NUESTRA APARENTE RENDICION

La impunidad de la riqueza

La violencia está inscrita en la historia como una de sus formas, como historia misma. La historia de la violencia es el relato mismo de la historia, su detallado transcurso. Más allá de los esfuerzos contemporáneos para controlarla (leyes internacionales, asociación de derechos humanos, comités por la paz, Naciones Unidas, entre otras instancias) o, tal vez, esos mismo esfuerzos para controlar la violencia muestran que es, precisamente, incontrolable. Desde la guerra hasta el narcotráfico pasando por cada una de las irregularidades muestran que ninguna de las grandes articulaciones sociales que podrían aminorarla funcionan: ni la religión, ni la democracia.
Sin embargo, día a día, la violencia es combatida.  Al menos la impunidad y, en algunos casos, la inmunidad ha estrechado su fronteras. Los miles de muertos chilenos bajo el régimen de Pinochet, los desaparecidos, los torturados, no pueden ser restituidos. Los sobrevivientes viven sus vidas cargando una experiencia que, con seguridad, ha velado toda la esfera de su emotividad.
La prisión en Londres de Pinochet (radicalmente insuficiente como acto jurídico) rompió, más allá de la benevolencia de su retención, el cerco de su impunidad. Horadó una barrera que parecía inexpugnable y, en un punto, atenuó la dosis de violencia que portaba su obscena omnipotencia.

La interminable transición a la democracia chilena, controló el terrorismo de Estado, pero, no obstante, multiplicó de manera insólita las cárceles para contener lo que parece incontenible: el explosivo aumento de la delincuencia encarnado fundamentalmente en jóvenes y menores de edad.
La violencia de estos jóvenes y la recurrencia en sus delitos es ya una condición no sólo chilena sino también mundial. Pero me corresponde hablar del caso chileno signado, desde hace ya demasiados años, por un modelo económico que, de manera también incontrolable aumenta y aumenta la desigualdad. Una situación que favorece el delito juvenil por la flexibilización de las condiciones laborales que enriquecen a una ultra elite y degradan los salarios a niveles que no pueden sino generar resentímiento y desagregación social.
Ya es hora de pensar que el enriquecimiento desmedido de las élites es también una forma de violencia porque la riqueza se acumula mediante las condiciones insensatas del trabajo y la intensificación de un consumo que porta intereses usureros.
La sociedad chilena, eminentemente chatarra, va día a día penalizando a miles de ciudadanos que han delinquido (y que merecen ser penalizados) pero esta sociedad no asume su responsabilidad y hasta complicidad en esos mismos delitos. Eso es escalofriante porque es una abierta exposición a la violencia en la medida que no pone freno a la explotación cada vez más sofisticada, enmascarada en una flexibilización del trabajo que legitima, mediante falsos discursos de prosperidad, las malas condiciones de vida de millones de personas.
El año 2010 marcó un signo de alerta cuando en una de cárceles chilenas, en un incendio, murieron de manera horrorosa más de ochenta presos, en su mayoría menores de treinta años. La investigación mostró que parte importante de la población penal había consumido alcohol, pero también estaban bajo ese mismo efecto,  los guardias del penal.
En otro registro, de manera recurrente, se desarticulan bandas de policías que asaltan, de manera organizada, no sólo a la ciudadanía que deben resguardar sino, además a los bancos que necesitan defender. Y, por supuesto, la droga que corrompe y destruye.
La violencia hoy se distribuye especialmente a través de los diversos libres mercados (incluido el de la droga) y ésa es la instancia que hay que considerar. Señalar que las élites no asumen sus responsabilidades, que sólo se pone de manifiesto el otro polo, el de los delitos masificados de la desocialización, pero falta, de una vez por todas, pensar la riqueza extrema también como un acto ilegítimo porque se sostienen sobre cuerpos multitudinarios que sólo están sobre la faz de la tierra para sostener la comodidad alucinante de unos pocos.

Información adicional

  • Publicado originalmente en:: Diamela Eltit
  • Biografía: Nace en Santiago de Chile en 1949. Es escritora y profesora de castellano. Durante varios años fue agregada cultural de la Embajada de Chile en México. Además de algunos ensayos, ha publicado las novelas Lumpérica (Planeta Chile, 1983), Por la patria (Ed. Cuarto Propio, 1986), El cuarto mundo (1988), El padre mío (1989), Vaca sagrada (Planeta, Argentina, 1991), Los vigilantes (Ed. Sudamericana Chilena, 1997), Los trabajadores de la muerte (Seix Barral, 1998), Mano de obra (Seix Barral, 2002), Puño y letra (Seix Barral, 2005) y Jamás el fuego nunca (Seix Barral, 2007). También ha impartido talleres de escritura en la Universidad de Nueva York. En 2010 ha sido galardonada con el prestigioso Premio Iberoamericano de Letras José Donoso que otorga la chilena Universidad de Talca.

NUESTRA APARENTE RENDICION | 2010

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