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Latitudes: una isla partida por el odio.

En el verano del 2009 recibí un anónimo que se identificaba sólo como un lector de mis textos, refiriéndose específicamente a un cuento y una novela en donde trato de alguna manera la presencia haitiana en nuestro lado de la isla. El mensaje criticaba mi falta de “tacto patriótico” por la manera en que retrataba a los nacionales del país vecino. Esto no me sorprendió en lo absoluto ya que conozco el nivel de tensión social y el desprecio que se les ha inculcado a los dominicanos en contra de lo haitiano. Lo que sí me dejó perplejo fue la foto que acompañaba el texto. En algún momento de ese año los periódicos se hicieron eco de una noticia estremecedora: alegando diferencias laborales, la familia de un capataz de construcción se dio a la caza de un trabajador haitiano, quien perdió la cabeza como resultado de la trifulca.

La foto de la cabeza sin nombre rodó por los diferentes medios del país al igual que los comentarios de la gente que opinaba, con la sangre aún fresca en el asfalto: “Eso es lo que hay que hacer con la mayoría de ellos.” Muchas familias sacaron a la niñez de las casas cuestión de que pudiesen constatar cómo debían tratarse los haitianos. La embajada de dicho país no se pronunció al respecto ya que el hecho se consideró como un incidente aislado. La realidad, se sabe, es otra.

Este resentimiento contra al República de Haití se viene gestando, arrastrando tras generaciones. Hace veinte años, los niños que no se comían toda la comida corrían el riesgo de ser secuestrados por “el haitiano”; las niñas tenían prohibido salir solas al caer la noche porque “los haitianos comían gente.” Quizás para los que vivieron en la Ciudad Capital en los ochentas no era común ver haitianos en la calle ya que en esos años comenzaba la transición de los ingenios azucareros a la construcción vertical de la ciudad, que continua hasta hoy. En la medida en que la inestabilidad política y los problemas económicos y sociales hacen imposible la supervivencia en el vecino país, el tráfico ilegal de haitianos aumenta de manera alarmante. Mientras, las autoridades dominicanas han fallado en encontrar una solución real a este problema. Las recurrentes y violentas repatriaciones sólo han servido para insistir en el malestar que generan estos abusos en la comunidad internacional. Bandas armadas asedian comunidades pobres habitadas en su mayoría por haitianos, complicando en extremo la precaria calidad de vida de estos seres humanos.

Aunque no directamente, la impunidad de esta situación incita a la comunidad a perpetuar actos que atentan contra los derechos humanos no sólo de los nacionales haitianos sino de su descendencia, aspecto específico que representa otra área de discusión. Las leyes no son claras en cuanto a la situación de los haitianos nacidos en suelo dominicano. Este año, cientos de estudiantes no pudieron tomar las Pruebas Nacionales de educación intermedia y no pudieron ingresar a la universidad debido a la falta de documentación. Muchas parejas no han podido formalizar sus relaciones y compartir bienes legalmente gracias a la arbitrariedad con que se atienden estos casos.

Este patrón de violencia sostenida hacia los inmigrantes haitianos resulta irónico si se toma en cuenta la incidencia de la población ilegal de dominicanos en Europa y Estados Unidos, sobre todo en Puerto Rico. Las autoridades de la Guardia Costera en esa isla detienen embarcaciones repletas de dominicanos de manera casi diaria. Aún así, la presencia dominicana en el exterior sigue aumentando de manera dramática. La condición de una persona sin los papeles correspondientes en cualquier país es de por sí incómoda, de ahí a la persecución y al abuso institucionalizado hay una brecha enorme.

¿Cuál es el futuro de los nacionales haitianos en República Dominicana? El gobierno no ha logrado argumentar un plan eficiente para el control de la frontera entre ambos países; tampoco se ha podido establecer un método de registro eficiente para los haitianos que ya se encuentran viviendo en la mediaisla. Esta situación se agrava con la precariedad de las condiciones socioeconómicas debido a los recientes desastres naturales que se han manifestado en Haití, así como la falta de concientización sobre el problema haitiano entre los dominicanos, quienes además enfrentan otro flagelo migratorio: el de los dominicanos que luego de cumplir condenas criminales en el exterior, son deportados al país y en la mayoría de los casos se integran a las actividades criminales relacionadas al narcotráfico. En poco menos de cinco años la sociedad dominicana ha sido testigo de cómo la violencia y la impunidad del narcotráfico se ha adueñado no sólo de las calles sino de las instituciones militares, jurídicas y privadas. Al Gobierno Dominicano le resulta difícil garantizar la seguridad de ciudadanas y ciudadanos; por ende, este clima no es beneficioso para una política de paz e integración.

 

Nuestra mirada al futuro debe instrumentarse desde lo humano y la adaptación al problema del otro, quien, dadas nuestras condiciones de riesgo y pobreza, es nuestro reflejo. La manera más prudente de evitar catástrofes entre dos nacionalidades es el planteamiento de propuestas realistas. Aunque esa violencia no haya tocado nuestra puerta no podemos mostrarnos indiferentes ante la misma. No podemos, no debemos dejarnos asediar por la incertidumbre.

 

En Chicago, diciembre 2010.

Información adicional

  • Publicado originalmente en:: Rey Andújar
  • Biografía:

    Santo Domingo 1977. Desde el 2005 publica narrativa y teatro. Su novela Candela (Alfaguara 2007) fue premiada por el Pen Club de Puerto Rico; con la colección Amoricidio recibió el Premio Internacional de Cuento Joven FIL-RD 2007. Es candidato al grado de Doctor en Filosofía y Letras Caribeñas en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe.

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