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Periodismo radial y violencia en Puerto Rico

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"Fíjese, padre, ¿qué haría usted conmigo si yo me confieso con usted?", le pregunta Rubén Sánchez al padre Carlos Pérez en su programa radial de entrevistas, "La entrevista de frente" por KQ580. La pregunta llega antes de una pausa comercial, claro está, para dejar la curiosidad sobre la respuesta en el aire, si es que a alguien le importara qué le diría dicho padre  –un “media hungry personality” que ha criticado a todo el mundo, habla sobre todo bajo el sol, invitado por cuanto periodista hay– al Sánchez pecador. Tras la pausa no hay respuesta, sino otro tema. Sánchez le pregunta, sabiendo la contestación, en qué calle se encuentra la parroquia del padre en University Gardens. El padre sí responde. "En la calle Lesbos". Y ahí el conductor del programa abre la compuerta para que el nada amable padre saque sus armas contra la homosexualidad, las madres que han concebido de forma no tradicional, la marihuana recreacional, y cuanto “assorted topic” se le pudiera cruzar por la mente. Además, acusa a los que hablan de esos temas de tener una "obsesión". Es que es lunes, casi día de fiesta. Y Rubén se especializa en el “le lo light”.

La insoportable levedad del ser radial se expande como virus tecnológico. Y pensar cuánto más inteligente y disciplinada sería cualquier conversación sobre los pesares y placeres de la isla si la dieta matutina/vespertina de radio en la mañana y radio mientras se trabaja y radio en el embotellamiento de las 5 de la tarde no se siguiera tan estrictamente. Si lo que pasa se pensara y luego se meditara, la intromisión de las predigeridas opiniones y carnavalescas conclusiones de los seres que pueblan las ondas no serviría de filtro ni sería un virus o una oscura resignación. El 24/7 del “talk radio” puertorriqueño revela las mismas simplezas definicionales y las debilidades seudopatrióticas de otros medios, pero las magnifica, las repite, las vocifera en su autocomplacencia y sentido de triunfalismo. Las radioemisoras invitan a cualquiera a la suprema cabina de deleites y le permite a casi cualquiera sostener conversaciones y lanzar gritos y autodefinrse con falsas equivalencias, como la voz, o el rey, o el comisario o lo que sea "del pueblo" –pueblo al que no quieren pertenecer. Cualquiera tiene y mantiene un programa ahora en las radioemisoras que antes se preciaban de su elitismo profesional, o de su calidad y tradición. Todopoderoso es el volumen de las voces desinhibidas.

Pero más allá del volumen y los gritos está la condescendencia desplegada como función de un didacticismo barato, y como prueba de la temeraria y ficticia “todopoderosidad” de esos seres radiales que flotan sobre el resto de los mortales mientras juran que son uno más, que son como todos. Hacen lo que hacen. Hablar en tercera persona, como "la mujer con pantalones". Irrespetan. Truquean. Juegan a ser "calle" mientras deprecian esa misma "calle" que quieren atraer. Hasta el hábito generalizado de llamarle "federicos" a los "federales" rezuma de fácil estratagema para congraciarse con "los habitantes de a pie", como los llaman, distanciándose de ellos. Bufonean. La condescendencia de los mantenedores de programas radiales (periodistas no son; analistas les queda muy grande a todos; críticos, ni hablar) se sucede 24 horas al día, repeticiones incluidas, en gritos sin fondo ni forma. La radio como manantial turbio de la isla que se desborda en lo que pasa como análisis.

Rubén Sánchez, ya cerca del final del programa, le da las gracias y alaba al padre mediático por estar allí y por su coraje. El padre, retomando el pie forzado del confesional, le dice que lo espera el domingo en su iglesia para que se confiese con él. Risas, sonrisas, aplausos de la audiencia. Es que es lunes, casi día de fiesta. Y a Rubén le conviene seguir siendo el rey del le lo light. En radio, en televisión. El sueño de ser Howard Stern domina las ondas siniestras de la isla que se violenta. Nada pesa, y todo aguanta la liviandad. Cada pregunta es una flecha de risa que le abre la piel a toques cosquillosos. Esa es la tragedia que al parecer no tendrá fin.

Y no lo tiene porque es el día siguiente y ya está listo el abanico de puerilidad que abre el presentador, quien casi casi se ha proclamado el sazonador del día. ¿"El superintendente es cool"? le pregunta Sánchez a Héctor Pesquera, el súper de la Policiá que cobra $283 mil al año, y el superintendente de la Policía constata su “coolness” diciendo que sí, que él es “cool”, aunque su trabajo no lo sea. El tema supuesto es una cifra –18 asesinatos en un fin de semana– pero el peso de ser “cool” a toda costa vence a entrevistador y a entrevistado. El trasfondo de la entrevista incluye las ausencias recurrentes del “Super Cool” de la isla, pero la conversación fluye como la de dos amigos que se están reconciliando. Gritar y patalear a veces, y luego amortiguar con un “pleasanterie”, una sonrisita, un cafecito. La violencia secuencial (el tedio de todos los días) es ya un chiste manufacturado como bálsamo para las penas. La violencia terminal (el disparo, el cuchillazo) es un espanto no visualizado, invisibilizado para que la discusión prosiga como refrán, como artificio. La violencia como realidad discursiva es la especialidad de la radio. Es que esa violencia que se fabrica con la palabra no es punible por ley, y es prólogo y colofón de lo que viene, y de lo que no se entiende.

Hay otros que también tocan de oído. No hay nadie más seductoramente confundido en este país que Luis Francisco Ojeda, y aun así casi querido por muchos. Es que crecieron con él. Es que, como dice Normando Valentín al final de sus dos horas de radio para dar paso a Ojeda, "Los dejo con Ojeda y su instrumento más valioso: su lengua". Autodefinido como el fiscal de la lengua larga, prueba diariamente  (en oposición a Rubén Sánchez, por quien su desprecio es patente...) que la necesidad de no ser light provoca el resultado opuesto. La batalla "inmoral" que ha definido al inicio de su programa de hoy (escuchado sin querer, y luego queriendo) presentaba a "homosexuales en busca de publicidad" contra "pastores hipócritas", con los ineptos legisladores de exquisita audiencia y final telón. El discurso ojedaniano implica la degradación de todos los grupos, pero mayormente critica a los homosexuales porque - cito - "todos sabemos que el matrimonio es entre hombre y mujer", y los políticos y pastores son en su esencia "hipócritas". Le molesta la visibilidad queer, y la trama que desea exponer pinta a la comunidad LGBTT como hambrienta de luchas inservibles y de titulares y Tv time innecesario y pueril. Ese es Mr. O; esa es su posición. Pero el “issue” es otro. El PS-238, su propósito y sus verdades, nunca aparece en su discurso porque no lo sabe, no lo entiende, y no lo quiere. Son dos horas al aire diariamente, y los oyentes seducidos llaman para entonces criticar a los legisladores por, "como Ojeda dijo, haber estado un mes discutiendo esto cuando hay tantas cosas más importantes en el país".

El rastro de la violencia periodística también tiene rostros bien asalariados y que intentan deleitar con la creación de un léxico popular que los imponga en la discusión pública como creadores de términos sin ser creadores de opinión. Lechetazo. Cafetazo. Ivutazo. Chatarrazo. Tazo. Tazo. Pereza periodística comparable a añadirle el sufijo "gate" a cualquier suceso para convertirlo en tenebroso evento, comparable al Watergate. Ese "tazo" –el "gate criollo"– se sucede diariamente, especialmente en la radio, y logra abaratar tanto la información ofrecida (vía la editorialización histérica en “shorthand”) como al informador. El tazohistérico más prominente es Luis Dávila Colón en sus dos horas vespertinas por KQ580. La carnavalización diaria de los acontecimientos, la nominación tazo-nómica, es mantra y canción: " Voy por la pereza tropical / el tazo extiende la emoción / y al final todo suena igual". Irónico que los que gritan y se marchitan radialmente buscando purezas y dizque descubriendo falsedades con el "tazo, tazo" también accedan a ser locutores comerciales en sus programas. Irónico escuchar a Dávila Colón –imaginamos que por razones contractuales– saboreando un chocolate caliente con queso de papa Kraft derretido, y esperando llegar a su casa para disfrutar de su Dish TV. Quesotazo, papá. Dishitazo full. De oído, diariamente, un país primitivo.

 

Información adicional

  • Por: : Félix Jiménez
  • Nombre del / de la periodista: : Félix Jiménez ss profesor de estudios culturales en la Universidad del Sagrado Corazón. Ha sido “visiting scholar” en la Universidad de Columbia en Nueva York, y profesor invitado y conferenciante en universidades de Estados Unidos y Puerto Rico. Estudió literatura comparada en la Universidad de Yale, y ha escrito para The Nation, The Village Voice y The Washington Post, entre otras publicaciones, además de desempeñarse como productor editorial de la cadena de noticias CNN. Entre sus libros se encuentran: "Las prácticas de la carne: construcción y representación de las masculinidades puertorriqueñas"; "La cultura material del deseo: objetos, desplazamientos, subversiones"; "Vieques y la prensa: el idilio fragmentado"; "Serenos, semejantes" y "Audioeuforia".

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