Sobre nuestra aparente rendición

Cuando Lolita Bosch me pidió unas líneas para este mapa de nuestro futuro no pude negarme. En otra ocasión me dijo: “el arte salva, tú estás de acuerdo, ¿no?”. Esa pregunta, ahora lo sé, es el germen de lo que sigue.

Desde que tengo memoria no ha habido un año de paz en el mundo. Tras la Segunda Guerra Mundial se consolidó el “complejo militar industrial” en los Estados Unidos. La frase es de un militar, el presidente Dwight Eisenhower. Medio siglo después del discurso de Eisenhower, la economía de guerra es, en efecto, la industria principal de Estados Unidos. Lo más chocante es que la guerra -y las ganancias que la guerra produce- se validan como sostén de la identidad de ese país; tanto así que desde sus principios fundacionales, en la letra misma de su constitución, se consagra el derecho de los ciudadanos a portar armas.

La  presencia permanente de la violencia como ley contrasta con la violencia que generan las guerras del narcotráfico, que se libran en las calles conforme a códigos privados, sin protocolos codificados en el derecho. Sus cadáveres son las imágenes publicitarias de una actividad económica que prospera mientras las bolsas caen.

 

 

Vivimos en una economía irreal. En Puerto Rico las cifras de desempleo son altísimas, pero el consumo de todo tipo de bienes y de males no disminuye. La explicación es que el sector estratégico de la economía existe al margen de la ley.

No debe haber en el mundo zonas desvinculadas de la violencia generada por las guerras del narcotráfico, aunque algunas son más vulnerables. Es el caso de América Central y el Caribe. En esta frontera entre norte y sur, la violencia es el precio de ser puntos de entrada en el mercado más sediento del mundo.

Puerto Rico se ha integrado a ese mercado sediento, a esa sociedad narcotizada. En una isla con 3,8 millones de habitantes, el trasiego y el consumo de drogas generan ingresos de 20,000 millones de dólares. El narcotráfico se reconoce como la segunda actividad económica.

A partir de la guerra de Vietnam aumentó el tráfico. La militancia antibélica abarcó a sectores muy diversos y amplios; el libre consumo de alucinógenos representaba una conquista libertaria para algunos movimientos contraculturales. Pero la guerra contra las drogas, es decir, la causa inmediata de la violencia que ha marcado el último tercio del siglo 20 y los comienzos de éste, empezó, según Avital Ronell, cuando el “crack”, se convirtió en un producto asociado con las comunidades marginadas afroamericanas. Fue a partir de la llamada “War on Drugs” que la violencia se hizo epidémica[1].

Las estadísticas del informe National Threat Assesment 2010[2], del Department of Justice estadounidense -informe que incluye a Puerto Rico entre sus fronteras amenazadoras- son tan alucinantes como el tema. En Estados Unidos más de 25 millones de personas consumen drogas “ilegales” a partir de los 12 años de edad; el 33.5% de las personas entre los 18 y 35 años usan sin autorización alguna sustancia “controlada”; la venta clandestina de narcóticos genera 215,000 millones de dólares; la plantilla de ventas de importadores y detallistas consta de 900,000 vendedores, y hay más de 20,000 gangas callejeras en 2,500 ciudades.

La droga de mayor consumo, la marihuana, merece no ya un párrafo, sino una biblioteca. Se cultiva incluso en los sacrosantos parques nacionales y es el producto agrícola más rentable en 12 estados de Estados Unidos.

Añade el informe que las organizaciones narcotraficantes mexicanas han superado  en años recientes a las colombianas, y que sus bases se consolidaron en las cárceles de la súper potencia. Desde California y otros estados del suroeste estadounidense, los capos presos participan del emporio mexicano de las drogas. En las cárceles estadounidenses se estableció esa “otra” unión latinoamericana. El informe menciona, a manera de ejemplo, las relaciones comerciales entre los narcos dominicanos y mexicanos que suplen al mercado de Puerto Rico. Esta industria exitosa basada en la violencia armada le va ganando la guerra a la súper potencia más guerrerista del planeta. O dicho de otro modo, la gananciosa guerra armada contra el narcotráfico –gananciosa para los fabricantes de armas, los mercenarios y los paraísos fiscales donde se lava el dinero sucio- está perdida.

El hecho es humillante, desde luego. Quizás  sea una de las causas de la reacción xenofóbica contra los hispanos, el llamado “hispanic attack”. La “alianza latinoamericana y caribeña” de los narcos ha sustituido a los productores y distribuidores pequeños de esa nación de comerciantes. La parodia carcelaria de la unidad latinoamericana se enfrenta con la religión del “the business of America is business”, y lo hace con las armas de la economía del mercado: produciendo sustancias más puras y vendiéndolas a precios más bajos[3].

En Puerto Rico, hacia los años setenta del siglo pasado, nació un nuevo tipo social, el “tecato”, el adicto que roba “para alimentar el vicio”. Pero la violencia mayor proviene de la competencia por “el punto” donde se venden las drogas. Se dice que hay más de 1,000 puntos, y que funcionan en los barrios, en los bares, en las inmediaciones de las escuelas.

La Policía de mi país ha concebido la violencia “entre ellos” como un proceso de limpieza de indeseables. Esa inconsciencia, esa estúpida distinción entre “ellos y nosotros” es la raíz histórica de la violencia social. Las ciudades han dejado de ser espacios de convivencia. La respuesta temerosa a la violencia social, fortalecida por un desarrollo suburbano desordenado  -combinación letal de miedo y avaricia- produjo el deterioro de la vida ciudadana y el encierro en enclaves cerrados, “protegidos” por agencias de seguridad privadas.

En este mundo visto a través de pantallas, las teleseries y los videojuegos son tan reales como el entorno avasallado por los malls y las megatiendas que complementan la función de los bancos en el “lavado de dinero sucio”. Los simulacros de la violencia son otras tantas drogas blandas. La violencia del entorno virtual pretende consolar del hecho atroz. Un consuelo que siembra pesimismo y que no carece de fundamento. Al parecer es imposible sustraerse al apocalipsis en un mundo donde la violencia no puede separarse de datos como los siguientes: en Estados Unidos el 1 por ciento de la población posee una tercera parte de la riqueza. El índice de pobreza de la ONU se sitúa en $1.25 al día. Más de 1,000 millones de personas subsisten con menos, mientras que el 25 por ciento recibe 75 por ciento del ingreso generado en el planeta. Una zanja abismal como el universo. La prueba de que la economía “legal” globalizada no funciona.

Hace dos décadas la ONU definió la violencia como un problema de salud. El Dr. Diego Zavala, epidemiólogo y catedrático, nos explica que una enfermedad es epidémica cuando su frecuencia es superior a lo normal. Zavala agrega que la epidemia de violencia en Puerto Rico es gravísima, y que uno de sus dispositivos es la proliferación de armas y de balas: más de dos millones de balas fueron incautadas por la Policía en 2006. Subraya la importancia de una concertación entre sectores sociales para definir el problema, identificar factores de riesgo, evaluar estrategias adecuadas e implantarlas. Y menciona iniciativas que han sido útiles en países como Colombia y Brasil: Viva Río, por ejemplo, una ONG con 15 años de experiencia.

Está claro que la epidemia de violencia se alimenta de toda una industria de guerra, y, sobre todo, de la pobreza y la injusticia; pero a diferencia de otras “patologías”, el propósito de la violencia narco-guerrerista es racional conforme al modelo de producción y consumo del capitalismo neoliberal. Como toda guerra, aun las ideológicas, la violencia del Narco es una expresión de la competencia por otro medio. Uno de los argumentos más convincentes a favor de la legalización de las drogas se basa en factores económicos. Por lo tanto, uno de los argumentos para disuadir a los jóvenes que manejan la microempresa del punto tendrá que tomar en cuenta el factor económico. Es cierto que una vida de estudio y trabajo no proveerá el nivel de ingresos de una vida dedicada al narcotráfico. Pero también es cierto que el abanico de placeres de un niño sicario es pobrísimo, y que la vida breve de un tirador de drogas es muy triste.

¿Qué se les puede ofrecer a cambio de esa tristeza? ¿Qué se puede colocar en la balanza? Hay quienes opinan que no hay nada que ofrecer. Hay quienes confunden el ocaso de sus vidas con el ocaso de la especie.

Pero la especie es resistente. En Puerto Rico existen cientos de organizaciones comunitarias de base, y ha habido luchas políticas transformadoras, a pesar de la subordinación colonial. Lo increíble es que no cesen las respuestas en un ambiente de corrupción e impunidad. Para citar a Francisco José Ramos, quien se refiere a la Europa de la postguerra, es “como si en medio de la devastación la creatividad fuese un clamor irrenunciable”. Lo sorprendente no es ya el auge de la violencia en el siglo 20, sino que haya sido el mismo siglo en el que se reclamaron, como principios de conciencia, los derechos de los negros, de las mujeres, de los homosexuales, de los pueblos.

Primero, lo evidente. Con legalizar la marihuana se desarticularía el renglón más productivo del narcotráfico. Una aspirina para la violencia. Acaso una tregua que “legalizaría” las relaciones existentes entre las mafias y los dueños del capital.

Pero la “cura” queda más allá. Hay que entender el alcance de la violencia.

Esa iluminación pasa por el corazón y el pensamiento. El ser humano es capaz de hacer el mal y de hacer el bien porque es un ser moral. Un animal no puede ser violento.

“La historia de los narcóticos es casi la historia de la 'cultura', o de la 'alta cultura'” (Nietzsche, citado por Ronnel). Y acaso es cierto que la búsqueda del éxtasis ha dejado atrás sus raíces profundas: el deseo de unión con el universo, el deseo de salir de sí.

En los espacios abandonados por la conciencia prospera la construcción social de la violencia. Si la inconsciencia da lugar a la violencia, la disminución de la violencia no puede ser obra de los engendros de la inconsciencia. No puede ser obra de la represión, de la entrega de la libertad a cultos fanáticos, del miedo al otro, del egoísmo, de la estupidez, de la indiferencia –o de la sensación de impotencia- ante la injusticia. Más difícil –es posible vivir sin pensar-, más eficaz, es ponernos, desde el pensamiento, en el lugar de los demás; y hacer del pensar una práctica constante.

Esa conciencia moral -no moralista- es también la marca de la gran literatura. Quizás es cierto que el arte salva. Quizás sí pesa en la balanza. La mejor literatura, el mejor arte, descubren en el mal una soledad muy humana. Esa soledad profunda y devoradora, cuando cobra conciencia de su miseria, es capaz de devorarse a sí misma.

 


[1] Avital Ronell, Crack Wars, Literature Addiction Mania

[2] Disponible en la Internet: www.justice.gov/ndic/

[3] Many Hispanic and, to a lesser extent, African American gangs are gaining control over drug distribution outside urban areas that were previously supplied by local independent dealers or small local criminal groups. By purchasing directly from Mexican wholesale sources in Mexico or along the Southwest Border, gangs throughout the country realize cost savings that enable them to sell drugs at lower prices than local independent dealers in small communities, driving these dealers out of business.

Información adicional

  • Publicado originalmente en:: Marta Aponte Alsina
  • Biografía:

    (Cayey, 1945. Puerto Rico) ha publicado cinco novelas y dos libros de relatos. En 1994 se editó Angélica furiosa. Siguieron El cuarto rey mago (finalista del Premio Sor Juana Inés de la Cruz de la FIL Guadalajara en 1997) y Vampiresas (Alfaguara, 2004). Alfaguara publicó La casa de la loca y otros relatos en 2001. En 2005 se editó Fúgate. En 2007 la Editorial Veintisiete Letras lanzó su novela Sexto sueño, que obtuvo el Premio Nacional del PEN Club y se está traduciendo al francés y al alemán. En 2010 Ediciones Terranova publicó la novela El fantasma de las cosas. Muestras de su trabajo se han incluido en la antología de narradoras latinoamericanas Esas malditas mujeres, editada por la escritora argentina Angélica Gorodischer; en Los nuevos caníbales, antología de narradores del Caribe hispano y en Literatura puertorriqueña del siglo XX. Fue directora de las editoriales de la Universidad de Puerto Rico y del Instituto de Literatura Puertorriqueña. Es conductora de talleres literarios.

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