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Una sola sombra

“Recuerdo que mi hermana Dallys me despertó muy nerviosa, hizo que saliera al patio y me preguntó: ¿David, qué pasa? En el cielo no vimos nada, pero escuchamos un zumbido ronco y sobre el aeropuerto de Tocumen, las nubes reflejaban destellos rojos y amarillos. No llovía, pero se escuchaban truenos opacos. Mi madre encendió la radio y comprobamos lo sospechado: la patria estaba en guerra.”

En la reciente historia panameña hay un lamentable evento que marca un antes y un después. Pero en Panamá, más que usar la fuerza de los ejércitos, se utiliza el poder arrasador de la pérdida de la memoria, por eso se habla poco de ella. Me refiero a la Invasión a Panamá, la mal llamada Operación Causa Justa. Dicha agresión militar fue el antecedente de la política de guerra llevada adelante por la dinastía Bush y el mayor ejército del planeta.

“Vivo en la calle 9 de la Ciudad Radial, en el corregimiento de Juan Díaz; en la esquina hay una panadería que pertenece a la familia Pinto. Cuando desperté la mañana del 20, vi a mis vecinos dirigirse apresuradamente hacía la panadería y comprar grandes cantidades de pan. De allí en adelante, los Pinto hicieron guardia armados con rifles de bajo calibre.”


 

Desde el 11 de octubre de 1968 hasta el 20 de diciembre de 1989, el poder político en Panamá estuvo en mano de militares golpistas. Dicho régimen recibió diferentes calificativos, desde dictadura con cariño, hasta narco dictadura, sin olvidar el título de Proceso Revolucionario Octubrino. Cualquiera que sea el titulo de nuestra preferencia, lo cierto es que sería fácil afirmar que provenía única y exclusivamente de los acuartelados y de sus allegados. Respuesta excesivamente simplista.

“Había un gran desfile de gentes cargando mercancías, esencialmente víveres. Salí a la José Agustín Arango y vi hombres armados que a tiros abrían los comercios; tienda abierta, tienda saqueada. Caminé hasta el depósito de la Nestlé y un mundo de personas cargaban cajetas; hombres con armas de fuego bebían licor en los alrededores. Regresé al parque de Juan Díaz y encontré a José en el atrio de la iglesia, desde allí escuchamos cómo con soplete y mazo, abrieron la caja fuerte de la sucursal del Banco Nacional.”

El poder económico nunca dejó de ser poder. Ni siquiera en tiempo de los uniformes verde oliva. Sus dueños fueron y son los mismos desde el nacimiento de la nación. En Panamá, como en el resto del planeta, la acumulación de riqueza en unas pocas manos concluye en empobrecimiento de muchos estómagos. Durante el régimen de los generales, su estilo populista procuraba que un amplio sector de la población recibiese las migajas de su depredación, y cuando eso no era suficiente usaba la amedrentación. El miedo se sembraba a través de la represión selectiva, casi no era necesaria la represión masiva; salvo en los últimos días, los de la debacle –Por cierto, la ruina llegó cuando los intereses de los militares dejaron de ser los intereses del poder económico.

“El barrio en las noches era patrullado por las tropas estadounidenses; con sus cascos forrados de retazos y los binoculares infrarrojos, verdaderamente parecían extraterrestres. Una de esas noches ocurrió un accidente automovilístico y no demoró un hummer en llegar a atender el caso. Los gringos eran acompañados por un indígena kuna de la Fuerza Pública, este último lucía una tira blanca alrededor del brazo. Recuerdo que el gringo no entendía español ni de accidentes de tránsito.”

Dos anécdotas. Vi mi primer muerto de bala a la edad de 9 años, en 1970; fue asesinado por un policía de un tiro en la espalda al intentar huir luego de un asalto. Cinco años más tarde vi a un tipo, herido en el vientre con un arma blanca, recogerse con sus propias manos los intestinos. Ahora un dicho popular que durante mucho tiempo sirvió para evaluar los festejos patronales de los poblados del campo: Si no hubo muerto, no sirvió la fiesta.

“Eran alrededor de las 6:30 de la tarde cuando corrió el rumor de que los batalloneros iban a atacar las residencias. Ciudad Radial tiene dos vías rectas intersecadas por 21 calles. En cada esquina, los radialeños construyeron una barricada, la cual era vigilada durante toda la noche. En los retenes se bebía, decían chistes y se les impedía el paso a los transeúntes que se dirigían a sus hogares. Ninguna barricada fue atacada por los batalloneros.”

La violencia en Panamá no es un invento nuevo. Portar al cinto afilados cuchillos no era cosa de vestuario. Era cosa de machos. Pero un ingrediente agravó la situación. En los últimos años del siglo 20 el crimen organizado se hizo evidente. El gobierno panameño fue acusado de estar asociado a los cárteles de la droga. De acuerdo a tal teoría, que con el tiempo parece más bien un hecho comprobado, las Fuerzas de Defensa bajo el mando del General Manuel Antonio Noriega fungían de árbitros y mediadores del tráfico de estupefacientes. Verdaderamente, eran los organizadores de la violencia en la República de Panamá.

 

“Por fin me atreví a salir de los límites de Juan Díaz; rodé con una bicicleta hasta Tocumen. Casi en la entrada del aeropuerto, estaban unos soldados echados bajo la sombra de los árboles de la isleta de la avenida. Uno me apuntó con su fusil, obligándome a saltar de la bicicleta andando, subirme la camiseta más allá del ombligo y levantar bien alto las manos. Al cerciorarse de que no poseía arma alguna me permitieron pasar, no sin antes recomendarme que me cuidara; cumplí al pie de la letra el consejo: no volví a acercarme a ningún soldado invasor. Seguí mi camino y a la altura del sector Sur, me percaté de que los soldados bloquearon el camino; un niño se acercó y le arrojaron una bomba lacrimógena. Por suerte hallé a Gardenia. Ella me condujo por una serie de caminitos hasta salir a la corregiduría, donde un grupo de gente arremolinada fue desarremolinada con gases lacrimógenos, disparados desde la entrada de la base de la Fuerza Aérea Panameña ( FAP). Días más tarde me enteré que el mismo día de mi excursión en bicicleta, el marido de Meregilda salió en su moto. Lo encontraron tirado en la calle, la moto jamás la hallaron.”

La más inédita de las reacciones a la invasión fue el saqueo de la Ciudad de Panamá. Una manifestación de violencia contra la metrópoli, un destape terrible. Libre de los controles militares, la población se lanzó desenfrenada al asalto del comercio y la industria. Pienso que el que se repita dicho evento es un temor permanente y no confesado de parte de las clases dominantes panameñas. Y el miedo de alguna forma siempre es generador de violencia; ahora las medidas de represión se accionan ante la más mínima señal. Ya mencioné que el crimen organizado al final de la centuria pasada dejó de ser una fuerza oculta. En los últimos 3 años de la dictadura militar, en medio del bloqueo económico promovido por el gobierno estadounidense de Bush padre, fue innegable que el país se sostuvo a flote gracias a los capitales flotantes de dudosa procedencia.

Pero los gobiernos posteriores a la invasión también han tenido sus escándalos relacionados con el tráfico de estupefacientes. Desde donaciones de grandes sumas de dinero a campañas políticas hasta algo tan curioso como hundir un helicóptero en el mar sin ninguna razón aparente. Pero lo más aterrador ha sido el crecimiento en marejada de las pandillas juveniles. Armadas hasta los dientes, con el estómago de los jaguares y las panteras, en más de una ocasión han demostrado superioridad ante las fuerzas del orden público. Un dato chocante es el siguiente: a pocos meses de la matanza, una de las primeras declaraciones del gobierno del entonces Presidente Endara (que tomó posesión frente a las tropas invasoras) fue que el malecón del barrio de El Chorrillo se podrían convertir en el más grande y lujoso Club de Yates de la región. El barrio de El Chorrillo, que es llamado Barrio Mártir por obvias razones, fue arrasado por el bombardeo realizado a las instalaciones del Cuartel Central de las Fuerzas de Defensa. La salida al Pacífico del Canal de Panamá tiene dos riveras, una pertenece al distrito de Arraijan y la otra al distrito capital. Dichos terrenos ahora valen millones de dólares. Igual ocurre con la salida al Mar Caribe. Precisamente es en esas zonas (Loma Cová en el distrito de Arraijan; Curundú, San Felipe, El Chorrillo y Santa Ana en el distrito de Panamá; y en la Ciudad de Colón en el Caribe) donde aparecen y crecen las pandillas juveniles. ¿Coincidencia?

“Cuando el transporte público se normalizó, en bus me dirigí al centro de la ciudad; durante el trayecto nos topamos con caravanas de soldados, que saludaban desde los hummers. Me recordaron a las reinas de los carnavales. En la central no vi una vitrina sana y entera. Caminé hasta la plaza Amador donde escuché el saludo de Omar: me alegro de verte vivo. Seguí hasta las ruinas del cuartel central, allí había un gringo trepado en un camión militar, rodeado por un tropel de hombres. Supe que buscaban trabajo. El gringo en español ofrecía trabajo en los campamentos, pagaban con comida. Sólo un tipo aceptó. Y yo pensé: ¿qué pasó con los dólares que traían? Subí al límite del Chorrillo, con la esperanza de encontrar a Demetrio López, el Indio. Allí me dijeron que no lo iba a encontrar, que ya se habían llevado lo que hallaron de su cuerpo. Tan sólo unos días atrás estuvimos planeando un viaje a San Blas… ahora ni pude despedirme de su cadáver. Bajé hasta la 27 y vi la palabra devastación hecha realidad: hojas de zinc retorcidas, vigas humeantes, edificios derribados; aspiré aquel aire y supe cuál era el olor de la muerte. Días después hallé a Carlos López, hermano de Demetrio. Tenía quemada una pierna desde la cadera hasta el tobillo. El me contó cómo murió Demetrio: cuando comenzó el bombardeo, escapando del fuego y las balas, corrieron hasta la avenida de Los Mártires. Demetrio regresó a buscar ropa y dentro del edificio le cayó encima el techo; quedó atrapado bajo las llamas. Carlos, que lo seguía, intentó rescatarlo. El fuego no se lo permitió y finalmente, tuvo que tomar la amarga decisión entre salvar su vida o morir con su hermano. Hora: 1:00 a.m. del 20 de diciembre de 1989. Luego diría la televisión, que el fuego del Chorrillo comenzó a las 7:00 a.m. y que lo provocaron los batalloneros. Esa semana fue triste. A Manuel Becerra los gringos lo ametrallaron en un retén. Era tan enorme que no cabía en la bolsa plástica. Lo enterraron apresuradamente. Lo más pesaroso fue ver istmeños comprar cerveza de contrabando y brindársela a los agresores. Los aplausos rastreros y el color de la traición hirieron mis sentidos. Comprendí entonces lo completo que había sido el asalto.”

La violencia en Panamá tiene raíces ancestrales que llegan hasta nuestro origen como nación. La cultura del honor lavado con los puños o, en caso extremo, con la sangre, es parte de la idiosincrasia del iberoamericano en general y del panameño en particular. Las estructuras del poder construidas durante la conquista europea estuvieron basadas en la violencia del opresor contra los oprimidos, y se han mantenido casi íntegras hasta nuestros días. La economía capitalista y la política liberal con su discurso seudo democrático, no han hecho más que erigirse sobre tales fundamentos coloniales. Pero quien ha demostrado lo “genético” de la codicia que deriva en violencia es el crimen organizado. Como le dijera un asesor a un presidente estadounidense: Nadie soporta un disparo de un millón de dólares directo al pecho. ¿Hasta cuándo será esa situación? Mientras el paradigma que rija la vida económica sea que quien crea la riqueza es el capital y no el trabajo humano, que quien tiene el capital es el dueño de la riqueza y no quien la trabaja, mientras ése sea el norte, lamentablemente, la violencia es inevitable.

“Hoy me alegra de estar vivo, así puedo contarles lo que recuerdo y lo que otros me dijeron. Hoy me alegra de que pueda en algo, descompletar la invasión"

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  • Publicado originalmente en:: David C. Róbinson
  • Biografía:

    Heurístico. Escritor de ideas. Hacedor de palabras. Filósofo descalzo. Inoportunador con especialidad en amigos y alumnos. Y sobre todo: un hombre caradura y feliz. Premiado y mencionado en algunos concursos. Publicado en ciertos libros, antologías, revistas, diarios y desplegados. Biólogo sin cargo de conciencia (Gusta de comer huevos de tortuga). Ocasionalmente, y cuando las circunstancia lo obligan, dicta talleres de creación literaria. 

NUESTRA APARENTE RENDICION | 2010