Un avión salió del aeropuerto de Toncontin en Tegucigalpa, detenido por sospecha de relacionarse con tráfico de drogas, sin permiso, con ocultos detalles de pormenores para poder volar y sin saber quien ordenó el despegue, quien suministró la gasolina y quien dirigió su recorrido por un espacio libre. La investigación cobro importancia por las noticias pero en las primeras conclusiones se constató que los altos jefes no sabían nada; no se pudieron deducir responsabilidades a los empleados; el Presidente de la República exigía aclaración del hecho, etc. Está claro que son los militares los responsables. Pero sucedió que esta claridad se fue envolviendo en discusión, para apartar el foco de captación real. En otras palabras, se alejó al culpable del objetivo, introduciendo temáticas que dividían una verdad real: discutir quiénes eran los responsables, si los civiles o los militares, y lo que es peor, entraron los juristas en acción y empezaron a discutir qué tribunal debería de juzgar, si militar o civil; el gobierno nombró una comisión para investigar; la empresa privada no opinó: los estudiantes callaron; las organizaciones gremiales se llamaron al silencio. Entonces sucedió que el problema se fue diluyendo para que el tiempo avanzara y la cosa dejara de ser noticia y con ello quedaba solventado el problema.
Hace años, el gobierno entregó al hondureño Mata al gobierno de los Estados Unidos para que lo juzgara como narcotraficante. La violación a la Constitución fue clara, pues prohíbe entregar a un hondureño a otro país. Hubo discusiones jurídicas, gubernamentales, internacionales. Total, el tiempo hizo su efecto: silencio y olvido.
La muerte de cientos de presidiarios, sucedido en el periodo presidencial de Ricardo Maduro. Las conclusiones sugeridas se relacionaron con hechos que habían acontecido anteriormente. El Señor Presidente había sido afectado por ellos al perder a uno de sus hijos asesinado. También se quedó en silencio. Hubo investigación militar aparente siendo ellos los responsables del cuido y manejo de los presos. La gente opinó diciendo que estaba bueno, malo y regular. Los juristas dieron sus opiniones ambiguas. Total, esas muertes cayeron en el estado de naturales.
El caso actual de la sacada del poder del Presidente electo democráticamente Manuel Zelaya, tomó y sigue tomando direcciones graciosas. Los organismos internacionales, nacionales y caseros, siguen aún sin clarificar si fue golpe militar-civil o no. Se discute su regreso al país bajo la discusión si debe o no ser enjuiciado de cargos señalados posteriormente. Las encuestas publicitarias se enmarcaron en preguntas obvias en su contra y lo siguen haciendo. ¿De quién son los medios? ¿Quiénes pagan esa publicidad? ¿Quién realmente maneja esa orquesta y por qué?
No cabe ninguna duda que existe una estrategia bien montada para buscar el sometimiento psicológico de la gente. Por esta razón aseguro que la violencia en sentido general no debe ser vista como el resultado de un hecho aparente o manifiesto sino como una orquestación que se esta moviendo en la sombra y que responde a proteger intereses económicos. Como en Honduras todos los intereses económicos están entrelazados y unidos por ese pegamento que llamamos política partidarista, la batalla que se emprende está condenada a efectuarse sin resultados positivos, porque la lucha va dirigida hacia la apariencia, lo superficial, el hecho manifiesto y no el núcleo o los elementos que producen ese efecto. Entonces, es lógico que la lucha debe estar enfocada contra los que mueven los hilos de esos títeres, y para ello, hay que descubrirlos y señalarlos, y para ello, hay que tener dignidad y fuerza ética, y esto es lo que le falta a los escritores hondureños. Estamos dejando que la conciencia social la dirijan los periodistas, y esto es peligroso, porque ellos en su mayoría no tienen calidad ética, porque viven de recompensas económicas. Quienes deben determinar la conciencia somos los escritores. No debemos dejar que un hecho vergonzoso se diluya, o pierda conciencia noticiosa, por el contrario, se debe intensificar la lucha en fuerza y tiempo, porque recordemos que los gobiernos sólo duran cuatro años, y si se les somete a critica severa y se les deduce cargos jurídicamente los otros que vengan irán teniendo más cuidado en no cometer actos delictivos o apañarlos.
Desgraciadamente lo que sucede es lo contrario. Y con ello se alimenta la estrategia usada por los grupos mencionados como causantes de esta apatía social hacia la violencia. Hay que crear, entonces, una conciencia crítica a todos los niveles acompañada de un señalamiento permanente, descubriendo los verdaderos rostros de los que son los dueños de la orquesta –no del que la dirige, porque este siempre será, un títere.
¿A que le puede temer un delincuente si sabe que las posibilidades de ser castigado están sumamente lejanas? Esto día a día hace que crezca su seguridad en repetir sus acciones y la del pueblo en general en imitarlo. En consecuencia, día a día, los honestos se marginan, se encierran en sus casas y están creando un mundo limitadamente privado, justificándolo con el criterio que no quieren contaminarse, dejando con ello el campo abierto a los que violentan la justicia.
Es innegable que hay apetitos internos en los actores hondureños. Saben que la sociedad es moral y por lo tanto cambiante, inestable y vive de apariencias. Saben que los hondureños de mérito se pueden y deben adelantarse a este tiempo de prebendas, de humillaciones de servilismo y entrega. Por eso para ese sector, es conveniente seguir creando una conciencia colectiva donde la multitud clave sus ojos en la creencia de que todo acto bochornoso, ilícito, deshonesto, violatorio, queda fácilmente en la impunidad. Creado este escenario, los verdaderos delincuentes, estarán protegidos y por lo tanto, pueden actuar con entera libertad de acción. Esto está sucediendo en Honduras.