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GERARDO PAREDES PÉREZ

 

Olvidado entre los olvidados

 

 

Era el 10 de mayo de 2008, Día de las Madres, y Blanca Esthela García Guzmán, esposa de Gerardo Paredes Pérez, lo esperó durante horas para celebrar con sus tres hijos, la más pequeña apenas de cuatro meses, ese día tan especial. Pero Gerardo no regresó. Desde entonces, nada: ni una pista, ni un indicio. Nada. Como si se lo hubiera tragado la tierra. Ni el coche, ni su cámara, ni su celular. Nada.

            Su vida dio un vuelco en todos los aspectos. El sentido de pérdida quedó suspendido. Le fue imposible hacer el duelo. Aprendió a vivir con la angustia permanente, con la duda. Aprendió a evadir las preguntas reiterativas de sus tres hijos: ¿Dónde está papá? “Ya volverá”, les contestaba. Y pronto llegó la etiqueta que más temía: Desaparecido.

            Su esposo era camarógrafo de TV Azteca y ese día le fue asignado la cobertura del nacimiento de unas siamesas en Monterrey. Salió junto al reportero Gamaliel López Candanosa. Se fueron en un coche del canal que tenía el logotipo pintado en la puerta. Nunca más regresaron. Y jamás encontraron el coche.

            No era la primera vez que Gerardo salía a trabajar notas sobre la ciudad con Gamaliel. Normalmente cubrían cuestiones de índole cotidiano. Tenía nueve años trabajando con la cámara. A Gamaliel López lo conocían como el Rey del bache, porque cubría problemas de vialidad y sobre el estado de las calles. Pero nunca fueron amigos, ni compañeros. Empezó a acompañarlo en la reporteada después del tornado sucedido en Torreón, Coahuila. Y nunca imaginó que esa relación laboral aparentemente fortuita le iba a cambiar su existencia.

            Monterrey, la joya de la corona, sucumbió al crimen organizado. El ‘oasis de paz’ que en décadas anteriores era respetado por los capos del narcotráfico porque en esta ciudad vivían sus esposas e hijos, aprovechando su buen nivel de vida y sus excelentes universidades, pronto se convirtió en un infierno de violencia con cobertura diaria sobre ejecutados, entambados, pozoleados, descuartizados, decapitados.... Y el trabajo de Gerardo como camarógrafo fue cambiando. Ya no solo cubría cuestiones cotidianas aparentemente sin importancia, sino que tenía que atender los llamados a la cobertura sobre la guerra del narco por el control de la plaza. Su trabajo se fue haciendo más peligroso, aunque percibía el mismo bajo salario. Continúo trabajando sin ningún protocolo de seguridad en una ciudad donde al día podía haber más de veinte ejecutados. Tampoco gozaba de seguro de vida o beneficios empresariales que permitieran garantizarle su seguridad y la de su familia si algo le pasaba.

            TV Azteca, la empresa para la que trabajaba se deslindó del asunto: “A los pocos meses ya no nos dejaron pasar”, cuenta Juan Pedro Paredes Pérez, hermano de Gerardo, vestido con una camiseta azul que lleva su foto y la de su bebé, y dice: ‘Con la esperanza de tu regreso’.

            TV Azteca siguió pagando el sueldo de Gerardo a su esposa, algo que sin embargo no solucionó las deudas que continúan siendo pagadas con dificultad. “Queremos saber que fue lo que pasó. Si uno supiera no estaría con la incertidumbre de estar pensando”, dice Juan Pedro mientras espera afuera de la Procuraduría de Justicia de Nuevo León que las autoridades le den información después de cinco años: “Ellos siempre me dicen lo mismo: que no saben nada, que no hay novedad”.

            El problema es que ni el hermano ni la esposa de Gerardo han podido ver el expediente de investigación sobre su desaparición. Las autoridades se niegan a darles acceso a los documentos: “La investigación no avanza nos dicen siempre”.

            Tampoco han querido dar acceso al expediente de la desaparición de Gamaliel López, un periodista señalado por sus propios compañeros por sus supuestos nexos con el crimen organizado. Solía llegar antes que la policía al lugar donde dejaban ejecutados: “Un día, Gamaliel me habló, después de que recibí una llamada amenazadora de un sujeto anónimo que se identificó como Zeta y exigía no se publicara una información en el noticiero y me dijo: ’¿Ya te habló el jefe? Hazle caso. Él es buena onda y te va a ir bien’”, dice un periodista que prefiere mantener el anonimato por temor a represalias.

            Gerardo tendría ahora 45 años. Su recuerdo inunda su casa. Era un buen padre, ilusionado con el futuro, entusiasmado con su bebita de meses. Un buen marido. Y sobre todo un reportero gráfico a quien le encantaba su trabajo al que estaba plenamente entregado. Blanca Esthela suspira mientras acaricia la foto de su esposo a la que se aferra cada vez que acude a una manifestación sobre los casos de miles de desaparecidos. Lleva una camiseta con la foto de su hija pequeña y de su esposo. Camina bajo el incandescente sol regiomontano, al lado de otras mujeres con desaparecidos: “Queremos saber algo, lo que sea...”.

            Me mira a los ojos, llora y dice: “Cuente la historia de mi marido....”.

 

Información adicional

  • Autor/a: Sanjuana Martínez
  • Bio autor/a: Periodista de investigación y autora de varios libros. El último, La Frontera del Narco.
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