiados. Estas tierras siempre son y han sido escenario de un enorme juego que a veces nos supera.

Todo es tan natural que desde hace unos días ya tenemos un héroe. Un hombre que decide enfrentar a uno de los bandos participantes en esta guerra, y morirse defendiendo su propiedad; meterse en ese enorme juego en el que vivimos: balacera todo el día, granadas en las principales avenidas, pueblos abandonados, risa discretas, la caída de los principales líderes para heredar su puesto a otros y que estos otros sigan con su legado. La vida acá vale menos que un kilo de cocaína, esa es la realidad. El café es escupido por máquinas, que uno ya no sabe si se trata de un café real, pues tiene sabor a todo, menos a lo que supuestamente es, los muertos, los rifles de alto poder, las granadas, los hombres heridos, los policías caídos, que no se sabe bien si eran policías o eran del bando de los malos. Las  historias son crudas, mujeres y niños que mueren en un escenario que sirve para el enfrentamiento del día, los vecinos del lugar que salen de sus casas con celular en mano, tratando de atrapar el rostro de la violencia y ser parte de las noticias a nivel nacional. Cada  uno hace su trabajo, queriendo convertirse en parte de esta historia. Todos los días cerca de nuestras ventanas, pasan máquinas poderosas que rugen mientras se oyen gritos de los vecinos: “son ellos, déjenlos pasar”, la vida en esta ciudad a veces cansa y piensas en mudarte, al norte que no sea este Norte, donde las calles no estén manchadas de esa sangre derramada, donde no se escuchen todo el día las sirenas de patrullas o ambulancias, donde sea posible ver, así sea por una sola vez, una lluvia de estrellas o por lo menos disfrutar de la luna… Todo.

Hace años hablar de la muerte era quizá hablar de la muerte heroica que decidió para el fin de su vida el señor Alejo Garza Támez. Esa al parecer es una muerte verdadera…la muerte que se dibuja en el corazón de los mexicanos, la muerte que parece hacernos entender que la tierra es nuestra, que los sueños son nuestros y que no estamos dispuestos a seguir tolerando tantas injusticias. Quizá con estos signos, debemos entender que mañana el país tendrá una nueva revolución social.

En plena calle te encuentras con hombres tirados, con cuerpos decapitados, no importa si en vida fueron coroneles, gobernadores, presidentes municipales, mujeres embarazadas, niños, ancianos o perros. Todos caen por igual. Nadie sabe quien les tiró el balazo o les cortó la cabeza, en plena calle se nos va la vida y el corazón no nos deja mentir: cada día el miedo es mayor, pero ésa es la realidad y no la aparente ficción. Yo nomás he visto lo que a mi paso me ha tocado ver y en verdad es mucho.

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NUESTRA APARENTE RENDICION | 2010

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