¿Dónde está El chapo? Se preguntan corresponsales nacionales, estudiosos del tema, autores de artículos de opinión y enviados de medios internacionales. Dónde. Es, para muchos en este país –quizá no tanto para el gobierno- la pregunta. En la sierra de Sinaloa, si caemos en la obviedad, en Durango o Sonora o Chihuahua. Tal vez en Guerrero o en Guadalajara o Michoacán, o, por qué no, en la Ciudad de México.
Joaquín Guzmán Loera, El chapo, fue detenido en febrero de 2014, en el puerto sinaloense de Mazatlán. Junto con Ismael Zambada García, El mayo, y otros capos como Emilio Cázares, y Dámaso López Núñez, apodado El licenciado o El lic, Guzmán lideraba la organización criminal Sinaloa. Hay que decir que no es el jefe máximo, sino uno de ellos, quizá el de mayor influencia y exposición pública, por lo tanto el más conocido.
Cada uno de estos jefes controla giros, rutas, regiones, tiene negocios por su cuenta y su propio ejército de operadores y pistoleros. Tienen a gente del gobierno de todos los niveles a su servicio, pero cada quien por su lado. A la hora de las negociaciones de peso, de una representación importante, pueden identificarse en conjunto, como un gran corporativo –que lo es- y referirse al “negocio”, “la firma”, “la oficina”, “empresa” u “oficina”. Ahí son una solo y en muchas de las ocasiones que han tenido que enfrentarse al gobierno o a organizaciones criminales enemigas -como en su tiempo fueron los Beltrán Leyva o los Carrillo Fuentes, del grupo delictivo Juárez-, son uno solo y así responden y así negocian: el poderío de la mafia, de una sola, en la unión de esos grupos que en ocasiones friccionan, se dan patadas por debajo de la mesa y se exterminan en los ejércitos inferiores, pero no rivalizan.
Cuando Guzmán Loera fue aprehendido, el gobierno cacareó ese operativo de la Secretaría de Marina como un triunfo: nos vendió la idea de que se trataba del fin de la organización criminal Sinaloa, su desmoronamiento a partir de la decapitación, y por lo tanto de la violencia en importantes regiones y del negocio mismo del narcotráfico. Mentira. Guzmán siguió operando desde la cárcel, donde mantuvo, como bien lo dijo la periodista Anabel Hernández, sus negocios, su vida sexual y también sus relaciones públicas (con y sin l). Sus familias fueron guarecidas por Zambada, sus hijos -sobre todo el mayor, Iván Archivaldo- encabezó algunos de los giros y versiones dentro de la vida criminal y de la Policía Ministerial de Sinaloa señalaron que habían tomado en sus manos la venta de droga al menudeo en Culiacán, la capital sinaloense.
Mientras, la organización y sus negocios de drogas (cocaína, mariguana, metanfetaminas y hasta robo y venta de combustible, a través de los ductos de Pemex) y el lavado de dinero siguieron intactos. ¿Qué pasó con el llamado Cártel de Sinaloa después de la detención de El chapo? Preguntan, insistentes, reporteros, corresponsales, analistas, conductores de programas de noticias, enviados de medios internacionales. La respuesta está en dos sílabas: nada. Ese grupo criminal siguió operando con y sin él en la calle, y lo seguirá haciendo. Sus bienes, activos financieros, cómplices y socios y lacayos dentro y fuera del gobierno, y del empresariado, están libres y trabajando. Palpitantes y en plena vigencia.
Lo mismo pasó con la violencia. En Sinaloa, por ejemplo, suman alrededor de 500 asesinatos en lo que va de 2015 y en casi cinco años de gobierno de Mario López Valdez van poco más 6 mil: un promedio que se mantiene, incluso después de febrero de 2014, en cerca de mil 200 homicidios, la mayoría a balazos, por año.
A nivel nacional las cifras negras también son preocupantes. Tan solo en mayo pasado hubo cerca de mil 400 asesinatos en el país: desde soldados y policías, hasta presuntos delincuentes, niños y candidatos a puestos de elección popular. Estados como Baja California Sur, de acuerdo con datos del Sistema Nacional de Seguridad, el número de homicidios este año creció en un 300 por ciento. Además, suman cinco estados con mayor incidencia de violencia: Chihuahua, Estado de México, Guerrero, Jalisco y Sinaloa, concentran el 40 por ciento de asesinatos.
Las cifras indican que es la primera vez en 40 meses que las cifras de un mes superan a las del mismo periodo del año anterior. Es el caso de mayo de 2015, en el que dos personas fueron ultimadas a balazos cada dos horas en el país.
Ahora El chapo regresa a los negocios, de los que nunca se retiró. Hizo, digamos, una tregua respecto a sus actividades públicas. Y ahora, lo único que se sabe es que no sabe dónde está, que corrompió no solo a los custodios del Altiplano –la ex cárcel de máxima seguridad-, sino a lo alto del gobierno de Enrique Peña Nieto. Quizá solo caigan el director del penal, los celadores y uno que otro funcionario, pero los de arriba permanecerán intocados, como la organización criminal Sinaloa luego de la detención del Chapo.
Queda, por un lado, un gobierno débil, pequeño, vulnerable, torpe, que abre un nuevo frente de conflicto en la vida nacional: la matanza de Tlatlaya, el caso Casa Blanca, los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, las movilizaciones del magisterio contra la reforma educativa, el escaso o nulo crecimiento, y ahora la fuga del considerado el delincuente más buscado –a quien buscan para no encontrar- del mundo. La de Peña Nieto es una administración que se cayó antes de llegar a la meta sexenal, que terminó poco después de los dos años, y quedó chiquito ante los grandes problemas de los mexicanos.
Del otro lado queda la capacidad corruptora del narcotráfico, pero también la audacia de un capo al que ahora se le deben agregar dos evasiones de penales y una burla escandalosa al gobierno federal: su currículo criminal alimenta una leyenda que ya de por sí era propia de un semidiós. Es con eso, con la afrenta, con la burla y el irrespeto al gobierno, con lo que vastos sectores de Sinaloa y de buena parte del país se identifican. Ven en El chapo al Malverde del sistema penitenciario, al delincuente –homicida, sí- bondadoso, al bandido que vendrá a arreglarlo todo, más si se trata de ingresos, empleo y seguridad. Y nada de eso da el gobierno.
Joaquín Guzmán Loera toma en sus manos los hilos que habían sido tomados prestados por sus hijos y socios, dentro de la organización delictiva que lidera. Tal vez se exhiba menos, siga el juego de su compadre y socio, Ismael Zambada, El mayo, en la escuela del bajo perfil y la escasa exhibición pública, lo que le permite menos vulnerabilidad.
¿Dónde está el chapo? Qué importa. Mejor preguntémonos dónde queda la sociedad mexicana. Dónde está y queda la ciudadanía: qué queda de la sociedad nuestra, de las esperanzas y la justicia que merecemos, y qué mañana nos espera si afuera, en la calle, la plaza, el patio delantero de las fincas donde esa noche se festejó a balazos y droga la fuga del Altiplano, solo quedan casquillos y botellas vacías de Buchanan’s.