NUESTRA APARENTE RENDICION

¿Son los recuerdos, acaso, el único sostén de la memoria?

El antropólogo Marc Auge ha indicado que la relación entre memoria y olvido se asemeja a la existente entre la vida y la muerte: Para la vida, el olvido simboliza la transformación de la semilla en planta; para la muerte, el fin es la ausencia de memoria. Es decir, para vivir, ha de existir la memoria; mas para morir, bastaría el olvido absoluto.

Esta danza memoria-olvido está revelada además, en otras formas de variada complejidad interpretativa:

1) Por una, la poética, la del Benedetti que propone cómo el olvido está lleno de memoria, dígase, la imposibilidad del fin de los recuerdos;

2) por otra, la amnistía -la imposición de la voluntad de olvido- que de acuerdo a Héctor Schmucler libera, a través de los beneficiados, la culpa del conjunto;

3) la tercera, una concepción acogida por ciertos académicos contemporáneos que, como anota Rodríguez-Idárraga, “reivindican en la ciencia social ‛la búsqueda del sentido’ y, en consecuencia, para la disciplina histórica, la superación de la discusión (...) entre memoria e historia”;

4) está, por último, el trauma: Esa forma de existir del recuerdo que se impone, en palabras de algún periodista, como impacto mental que se vuelve inolvidable, imposible de ser despejado de la memoria. Como ciertos dolores que jamás se nos desprenderán de la piel.

 

¿Construye entonces el individuo la historia colectiva desde acontecimientos conservados en su ser interno? ¿Son, por ende, los portadores de los recuerdos aquéllos destinados a conformar la fisonomía de un pueblo?

El régimen del sátrapa Rafael Leónidas Trujillo, el más sanguinario de los dictadores latinoamericanos del pasado siglo, marcó la media isla Santo Domingo en todas las vértebras de su esqueleto de nación; en una suerte de pesadilla que no desaparece, treinta y un años de horror le sobrevivieron. Porque trujillato fue balaguerato durante las posteriores décadas de gobierno del Joaquín Balaguer -hijo político de Trujillo- fundador de un ethos del poder hoy revestido de caras y colores distintos, en donde nuevos “líderes” se han apropiado del lápiz del acontecer dominicano de este tiempo.

Han sido justamente recuerdos los que permitieron a una sobreviviente de aquellos negros días contar, a generaciones más jóvenes, lo sucedido a una familia, a sus tres hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, y lo ocurrido en una República Dominicana que desde entonces, nunca jamás ha sido igual. Vivas en su jardín es un libro donde Dedé Mirabal confiesa a viva voz, cómo su corazón logró sanar, sin olvidar, uno de los más horrendos crímenes políticos de nuestro continente: el complot que urdió el asesinato de unas mujeres que el crimen mismo confirmó inmortales. Ciudadanas de inquebrantable conciencia quienes junto a sus maridos, simbolizaron toda una generación que a pesar de estar marcada por la ignominia del déspota y su servil animalada, alcanzó, en el argot popular, el envidiable estatus de Raza inmortal.

Medio siglo después del tiranicidio, Dedé ha narrado cómo, al caminar por la carretera donde sus hermanas-mariposas fueron asesinadas a palos por los esbirros de Trujillo, aún le invade una simultánea sensación de desasosiego y paz: “Se me ocurre que fue en este lugar donde por última vez ellas vieron el cielo, donde por última vez nos recordaron a nosotros, sus seres queridos, donde vieron la cara demoníaca de la dictadura personificada en sus verdugos, y donde pronunciaron sus últimas palabras, las cuales nunca conoceremos con certeza. En este lugar de horror estoy segura que ellas tuvieron algún bello pensamiento para la vida que tanto habían amado y que en parte encarnaba en sus hijos, en mamá, en mí, en sus esposos, en los amigos... y en la fuerza única de la libertad.”

El régimen trujillista había transformado los cimientos de la patria dominicana desde los inicios del pasado siglo redefiniendo la relación estado-sociedad en una joven nación precapitalista donde la incipiente burguesía era puesta al servicio del déspota y donde el poder militar, político y económico fue concentrado exclusivamente en las manos del dictador. De tal forma, el país fue Trujillo.

No se olvide que desde la época colonial, la mujer dominicana era sometida, generación tras generación, al comando de la educación moralista cristiana-occidental en tiempos donde la sumisión y la redención espiritual debieron ser su modus operandi; condenada a la exclusividad de esposa y madre ejemplar, esta mujer se sacude durante la dictadura al asumir importantes roles de apoyo y sostén de los familiares combatientes y de los opositores del Chivo. Y si bien el ajusticiamiento y culminación del terror del Estado trujillista fueron el resultado de múltiples coyunturas locales e internacionales, el fiero rechazo de aquellos hombres y mujeres, y la propia naturaleza abominable del asesinato de “las mariposas”, marcaron irreversiblemente tanto al régimen como a la conciencia nacional.

Tal hecho fue evidenciado durante los turbulentos meses posteriores al levantamiento popular antitrujillista y a través de las subsecuentes décadas de represión político-militar sufrida por miles de hombres y mujeres de bien. Entre 1960 y 1985, muchas otras heroínas fueron asesinadas, y otros tantos hombres nobles fueron torturados bajo la sombra oficialista; hechos todos que moldearon el carácter de una sociedad históricamente mutilada de esperanzas, engañada, sufragio tras sufragio, por politiqueros que hicieron de sus cargos electivos un negocio particular.

En diciembre de 1999, la Asamblea General de Las Naciones Unidas designó el 25 de noviembre, fecha del macabro asesinato de las Mirabal, como Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, lo que había sido solicitado años antes por una representación de mujeres dominicanas. Esta conmemoración adquirió un simbolismo particular ya que, por primera vez, la violencia contra la mujer latinoamericana y universal era insertada oficialmente dentro de la perspectiva del contexto político.

Es la ONU, precisamente, quien en la República Dominicana ha mantenido una campaña contra la violencia de género que lleva como lema “Bajo las alas de las mariposas”; y las razones son más que justificadas, ya que de acuerdo a los datos extraídos del Tercer Informe Internacional “Violencia contra la mujer en las relaciones de pareja” elaborado por el Centro Reina Sofía en España, la República Dominicana es la nación caribeña con el mayor número de feminicidios dentro del espacio doméstico: 867 asesinatos acaecidos entre los años 2005 y 2009.

¿Cómo se explica entonces tal paradoja? ¿Cuál es la relación entre la violencia política y la doméstica? Una tierra, que gracias al ejemplo de dignidad y al legado de las Mirabal lleva consigo el orgullo del onomástico del 25 de noviembre y es testigo de semejantes estadísticas, ¿acaso ha perdido la memoria? A mi juicio, no hay tal amnesia; se trata de que la pobreza, la educación deficiente y la falta de iniciativas gubernamentales han perpetuado una cultura de abuso de género que da sostén a una preocupante tolerancia colectiva. Y aún más: los ciudadanos guías de la nación han sustituido su deber ético, cívico, moral y político tras ser elegidos, por la brevedad del poder, el peculado y la ambición personal. Hablo de legisladores, jueces, Cardenales, Presidentes y militares que han mantenido vivo el gérmen del trujillato y quienes en asqueroso concubinato, han engendrado sus múltiples variantes.

Pocos hombres que castigan o matan a sus mujeres deben de recordar y mucho menos sentirse semejantes a Trujillo o a los neotrujillistas dominicanos; sus abusos son simplemente formas sucedáneas de una cólera que fue precedida de otra: del asesinato de mujeres opositoras a un régimen machista. La histórica tolerancia hacia ambas formas equivalió a la impunidad, la peor forma del olvido.

 

¿Podría, el ser humano, o un país, tal como preguntaba el bardo, vivir sin memoria?

La gran pensadora domínico-cubana Camila Henríquez Ureña fue capaz de preconizar, con brillantez y certeza histórica incomparables, el devenir de la mujer y el hombre dominicano del futuro; sus necesidades, debilidades y fortalezas. Y sobre todo, sus esperanzas. No ha de olvidar esta dolorida República Dominicana de hoy las agudísimas palabras pronunciadas por aquella mujer estelar ignorada en la virtud del anonimato (Andrés L. Mateo) en pleno 1939:

“Cuando la mujer haya logrado su emancipación económica verdadera; cuando haya desaparecido por completo la situación que la obliga a prostituírse en el matrimonio de interés o en la venta pública de sus favores; cuando los prejuicios que pesan sobre su conducta sexual hayan sido destruídos por la decisión de cada mujer de manejar su vida; cuando las mujeres se hayan acostumbrado al ejercicio de la libertad y los varones hayan mejorado su detestable educación sexual; cuando se vivan días de nueva libertad y de paz, y a través de muchos tanteos se halle manera de fijar las nuevas bases de unión entre el hombre y la mujer, entonces se dirán palabras decisivas sobre esta compleja cuestión. Pero nosotros no oiremos esas palabras. La época que nos toca vivir es la de derribar barreras, de franquear obstáculos, de demoler para que se construya luego, en todos los aspectos, la vida de relación entre los seres humanos”.

Información adicional

  • Publicado originalmente en:: Jochy (César) Herrera
  • Biografía:

    (Republica Dominicana,1958) reside en Chicago donde comparte el ejercicio cultural y literario con el oficio de la Cardiologia. Ha formado parte del colectivo cultural Contratiempo de dicha ciudad desde sus inicios; es colaborador de las revistas impresas y digitales Agenda del Sur (Argentina), Claridad (Puerto rico), Cielonaranje (Alemania), Contratiempo (USA), La Joranada Semanal (Mexico), Mythos (Republica Dominicana), Pais Cultural (Republica Dominicana) y Ventana Abierta (USA). Es autor de Extrasistoles (y otros accidentes) (Vocesueltas, 2009) y Seducir los sentidos (MediaIsla, 2010).

NUESTRA APARENTE RENDICION | 2010

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