NUESTRA APARENTE RENDICION

Entre 1978 y 1982 Bolivia sufrió varios golpes de estado. Fueron años de desconcierto: pasamos de la larga dictadura de Hugo Bánzer (71-78) a varias juntas militares –Pereda, Padilla, Vildoso, Natusch Busch, García Meza…— con un par de interregnos de civiles, y luego a un gobierno democrático que fue arrollado por el caos económico de la hiperinflación.
Hacia 1978, yo tenía once años y había cosas que entendía y otra no tanto. Recuerdo que el principal impacto de un golpe de estado para mis hermanos y para mí era la aparición del escudo de Bolivia en el canal de televisión estatal (entonces sólo había dos canales), con el himno nacional como música de fondo; poco después veíamos delante de las cámaras la nueva junta militar y tomaba el juramento de rigor a los nuevos ministros del gabinete. Cuando nos tocaba todo ese show, mis hermanos y yo, molestos, nos preguntábamos a qué hora volvería la programación normal a la televisión. Mis padres, por su lado, hablaban de que conocían a tal o cual ministro.

Pertenecíamos a una clase media tradicional. Como tales, estábamos relativamente protegidos de la violencia: creíamos que no existía, porque no la veíamos, o al menos no directamente, porque de vez en cuando aparecían noticias en los periódicos censurados y autocensurados de esos días. Había inestabilidad política y económica y papá y mamá tenían nostalgia de Bánzer: su gobierno había sido de “orden, paz y trabajo” (ese era el estribillo que se repetía todo el tiempo). Los nuevos gobiernos militares no sabían hacer bien las cosas.
Mi padre me contaba que el enfrentamiento político de esos días no era nada comparado con el que había vivido en su adolescencia. En 1952, a los dieciseis años, él estaba en el Colegio militar cuando ocurrió la revolución de Paz Estenssoro. Papá no sólo era militar; también era falangista. De modo que salió a luchar contra esa izquierda insurrecta que quería nacionalizar las minas y darle voto al indígena. El país cambiaba, y mi padre era de los que no aceptaba ese cambio.
Todavía me cuesta creer que en esa época la gente se involucrara tan temprano en la política activa; lo cierto es que mi padre fue arrestado junto a otros falangistas. Estuvo en la cárcel; algunos de sus compañeros de lucha fueron fusilados. De hecho, uno de sus amigos murió con la chaqueta de mi padre puesta. Papá se salvó por su juventud; fue exiliado y no volvió al país hasta 1964. Vivía en Buenos Aires, mientras que sus padres, también exiliados, vivían en Arequipa. Había querido ser militar, pero, mientras esperaba que el gobierno del MNR[1] dejara el poder (gobernó durante más de una década), se puso a estudiar medicina en la universidad de Buenos Aires. Su nostalgia por Bolivia era incurable y volvió apenas pudo, dejando incluso atrás a una novia portuguesa. Pensé que era cierto que las cosas eran distintas en esos tiempos. La violencia política de los años cincuenta había producido una polarización nacional y la disgregación de las familias. La de los fines de los setenta y principios de los ochenta parecía más circunscrita, más aislada.
Sin embargo, nos íbamos enterando de cosas. Los periódicos reportaban en la medida de lo posible. En 1979 tuvimos un presidente que duró dieciseis días en el poder y que vivió aislado en el Palacio Quemado, con sólo la fuerza militar como forma de sostener su frágil gobierno. La inestabilidad política condujo a la violencia: 1980 fue el peor año. En marzo apareció asesinado Luis Espinal, un sacerdote español involucrado con la defensa de los derechos humanos. Espinal era conocido por su oratoria: “Tenemos la costumbre de acostumbrarnos a todo. Aun lo más hiriente se nos oxida. Quisiéramos una sensibilidad no cauterizada, para maravillarnos y sublevarnos. Señor, que no nos acostumbremos a ver injusticias sin que se nos encienda la ira, y la actuación”. El 17 de julio hubo un cruento golpe de estado que llevó al poder a Luis García Meza, un militar que instalaría una narcodictadura en el gobierno: gracias a la alianza con narcotraficantes bolivianos y colombianos, aviones del ejército nacional fueron usados para llevar cargamentos de droga a otros países.
Durante el golpe de estado de García Meza destacó el uso de ambulancias para el desplazamiento de las fuerzas de choque, los temidos paramilitares. Fueron esos paramilitares quienes asesinaron durante el golpe a Marcelo Quiroga Santa Cruz, el líder político más carismático de la izquierda, un intelectual de primer orden a quien mi madre admiraba (Los deshabitados, su novela existencialista, es hoy un clásico de la literatura boliviana).
Los periódicos llegaban a casa con cuadrados negros (las fotos censuradas) y blancos (los artículos censurados). Pero igual nos enterábamos de los rumores. Vivíamos en Cochabamba y papá tenía algunos amigos en el gobierno; cuando un tío militar cayó en desgracia por oponerse a García Meza y fue enviado a la cárcel en La Paz, mi padre intercedió y viajó a La Paz y logró llevarle a mi tío una canasta con comida. No todos los opositores tenían esa suerte. En enero de 1981 ocurrió la masacre de la calle Harrington: ocho políticos de un partido de izquierda (MIR[2]) en la clandestinidad fueron asesinados por paramilitares (traté de contar esta historia trágica en una de mis novelas, La materia del deseo [2001]).
¿Qué aprendíamos de esa estabilidad en la adolescencia temprana? Hacia 1981 uno de mis compañeros había sido elegido presidente de mi curso en el colegio Don Bosco. Algunos estábamos descontentos con su presidencia; lo encontrábamos muy pasivo (todo hay que decirlo: tampoco era que el presidente de curso tuviera que hacer mucho). No se nos ocurrió nada mejor que darle un golpe de estado. Fuimos hablando con compañeros influyentes, ganando apoyos; una noche, cuando creíamos que teníamos el respaldo suficiente, lo llamamos a su casa. Le dijimos que no valía la pena resistirse, que al día siguiente, antes del inicio de clases, nos entregara la llave del armario del curso donde se guardaban las pelotas y los uniformes de los equipos de fútbol y baloncesto. A la mañana siguiente, apareció con la cara asustada y nos entregó la llave del armario. Yo asumí la presidencia (nada de lo que hoy me pueda enorgullecer).
Entonces eso no pasaba de una anécdota inocente. Con los años, ha ido ganando en importancia. Era tan obvio que, a los doce, trece años, íbamos aprendiendo las maneras en que nuestro país nos enseñaba a resolver problemas. La democracia era ineficaz y el golpe de estado se ofrecía como una solución contundente.
La democracia volvió en 1982. Hubo años duros, sobre todo debido a la crisis económica. Y fuimos descubriendo los horrores de la violencia política. Se instauró un juicio de responsabilidades contra García Meza. Muy pocos pensaron que llegaría a algún puerto; la impunidad era la regla (Bánzer, después de todo, logró reinventarse como demócrata y volver a la presidencia a través de elecciones). Mientras duraba el juicio, García Meza se paseaba por el país muy campante, como si no ocurriera nada; su hijo, con arrogancia notable, bautizó como 17 de Julio[3] al caballo con el que participaba en competencias de equitación. Una vez descubrí que García Meza estaba presente, en un asado. Sentado en una silla de mimbre en el patio, esperaba a que la gente viniera a rendirle pleitesía, con el aura que da el poder incluso a los ex-dictadores. Mi padre quería que lo saludara: lo cortés no quitaba lo valiente. Pero yo no quería ser ni cortés ni valiente, así que me pasé de largo. Años después, en 1993, García Meza sería encontrado culpable y le darían treinta años de cárcel. Hoy está en Chonchocoro, la prisión de máxima seguridad del país.
Han pasado los años más duros de la violencia política, pero ha vuelto la polarización al país. La violencia es sobre todo verbal, pero ya sabemos cómo las palabras son capaces de adelantarse a los hechos, conjurarlos a partir de su sola mención. Ha costado construir la democracia boliviana, pero a veces pienso que esa construcción descansa en cimientos dictatoriales. Nuestros líderes, nuestros caudillos, tienen la tentación inevitable de acallar y destruir a la oposición. Yo crecí en dictadura y me costó “desaprender” lo aprendido esos años. Que no se tengan que volver a “desaprender” las amargas lecciones de la violencia.

 


[1] MNR (MOVIMIENTO NACIONALISTA REVOLUCIONARIO). El partido político más importante de la historia boliviana del siglo XX. Fundado después de la debacle en la guerra del Chaco (1932-1935), llegó al poder en 1952 a través de una revolución. Su líder, Víctor Paz Estenssoro, fue presidente del país cuatro veces. En la primera, en 1952, llevó a cabo reformas estructurales importantes como la nacionalización de las minas, el voto indígena y la reforma agraria.

[2] Movimiento de Izquierda Revolucionaria

[3] El 17 de julio de 1980 Luis García Meza Tejada dio un golpe de estado, derrocando a su prima, la Presidenta constitucional interina Lidia Gueiler Tejada, y evitando que el Dr. Hernán siles Zuazo, que 18 días antes había ganado las elecciones presidenciales con el 34% de los sufragios, fuese nuevamente presidente de la república.

Información adicional

  • Publicado originalmente en:: Edmundo Paz Soldán
  • Biografía: (Cochabamba, Bolivia, 1967) es profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Cornell. Es autor de ocho novelas, entre ellas Río Fugitivo (1998), Palacio Quemado (2006) y Los vivos y los muertos (2009); y de los libros de cuentos Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1998). Ha coeditado los libros Se habla español (2000) y Bolaño salvaje (2008). Su libro más reciente es Norte (Mondadori, 2011). Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas, y ha recibido numerosos premios, entre los que destaca el Juan Rulfo (1997) y el Nacional de Novela en Bolivia (2002). Ha recibido una beca de la fundación Guggenheim (2006).
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NUESTRA APARENTE RENDICION | 2010

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