Luego anduve como un autómata y alcancé a mi madre, que se había ido a la cocina. Luego descubrí que también en la cocina estaba mi hermana, y escuchamos en la radio a un ser irreal decir que Por la patria la vida y otras frases por el estilo. Luego escuchamos en la calle una voz con acento gringo llamar a entregar las armas. Luego cruzamos una ciudad que me recordó la película Mad Max y formamos fila para comprar moñas de navidad pero ya no para cenas de navidad, sino para simples cenas, y atestiguamos saqueos impresionantes en los que las personas, si algún director fílmico y omnipotente les hubiera dicho corten, habrían sido sorprendidas con rostros de zombies furibundos y hambrientos.
Y luego vimos todo esto por la televisión, y aún así no lo creí del todo.
Y luego vimos cadáveres, enormes montañas de cadáveres, y todavía me pareció un sueño del que pronto despertaría.
Fue mucho tiempo después, cuando había dejado el país para estudiar en el extranjero y las líneas de esa mano que era Panamá, ya menos cerca, podían verse con precisión, que me percaté de que mis códigos para interpretar la vida habían cambiado. Ahora, cuando escuchaba fuegos de artificio, pensaba primero que era un avión invisible bombardeando una ciudad.
Pero no sólo eso: me di cuenta de que la invasión de finales del ochenta y nueve no había sido el inicio de la violencia sino la manifestación de la violencia, de una violencia que por tener una escalada gradual – casi imperceptible -, nos había herido placenteramente por casi un siglo, una violencia que había logrado fortalecerse mientras comíamos, por decirlo de algún modo, palomitas de maíz y bebíamos Coca Cola.
Ése lugar, el lugar donde tuve el tiempo y la calma para reencontrarme y tomar consciencia de en quién me había transformado la invasión, fue México. Y si bien hay temas que separan a los países latinoamericanos, tienen más peso los que nos unen. Y sé que me une con cada uno de los mexicanos, y latinoamericanos: la búsqueda de esa utopía que es la felicidad.
En el México actual destellan violencias como las que iluminaron mi rostro en 1989…
Podría suponerse que son los medios, solamente, pero prestemos atención. O que es la política internacional, pero prestemos atención. O puede asumirse que son exageraciones que pasaron de una boca a otra, pero prestemos atención.
Prestemos atención antes de que el colapso último nos despierte. Prestemos atención para hacer algo, lo que sea.
Éste es mi modo de hacer algo. Escribir estas palabras, explorar en qué coincidimos. Pensar y seguir pensando. Actuar y seguir actuando: una palabra, luego otra, una más...