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Violencia que no has de beber, déjala correr


Llegaron los sarracenos y nos molieron a palos: que Dios protege a los malos cuando son más que los buenos. (Anónimo)

I) Preliminares.

Partiendo de mi percepción infausta sobre la actual conducta violenta en Mesoamérica opino que ya no la ataja nadie. Que no existe nadie que se ubique por encima de la barbarie humana y la codicia profusa engendrada por la inconmensurable fortuna del negocio de las drogas. Nadie se escapa de los tentáculos y los vicios y de esa transnacional trillonaria ante la cual caen de rodillas los cristos del alma (de esa fe adorable que el destino blasfema) y se desmoronan todas, pero todas, las instituciones existentes y por existir en este mundo de mestizos apostólicos.

En nuestros países, adonde se forma el corredor geográfico de transporte de narcóticos para América del Norte, todo puede ocurrir. Es en éstas tierras de Cristoforo adonde encontramos una secular e indisoluble crisis moral y económica en medio de las peores condiciones de pobreza e intelecto, en donde se engendran los más peripatéticos gobernantes y gobiernos del continente, elegidos democráticamente por las muchedumbres más atrasadas y discordantes del mundo occidental: Las democracias criollas, condenadas a priori por el mismo Varón de Montesquieu.

Viendo para atrás, tratando de rememorar los escarmientos vividos en el tema del horror en el pasado inmediato, encontramos primero la violencia ideológica suscitada en las décadas de los 70 y 80, en tiempos de la guerra fría. Era la guerra del Este-Oeste, cuando países como Honduras fuimos afectados colateralmente y quizás en forma menos trágica, si comparamos nuestros trances de dolor con las decenas de miles de crímenes ocurridos en otras naciones del centro y el Sur del continente.

Para entonces, quizás la falta de una oligarquía y de una izquierda realmente comprometidas, además de algunas puertas abiertas que subsistían en nuestra legislación, principalmente en las esferas agraria y laboral, nos mantuvo columpiándonos sin llegar a caer en el total encierro que provocó la conflagración en otras tierras. Inclusive, pareciera que el territorio de Honduras operó como un sancta santorum de los Comandantes del levante y del poniente, siendo utilizado en un mismo momento como zona de tregua de ambas posiciones, tanto de fuerzas de izquierda como de derecha, pertenecientes a dos países vecinos, cuyos grupos en conflicto necesitaban de un espacio neutral para curar sus heridas, entrenarse, intercambiar recursos y proteger a sus parientes. Asimismo, cuando en el país comenzó a perfilarse el lado oscuro del famoso aparato de “seguridad nacional”, sucedió que alguien, en un acto de magia política o profilaxis local, como ocurre en mi país con alguna frecuencia, lo desbarató y lo devolvió de adonde venía.

Sobre el final de esa etapa necia, como nunca encontré a quien agradecer de lo ocurrido, pienso y me gustaría creer que en Centroamérica la violencia ideológica cesó porque nos cansó. Por hartazgo. Porque hastió a todos. Nos dimos cuenta que las ofertas del cambio revolucionario a lo Vladimiro Lenín no traían más que despropósitos, una fantasía pírrica (“utopía” le llaman algunos) y, entonces, los involucrados en la pugna, ya cansados y maltrechos, entraron en razón y voltearon la hoja para alcanzar soluciones menos sanguinolentas como fueron los Tratados de Paz, que resultaron notorios instrumentos de apertura para desinflar la praxis violenta de las partes en conflicto. Y el pacto funcionó, adiós a la guerra, los tratados de paz fueron de las experiencias de concordia más exitosas en la actualidad mundial, que hasta los suecos se colaron otorgando uno que otro mal improvisado Nobel de Paz.

En esa época la campiña producía alimentos pero se ansiaba poseer la tierra.

Luego llegó la violencia de barrio. Pobres contra menos pobres, Norte-Sur le dicen los peritos. Al concluir el belicismo ideológico se incrementó la inmigración ilegal hacia el Norte en busca de mejor vida. El llamado “sueño americano”, de la primera mitad de siglo (libertad y oportunidades: trabajo, vivienda, escuela, vehículo, vacación y retiro), se mantenía presente en el ideal del individuo centroamericano y el más emprendedor decidió ir a buscarlo huyendo de estas tierras de abandono.

Por otro lado, como los varones habían dejado de saber de maíz y aprendieron el uso de las armas, muchos excombatientes, militares y paramilitares, y desalojados, los mas indolentes, al verse desplazados y sin oportunidades dignas en sus lugares formaron las llamadas maras, bandas y pandillas (no juveniles) que iniciaron otra época de terror y violencia en los vecindarios de pueblos y ciudades. De esta manifestación social/delincuencial se derivo una segunda ola de turbación urbana, hasta el presente, cuando las mentadas organizaciones ya maduras se articulan y se confunden para nutrir la actual maraña del crimen organizado y lucha entre cárteles: la narco guerra, la tercera refriega contemporánea en la que nos vemos envueltos.

Por andar queriendo darle vuelta la tortilla esta se desbarató (y se pudrió). A la sazón ocurrió que todos nos acostumbramos a ver muertos por doquier y a matar despiadadamente por celos, ideas o negocios. Conocimos del vicariato, secuestros, chantaje, crack, tatuajes, y la vida continúa al grado que los periódicos editan cotidianamente una sección de asesinatos; ya no hay maíz criollo, los buenos emigraron pasando por Tamaulipas, las ciudades se abarrotaron de taxis, billares y cantinas y la campiña se pobló de pistas clandestinas para avionetas bolivarianas.

De lo acontecido en el pasado medio siglo no hubieron mejoras. Aunque las tres guerras fueron diferentes, la violencia acumulada mantiene el dolor en las familias y las naciones. La guerra fría fue una riña ideológica subjetiva, embustera, intelectualizada y militarizada, importada del pasado y de cobertura nacional. Un fracaso con el que se pretendió finalizar con las desigualdades de clase y las instituciones del statu quo aunque concluyó fortaleciéndolas. La guerra de pandillas, vista como una confrontación urbana de carácter delincuencial  y de intervención policial y judicial, ha sido una alteración social profunda que evidenció el resquebrajamiento familiar y moral existente en la comunidad, el fracaso de los preceptos del contrato social.

Y ahora, la guerra de los cárteles de cocaína (y otras yerbas), digámosla de Norte-Oeste, un conflicto insolente de comercio y codicia de alcance globalizado, que se nutre de las asimetrías y restos criminales de los combates anteriores moviendo grandes fortunas que se alojan por igual en los bolsillos de los amos y esclavos, arremetiendo, pervirtiendo y destruyendo toda capacidad cívica, espiritual, social, moral y política, nacional o internacional, que encuentra a su paso.

A las legendarias desigualdades denunciadas en cada caso, a ésta tercera ola se le unieron el evidente deterioro familiar, la ignorancia secular de los súbditos del reino, los espantos de la inconmensurable corrupción institucional y, por último, la consabida impunidad (los cuatro jinetes apocalípticos de las naciones del Mediodía.) Y ahora la guerra es otra, tiene otro cariz.

Ideas que les puedan ayudar no son muchas. Compartimos con México el mismo sufrimiento sin cuartel pero en distinto grado de madurez: nosotros venimos después. En los 70 recibimos la narco ondulación de subida pero andábamos preocupados por glorificar a Marx y, ahora, la onda rebota de bajada con el mismo bagaje pernicioso, desde la Banda del Carro Rojo hasta los cárteles bolivarianos, ambos clanes combatiendo en nuestras calles y barriadas en un deteriorado trasfondo moral sin precedentes.

 

II) Déjala correr.

Dada la naturaleza de las arenas movedizas de la tercera conflagración, trataré de entrever una perspectiva de acción deslindando someramente las singularidades que observo en la contienda. Aunque el pesimismo es inmenso y no concibo talismán que nos proteja contra los fantasmas del narco-comercio que rondan la realidad.

Primero: Las Termopilas. Aunque en el Caribe siempre hubo tránsitos ilícitos (esclavos, armas, café, madera, añil, mujeres, obreros, oro, menores, vehículos, ron, agroquímicos, drogas, órganos, tesoros, fauna, documentos, et cetera), de virreinato a virreinato, con pocas excepciones de fecha y lugar, el istmo no es impetuoso por su depresión social o por la importancia estratégica de mejores tiempos panfletarios, sino, se ha vuelto virulento por su geografía vial y su cosmografía amoral. Existimos y moramos en un corredor intertropical entre el Rió Grande y el Magdalena, paso ineludible para el acarreo de alcaloides y todo tipo de vergüenzas, tierras bochornosas que unen territorialmente a las naciones de máximo consumo de cocaína del universo con las comarcas de máxima producción de hoja de coca en el mundo. Es un imperativo categórico que ocurra el tráfico del producto por este trayecto, con su inevitable dosis de barbarie. Tiene que ser así, es nuestra geo-fatalidad.

Segundo: Las raíces torcidas. Sin poderlo evitar, nuestras consabidas imperfecciones mestizas, aportan para que estados, gobiernos y políticos fallen reiteradamente dejando la sociedad a la deriva, exhibiendo la probada inmoralidad e incapacidad en prestar siquiera los más elementales servicios a la población.

En esta etapa gloriosa del crimen organizado siglo XXI, las “venas abiertas de Galeano se sobrecogen ante la colosal corruptela imperante de apoyo al tráfico de drogas en América Latina. No hay quien nos socorra: la marina, la aviación, ministerios, juzgados, magistrados, congresistas, catedráticos, banqueros, políticos, pulperos, meteorólogos, nuestros hijos, taxistas y quien sea, cualquiera que sea, todos quebrantan sus códigos por defecto u omisión o por miedo o ambición. Para el colmo, lo infame sobreviene cuando la población misma toma parte de las utilidades minimizando y tolerando la ilegalidad del creciente comercio de drogas, ávida de los beneficios inmediatos que la presencia del narcótico disemina.

Tercero: Cocaina imperatrix mundi. La cocaína, la droga glamorosa, es el gran espejismo contemplativo de la vida moderna en los países del Norte y la única transnacional de los países pobres del Sur del continente.

En la narco actividad se aúnan dogmas universales: se consagran los delirios de las teorías de mercado de Adam Smith y el mecanicismo de la naturaleza humana de Hobbes, se realizan los desvaríos de Hotel California y actúan las metáforas de las “raíces torcidas de Montaner. Mientras exista el placer de consumir cocaína existirá su demanda, habrá quien organice la oferta a toda costa y surgirá quien corrompa para facilitarla, aunque el proceso incluya la violencia como medio para lograr el placer final. Nosotros, como humildes sociedades intermedias de tránsito, ajenos a las delicias de los opulentos consumidores y a los provechos de los grandes productores, no podemos hacer mucho.

En otra época se financió a la contra revolución usando fondos de la droga y actualmente se usan fondos revolucionarios para favorecer el paso de la droga. Todo cambia, no por falta de oportunidad sino que por exceso de dinero, si un país logra impedir el tráfico de las avionetas, estas aterrizaran de inmediato en el país vecino.

Respecto a la narco-doctrina, aunque el negocio de estupefacientes involucra sin piedad a toda la estructura social, sus consecuencias más nefastas se manifiestan principalmente en los individuos pertenecientes a los estratos inferiores, los mentados desiguales, ya sea por el involucramiento obligado por déficit de oportunidades o por el mimetismo exigido por los símbolos del consumismo. Legiones de jóvenes y adultos de ambos sexos se asocian con el narcomenudeo por un ingreso que muchas veces se da en drogas baratas o, según sea el caso, en kilogramos de billetes de dólares. Sin embargo, cuando la utilidad se reparte, en vez de transformarse en mejoras familiares o beneficios patrimoniales, la riqueza súbita fluye en forma de balas, o se derrocha en ropajes de marca, banalidades, bebidas, vehículos potentes, armas enjoyadas y botas de piel de reptil para lucir en los billares y las fiestas perpetuas. La vida loca.

Cuarto: Violentia ergo sum. La violencia (violentia), se recita como una conducta deliberada que provoca daños físicos o psicológicos a otros seres. En nuestro tema, entenderemos que es de un ser a otros seres, de un humano a otros humanos.

La violencia, insistimos, no es una conducta excepcional sino un pormenor  en la naturaleza del hombre, quien la trasmite a las muchedumbres que forma. Es mezcla de su biología de hombre primigenio y de la ira de Dios que lo expulsa de la vida paradisíaca, a vivir en Latinoamérica. Una conducta indeleble perpetuada en su chasis, propagándose del fruto a la semilla y es inútil anhelar que no germine y florezca.

De origen divino o no, forma parte esencial del lienzo universal como fuerza en la naturaleza del ser.  Cuando se exacerba, no es por el tejido que la acoge sino, más bien, por la incorrecta y pusilánime conducción de los mandamientos de convivencia, por el desgobierno imperante en nuestras tórridas naciones. De Caín a Tony Tormenta siempre ocurrieron épocas y geografías violentas. Caín aniquiló a Abel por heredar la tierra y los zetas ametrallan a sus vecinos por un territorio. Todos provienen de la misma naturaleza sin importar el espacio temporal y temático que los distancia, todos desobedecen por un interés utilitario y porque no hay institución que los sancione.

 

III) Los poetas modernos revuelven mucho el agua con la tierra. (J. Goethe)

¿Y del literato qué? El literato, soldado de papel, aunque almohadillado en su privilegio ilustrado sufre de angustia como todos los demás. Parafraseando a Vallejo: Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza, como charco de culpa, en la mirada”[1]. Una inspiración magistral que individualiza la impotencia de cualquiera, al conocer de los sucesos ocurridos en nuestros ministerios, barrios y municipios.

El literato, debería de imaginar los sucesos de la violencia actual como si fueran alcances de una novela negra que lo transmuta todo, de algo que lo arroja de su torre de marfil, de su cómoda pasividad de narrador para convertirlo en personaje de un nuevo género de “realismo trágico” (con la consideración del hombre como corrupto y no explotador) y hacerlo sentirse dentro de la ficción de una realidad alterada.

Numerosa literatura de estos terruños ha insistido cómodamente en precisar la violencia como fruto de la explotación del hombre o corolario de las diferencias de clases (o vestigio de las Capitanías). Además, por su sensibilidad docta de creador, desde el bautizo/ahorcamiento de Atahualpa en Cajamarca hasta la captura de La Barbie en el poblado de Salazar, muchos literatos se apostaron del lado de los “débiles de capital” (no de espíritu) y de los grupos vulnerados por el “sistema”, encontrándose ahora con que la fatídica camorra viene de abajo, que son los grupos que defendió los que agraden su entorno y a los suyos, mientras la colectividad hace silencio.

Cuesta aceptar que el crimen que nos conmovió esta mañana viene del hijo del vecino y no es producto de los imperios, ni del patrono o gamonal, ni de las dictaduras. Anteayer existía un enemigo lleno de símbolos, fanfarrias y uniformes, había un nutrido conglomerado de estampas que permitieron al artista denunciar con su arte el atropello, entonces proliferaron los discursos y se escribieron innumerables ensayos y obras literarias, se entonó baladas de protesta en tertulias y conciertos, poemas pesarosos, pintura de denuncia, bienales, huelgas de hambre y frases libertarias en el graffiti y las camisetas.

Hoy en la mañana el demonio llegó diferente. Esta vez, para contrarrestar la violencia habrá que renovar las premisas y la dirección del razonamiento. La violencia que fastidia en el actual escenario bélico no es ya por la bipolaridad de Nietzsche (señores y ciervos, muchos y pocos, carentes y opulentos, miseria y riqueza) sino sencillamente por codicia, por inmoralidad, tanto ricos como los pobres, nobles y plebeyos, porque esta vez la violencia ocurre por el vicio y la concupiscencia reinante en nuestros grupos sociales, tan propensos a la avidez de los placeres deshonestos.

Ahora el enemigo es otro y se cuela dentro del núcleo familiar cuando el consumismo exige el cambio súbito de facha, de peinado, y estimula al individuo hacia el dinero fácil.

La sangre hoy está en los parques y en los mercados, en nuestro taller, con nuestros quinceañeros y quizás ya invadió la cofradía literaria que visitamos los jueves, porque el espectro de los estupefacientes arrasa con todo sin importar esquina, ética o virtud, sin asombrar que un Presidente sudamericano impulse la producción de la hoja de coca mientras California legaliza el uso de la marihuana.

En esta guerra absurda, el literato y el artista deberán descansar un rato del sortilegio de transformar la patria y que los pobres coman pan y los ricos… Hoy debe volver su visión hacia el ser humano de su entorno inmediato, al individuo que lo observa en ese instante, echar un vistazo al pariente, al colega, al lector, preocuparse por aquellos con quienes reparte cotidianamente el corazón, el pan y el oficio, con quienes concierta las virtudes y los vicios, aquellos con rasgos similares a las de los suyos y con quienes puede comunicarse. A quien se encuentra al par de él.

 

IV) Homo homini lupus.

El enfoque sugerido sobre la actitud que debemos tomar ante la violencia narco-social en la guerra Norte-Oeste es tratar de alejarse de la confrontación. Como indica el titulo de estas reflexiones: si no la quieres vivir, déjala correr.

Qué nos queda, si el Estado como organización sociopolítica y las instituciones han fallado y ya no regulan la vida nacional. No hay autoridad ni potestad. Ya no se observan soldados, marinos, policías o fuerzas especiales cuidando al ciudadano, ni jueces ni fiscales. Todos llegan después de la masacre, se toman fotografían, hay entrevistas, se envía la noticia al Internet y jamás aparecen los culpables.

Paradójicamente, el dinero maldito es el único beneficio que llega a barrios o parajes marginados en los territorios del corredor. Hasta cae del cielo, lo traen y llevan las avionetas de los Carteles y el lavado hormiga lo distribuye por todo el perfil social, público y privado, mientras los programas del gobierno acarrean demagogia y los organismos internacionales de apoyo se asfixian en su empleomanía desenfrenada. Todos siguen fuera de época y pareciera que la suerte ya esta echada: el continente tiene cáncer y al lumpendesarrollo y la majadería no los corrige nadie.

Con el tiempo la cocaína será sustituida por drogas artificiales u otras venidas de ajenos continentes. Acaso termina siendo legalizada y el tránsito se efectuara “en el marco de tratados de libre comercio”, en líneas aéreas desde Medellín a New York, de Manila a Londres, por medio de trámites aduaneros y comercializada en las boticas del imperio, hasta con fecha de vencimiento. Entonces, toneladas métricas de billetes de 20 dólares desaparecerán de las manos de los pobres facinerosos del barrio latino y de los bolsillos de los oficiales públicos para pasar a engrosar las fortunas de emergentes Corporaciones Farmacéuticas de los indoeuropeos de siempre y, de nuevo, nos acosaran nuestros fantasmas hegelianos y saldremos a las calles a manchar paredes y maldecir a los cochinos imperialistas, burgueses y neoliberales feroces que explotan nuestros recursos naturales, nuestras venas abiertas de América latina…

Por de pronto, mientras esperamos que algo ocurra, sugiero que partamos de premisas sencillas, a saber: (1) que las desigualdades en Latinoamérica continente no las resolverá nadie, (2) que la violencia es intrínseca de la conducta humana, (3) que nuestros Estados e instituciones han fallado en darnos seguridad física y social, (4) que la corruptela imperatrix mundi, y, (5) que las drogas son el negocio más exitoso del mundo civilizado. Entonces, de premisas simples entrevemos un razonamiento simple.

La receta es que no deberíamos esperar nada de los otros y retornar en esto al individualismo, al egoísmo racional, el inmediatismo, y volver a organizar al clan primordial aislado del resto corrompido. Reordenémonos en grupos formados por nuestra propia gente, con el de al par, de igual a igual, núcleos de solidaridad y de cariño, unidos alrededor de los que llevan la aureola de pater familias, para poner juicio en la conducta de esos semejantes cercanos y encaminarlos a la virtud, hacia un modo de vida más seguro. Después, como estrategia, unirse con otros grupos similares y proyectarse a la comunidad con el fin de influir en la sociedad mayor

Organizados y amurallados seremos más independientes para avanzar en la ejecución de nuestros proyectos racionales. Sin embargo, para contrarrestar la violencia externa y fomentar nuestra seguridad hay que variar el ritmo acostumbrado, modificar la conducta cotidiana, cambiar las rutinas, ser selectivo y sacrificarse. La actividad del grupo debe de respetar horarios y lugares seguros, ante todo la disciplina. Armonía, comunicación, alarma, vigilancia, capacitación, mesura y otras prácticas modernas de protección ciudadana deben de fomentarse entre los amigos para protegerse mutuamente de las adversidades. Sencillo pero insistente.

La violencia que no has de compartir déjala correr, mantente separado, ya los corridos mexicanos nos advierten sobre lo acontecido a Rosita Alvirez (Su madre se lo decía: Rosa, esta noche no sales/Mamá no tengo la culpa, que a mí me gusten los bailes…) y sobre la fatalidad de Lucio Vásquez (hijo no vayas al baile, me lo avisa el corazón…). A ambos les advirtieron sus respectivas madres de que no fueran al baile, ambos desobedecieron y ambos perdieron la vida por no hacer caso a las señales.

Entonces, alejémonos inteligentemente de la violencia organizada y, sin hacer mucha algarabía, nuestra aparente rendición será solamente aparente porque estaremos luchamos íntimamente por los miembros de nuestros grupos en busca del sosiego que exige el correcto desenvolvimiento humano de los buenos ciudadanos, literatos y troyanos, de estas tierras tropicales.

“¡Hay golpes en la vida tan fuertes…! ¡Yo no sé!”[2].

 


[1] Fernando Vallejo, Los heraldos negros.

[2] Op. Cit.

Información adicional

  • Publicado originalmente en:: Ernesto Bondy Reyes
  • Biografía:

    Tegucigalpa, Honduras (1947, baby boomer). Viajero, liberal, mundano, urbano, cosmopolita, motociclista, lector y pintor empírico. He vivido en Honduras, Perú, Estados Unidos, Ecuador y Bolivia y Camino de Santiago a Finisterre 2010,  además de conocer otros países y realidades. Soy Ingeniero Agrícola MS especializado en recursos de agua y tierras y abogacía. Escribo y publico desde 1999 como una aventura intelectual. Casado, tres hijos, seis nietos, una Harley Davidson y cuatro libros:  La mujer fea y el restaurador de obras (primera y segunda edición en 1999), Viaje de retorno, hasta Sabina (mayo de 2001), De ninfas, sabores y desamores (Noviembre 2003) y Novela Caribe Cocainne (1a Ed. en noviembre 2006 y 2ª Ed. en junio 2007).

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