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La Batalla de Ciudad Mier Destacado

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La mañana del 22 de febrero de 2010, cuando Ciudad Mier se preparaba para las fiestas anuales, quince camionetas con las siglas del cártel del Golfo (C.D.G) entraron por el acceso de la carretera de Reynosa como caballos desbocados. Los pistoleros enfilaron a la comandancia de la Policía Municipal, bajaron de sus vehículos y comenzó a sonar el tableteo de sus ametralladoras contra el viejo edificio. La gente que estaba alrededor echó el cuerpo a tierra y como pudo fue a refugiarse.
El tiroteo amainó. Seis policías municipales asustados, golpeados, jadeando con la boca abierta, rojos de sangre y con el miedo en la mirada, fueron sacados de la comandancia por los pistoleros, quienes gritaban consignas contra los Zetas. Ésa fue la última vez que se vio a los seis policías y fue también la última vez que hubo policías municipales en Ciudad Mier.

El comando instaló pistoleros en los tres principales accesos al corazón de Ciudad Mier, montaron un cerco para que cuatro camionetas exploraran las calles en busca de casas y negocios a los que hombres de rostro parco entraban por personas específicas. En ese lapso, la plaza principal, ubicada frente a la comandancia, fue usada como paredón. Vaciándose de sangre, dos hombres detenidos por los pistoleros fueron llevados a la plaza. Ahí los acribillaron y después los decapitaron. Sus cabezas terminaron colocadas en un rincón de la plazoleta. Con el paso del tiempo, por el uso frecuente que se le dio, aquel rincón sería conocido como “La Esquina de los Degollados”.
Un par de horas después de que los pistoleros abandonaron el pueblo, el Ejército hizo un rondín fugaz y desapareció antes de que oscureciera. Toda la semana siguiente el pueblo vivió con somnolencia. El silencio de las noches era cortado por voces lejanas y disparos aislados. Las calles estaban sucias y ruinosas, sencillamente no hubo cómo realizar los festejos anuales del 6 de marzo, los cuales fueron cancelados en ese 2010, algo que no sucedía desde la época de la Revolución.

 

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Aunque no ves a nadie, sabes que hay alguien viéndote a ti. Lo sientes mientras caminas entre el metal escupido por las bocas de los fusiles, regado entre vidrios rotos que, pese a tu cautela, es inevitable hacer que crujan con la pisada de las botas. Debes apurarte a terminar de mirar las gruesas manchas de sangre seca y los miles de impactos de bala que aún quedan en las paredes de las casas. No puedes dejar que caiga la noche mientras buscas recuperar más testimonios de lo que sucedió estos meses aquí. La oscuridad de una zona de guerra no es lo mismo que la oscuridad a secas, además, no existe ningún hotel o sitio al cual meterte a pasar la madrugada. Por ahora, éste no es el Pueblo Mágico que se anuncia a la entrada: a juzgar por la destrucción existente, es la primera línea de la guerra de Tamaulipas.
Se supone que los bandos en pugna emprendieron la retirada hace unas semanas a los campamentos que han montado en ranchos cercanos, y tú, aunque no vengas empotrado a una unidad del Ejército, que porta casco y un chaleco antibalas pesado y caluroso, puedes caminar por estas calles donde se ven construcciones cubiertas de ceniza, con basura chamuscada en el suelo y sin señal aparente de vida en su interior. Pero sabes que estás en un pueblo fantasma y es posible que los fantasmas te estén observando.

 

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Lo de Ciudad Mier no fue un estallido de violencia irracional. La incursión del 22 de febrero de 2010 formaba parte de un plan más ambicioso para tomar el control de la franja divisoria entre Tamaulipas y Texas, conocida del lado mexicano como la Frontera Chica. Zona clave para cualquier tipo de tráfico ilegal a Estados Unidos, aquí se localiza también la Cuenca de Burgos, la principal veta de gas natural con que cuenta México.
Las cabeceras de pueblos como Miguel Alemán, Camargo, Valle Hermoso y Nueva Ciudad Guerrero fueron asaltadas de la misma forma en que ocurrió con Ciudad Mier. El inicio de esta ofensiva que el país tardó en identificar, tiene varios nombres: quienes la emprendieron —los integrantes del C.D.G.— reivindicaron su ataque sorpresa como “La Vuelta”, mientras que el blanco de su ofensiva, los Zetas, marcaron esa fecha del calendario con el título de “La Traición”. En cambio, la gente, simplemente lo llamó “El Alzamiento”.
Los ataques coincidieron con la divulgación en México de unas palabras de arrepentimiento de Osiel Cárdenas Guillén, quien lideraba ambos grupos antes de ser extraditado a Estados Unidos, donde a cambio de una pena reducida de 25 años de prisión en una cárcel de mediana seguridad, proporcionó información clave contra los Zetas, agrupación que él mismo fundó una década atrás.
Cuando estalló la guerra en Tamaulipas —un estado cuyo tamaño es cuatro veces mayor que el de El Salvador, y cuyas costas abarcan buena parte del Golfo de México—, no hubo referencia ni posicionamiento particular de las corporaciones policiacas estatales y federales para dar cuenta de lo que estaba sucediendo. Ante las preguntas de algunos periodistas sobre los reportes de balaceras y enfrentamientos en la región, el entonces gobernador Eugenio Hernández, dijo que se trataba de pura psicosis. En la bitácora pública de actividades, la Comandancia de la Octava Zona Militar del Ejército, apenas reconoció tres enfrentamientos, en los cuales cayó un soldado y otros once fueron heridos. Finalmente, basados en un reporte de la dea, funcionarios del gobierno federal filtraron a columnistas de la ciudad de México que lo que sucedía se debía a una alianza de el cártel del Golfo con el cártel de Sinaloa y la Familia Michoacana, bajo un lema que —según decían— convenía a todos: “México unido contra los Zetas”.

 

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Estás frente al Hotel El General, bautizado así en honor a Francisco Villa: un edificio blanco de tres pisos, ubicado en el cruce de las calles Allende y Colón, a menos de 20 kilómetros de distancia del puente internacional de Roma, Texas, uno de los accesos que tiene Ciudad Mier a Estados Unidos. Puedes reconocerlo por el mural que representa a Pancho Villa. Durante los días de combate, en una de las ventanas contiguas al mural se instaló un francotirador en busca de cabezas. Las construcciones de mayor solidez en el pueblo fueron usadas como lugar de resguardo durante las batallas callejeras, y las que no fueron incendiadas, acabaron con más hoyos que un queso gruyère y aún se encuentran severamente dañadas.
Ciudad Mier fue sitiada por lo menos en tres ocasiones a sangre y fuego en 2010, pero los francotiradores no fueron los que sembraron el mayor terror. En una de las incursiones, uno de los grupos armados capturó a un peón apodado Pepino y lo sometió a juicio sumario. A plena luz del día lo llevaron hasta la plaza principal, donde lo estuvieron golpeando bajo la acusación de ser un halcón (vigía) del bando rival. Él alegaba que esto no era cierto mientras le cortaban un brazo. Todos los habitantes del casco principal podían oír su gritadera mientras lo descuartizaban. Nadie se asomó. Tanto era el miedo que pasaron casi 12 horas antes de que alguien se atreviera a descolgarlo de la rama del árbol donde lo ahorcaron.

 

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Un hombre de aire campesino llamado José Concepción Martínez participó en “El Alzamiento” del 22 de febrero. Antes de ser reclutado para la guerra de Tamaulipas estuvo ocho años en la Marina Armada. Patrullaba Ciudad Mier en una camioneta con logos del C.D.G. cuando se topó con un convoy de los Zetas que lo capturó y lo hizo su prisionero. En un video, enviado en agosto de 2010 por sus captores por medio de mensajes electrónicos masivos, y subido y bajado de Youtube de forma intermitente, se ve a Concepción y a otros tres pistoleros vestidos con uniformes de camuflaje, hincados, con las manos amarradas a la espalda y los ojos vendados mientras eran interrogados por un comandante de los Zetas. Concepción relata que estaba en Reynosa en espera de indicaciones junto con otros diez pistoleros antes de integrarse a una estaca, nombre que dan los grupos criminales de la región a sus equipos de vigilancia más pequeños. Su sueldo quincenal era de ochocientos dólares. Había sido capturado mientras trataba de escapar de un enfrentamiento durante su bautismo de fuego en la guerra. Aunque contraatacó con una ametralladora, tropezó en la retirada y el arma se le encasquilló. No tardó mucho en ser sometido.
El segundo de los prisioneros que aparece es José Abel Rubí. Abel nació en Baja Verapaz, un pueblo del centro de Guatemala. En la ciudad de Zacapa lo contactó un hombre de apodo el Paisa, quien andaba buscando gente que quisiera irse a una guerra que iba a empezar en el noreste de México, para la cual se necesitaban personas que supieran matar sin que eso les afectara el sueño a la hora de dormir. Les decía que a cambio el sueldo sería de 1 500 dólares al mes. Abel aceptó y se embarcó con otros hombres en el puerto De Ocos hasta llegar a las costas de Oaxaca después de ocho horas de navegación. En Oaxaca los esperaba un autobús, al cual se subieron junto con salvadoreños, nicaragüenses y hondureños, incluyendo algunas mujeres. El vehículo llegó sin mayores problemas hasta Reynosa, donde los recibieron y les avisaron que trabajarían para el cártel del Golfo. A Abel lo asignaron a la plaza de Ciudad Mier. Una tarde en la que vigilaba la carretera apareció un convoy rival. Cuando quiso subirse a la camioneta en la que patrullaba, su compañero arrancó y lo dejó ahí, junto a otros compañeros de aventura bélica, muertos y atravesados por las balas.
El tercero de los prisioneros de guerra que aparecen es un hombre que dice ser de Ciudad Victoria, Tamaulipas, y haber sido contactado ahí por Jesús Martínez Hernández, un joven reclutador a quien apodaban el Binomio, quien, semanas después de iniciados los combates, se dio un tiro en la cabeza, debido a un ataque de paranoia. El prisionero de Ciudad Victoria relata que la mayoría de los hombres reclutados en México son de Michoacán; ellos son quienes integran los comandos que recorren la región acompañados por algún nativo de Tamaulipas, elemento que a su vez suele tener la función de guía.
El cuarto de los prisioneros se llama Miguel López Rodríguez y es del puerto de Veracruz. Cuenta que después de un enfrentamiento fue capturado en Ciudad Mier. Tenía once días de estar de guardia ahí y se movía por las carreteras de los alrededores, junto con otras tres decenas de hombres, a bordo de siete camionetas. Cuando sus captores se lo llevaban, de reojo vio que atrás quedaba un reguero de muertos, tiesos como el cuero. Saldo mudo de la batalla.
Tras dieciocho minutos de proyección, el video acaba abruptamente, sin que hasta la fecha se sepa el destino de los prisioneros. Por el momento hay que agregarlos al número de las desapariciones forzadas en la región, y preguntarse si sus restos aparecerán algún día, cuando sean desenterradas las fosas comunes cavadas por ambos grupos para maquillar el horror de su lucha encarnizada.

 

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Aunque aquí suelen matar a alguien a diario, casi no hay muertos. Tamaulipas, una de las regiones más violentas del país, tiene reservada la palabra muerte para otras cuestiones espirituales (algo curioso si se toma en cuenta que el mundo que se ve hoy por estos rumbos no incita precisamente a ser espiritual). En lugar de muertos, se habla de acribillados, encajuelados, encobijados, rafagueados, entambados y sobre todo de ejecutados. El verbo matar casi nunca se conjuga: más bien se dicen —y se practican— sus sinónimos. Piensas en eso mientras viajas por la carretera que va de Monterrey a Ciudad Mier, considerada una ruta algo más que peligrosa, donde a veces recorres tramos tan largos y solitarios que se podría jugar en ellos un partido de futbol en pleno lunes al mediodía.
Recuerdas un viaje lejano, allá en la adolescencia, cuando de repente al coche lo asaltaban por las ventanillas el sonido de una polka norteña o el olor denso de arracheras asándose sobre el carbón y chiles serranos tostándose entre las brasas. Ahora no hay nada de aquello. Oyes las roncas combustiones emitidas por el motor del coche y el aire te parece asfixiante.
Marín, Doctor González, Cerralvo, General Treviño son los nombres de pueblos sin vida que quieres dejar atrás cuanto antes, mientras te diriges a Ciudad Mier enumerando cada uno de los 158 kilómetros de esta carretera que la guerra convirtió en un camino de sombras.

 

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A diferencia de Sinaloa y Chihuahua, en Tamaulipas no se cuenta con una larga tradición en el tráfico de drogas. No al nivel de Sinaloa, que desde los treinta ha surtido de importantes cantidades de heroína, mariguana y cocaína a estados como California, el lugar del mundo con más consumidores de drogas por metro cuadrado, y por ende el mercado más codiciado de esa empresa armada que es el narco. En el noreste de México, sobre la ruta a ciudades como Nueva York, si bien existía el contrabando, el narcotráfico tuvo un crecimiento importante hasta hace apenas dos décadas, en un principio bajo el control omnipotente de la Policía Federal y de un grupo de traficantes al que se le denominó “El Cártel del Golfo”, por la ubicación de Tamaulipas en el mapa.
Un profesor llamado Óscar López Olivares, quien fuera socio del capo Juan García Ábrego —y que más tarde se convirtió en testigo protegido del gobierno estadounidense— tiene una historia que contar. En sus memorias, aún inéditas, relata la forma en la que García Ábrego le dio un giro empresarial a la organización que había fundado el tío de éste último, Juan Nepomuceno Guerra.
De cara a lo que vendría después, las ambiciones del contrabandista Juan N. Guerra, eran sin duda modestas. Cuenta López Olivares:

En el año de 1980 quedó establecido el puente aéreo Matamoros-Oaxaca, con un promedio de 4 vuelos por semana de 400 kilogramos de cañamo indígena (mota, marihuana, grifa, hierba verde) en ese tiempo contaba con 40 años y jamás en mi vida había visto la hierba, pues apenas acababa de conocer la cocaína, que los mismos agentes federales me habían enseñado a utilizar, contra el cansancio del vuelo. En Matamoros, la Policía Judicial Federal, estaba compuesta únicamente por tres elementos y todos eran amigos de Juan García Ábrego desde la infancia. Les conseguíamos oficinas, muebles, armas y les pagábamos la luz así como una gratificación por cada viaje. Durante los años siguientes se hizo una constante que a cada comandante nuevo que llegaba, había que comprarle nuevamente todo, pues el que se iba no dejaba nada.

Este tipo de operaciones fueron las que predominaron y se afianzaron durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, cuando se incluyó al cártel de Cali como el gran proveedor de la cocaína colombiana vendida a los consumidores estadounidenses. En enero de 1996, García Ábrego fue detenido y extraditado a Estados Unidos, y el cártel del Golfo vivió su primera transición. Por esa época, a finales de los noventa, Osiel Cárdenas Guillén tomó el control y empezó a oírse hablar de los Zetas, pero lo que se decía sobre ellos parecía más leyenda que realidad.
En un inicio, los Zetas eran un grupo de escoltas encargados de cuidar la vida del capo. Sin embargo, a partir de 2003, cuando Osiel Cárdenas Guillén fue detenido y encarcelado en una prisión de máxima seguridad, el grupo conformado por ex militares de élite entrenados en Estados Unidos, creó una organización de corte marcial dirigida por Heriberto Lazcano, cabo de infatería desertor con entrenamiento especial en combate, inteligencia y contrainsurgencia. La extradición de Cárdenas Guillén a Estados Unidos acabó por darles la autonomía total como un nuevo grupo en el mapa del narcotráfico nacional, convirtiéndose, incluso, en una especie de marca registrada de la violencia extrema. Su fama hoy es tal, que un zeta no es solamente quien forma parte de dicha organización, sino también lo es aquel sicario o narco que pone la violencia por delante del “negocio”.
Hasta febrero de 2010, el cártel del Golfo prácticamente había desaparecido. Fue entonces cuando ocurrió “El Alzamiento” y cuando el grupo que lo encabezó revivió las siglas C.D.G. para nombrar la alianza, de algunos traficantes tamaulipecos con el cártel de Sinaloa y la Familia Michoacana, en contra de los Zetas.

 

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Como Ciudad Mier, hay otros pueblos a la redonda colapsados por la guerra. Uno es San Fernando, como cualquiera podría imaginar después de que ahí se encontraran, el 23 de agosto de 2010, los cadáveres de setenta y dos migrantes. Lo sabes también porque gente de ahí te ha contado cómo la plaga de la guerra y los enfrentamientos llegaron a trastocarlo todo desde febrero; arrojaron decenas de muertos y con ello impactaron la vida de los habitantes del casco de San Fernando. Sin embargo, sabes también que lo peor ocurrió en las carreteras y las brechas donde se cree que los asesinatos se cuentan por cientos. De esto se sabe muy poco con certeza, debido a que la prensa regional no puede informar de ello, y los enviados de la prensa nacional y extranjera, estarían en grave riesgo si intentaran pisar la zona para investigar.
Las brechas son espacios ideales para moverse y esconderse en una guerra como la de Tamaulipas; y más que un pueblo, San Fernando es, en cierto sentido, un casco urbano con un laberinto interminable de brechas. La gente que debe transitar por algunas de éstas, te relata cómo el olor a muerto tiene impregnado los caminos y cómo los zopilotes ya pasan más tiempo pisando la tierra que volando. ¿Cómo hacer que la curiosidad venza al miedo, para ir a verificar si lo que se dice sobre las brechas es verdad y no una exageración?
Te cuentan también que, en los primeros días de la guerra, era común ver la ciudad patrullada por convoyes de pistoleros de uno u otro bando, apuntando sus armas hacia la calle y las casas. Esas manadas de vehículos que irrumpían en el pueblo llegaron a estar formadas hasta por cuarenta camionetas pick-up doble cabina, en las cuales se movían cuatro pistoleros en cada una: ciento sesenta hombres con armamento seguramente adquirido en Estados Unidos. A veces los convoyes paraban su marcha e instalaban retenes en las carreteras para vigilar el ingreso a la zona. Otras veces desataban el trueno de sus fusiles contra cualquier cosa que les pareciera amenazante.
Hasta antes de la matanza de los setenta y dos migrantes, ocurrida en un rancho del ejido El Huizachal, la presencia del Ejército era reducida en San Fernando. Después de la tragedia la zona se militarizó, pero sólo unos días. Cuando los soldados se fueron los ánimos de los habitantes que todavía no huían, se volvieron a desmoronar. Te dicen que quizá no vas a encontrar un solo sanfernandense que no haya perdido amigos, familia o conocidos de toda la vida, a causa del conflicto. Te aseguran que no todos los muertos son narcos, que hay muchos inocentes, que no debes olvidar que en las guerras la muerte es pareja y que siempre hay dramas terribles como los que han sucedido en ésta; dramas como el de esas familias que han hecho funerales y enterrado solamente las cabezas de sus parientes muertos, porque el resto de los cuerpos jamás los pudieron encontrar.

 

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Basta echar una ojeada a un mapa de México para darse cuenta de que Ciudad Mier es la línea divisoria entre dos grupos en guerra. Reynosa, área de influencia del C.D.G., queda al oriente, y Nuevo Laredo, bajo control de los Zetas, al este. Ciudad Mier está justo a la mitad, por eso es explicable que ahí se librara la batalla más importante de la guerra de Tamaulipas. Lo que no es explicable es que Ciudad Mier fuera abandonado a su suerte, que las autoridades lo dejaran morir lentamente, durante casi nueve meses.
Al menos eso creen algunos de sus pobladores, quienes sospechan que uno de los grupos está haciendo la guerra que debería hacer el gobierno y que se preguntan que si esto no es así, por qué no entraron antes los militares de forma permanente, como lo hicieron hasta finales de año, el 2 de noviembre, tras un enfrentamiento que provocó el éxodo de prácticamente todos los habitantes.
En la Octava Zona Militar responden a esta pregunta diciendo que era imposible hacerlo debido a que la mayoría de la tropa estaba concentrada en otras operaciones ordenadas desde la ciudad de México, y que Ciudad Mier no era el único lugar en guerra. Algunos de los pobladores no creen esto y argumentan que hubo negligencia gubernamental. A su juicio, la lógica fue dejar que los narcos se destruyeran entre ellos, y al hacerlo, de paso, se permitió que destruyeran Ciudad Mier.
En ese lapso, los muertos de la guerra de Tamaulipas se quedaron sin acta de defunción. De febrero a noviembre de 2010 hubo masacres, asesinatos selectivos y balaceras, pero no hubo parte informativo de las batallas ni comunicado o vocero que diera cuenta de lo sucedido o de sus causas. En medio de los bandos en pugna, los habitantes eran juguetes de un azar indescifrable, y fuera de Tamaulipas pocos se enteraban de lo que sucedía. La información de la zona salía a cuentagotas vía internet. Una mujer se atrevió a grabar la forma en que quedó La Ribereña —la carretera que comunica a Ciudad Mier con el poblado de Camargo— luego de un enfrentamiento que duró toda la madrugada. Días después de subir las imágenes a las redes sociales, el video se convirtió en noticia de portada en los diarios nacionales y tema de conversación por unos días. Luego se reanudó, otra vez en silencio, la guerra de Tamaulipas: cadáveres tirados, harapos ensangrentados, esqueletos de camionetas calcinadas, miles de cartuchos percutidos y militares peinando la zona aparecen en la grabación de un enfrentamiento cuyo registro oficial no existe, pero que ocurrió y se supo gracias al teléfono celular de una mujer desconocida.
Algún día alguien contará la historia de tantos anónimos valientes que también ha producido la guerra de Tamaulipas, como esta mujer.
Durante ese tiempo, Ciudad Mier no sólo fue un pueblo sin policías: fue un pueblo sin escuela, sin bancos, sin carnicerías, sin médicos y sin farmacias, porque los principales establecimientos estuvieron cerrados buena parte de los nueve meses. Camionetas cargadas de gente con maletas y bultos abandonaban al pueblo. La Arquidiócesis estuvo a punto de dejar a Ciudad Mier también sin cura, pero —pese a la orden de sus superiores— el sacerdote del pueblo fue el único de la Frontera Chica que se rehusó a abandonar su templo durante los enfrentamientos. El tamaño de la soledad de Ciudad Mier era tal que el alcalde sólo visitaba la
presidencia municipal dos veces por semana, y el resto de los días los pasaba en Roma, Texas, o en cualquier otro lugar lejano y seguro.
En 2010 no sólo no se celebró el aniversario del pueblo, tampoco hubo fiestas de Semana Santa, Día de las Madres ni siquiera Grito de Independencia. La vida civil en Ciudad Mier se fue extinguiendo de forma callada y cruel, hasta que en noviembre apenas quedaban mil de los 6 117 habitantes de los que habla el censo oficial. Fue entonces cuando el país le prestó un poco de atención a la tragedia del pueblo, ignorando lo que le había ocurrido a lo largo de los meses anteriores.

 

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Cuando empezó la guerra, uno de los pocos periodistas, que viajaron de la ciudad de México a Tamaulipas para ver lo que pasaba, fue un buen amigo tuyo. Serio como persona y más como reportero. No es de esos que hacen periodismo porque andan buscando la misma adrenalina que puedes conseguir si te subes a la Montaña Rusa, o de los que creen que las guerras son como en las películas de Hollywood, o que se trata de un asunto poético. Antes estuvo en Líbano, y sabe que los campos de batalla están llenos de sangre, de cuerpos mutilados, de dolor y de pánico; que la palabra guerra no tiene el mismo significado para un político que la usa como un elemento más de su retórica, que para quien la padece en carne y hueso.
Tu amigo estuvo trabajando al principio sin demasiados aspavientos en esos días de marzo de 2010 en Reynosa, junto con un camarógrafo de Milenio Televisón. Hicieron un reportaje sobre el hip hop que le canta al narco y otro sobre la cuenta de Twitter del gobierno de la ciudad. Cuando trataban de corroborar unos datos —precisamente sobre periodistas locales desaparecidos a causa de la guerra— se toparon con un convoy de hombres armados que circulaba a plena luz del día por un lugar céntrico. Los pistoleros pasaron al lado de ellos. A los pocos minutos, los volvieron a topar por segunda ocasión, unas calles adelante. Los pistoleros detuvieron a tu amigo y al colega camarógrafo, les pusieron pistolas en la sien y cortaron cartucho, los golpearon, los llevaron a una casa de seguridad y los interrogaron. Antes de dejarlos en libertad les ordenaron: “Váyanse y avisen que la prensa no venga a calentarnos la plaza”. Pocos minutos después tu amigo te llamó y soltó a bocajarro: “A la mierda el periodismo: no sirve para nada lo que hacemos”.

 

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Un par de años después de la firma del Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá, se intensificaron los trabajos de explotación de gas de la Cuenca de Burgos, al permitirse de forma parcial la participación de empresas privadas. No es poca cosa la infraestructura gasera que ha sido levantada en la zona desde entonces, aunque la guerra la ha puesto en un segundo plano: hay 127 estaciones de recolección, 28 de trasiego y 10 de entrega, así como 108 ductos de gas húmedo y 114 tuberías de gas seco con una longitud total de 2 789 kilómetros. En su conjunto, colocadas en línea recta, la totalidad de las instalaciones equivaldría a la distancia en carretera del Distrito Federal a Arizona. Aun así, la red de explotación todavía es muy limitada para la riqueza que hay en la región. En el vecino estado de Texas, por ejemplo, hay 90 mil pozos explorados y 10 mil produciendo, mientras que en Tamaulipas existen 11 mil explorados y solamente 1 900 produciendo, de los cuales, la mitad pararon sus actividades a causa de la guerra.
Ciudad Mier y los demás poblados de la zona de guerra se localizan en una de las principales regiones energéticas del país. Hace unos años, luego de que se anunció una fuerte inversión de Pemex en el área y de que se prometió un esquema de privatización parcial, la Frontera Chica empezó a ser conocida como un nuevo El Dorado. La expectativa de una explotación masiva del gas generó un boom económico: empresas y trabajadores emigraron a los pueblos de la región, provocando que aumentaran todos los precios, desde los tacos de carne asada hasta el de la hectárea de tierra.
Sin embargo, en 2010 el panorama cambió radicalmente: la guerra ahuyentó a pueblos enteros, hizo que bajara el precio de los predios, y en lugar de bonanza llegó la miseria y con ella la región comenzó a ser identificada como una tierra inhóspita.
En medio de la guerra, una cuadrilla de trabajadores estaba dando mantenimiento a la estación de compresión de gas de Pemex llamada Gigante 1, construida en un tramo de Nueva Ciudad Guerrero, municipio vecino de Ciudad Mier. De repente apareció un grupo de hombres armados y les advirtió que se fueran de ahí. Los técnicos obedecieron y reportaron a sus superiores lo que les había pasado ese 16 de mayo de 2010. No trabajaban directamente para la empresa paraestatal Pemex, sino para Delta, una de las compañías subcontratadas.
Junto con la estadounidense Halliburton, compañías como Delta llegaron hace tiempo a la zona, atraídas por la promesa de bonanza que dejaría la explotación de la Cuenca de Burgos, en la que Pemex calculaba en 2003 que se invertirían veinte mil millones de dólares durante los años siguientes.
Los jefes de la cuadrilla descreyeron el relato de los trabajadores y les ordenaron regresar la semana siguiente a la estación de compresión, sino serían despedidos. Así lo hicieron y, cuando apenas tenían unas horas de haber vuelto a la estación Gigante I, apareció uno de los grupos en guerra y, sin más, se llevó a seis de los trabajadores que estaban ahí. No hubo resistencia alguna. Los demás empleados alcanzaron a correr y esconderse. A la fecha nada se sabe del paradero o destino del mecánico Anselmo Sánchez Saldívar, de los ayudantes de mecánico, Martín Franco y Martín Zúñiga, del instrumentista de máquinas de compresión, Saúl García Ayala, y del operador de plantas de compresión, Christopher Cadena García. Rancheros que vivían en los alrededores de las instalaciones de la Cuenca de Burgos, como Gerardo García, César García y Adán de la Cruz Santiago, que también fueron secuestrados y, al igual que los trabajadores de Pemex, siguen desaparecidos al día de hoy. El número de personas desaparecidas cerca de las estaciones de Pemex es mayor, casi tan grande como el miedo a denunciarlas.
Tal y como lo comentan algunos conocedores de la región, suena a teoría de la conspiración suponer que en medio de la lucha de intereses que se disputan el estado de Tamaulipas, se encuentren también ciertas compañías petroleras de Texas. Sin embargo, cabe recordar que además del negocio de la guerra, Afganistán e Irak, representaron muy buenas inversiones en cuanto a energía se refiere para las mismas empresas estadounidenses que hoy —y desde hace tiempo— tienen los ojos puestos en la Cuenca de Burgos.
También suena a teoría de la conspiración ese afán de justificar todos los males de la zona como el resultado de un enfrentamiento entre un cártel y otro, ignorando los intereses políticos y económicos que existen en la Frontera Chica, intereses que, de algún modo, quedaron en medio de la disputa por el control del tráfico de drogas a Estados Unidos.
Conspiración o no, nada se sabe con certeza sobre lo que pasará con el tesoro nacional que hay bajo el teatro de la guerra en Tamaulipas.

 

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En una situación de guerra, negarse a prestar testimonio es una de las maneras que los testigos tienen de salvar sus vidas. Fingir ignorancia es una forma de sobrevivir. Y en esta guerra, los bandos en pugna exigen un silencio a su favor.
Por lo general las revueltas buscan hacer visible algo. Lo de Tamaulipas es otra cosa: lo contrario.
Te cuentan que hace poco estuvo por aquí la televisora Al Jazeera, y que lo que decían los periodistas enviados era que nunca habían estado en un terreno tan fangoso, donde el riesgo y el desconcierto lo dominaran todo. Los de Al Jazeera, que en los años recientes han estado en las líneas de fuego de los principales conflictos bélicos del planeta, no pudieron recorrer la carretera de La Ribereña. Ni los funcionarios locales ni los militares les dieron mínimas garantías de que saldrían vivos si lo intentaban. Optaron por hacer un reportaje sobre la forma en que los sheriffs fronterizos texanos viven el drama tamaulipeco.
¿Qué más? Nadie sabe cómo cubrir lo que sucede aquí. Por mucho, la tarea más difícil del periodismo la tienen tus colegas locales. En los periódicos de Tamaulipas lo que debe callarse supera a lo que se puede contar. Enciendes la radio del coche. Hay canciones de Rigo Tovar o de Cuco Sánchez, o comentarios sobre los resultados del torneo de futbol nacional, pero no se informa de las cinco personas asesinadas hace unas horas en el centro de Reynosa ni, tampoco, de los ataques con lanzagranadas en un ejido de Camargo. Te preguntas: ¿cómo va a documentarse cincuenta años después, lo que hoy sucede en Tamaulipas si no existe registro alguno al día siguiente?
Sabes que el silencio que hoy existe en Tamaulipas no se generó de forma espontánea. Para funcionar, el silencio requiere de un sofisticado aparato de represión. Necesita de fosas clandestinas, de gobernantes ilegítimos, del monopolio de los cuernos de chivo, de la degradación económica, de policías corruptos y de una sociedad civil aletargada. “Quien se impone mediante el ruido debe hacer un mayor esfuerzo para mantener su hegemonía que quien lo hace a través del silencio”. Kapuscinski decía eso y decía también que por tal motivo, la palabra “silencio” casi siempre aparece asociada con palabras como “sepulcro” (silencio sepulcral) o “mazmorras” (el silencio de las mazmorras).
No se trata de asociaciones gratuitas.
Sabes que a Pepino lo mataron sin que nadie hiciera nada y en silencio. Uno de los hombres que oyó todo —y que lo vio al día siguiente colgado antes de entrar a misa— te contó que desde ese día no ha podido dormir bien. Ese hombre ha entrado ya al laberinto negro de los insomnios que producen todas las guerras.
La batalla de Ciudad Mier, de todo Tamaulipas, es sobre todo una batalla contra el silencio.

 

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El 2 de noviembre de 2010, cuando los Zetas lanzaron una contraofensiva para recuperar el control de Ciudad Mier, Matilde González Puente estaba en la sala de su casa viendo la telenovela de las cuatro de la tarde. Al escuchar los primeros balazos se levantó de la silla para ir a cerrar primero la puerta principal y luego la del patio. Los balazos se siguieron oyendo e imploró: “¡Virgen, líbreme!”, mientras lamentaba en sus adentros que hubiera gente con una piedra en lugar de corazón. Después dos balas pasaron cerca de ella y se estrellaron al lado de un viejo ropero, dejando un par de hoyos en el concreto. Matilde González se apresuró a entrar a una pequeña bodega dentro de la casa, donde había un colchón, el cual se colocó encima para tratar de sentir menos miedo y calmar el temblor de su artritis. A sus ochenta y dos años, Matilde no había podido abandonar el pueblo como la enorme mayoría lo habían hecho ya. Uno de sus hijos vive en Monterrey y sus dos hijas en Estados Unidos, una en California y la otra en Texas. “Vivo de milagro, por pura cosa de diosito”, me dijo el día que la conocí. Matilde nació el 18 de diciembre de 1928, cuando no tenían mucho de haber menguado las batallas revolucionarias en México y estaba en pleno auge la lucha cristera. Fue una de las pocas personas que nunca abandonó Ciudad Mier, y me dijo que ya estaba resignada a morir como nació: en medio de la guerra. Creía que lo que le sucedido al pueblo tenía una explicación divina y que los responsables recibirán algún día lo que merecen: “Dios sólo espera el momento indicado”.
Pasaron varias horas hasta que amainó la tormenta de pólvora ocurrida ese Día de Muertos que Matilde González pasó encerrada. Toda la noche hubo humo saliendo de la esquina norte del pueblo, y en las calles del acceso a Reynosa quedaron los esqueletos de tres camionetas calcinadas y un camión recolector de basura volteado tras ser improvisado como barricada. En algunas paredes aparecieron pintas de graffiti con mensajes como: “Su plaza Ja ja ja”, “Sálganle Golfas, ya llegamos” y “Pónganse vergas porque ya llegamos los zetas a quedarnos”.
Otro hombre, de ojos color avellana, Gregorio Olivo Salinas, nacido por los mismos años que Matilde González, también estuvo cuando sucedió la batalla del Día de Muertos. Mientras platicábamos, a varias semanas de los sucesos, unos albañiles trabajaban en Hidalgo, una de las calles principales donde había fachadas de casas que tenían las paredes negras por el fuego y otras que guardaban todavía tantos impactos de bala en el concreto, que parecían estar enfermas de sarampión.
—¿Cuántos balazos se habrán disparado ese día? —pregunté.
—¿Aquí? Millones de cartuchos que se recogían ahí. Hasta para venderlos por kilo, pero no se mataba tanto porque todos estaban bien escondidos, arriba de las casas.
—¿Le había tocado a usted una cosa así?
—Fui jefe de la policía vario tiempo, tres etapas. Pero no, había otras cosas duras, nada cómo esto.
—¿Cómo qué?
—La (policía) federal era la que andaba aquí encargada de ese asunto. Yo estuve del 86 para atrás y ya después arreglé mi pasaporte y me fui a trabajar para allá (señala en dirección a unos mezquites detrás de los cuales está el río Bravo).
Gregorio Olivo empezó a fastidiarse de la conversación. Se movía de un lado a otro y se tocaba el ala izquierda del sombrero vaquero que llevaba puesto.
—Ojalá que se mejore la situación de Ciudad Mier —le dije.
—Ojalá, qué más quisiéramos porque pues apenas se está arrimando la gente al pueblo. Aquí estaba antes solo, solo. En esta calle nada más yo me quedé. Ahora bueno, pues ya comienza a haber familias.
—¿Y usted por qué no se fue?
—¿ A dónde me voy? Al cabo lo que no te pasa de joven, de viejo no te escapas. [Risas]. Yo no tenía a donde correr.

 

14
En este instante, la única compañía que sientes en la solitaria carretera por la que vas es la de unas cruces monumentales ubicadas en el kilómetro 35. Son del tamaño de una casa de tres pisos y están a la entrada de un cementerio.
Unos kilómetros más adelante aparece, en el carril de sentido contrario, el único vehículo con el que te has topado en media hora de recorrido. Es una vieja pick-up conducida por un hombre de bigote y camisa celeste, quien enciende y apaga las luces un par de veces justo cuando su coche está frente a ti. Quiere decirte algo. En cualquier otra carretera pensarías que te avisa que tienes una llanta ponchada, o que más adelante te vas a topar con un accidente o con un tramo en mal estado, pero en esta carretera lo que se viene a la mente es que adelante hay un enfrentamiento o un retén de alguno de los grupos de la guerra. Sigues la marcha y lo que encuentras es una obra en construcción que parece abandonada, por lo que debes salir de la carretera unos metros y andar entre la tierra antes de retomar el camino de asfalto. Solares yermos, arbustos verdigrises, corrales vacíos, tristes nopales, bodegas de alimento para vacas derrumbándose: el paisaje de un campo agonizante va quedando atrás.
Poco antes de entrar a Ciudad Mier, en el municipio contiguo de General Treviño, ves a tu costado izquierdo un rancho donde hay algo de vida y una imagen que parece un espejismo: avestruces y ponys compartiendo cautiverio entre los mezquites retorcidos de troncos gruesos y follaje abundante que les regalan sombra. Más adelante, asomándose por el valle, adviertes unas columnas de humo negro, denso y brumoso. Otra vez se activa discretamente un alarma dentro de ti.
Así se recorre esta carretera, bajo tensión.
El coche continúa su marcha. Pasas a un lado de la humareda y te das cuenta de que fue causada por basura quemada. La siguiente imagen con la que te topas es la de pequeños montículos con costales llenos de tierra y tambos atiborrados de rocas en ambos lados de la carretera, trincheras que por el momento no dan refugio a nadie.
Has llegado al sitio que andabas buscando: Bienvenido a Ciudad Mier.

 

15
El C.D.G. inició la ofensiva contra los Zetas divulgando un canto de batalla con ritmo de hip hop. Un rapero fronterizo cuyo nombre artístico es Sr. Cortés grabó la canción de propaganda. Se llama “El reto” y busca explicar el porqué del inicio de la guerra en febrero de 2010. Dice así:
Recuerda ciudadano: no todo es violencia, por eso el CDG, también en eso piensa. Respeto a tu familia, no te metas conmigo, insisto y te recuerdo: yo no soy el enemigo.
Esto va de parte de CDG, esto es un llamado, así es que escuchen bien: el pleito no es contigo, ni con el gobierno, pero si nos buscas, arderás en el infierno. El que mata a mujeres y niños es un cobarde. Hay que ir de frente, porque así es el jale. Confunden la valentía con la felonía, cuando en verdad, es pura cobardía. Los que se creen valientes, allá ellos con su fama, mienten y quitan la vida a gente inocente. Los invito: topón de frente. Ya saben: escojan el puente, la hora, el día para desaparecerlos como los dinosaurios, extinguirlos en masa con la metraca, taca-taca-taca.
Pa que el pueblo sepa que el CDG respeta, en todo el planeta, pa que se den cuenta que aquí va la vuelta, pa los que secuestran.
Y con el gobierno evitamos la fricción, pero si así lo quieren nos damos un tocón. Es por eso que con ellos evitamos balaceras, para que así gente inocente no se muera. Pueblo no confundan al cártel con cobardes; si el CDG no mata más que a los cobardes.
Ya lo saben, acabemos con la escoria. Y protejamos bien nuestras colonias. Así es que los retamos a que se la fleten al estilo bravo, líderes enfrente, no manden achichincles para que los mate, amárrense las bolas, bola de cobardes.
Matamoros, Reynosa y Laredo, todo Tamaulipas, también el mundo entero, en el entrenamiento el cártel no escatima, por eso en Tamaulipas, el CDG domina. Flétense cabrones, nos damos un tocón, y donde ustedes quieran, les damos un juntón. Maten pero el hambre, y déjense de pedos, y por si necesitan, yo les presto mi dedo.
Esto es un reto.
A su vez, los Zetas, poco después de iniciados los ataques, enviaron a los buzones de los correos electrónicos de funcionarios locales, periodistas y empresarios, el siguiente escrito, explicando su posición ante la guerra:
Este es un comunicado oficial de parte de La Compañía.
Sabemos que en todas las ciudades están molestos con todo lo que está pasando, y están hartos de ver cómo esto no se termina, pero aquí esta la realidad de lo que querían saber:
A nosotros nos tachan de secuestradores, extorsionadores, asesinos y demás, pero les recuerdo que nosotros, antes de que iniciara todo esto, estábamos a las órdenes del Cártel del Golfo (CDG), y por lo cual recibíamos órdenes. Ahora que ellos nos declararon la guerra, aún así nos culpan de quemar casas, de matar gente inocente y demás, como si ellos no hicieran eso.
Se tachan de finos, estudiados y buena gente, que hasta roban tiendas de ropa para vestir bien. Queman casas porque creen que así nos iremos para siempre, matan a gente inocente para echarnos la culpa de eso y que toda la ciudad se ponga en contra de nosotros, y ellos queden bien. Ponen comunicados en diferentes medios para tapar el sol con un dedo.
Nosotros no necesitamos andar diciendo a la gente que nos apoye, ni mucho menos reclutamos alumnos de secundarias como ellos lo hacen. Nosotros somos gente preparada para combate y no necesitamos de gente que no sabe ni manejar una arma.
Ellos nos declararon la guerra y ahora no la ven llegar porque están situados en territorios donde no se pueden mover para ningún lado y por eso necesitan de sus alianzas con otros cárteles para defenderse, pero no saben que sus aliados los terminarán exterminando primero a ellos.
Así que espero que les quede claro la realidad de quién recluta gente no preparada, de quién asesina gente inocente para culparnos a nosotros, de quién arma sicosis en la ciudad para que la ciudadanía crea que con ellos las extorsiones, secuestros y asesinatos terminarán, de quiénes publican miles de “comunicados” y pagan mucho dinero para que sus videos sean publicados.
Somos lo que somos pero estamos conscientes de nuestras acciones y antes de realizarlas, le añadimos inteligencia.
Sólo nos resta decirles que no salgan de sus casas si no tienen nada a que salir, y ante cualquier evento en la calle, traten de resguardarse, pero tengan por seguro que nosotros sí tenemos entrenamiento, no como ellos, que no saben actuar ante una situación así. Con esto no les estamos pidiendo que nos apoyen ni que anden poniendo gente, solo que no se metan con nosotros y que nos dejen trabajar. Al final de esto, saldrá victorioso quien tenga más poder y más estrategia para poder realizar su trabajo.
Estamos conscientes de que perderemos gente, pero ellos perderán todo. Nosotros podemos realizar nuestro trabajo sin necesitar el apoyo de la población inocente.
Atentamente: La compañía Z.

 

16
La primera vez que viniste a Ciudad Mier después de que pasó la parte más intensa de la guerra que desplazó a casi todos los habitantes del pueblo fue con Santos, un experimentado camarógrafo de Multimedios Monterrey, que, junto con el periodista Daniel Aguirre, entró antes que nadie a la zona para corroborar la diáspora provocada por los enfrentamientos del 2 de noviembre. Las noticias sobre lo sucedido ese día aparecieron con tibieza en los diarios nacionales, donde no hay nunca el espacio suficiente para recoger todo el caudal de la violencia nacional.
Si estás allá, en ese raro oasis de paz en el que se convirtió hoy el Distrito Federal, puedes abrir el periódico casi cualquier mañana del año y leer que ayer en (aquí puedes poner Ciudad Mier, o Guasave o Fresnillo...) han sido ejecutados (aquí puedes poner cinco o diez o cincuenta) sicarios en (una cárcel, un rancho o tal plaza principal) y que... Tras empezar a leer la noticia te darás cuenta de que es la misma que leíste hace unos días, y la semana pasada también, y el año anterior, y mejor darás la vuelta a la página para enterarte de otra cosa más novedosa. Masacres de jóvenes, crímenes contra niños, asesinatos de alcaldes y las desapariciones de periodistas ocurren tan lejos de la capital del país, y son ya tantos que se olvidan al día siguiente.
Santos te contaba que cuando llegó a Ciudad Mier, tras los enfrentamientos del 2 de noviembre, él y su compañero iban con chaleco antibalas y casco, acompañados por soldados. Estaban conscientes de que si les pasaba algo, habría lamentaciones públicas y condenas por parte de los políticos unos días, pero que después sus muertes acabarían perdidas en la montaña de estadísticas.
Cuando tú y él viajaban hacia Ciudad Mier, Santos te contaba que la otra ocasión estuvo poco tiempo en el pueblo, pero que alcanzó a grabar muchos esqueletos de camionetas calcinadas y casas llenas de hoyos. Los soldados que lo escoltaban le daban tres minutos para grabar en cada parada. Le advirtieron que podía haber francotiradores, emboscadas o asaltos imprevistos, pero por suerte no hubo nada de aquello. Santos te hablaba de lo que para él significa reportear en esta zona, y de repente hizo una lista en su mente con los nombres de periodistas desaparecidos o asesinados que él conoció.
El día del viaje con Santos la mayor parte de la carretera estaba recubierta por neblina. Gotas de lluvia ligera perlaban el cristal del coche, pero de cualquier forma se podían ver los llanos dorados de la orilla del camino. Santos y tú suspendieron la conversación abruptamente en la gasolinera de Cerralvo, donde un grupo de veinte soldados, en dos camionetas, montaba guardia, con los dedos muy cerca del gatillo, listos para el combate.
La situación los devolvió a la realidad del camino: hasta para ir a cargar combustible había que hacerlo preparado para la guerra.

 

17
Alberto González nunca había tenido ningún cargo de elección popular hasta que fue electo alcalde de Ciudad de Mier a media guerra. La disputa no obsequió saldo blanco a la clase política local: una semana antes de los comicios celebrados el 4 de julio, fue asesinado el candidato del Partido Revolucionario Institucional (pri) a la gubernatura, Rodolfo Torre Cantú, quien prácticamente tenía ganadas las votaciones. Alberto González, un hombre de pelo cano y lentes de profesor de biología, era el supervisor escolar de la zona comprendida por Ciudad Mier, en 2010 aceptó ser el aspirante priista a la alcaldía de un pueblo que nunca ha sido gobernado por otro partido que no sea el pri. Para las elecciones del 4 de julio de 2010, Ciudad Mier ya estaba semivacío debido a los enfrentamientos. Ochenta por ciento del padrón registrado no votó; de los 6 009 electores registrados, apenas acudieron a las urnas 1 486 y de esos, 1 210 eligieron al candidato priista. Sólo cincuenta y cuatro habitantes votaron por el aspirante del Partido Acción Nacional (pan).
A principios de 2011, Alberto asumió el cargo de presidente municipal. Una de las primeras cosas que hizo su administración fue organizar cuadrillas de albañiles que remozaran los impactos de bala —miles de ellos— que había, principalmente, en las casas del casco y en los monumentos de las tres principales entradas al pueblo. Por esos días acompañé al alcalde en un recorrido a bordo de su camioneta. Fuera de las calles principales, el panorama lo componían casas abandonadas, calles tristes, sin personas ni perros, y comercios cerrados con los neones apagados.
Justo cuando el nuevo presidente municipal me explicaba que ya habían remozado la mayor parte del pueblo, pasamos a un lado del Hotel El General, la construcción favorita de los francotiradores, la cual se veía todavía muy dañada.
—Bueno —dijo el alcalde antes de que yo comentara algo—, en esta parte, pues el edificio fue destruido y fue quemado y ahora presenta como quiera otra cara, pero bueno, se siguen llevando a cabo obras de reconstrucción.
El edificio más afectado por la batalla de Ciudad Mier fue la comandancia municipal, cuya construcción era atacada constantemente, pese a que desde el inicio de la guerra ya no había policías dentro de ella. Durante el último enfrentamiento que se registró, el cual incluyó un ataque con lanzagranadas, ocurrió algo curioso: el edificio se incendió y de la fachada principal cayó material de estuco que estaba sobrepuesto en la pared. La fachada original, con arcos, columnas y un águila republicana en el centro, quedó así a la vista, dándole un aire histórico y más solemne al edificio en ruinas, cuya antiguedad era de casi ciento treinta años.
Le conté después el hallazgo de este “tesoro” en medio de la guerra al escritor tamaulipeco Martín Solares, quien me dijo que para él la caída de la fachada de la comandancia de Ciudad Mier era la metáfora perfecta de lo que pasaba en el país: las balas estaban haciendo que cayera el barniz de la realidad que durante muchos años había sido ocultada superficialmente, y que ahora se estaba desmoronando porque no aguantaba un balazo más.
Entré con el alcalde al viejo edificio y me topé con trozos de cables y las paredes ennegrecidas. En un escritorio había una televisión, un teléfono, una taza y una lámpara de mano achicharrados; estaban ahí también los papeles y plásticos que alimentaron el fuego.
—¿Vio la película El Infierno? —pregunté de repente al alcalde.
—No la he visto, pero ya me han dicho que lo de Mier es algo parecido —contestó con cierto fastidio.
—¿Por qué quiso ser alcalde de Ciudad Mier en un momento así?
—Estamos muy motivados porque la gente también está muy motivada, está muy entusiasmada precisamente por recuperar esto, y eso te hace más fácil la situación. Además, el ambiente que vive Mier, yo creo que no es exclusivo de Mier, es nacional... Pero bueno, vuelvo a repetir, me siento contento porque me siento respaldado por la gente y también tenemos el respaldo de otras dependencias: Pemex, por ejemplo, que ha estado muy atento para ayudarnos en la reconstrucción de nuestro querido Ciudad Mier.

 

18
Ésta es la tercera vez que viajas a Ciudad Mier en lo que va del año. Ahora lo haces con dos colegas de Monterrey y con Daniel Aguilar, un fotógrafo con el que te han tocado algunas balaceras en Oaxaca y en otros sitios de la atribulada geografía nacional. Pero no hablan de eso durante el viaje. Platican de estos paisajes fronterizos, usados varias veces por Tarantino y Robert Rodriguez para filmar sus películas, de lo bonita que es la colonia Condesa allá en la ciudad de México, del grupo musical Intocable, de lo caro que es el equipo fotográfico, y de cosas así.

 

19
El domingo 6 de marzo de 2011, Ciudad Mier cumplió 258 años de haber sido fundada. Si la celebración del aniversario anterior se había cancelado debido a la guerra, ahora un grupo de pobladores, junto con el flamante alcalde, Alberto González, habían decidido organizar los habituales festejos para devolverle la vida al pueblo. Ese domingo al mediodía, bajo el resguardo de sesenta soldados, por la plaza principal caminaron duquesas, princesas y reinas, con grabaciones de música del piano de Raúl Di Blassio de fondo.
Aunque todavía se percibía el cataclismo de la guerra en algunos edificios, decenas de los pobladores exiliados en Texas y en Monterrey regresaron momentáneamente a Ciudad Mier. Una jovencita preparatoriana con vestido color merengue y peinado de salón, fue nombrada reina Emily I, recibió una corona y un cetro y su primera actividad como reina del pueblo fue decretar que Ciudad Mier debía seguir manteniéndose unida pese a la difícil situación.
Tras la coronación, frente a la comandancia municipal —ya algo restaurada— fue colocado un arriate con carbón encendido para asar en unas cruces de acero, 258 pollos, uno por cada aniversario del poblado.
—¿Por qué festejar con pollos asados? —pregunté a Diego Treviño, el secretario particular del alcalde.
—Porque era para lo que había, ¡pero para el otro año vamos a asar cabritos! —contestó emocionado al ver que más de quinientas personas se encontraban en la plazoleta que meses atrás había atestiguado horrores que no venía al caso recordar en ese momento.
La fiesta por el 258 aniversario de Ciudad Mier sólo incluyó el primer cuadro de la ciudad. Fuera de ahí el panorama sigue siendo desolador. Un fraccionamiento de casas Geo construido en 2003 está completamente abandonado, sin vida alguna. El resto de las calles y la devastación del paisaje advierten que quizá por ahora, lo que hay sólo es un periodo de entreguerra.
Por la tarde, el cura ofició una misa en la que imploró por la paz del pueblo. Los fieles oraron junto con él: “Señor, ayúdanos a combatir el miedo y la inseguridad, consuela el dolor de quienes sufren, da acierto a las decisiones de quienes nos gobiernan, toca el corazón de quienes olvidan que somos hermanos y provocan sufrimiento y muerte”.
El alcalde Alberto González era quizá la persona más eufórica esa tarde, mas no por la fiesta. Unos días antes recibió una llamada telefónica de Julián de la Garza, uno de los directivos de Pemex encargados del proyecto de la Cuenca de Burgos. La cita entre ambos ya había ocurrido, y el funcionario petrolero le había informado que le entregarían a su administración una buena cantidad de recursos económicos para sacar adelante a Ciudad Mier; le confirmó también que en la primavera se reactivaría la explotación de varios pozos de la Cuenca de Burgos, y que la compañía texana Halliburton estaba muy interesada en afianzar su presencia en este 2011.
La esperanza del alcalde era tan grande, que calculaba que dentro de unos meses Ciudad Mier podría volver a tener policías.

 

20
Antes de irte de Ciudad Mier van al entronque con la carretera La Ribereña, donde un enorme monumento con forma de campana recibió miles de impactos de bala y cerca del cual absolutamente nadie se atreve a vivir. Daniel Aguilar quiere hacer unas fotografías del sitio, que en realidad es un cántaro monumental que alude a la leyenda de la creación del poblado. Mientras Daniel hace sus fotos, uno de tus colegas grita: “¡Ya valió madre!”, y señala al horizonte de la carretera. Volteas y ves una camioneta blanca pick-up de modelo reciente, luego otra igual atrás, y después otra, y otra... “¿Son ellos?”, pregunta. Tú callas. Ninguno sabe que hacer. Se quedan de piedra. El convoy se va acercando, hasta que pasa a un lado de ustedes y alcanzas a ver que las camionetas tienen en el costado un pequeño logotipo de Pemex. Son once y pasan de largo. Tú vuelves a respirar.

Modificado por última vez en

Información adicional

  • NAR: Ésta es la historia de un pueblo de la frontera con Estados Unidos arrasado, en silencio, por la guerra de Tamaulipas.
  • Publicado originalmente en:: Diego Enrique Osorno
  • Biografía: Es reportero del Grupo Milenio desde 2000. Nació en Monterrey, Nuevo León, México, en 1980. Estudió periodismo en la Universidad Autónoma de Nuevo León y ha hecho cursos en información y guerra en la Universidad Complutense de Madrid. Sus crónicas y reportajes sobre asuntos sociales, políticos y del crimen organizado han aparecido en Gatopardo, Indymedia,Nexos, Chilango, Letras Libres, Rebelión, Replicante y Narco News. Es colaborador de Fórmula de la Tarde, programa de Ciro Gómez Leyva; escribe la columna “Esquirla” en Milenio Semanal y publica Historias de Nadie, el blog más leído de www.milenio.com. Tiene dos libros de poesía, es coautor de Venezuela dijo no, editado por el Instituto del Libro Cubano, y escribió Oaxaca sitiada. La primera insurrección del siglo XXI(Grijalbo, 2007) y más recientemente A finales de 2009 presentó El cártel de Sinaloa. Una historia del uso político del narco (Editorial Grijalbo). En junio de 2010, publicó también en el sello Grijalbo un nuevo libro llamado Nosotros somos los culpables. La tragedia de la Guardería ABC, por el cual decidió donar las ganancias de sus regalías como autor al Movimiento Ciudadano por la Justicia 5 de junio.
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Nuestra Aparente Rendición

Gestión del Portal Nuestra Aparente Rendición.

Nació en Barcelona en 1970, pero ha vivido en Albons (Baix Empordà), Estados Unidos, la India y durante diez años en Ciudad de México. Es licenciada en filosofía por la Universidad de Barcelona, tiene un diplomado en escritura creativa de la Sociedad General de Escritores Mexicanos (SOGEM) y un posgrado en letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Escribe, a la vez, en catalán y castellano. Y su obra ha sido traducida al polaco, al alemán, al inglés, al gallego, al valenciano y al euskera. También ha publicado literatura infantil y juvenil, géneros con los que ha cosechado diferentes premios.

En 2004 ganó el Òmnium Cultural de Experimentación Literaria, en 2006 fue elegida Nuevo Talento FNAC y en 2009 fue finalista del Premi Salambó, el Amat-Piniella y el Premio Fundación Lara de Novela. En 2007, además, recibió el reconocimiento de los lectores y la crítica con los premios de literatura juvenil Protagonista Jove y Serra d’Or. Y en 2010 Edicions 62 le concedió el Premi Octavi Pallissa de creación para terminar una novela sobre la historia del narcotráfico mexicano en la que lleva seis años trabajando: Camps de caputxins abans de tot això / Campos de amapola antes de esto.

En 2007 dirigió en Barcelona el festival literario Fet a Mèxic. Y tras crear el Colectivo Fu de Literatura, dirigió un nuevo festival: Fet a Amèrica – Festival internacional de novela contemporánea en lengua castellana / Barcelona, otoño 2010. Además coordina, en colaboración con otros miembros del colectivo, otros proyectos literarios como la biblioteca para los presos de la prisión de Valledupar (Colombia) que apadrina Juan Marsé, o la biblioteca infantil para la Fundación Lydia Cacho.

En 2010 la adaptación de su novela Elisa Kiseljak ganó el Premio Especial del Jurado del 58 Festival de Cine de San Sebastián y fue seleccionada para el Festival de Londres BFI, el Festival de Estocolmo, el Festival de Toulouse, el Festival de Montreal Nouveau Cinema, el Festival de Marsella y el Festival de las Bahamas, entre otros.

Anteriormente, en el año 2000, había fundado con el escritor peruano-mexicano Mario Bellatin la Escuela Dinámica de Escritores en la Casa Refugio Citlaltépetl de la Ciudad de México, y antes fue maestra de literatura y filosofía de la Universidad del Claustro de Sor Juana, también en la Ciudad de México, y dio clases en la UNAM y en el Orfeó Català de Mèxic. Hoy da, en distintos lugares, cursos de pensamiento y creación de novela contemporánea con un método propio.

Colabora o ha colaborado en diversos medios de comunicación, como los suplementos Babelia o Cultura/s; los periódicos El País, La Vanguàrdia o El Periódico y Público; o los medios mexicanos Letras Libres y El Universal. También ha participado en programas culturales para la televisión como Saló de lectura, l’Hora del lector y Ànima, donde ha hecho crítica de literatura y teatro; y para la radio, como Els Matins de Catalunya Ràdio o El Secret, donde en la actualidad hace crítica teatral. Actualmente, además, escribe columnas de opinión en Públic y crítica literaria para algunos medios catalanes y mexicanos.

En los últimos años ha publicado: Això que veus és un rostre (CCG Edicions, 2005 / Sexto Piso, 2009), Elisa Kiseljak, (La Campana, 2005), Tres historias europeas (Caballo de Troya, Debolsillo, 2006 / LaButxaca, 2010), La persona que fuimos (Mondadori, 2006 / Empúries, 2006), su antología personal de literatura mexicana Hecho en México (Mondadori, 2007), Insólita ilusión, insólita certeza (Mondadori, 2007 / Empúries, 2007), Una: la historia de Piiter y Py (Almadía, 2008), La familia de mi padre (Mondadori, 2008 / Empúries, 2008), Japón escrito (autoedición, Barcelona, 2009) y una antología personal de literatura catalana contemporánea (Voces de la literatura catalana - Empúries / Anagrama, 2010.) Próximamente aparecerá su primer ensayo narrativo sobre la escritura (Ahora, escribo, - Empúries / Periférica, 2010.) Publica su obra literaria en catalán en Empúries y en castellano en Literatura Mondadori, pero edita también en otras editoriales independientes como las españolas Anagrama y Periférica, las mexicanas Almadía y Sexto Piso, o la peruana Borrador Editores.

Gestiona el blog Nuestra Aparente Rendición sobre la violencia en México. E incursiona, además y siempre, en el teatro y la fotografía: géneros que le son íntimos, necesarios y cercanos para pensar la escritura.

Sitio Web: www.lolitabosch.com

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