- ¿Y eso? ¿Va a la milpa?
-No, si yo no tengo milpa. Voy a ver si me dan trabajo en una granja, de cuidar pollos.
Burlón es el destino que tiene a Domingo buscando trabajo de cuidar pollos enjaulados.
Domingo lleva tres semanas sin trabajar. Lo despidieron así de la nada, de un día para otro, luego de casi diez años de trabajar de custodio. Domingo custodiaba a los hombres que según el sistema judicial del país más violento del continente eran los más peligrosos.
Digo que los más peligrosos porque el sistema decidió ponerlos en la cárcel de máxima seguridad, conocida como la cárcel de Zacatecoluca. Y digo el más violento porque según los indicadores de Naciones Unidas y otros organismos no gubernamentales, la tasa de homicidios de El Salvador es la más alta del mundo: por cada 100,000 habitantes, en mi país asesinan anualmente a alrededor de 70 personas. Según la Organización Mundial de la Salud, con diez que mataran ya podríamos hablar de una epidemia. Multiplíquelo por siete.
Y no hace falta quien, como si habláramos de dónde se produce el mejor café o de allá donde más llueve, enarbole su ciudad en menosprecio de las cifras de El Salvador: en Ciudad Juárez la tasa es de 170, en Caracas de más de 130, en Tegucigalpa de casi 100. Sí, El Salvador también tiene sus ciudades más jodidas, pero como país, guste o no, sigue en el más alto lugar del pódium. En El Salvador, el país más pequeño de Centroamérica, donde nos apiñamos poco más de seis millones de personas, asesinan a uno de nosotros cada dos horas.
En fin, Domingo trabajaba de custodiar a algunos de los que solitos han cumplido con la cuota diaria y han matado a los diez, 11 o 12 que cada día van a la tumba. Domingo custodiaba, por ejemplo, a El Diablito, un joven de menos de 30 años considerado el jefe nacional de la Mara Salvatrucha, la pandilla más violenta del mundo según reportes del FBI. Custodiaba también, obviamente en otro sector del penal, a los líderes de la pandilla rival, la Barrio 18. Custodiaba, por ejemplo, a El Animal, Miguel Ángel Navarro, líder del tercer grupo de presos con poder en el país, Los Trasladados. Son civiles, como se llama a los no pandilleros entre barrotes, que se agruparon hartos de ser, a causa de su desarticulación, presa fácil de las pandillas cada vez que se armaba motín y masacre dentro de un penal. Eso sí, a El Animal, Domingo dejó de custodiarlo una semana antes de que lo despidieran. A El Animal lo asesinaron de 72 puñaladas en el pecho, espalda, cuello y cara en la celda nueve del sector tres del penal de Zacatecoluca. El penal que custodiaba Domingo.
A Domingo lo despidieron junto a sus 94 colegas. Lo despidieron porque, aunque no tienen pruebas contra él, sus jefes de la Dirección General de Centros Penales consideraron que todos eran corruptos. Así, todititos. Y punto. Ellos dejaban entrar droga, ellos vendía celulares a los reos, ellos trasladaban sus mensajes a sus ejércitos criminales fuera de las cárceles, ellos, ellos, ellos. Eso dijo la dirección que hace casi diez años empleó a Domingo y que lo cambió de penal en penal porque durante un tiempo confió en que él era de confianza y merecía cada vez más responsabilidades, más mando y hasta servir de ejemplo para los demás.
Una mañana, sin más, entró el cuerpo élite de la policía, argumentó que haría una requisa en el penal y que por lo tanto los custodios, así como estaban, sólo con su uniforme, tenían que salir. Ni modo, Domingo y sus colegas salieron. Afuera les dijeron que mejor se fueran a sus casas, porque ya no eran custodios ni tenían trabajo ni indemnización, porque simplemente su contrato acababa y no se los renovarían.
-Domingo, ¿pero hasta usted sabe que algunos de sus colegas eran corruptos?
Domingo ya subió la cuesta y descansó un poco. Ya no jadea tanto.
-Claro, si yo ya le dije que sí varias veces. Yo digo que unos 25 podían ser corruptos, pero no todos. ¡Yo no era corrupto! Que me pongan pruebas.
Los custodios de Zacatecoluca ganaba sueldos de corrupto: 235 dólares al mes, menos los descuentos de ley, andaban por los 180 dólares. Casi todos son ex militares o ex guerrilleros que se dispararon durante varios años entre 1980 y 1992, cuando se firmó la paz y sus comandantes les dijeron que entregaran las armas y se fueran a sus casas a ver cómo echaban para delante en un país que, por decreto, estaba en paz.
-¿Y ya habló con sus colegas a ver si hacen algo?
-Sí, nos reunimos esta semana.
-¿Y qué acordaron?
-Nada.
-¿Cada quien para su milpa, pues?
-Fíjese que eso es lo que yo me pregunto.
-¿Qué cosa se pregunta, Domingo?
-Que muchos de mis compañeros no eran campesinos, sino que siempre han sido… Cómo le puedo decir… Siempre han trabajado de cargar un fusil, pues. Entraron a la guerra jovencitos, sin estudios. Después, llegó la paz y entonces ellos buscaron cómo seguir trabajando con un fusil, y se metieron a guardias privados de colonias o empresas, y después, en 1994 o poquito después, que remodelan el sistema de cárceles, se metieron de custodios.
-Osea, gente que lo único que sabe hacer es manejar un fusil.
-Cabal, solo eso. Y ahora, ¿qué? Si algunos ya están muy viejos para que los agarren en las compañías de guardias privados. ¿Qué van a hacer si sólo manejar un fusil saben?
-Estoy pensando en voz alta, Domingo, pero mire: gente que conoce muy bien cómo funciona el sistema penal, gente que sólo manejar un fusil sabe, gente que conoce muy bien a los más importantes delincuentes del país, gente que conoce muy bien la cárcel apodada como “el cerebro del crimen”… Gente enojada por el despido, corrupta según el sistema y que sólo manejar fusiles sabe… Quizá hubiera sido inteligente darles una opción.
-Eso digo yo, eso digo yo. Allá adentro hay gente que bien le ofrece a uno hacer trabajitos. Si en ese trabajo si uno fusil quiere, hasta del cielo le caen…
Domingo corta la comunicación y entra a la granja de pollos donde va a pedir trabajo. Yo me quedo pensando en todas las posibilidades que ofrece para un criminal emplear a un ex guardia de la prisión de máxima seguridad. Me quedo pensando en qué difícil debe ser la vida si uno sólo sabe manejar un fusil. ¡Carajo, con lo mal pagados que son todos los trabajos con fusil! Bueno, los formales, claro. ¡Carajo! Que mal habla de un país tener a tanto hombre ya mayor, que nació hace décadas, sin ningún estudio pero con un doctorado en fusil.
Llamo a Domingo. Calculo que ya salió de la entrevista. Sí, ya salió. Contesta.
-¿Qué pasó? ¿Le dieron el trabajo de cuidar pollos?
-No, yo creo que no les gustó el trabajo que tenía antes.
***
Anécdota 2: Los niños “locos”
El día que tuvimos claro que había que hacer el tema sobre la saña con que matan las pandillas y las causas de ello fue uno en el que Daniel, colega reportero, volvió con escalofríos a la sala de redacción.
-Puta, pensé que lo había visto todo, que cuando vi los cuerpos del bus quemado ya había sacado maestría en horror. ¡Qué putas! Hoy me enseñaron… Está loco este país.
El bus quemado fue la noticia del año pasado en la rama de sucesos según todos los medios de El Salvador. Pandilleros del Barrio 18, para mandar un mensaje a los de la Mara Salvatrucha, quemaron un autobús de pasajeros que hacía base en la zona salvatrucha. Lo quemaron con los pasajeros adentro. Niños, mujeres, hombres, ancianos. Y, no bastando con ello, durante los primeros segundos del incendio, los pandilleros, la mayoría menores de edad, ametrallaron las ventanas para recibir a los que pretendían salir de aquel horno.
Daniel volvió conmocionado de Lourdes, un cantón de los más violentos de La Libertad, uno de los departamentos más violentos de El Salvador, el país más violento. Había visto las imágenes del último descuartizado por la pandilla. Por un lado, una bolsa negra con piernas, brazos y tronco. Uno de los brazos adquiría una normalidad macabra porque todavía llevaba puesto el reloj de pulsera. Por otro lado, una máscara. Eso mismo: una cara arrancada de su cabeza. Nariz, cejas, labios y dos orejas puestas a la par de la cara en un parque. Tuvo que ser un trabajo de horas, de mucha dedicación. En otra bolsa, por otras calles de Lourdes, la cabeza sin cara.
El descuartizado era un menor de 17 años. Quienes lo descuartizaron eran, dijo la policía, seguramente menores de edad. Y el móvil según las investigaciones preliminares de un sistema que resuelve cerca del 1% de los casos, era afrenta al honor de la pandilla: el muchacho, luego de vacilar con la pandilla, de caminar con ellos, de estar muy cerca, no quiso ser brincado, pasar a formar parte de ella, ser un homeboy. Eso le valió la tremenda saña de sus amigos, jovencitos como él.
Daniel también volvió con unas fotos de tres menores de edad que la policía capturó en Lourdes en esos mismos días, mientras descuartizaban a otro jovencito. Ya le habían arrancado una pierna con un machete. Los pandilleros estaban esposados en los troncos de madera que sostenían la casa de lámina donde minutos antes desmembraban al muchacho. Uno de ellos parecía un niño normal, de esos que lloran cuando sus padres los regañan. Lloraba.
No es que estos niños nacieran locos. No es que sean sicópatas. Es aún peor. Actúan así porque son conscientes de las reglas sociales que su pandilla les ha establecido, de las categorías morales que los hacen mejores o peores, buenos o malos para la pandilla. Sí, eso, buenos o malos, ellos también tienen esas fronteras. ¿Sos valiente o sos marica? ¿Te parás firme o caminás pando? ¿Descuartizar es malo? Depende de quién te educó. ¿Comer comida cruda es sabroso? ¿Usar burka es decente? ¿Las ablaciones en niñas indefensas son un bien? Depende de dónde naciste, depende de lo que viviste, depende, depende, depende.
Esas reglas de la pandilla son la brújula de vida para muchos de ellos. Otros, los que han conocido otros esquemas morales quizá en sus casas, con sus familias, a veces flaquean y buscan alejarse de esos pedazos de cuerpos muertos.
Tiene que haber niños que entraron porque ser pandillero te da respeto, te hace intocable, te da niñas de la colonia, te da una pistola (y todo niño quiere una pistola, al menos por estos lados). Niños que no entendían aún que ser pandillero es más que eso, que habrá peticiones, códigos sagrados que se cobran con la más exprimida de las sangres. Y con Daniel empezamos a buscar a uno de ellos.
Nos acercamos a una organización civil que trabaja con niños en condiciones de marginalidad, en zonas de pandillas, y conversamos con la trabajadora social que, a pesar de su intento tenaz, no consiguió sacar a todos sus niños de esa vida y algunos, que desde bebés fueron a su centro, de jovencitos terminaron en la pandilla. Y algunos, cuando vieron que el juego no era un juego, intentaron huir.
-Podría ser Josué –nos dijo la educadora.
-¿Y él por qué? –preguntamos.
-Mmm… Es que él entró a la pandilla para que dejaran de molestarlo en el barrio los mismos pandilleros. Pero hace unos meses le ordenaron que fuera a cometer un asesinato, y él entró en pánico y vino llorando y me dijo que no quería, que él no sabía que iba a tener que matar, y lo sacamos para otro departamento. Una mañana, de escondidas de la pandilla, su mamá lo escondió en el carro viejo en el que sale a vender. Entre los plátanos y los tomates lo escondió y así se lo llevó. Dejame ver si lo localizo, a ver cómo está.
La educadora llamó a los dos días. Había localizado a Josué. El joven de 17 años no había soportado la vida como albañil en el lugar donde huyó. No soportó la vida siendo cualquiera, sin tener respeto, sin causar temor, digiriendo todo el maldito tiempo lo que solo él sabía y nadie le ayudó a evacuar: yo soy Josué, pandillero y peligroso.
-Entonces, si volvió a la pandilla y esta lo aceptó es porque habrá matado como se lo pidieron.
-Supongo – dijo la educadora.
Nos pidió tiempo. Hay más casos como esos. La pandilla se profesionaliza y desde hace ya unos meses dejó de lado su ritual más simbólico, aquel que consistía en aguantar 18 segundos de paliza o 13 en el caso de la Salvatrucha, y dieron paso a otro ritual más útil: para entrar, tendrás que matar. Matar, como entre ellos se nombran, a un mierdoso, a una chavala, a un mierda seca, a un dos números, a un dos letras. O sea, seguramente a otro jovencito.
Con Daniel seguimos dándole vuelta al tema. ¿Es probable rehabilitarte, integrarte, servir un café o atender un teléfono luego de haberle arrancado la cara a alguien tras destazarlo? Hablemos con alguien que haya trabajado con niños en esa situación de violencia. Empezamos a barajar opciones. Vámonos a la República Democrática del Congo, tenemos a alguien por ahí que trabaja con niños que fueron utilizados como sanguinarios sicarios durante el conflicto armado de aquel país. Está bien, dijo otro colega, vámonos a África, pero también revisemos nuestro pasado. Los niños de la guerra de El Salvador, de la guerra de Guatemala, niños que con 13 años combatieron y mataron, y mataron mucho. ¿Qué es de ellos ahora? Carajo, parece que Frank Delgado tiene razón y la historia es espiral que nunca acaba, uno la lleva adelante y otro la caga. Parece que de los segundos abundan por aquí.
La pandilla también tiene altos cargos, pero no es lo mismo, por más saña que demuestre, tratar con un niño de 13 años que mata que con un pandillero de treinta y tantos que se cuida más, analiza la situación para obtener más dinero por el cobro de rentas, que ya hace mucho que de niño no tiene ni pizca. Un niño es más víctima, por así decirlo, y a pesar de la aberración que haya cometido. Claro, no todo el mundo piensa así en El Salvador. En noviembre del año pasado, 16 menores de edad del Barrio 18 presos en un penal murieron calcinados en un incendio provocado por un cortocircuito. Las escenas de la tele eran indignantes. Algunos muchachos derretidos, con la carne renegrida, se retorcían en el suelo entre estertores. Algunos periodistas los intentaban entrevistar de mientras. En fin, así fue el hecho: los guardias, al ver que la cárcel se quemaba, cerraron todas las puertas con candado, no fuera a ser que se escapara algún delincuente. Los comentarios en los foros de los periódicos generados por la noticia dejaban perlas: “Juntemos dinero para más gasolina”. “Felicidades a los que los encerraron, condecórenlos con los máximos honores”. “Estúpidos bomberos, si hubieran tardado más no serían sólo 16”. La mayoría, un 90% me atrevo a decir, eran comentarios del estilo en los dos principales diarios del país[2].
Volvió a llamar la educadora.
-Hola, tengo otro caso, Juan José. Misma edad, misma situación. Cuando le pidieron ir a una misión…
-¿Eso es a matar?
-Sí, sí. Entonces él dijo que se había hecho evangélico, y que le dieran permiso de calmarse. Y así logró evitar la situación.
Bien, bien, otro caso que nos habla de que a veces, cuando el que creían era un juego avanza mucho, hay algunos niños que logran quebrar el esquema de locura que la pandilla les quiere insertar en el cerebro. La pandilla da autorización para que sus miembros se calmen si estos se hacen evangélicos o tiene un hijo. Calmarse no es salirse, es una especie de licencia. Eso sí, la pandilla te vigila de cerca para asegurarse de que en realidad haces lo que dices: rezas mucho, eres padre y tienes que trabajar. Te volverán a llamar cuando requieran a su soldado y no podrás negarte. Si no, en lugar de permiso, la pandilla te dará luz verde; o sea, te deseará feliz viaje; es decir que te dará un boleto. Te matará, pues.
Llama de nuevo la educadora.
-Va a haber problemas, fijate.
-¿Y eso, por qué?
-Es que la pandilla lo encontró borracho, y si sos evangélico no podés andar de borrachito, así que le dieron un descontón (una paliza) y le ordenaron que volviera a las actividades.
-¿A cumplir su encargo de matar, pues?
-Supongo.
-Pero si él no quería… ¿No había alguna institución de gobierno que lo apoyara, que lo ayudara, que lo sacara de ahí, le cambiara identidad y… No sé, alguien a quien recurrir?
-Mmm… Fijate que de eso sí que nunca he escuchado hablar.
***
Anécdota 3: Quiero volver a ver al general
De un tiempo para acá ya es imposible ignorarlos. Quizá desde los últimos cuatro meses de 2010 el tema está en boga. Y en lo que va de este año, ya es comidilla diaria del presidente Mauricio Funes. Dice él que incluso lo conversará con Barack Obama cuando nos visite este año. Es una pena, por un momento, el ostracismo, el silencio, la omisión parecían ser efectivas armas para mantenerlos alejados. No los mencionés que es como llamarlos, parecía ser la consigna. Pero no fue posible, al parecer aunque uno se calle ellos llegan. Los Zetas, Los Zetas, los reverendos Zetas.
En fin, quizá lo que ya llegó es el logo, la marca, porque en el imaginario popular Los Zetas bien podrían haber actuado en la película El Infierno: gordos, panzones, armados y malos. Nada más, hasta ahí el detalle. Y nosotros, los periodistas, que de momento no hemos ayudado mucho a descaricaturizar el asunto.
Una noticia por aquí, otra por allá, los hombres malos que secuestran a nuestros migrantes en México empezaron a saludar desde más cerca.
Carlos Enrique Nieto, ex capitán de 30 años que se dio de baja del ejército en diciembre de 2009, y José Arturo Rodríguez, militar de alta que se había desaparecido, fueron vinculados por supuestos informantes de la Agencia Antinarcóticos de Estados Unidos como: 1. Reclutadores de militares salvadoreños para Los Zetas. 2. Adiestradores de pandilleros en Chalatenango, al norte del país, y en Guatemala. 3. Asistente a fiestas de narcos en Ciudad Juárez, en el caso de Nieto. 4. Saqueadores de la bodega de armas del ejército salvadoreño.
Según esas filtraciones, Los Zetas llegaron y llegaron con todo: a robar granadas M-67 y fusiles M-16, a seleccionar pandilleros de la Mara Salvatrucha, entre ellos, aseguran jefes policiales, estuvo El Trece, un temido líder de la mara que fue atrapado en Nicaragua el año pasado, luego de fugarse al más hollywoodesco estilo, utilizando cobijas y camisetas para descender por entre los barrotes removidos de la celda preventiva de los juzgados de San Salvador. Y a entrenarlos, y no en cualquier lugar, sino en la Laguna del Tigre, refundida en la selva del Petén, frontera con el mexicano Estado de Tabasco. El mismo lugar donde decenas de kaibiles, esos soldados guatemaltecos de élite acusados de un sinfín de casos de barbarie durante la guerra, hacen su prueba final para ser admitidos: sobrevivir a la selva sólo con un cuchillo.
Son los primeros días de diciembre de 2010, y el general David Munguía Payés, Ministro de Defensa de El Salvador, se muestra accesible con nosotros, como siempre suele serlo. Nos recibe en su despacho a mi hermano Carlos y a mí, para conversar sobre estos tiempos, sobre las cárceles, sobre las maras, sobre los custodios, sobre Los Zetas. Sobre estos tiempos.
Siempre son agradables las conversaciones con el general. Él casi nunca está de acuerdo con lo que uno plantea, pero al menos deja que uno plantee sus desacuerdos una y otra vez. En ocasiones durante unas tres horas. Fuimos al meollo:
-¿General, qué tiene la Fuerza Armada que la vaya a proteger de posibles infiltraciones?
-Disciplina, valores, buenos cuadros de mando, un empeño de supervisión de trabajo, un compromiso con el gobierno, una buena conducción, ésas son nuestras armas. No tenemos un chaleco blindado que haga que no pase nada, puede suceder, pero los hechos nos dan la razón en este momento. La supervisión está funcionando.
El general se aferra con firmeza a las encuestas. Le encanta recordar que la población ubica al Ejército como la institución más creíble del país, y pide que se integre en más actividades, más a las calles, más a seguridad pública, más, más. Qué diferentes tiempos son estos de aquellos de finales de los setentas. Desde junio del año pasado, los militares entraron a custodiar cárceles. Vigilan a los que vigilan a los reos. Vigilan a los custodios, pues. Los revisan como a las visitas y controlan el perímetro de nueve penales, los más peligrosos, para evitar que se fuguen los reos o que sus amigos les lancen celulares, drogas y armas desde afuera de los muros, una práctica muy usual antes de la llegada de “las ranitas”, como los reos han bautizado a los militares. Se supone que reos y militares no tienen contacto nunca. Resalte el “se supone”.
Antes de eso, los militares estaban guardados en sus cuarteles, entrenando, descansando, quién sabe qué hacían. El caso es que estaban alejados de la calle. O sea, de la corrupción también.
-Pero, general, las últimas publicaciones señalan otra realidad: dos capitanes vinculados con la sustracción de material militar, el reclutamiento de nuevos miembros y entrenamiento de criminales. Así que sin tener contacto con reclusos aún, sin hacer labores de seguridad pública, las puertas del ejército dejaron pasar ya el contacto del crimen organizado.
-Creo que tu percepción es un poco atrevida cuando dices “las puertas del ejército”. Somos 18 mil elementos, y me estás hablando de al menos un caso que lo hemos comprobado aislado y que venimos investigando desde que recibí el Ministerio de la Defensa, porque cuando mandé hacer una inspección de unidades militares me di cuenta de que faltaban tres fusiles, así que antes de empezar a trabajar en esta área de seguridad pública ya teníamos una manzana podrida. Cuando tú me hablas de abrir las puertas, te digo que no. Lo que estás viendo no es del tamaño de la punta de este lapicero en comparación con el total de efectivos. O sea, es el 0.001% de lo que estamos hablando.
-Pero, general, cuando en 1999 el narcotraficante Osiel Cárdenas Guillén contrató a Los Zetas, solo necesitó reclutar a cerca de 14 miembros dentro de un ejército de más de 100 mil personas[3].
-Estamos hablando de dos cosas: infiltración y reclutamiento. Por ejemplo, este capitán Martínez Guillén, que está comprobado (que tiene vínculos con Los Zetas), ha sido capturado, pero está de baja. Pueden reclutar gente de baja, e incluso gente de alta, no podemos garantizar al 100%. Ahora, yo no puedo mantenerme en planos especulativos, estoy hablando de realidades.
Lo dicho, casi nunca está de acuerdo. El caso es que la conversación siguió y el general en lo suyo y nosotros en lo nuestro. Ambos plantados. Él, que si bien no eran de acero, no eran objetivo de los temidos Zetas; nosotros, que los hechos decían otra cosa. Él, que vale más un juez que un militar para efectos de andar comprando gente; nosotros, que un juez no quita a un militar. Y así dos horas. Nos dimos la mano y para afuera.
Es agradable reunirse con el general. Siempre dispuesto a que le lleven la contraria.
Han pasado tres semanas desde la entrevista. 2010 se va, no sin antes despedirse de los militares con un nuevo detalle para el currículum del Ejército en sus tiempos de andar por la calle: hoy, 26 de diciembre de 2010, una patrulla de la policía detuvo a un militar. Les pareció sospechoso que anduviera caminando solo. Les pareció sospechoso porque caminaba solo, una rara forma de andar para un militar en El Salvador, rodeando el muro de la cárcel de máxima seguridad del país, por una zona solitaria y con un maletín en la mano. Le pidieron el maletín. Lo entregó. Le revisaron el maletín. Se sorprendieron: 800 dólares, marihuana y un celular. Dicen que lo quería meter por un agujero en el muro que da al sector cinco, donde 20 salvatruchos purgan pena. Para coronar la vergüenza, el sargento Joaquín Zelaya Romero, de 39 años, resultó ser el encargado del perímetro militar del penal.
Tengo muchas ganas de volver a ver al general, para volver a llevarnos la contraria. Quizá él diría que es sólo un caso, aislado como los demás. No sé, la cuestión es que ojalá y lo vea pronto.
Ahora mismo no puedo, porque estoy en Guatemala donde las autoridades han decretado estado de sitio en el departamento de Alta Verapaz, cerquita de la frontera con México. Han mandado a sus militares a repeler a Los Zetas. En los primeros días del sitio apenas arrestaron a dos personas vinculadas a Los Zetas. Custodiaban una bodega. En la bodega había un arsenal que, como dijo el presidente guatemalteco, Álvaro Colom, “ni el Ejército de Guatemala tiene”. Valorado en casi un millón de dólares.
Por cierto, todas las voces concuerdan en que la pandilla nunca paga más de 5,000 dólares[4]. Eso, como mucho, parece que fue suficiente para doblar la disciplina y los valores del sargento Zelaya.
Espero pronto poder hablar de nuevo con el general.
[1] Esto está escrito en enero de 2011.
[2] El Diario de Hoy y La Prensa Gráfica
[3] Según información de inteligencia mexicana, Cárdenas reclutó inicialmente a 14 militares de élite en Guerrero y con ellos inició la conformación del grupo criminal en 1997.
[4] Por entrar un teléfono móvil al penal.