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“Ahora tenés casi la edad de tus padres cuando los mataron (...) Me gustaría hablarte de ellos y que me hables de vos. Para reconocer en vos a mi hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos somos huérfanos de él.”, escribió Juan Gelman en la carta al nieto o nieta que aún no conocía.
Somos una sociedad de huérfanos, balbuceantes. Cuerpos mutilados tras las huellas de la memoria.

1. Sombras de la ausencia
Lo más desgarrador es la mirada. Quizás porque pareciera no haberse detenido, no haber dejado de mirar y de mirarnos, quizás porque se muestra aún dueña de su cuerpo y de su tiempo, quizás porque intuimos en ella lo que vendrá.
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Cada obra, cada palabra puede ser también el espacio simbólico de la memoria. El túmulo que permita el llanto y las antiguas ceremonias. Álbum con 30 mil imágenes tatuadas en la piel de todos. Cada palabra puede ser el grito y el ritual, los pañuelos blancos y la bronca. No monumento sino tierra húmeda.
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¿Cómo hablar del horror? ¿Qué pueden decir el arte y la literatura de la violencia y la muerte? ¿Es posible el poema después de Auschwitz? ¿Cómo podrían las palabras acariciar las heridas que dejan 30 mil ausencias?
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Contar, pero ¿contar qué? Es ésta la angustia del testigo. La imposibilidad de contar, por supuesto; esa “laguna” que no puede ser enunciada. El vacío. El horror. Las ausencias. La memoria, entonces, la rodea con el tejido minucioso de las imágenes; imágenes que avanzan en tinieblas, que son un balbuceo en tinieblas.
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Seguir rascando en la memoria, avanzar, sumar imágenes, gestos, voces. Es más que una exploración. Es un ejercicio desesperado, como grito que rebota una y mil veces contra las piedras. ¿Para llegar adónde?
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Las ausencias son una marca en los cuerpos de los que se quedaron –nos quedamos– de este lado de la muerte. Cada vez que llega el cumpleaños de su hija Noni, a Laura Bonaparte –una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo– le duele la panza. Hace más de veinticinco años que ese día Laura se sienta con su dolor de panza frente a una foto.
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Un cuerpo de mujer que ha perdido un cuerpo de mujer que ha perdido… La sangre es el vórtice del dolor, origen de una genealogía que sopla al oído la palabra de Lilith, cabeza cubierta de blanco que gira enloquecidamente en un tiempo sin luz para recuperar el primer arrullo, el canto primigenio, la memoria de la piel.
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“Nuestros nietos que han estado en cautiverio junto a su mamá en la panza, han recibido cantos, cuentos, voces, nombres, todo hacia dentro, porque eran ellos dos solos, mientras viviera el hijo, vivían ellas, eso es lo que llevan adentro los chicos sin darse cuenta.” (Estela de Carlotto)
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“Era mi hermano y para mí eso basta”, gritó Antígona, pero nadie secundó su grito.
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Simón nació en la ESMA[1]. Al nacer, su madre le hizo con los dientes una marca en la oreja, para poder identificarlo. Esa marca es la huella en la que se unen el cuerpo de Simón y el cuerpo de su madre. Esa marca es todo lo que Simón tiene de su madre.
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“Nadie puede dar testimonio sino el testigo”, escribió alguna vez Paul Celan. ¿Quiénes son los verdaderos testigos? ¿Acaso los que no están? ¿Los que no sobrevivieron? Sin embargo, es necesario dar testimonio también por ellos, es necesario dar testimonio de la imposibilidad de testimoniar.
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“El rey Agamenón deja sin castigo a Hécuba. Sólo los dioses pueden castigarla.” (Laura Bonaparte)
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El pañuelo blanco habla – tal vez- del rechazo del duelo.

Nuestro pañuelo tiene su propia historia. Cuando se hizo la Marcha a Luján, principalmente de estudiantes, decidimos ir.
Pensamos entonces en la forma de encontrarnos y reconocernos; es cierto que muchas nos conocíamos las caras, en el rostro llevábamos la tragedia de la desparición de nuestros hijos, pero ¿cómo íbamos a reconocernos en medio de la multitud? Entonces decidimos llevar algo que nos identificara. Así una madre sugirió que nos pusiéramos un pañal de nuestro hijo, porque ¿qué madre no guarda un pañal de su hijo? Y así lo hicimos.[1]

Porque ¿qué madre no guarda un pañal de su hijo? Y el blanco es puñal en las miradas, dolor y bronca sobre las pieles.
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¿Qué lenguaje –se pregunta el arte– dará cuenta de la tensión entre memoria y olvido, entre el afán de preservar el recuerdo y los intentos por borrarlo? Nada más fácil en esta época que apretar la tecla “delete”, para que no quede rastro, para que la historia no nos cuestione ni duela. Si “amnesia” y “amnistía” tienen un origen compartido, rescatar la memoria de su posible caída en el agujero negro del olvido es un gesto a la vez ético y político. “¿Es posible –se pregunta Yosef Yerushalmi– que el antónimo de el olvido no sea la memoria sino la justicia?[2]

2. El puro silencio de tu boca
¿Qué duelo es posible hacer frente a tanta muerte? ¿Cómo se puede hablar de las heridas que dejan 30 mil ausencias? ¿Cómo vive una sociedad sin 30 mil cuerpos queridos? ¿Sin tumbas donde llorarlos? ¿Sin espacios en que dejarles flores?
No hay cuerpo que Antígona pueda abrazar. La memoria duele en los rostros, jóvenes para siempre, que nos miran todos los días desde las páginas del diario; la memoria duele cada jueves en la ronda de las Madres de Plaza de Mayo.
“¿Qué cantaré sino al puro silencio de tu boca? (...) En la Argentina la eternidad es jueves para siempre –escribe Pedro Orgambide– (...) mientras las madres que otros llaman locas / giran dan vueltas este jueves / para que no haya olvido. / Para que no haya olvido / (...) antes que sea tarde y no quede memoria / en los arrabales de la luz que otros llaman patria.” [3]
Las madres convierten sus cuerpos que dan vueltas alrededor de la plaza –"porque no están permitidas las reuniones; hay que circular"– en signo de la resistencia, a través de un acto ritual que conjunta política y estética sobre la propia piel. Sus cuerpos marcados por la brutal desaparición de sus hijos, señalados con un pañuelo blanco en la cabeza, siguen hoy clamando justicia con la misma frase que al comienzo de la pesadilla: "Con vida los llevaron, con vida los queremos".
En una sociedad dominada por el miedo, las Madres salieron con su dolor a las calles enfrentándose al Estado policial. En silencio –un arma sutil ante la vocinglería oficial– enseñando las fotos de sus hijos, transforman la Plaza de Mayo en el lugar simbólico de oposición; como en una suerte de teatro, la población entera, estuviera presente o no, se convertía en audiencia y testigo[4] del gesto que, de algún modo, restituía lo perdido al señalarlo. La presencia de los ausentes (el abrazo de los treinta mil).

3. Somos una sociedad de huérfanos
La tradición judía cuenta que el que aún no ha nacido conoce toda la Torá y, por lo tanto, el mundo entero, pero que justo en el momento del nacimiento un ángel lo besa y hace que el pequeño olvide lo que sabía. En el caso de los niños desaparecidos durante la última dictadura militar argentina (1976-1983) pareciera ser la propia muerte la que los "besa" sustrayéndoles "su historia personal, su pasado, su familia"[5].  Según las Abuelas de Plaza de Mayo, uno de los organismos de derechos humanos de mayor presencia en la lucha por la justicia en Argentina, hay aún X número de niños desaparecidos.
También las huellas de la memoria son las que siguen los chicos que participan en el grupo HIJOS. Ellos, aunque de manera diferente, han sido besados por una muerte que tiene el rostro de la desaparición de sus padres. Huellas de la memoria, huellas de la propia historia y huellas del otro en el sentido levinasiano, la huella que el otro ha dejado en la historia personal, la huella de un otro tan cercano como el padre, como la madre. Un otro que le ha dado al hijo nombre y rostro, historia y raíces. Pero es asimismo la huella de ese otro en el mundo.
"Somos la memoria viva de nuestros padres muertos", dice una joven que participa en el grupo que funciona en México, y que se hace llamar “Jijos”, “porque somos también mexicanos” (Schmucler, 1996). Pero esa memoria viva es sobre todo lugar de conflicto, de disputas; no constituye una historia establecida, de una vez y para siempre, sino múltiples realidades en tensión constante. No se trata del registro pacífico del pasado, sino del espacio donde se pone en crisis la identidad de la sociedad. Los HIJOS buscan tanto la marca de sus padres sobre sí mismos, como la reconstrucción de la memoria que esos padres ya no les pudieron transmitir.
El nombre del grupo –H.I.J.O.S. son las siglas de Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio- pone en escena los elementos fundamentales del debate acerca de la relación de la sociedad argentina con el dolor y la muerte que signaron su pasado reciente. En ese par de oposiciones, “identidad y justicia” resume los rasgos de la memoria. Memoria y palabras contra los traficantes del olvido.

4. "Memoria sin tiempo"
Éste es el nombre del monumento que construyeron Liliana Felipe y Jesusa Rodríguez en Villa María, Córdoba. Uno de los primeros que se hizo para recordar a los desaparecidos. Se trata de un reloj de sol hecho con enormes piedras junto al río Talamochita. "La gente que hace cinco mil años dejó un dolmen o un círculo de piedras, o un túmulo funerario - dicen en su testimonio-, no solamente lo hizo en función del cadáver o de los restos que están guardados ahí, sino que puso un puente imperecedero hacia nosotros. (...) Si en cuatro años o en menos, en dos meses, tú puedes borrar la memoria de la existencia de alguien, entonces la memoria activa es una forma de oposición a la masacre: también es una voluntad en contra del asesinato."[6] Seguir clamando que los desaparecidos regresen con vida es un compromiso ético que extrañamente complementa la necesidad de tener un sitio donde ir a llevarles flores o poemas, un lugar donde recordarlos.
La muerte anónima es la consumación del despojo de identidad que se propusieron los aparatos represivos; despojo que busca hacer desaparecer el cuerpo y la biografía de cada uno de los seres que entra al infierno. "Porque el crimen radica no sólo en la vejación de los cuerpos, en su aniquilación física, sino, más perverso aún, en dejar a un ser humano sin su propia muerte, en despojarlo de aquello que lo devuelve, paradójicamente, a su condición...`de ser humano´". (Forster p.39)
"Memoria sin tiempo" está formado por siete piedras, cada una tiene grabado uno de los siete nombres de los siete desaparecidos de Villa María.
Paula Mónaco Felipe sabe que dos de las piedras que hay junto al río Talamochita son suyas: una es su mamá y otra es su papá. Paula sabe que es importante nombrar, que es importante recuperar los nombres, los rostros, las historias, los deseos, las contradicciones de aquellos asesinados por la dictadura. Recuperarlos, marcando el paso del sol, un día tras otro, es evitar esa segunda desaparición que provoca el olvido.

Parque

Qué hacer con nuestra historia reciente, cómo guardar nuestra memoria haciendo que funcione no como un peso que nos inmoviliza, sino como un disparador de la imaginación, son preguntas ineludibles en el debate cultural argentino. Ni "monumento" que paralice, ni silueta de una ausencia. El arte se cuela por los intersticios, por las fracturas, para rescatar los "escombros", los "añicos", los fragmentos que tienen la forma de nuestros recuerdos. "Poética de ruinas" para salvarnos de la muerte.


[1] En Liliana Caraballo, Noemí Charlier, Liliana Garulli, La dictadura (1976-1983) Testimonios y documentos, Oficina de Publicaciones Ciclo Básico Común (Universidad de Buenos Aires), Buenos Aires, 1996, p.128.

[2] Algunos de los fragmentos del inciso 1 forman parte del texto “Los rostros del duelo. Fragmentos de una memoria”, en ¡Dale nomás! ¡Dale que va! Ensayos testimoniales para la Argentina del siglo XXI, Cristián Ricci, Gustavo Geirola (editores), Buenos Aires, Editorial Nueva Generación, 2006.

[3] Pedro Orgambide, Cantares de las Madres de Plaza de Mayo, México, Editorial Tierra del Fuego, 1983.

[4]Esta idea es planteada por Jean Franco, "Gender, Death, and Resistance. Facing the Ethical Vacuum", en Juan E. Corradi, Patricia Weiss, and Manuel Antonio Garretón (ed.), Fear at the Edge. State Terror and Resistance in Latin America, Berkeley, Los Angeles, Oxford, University of California Press, 1992.

[5] Abuelas de Plaza de Mayo, Restitución de niños, Buenos Aires, Eudeba, 1997, p.25.

[6] Liliana Felipe y Jesusa Rodríguez, "Existes porque te recuerdo", en Debate feminista,  año 5, vol. 9, México, marzo de 1994, p.255.


[1] Escuela de Mecánica de la Armada. Fue un centro clandestino de detención durante la dictadura (1976 – 1983)

Información adicional

  • Publicado originalmente en:: Sandra Lorenzano
  • Biografía: Poeta, narradora y ensayista, es “argen-mex” por derecho y convicción (nació en Argentina y vive en México desde hace más de treinta años). Doctora en Letras, especialista en arte y literatura latinoamericanos. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, Vicerrectora Académica de la Universidad del Claustro de Sor Juana, fundadora y directora del Programa de Escritura Creativa. Colabora en diversos medios de América Latina, ha coordinado algunos títulos sobre literatura y publicado en varias antologías. Entre sus obras se encuentran Escrituras de sobrevivencia. Narrativa argentina y dictadura (Mención Especial en el Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas) o la novela Saudades (Fondo de Cultura Económica) y el poemario Vestigios (Pre-Textos 2010). Mantiene un blog: http://sandralorenzano.blogspot.com

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