Reportero del Regional de Ciudad Obregón, Sonora, asesinado en mayo de 2012
Te subieron a la fuerza, a empellones, acción de moda impuesta en México para dejar en claro quién manda, de quién es la razón, a según. Te encontraron inerme, tal vez con tu única arma dentro del bolsillo y de marca Bic, de tinta negra.
Te tomaron por sorpresa en un lavado de autos y con la despreocupación de quien no le debe nada a nadie. Querías que el Atos, en el cual reporteabas, estuviera limpio, que luciera bien ese rótulo del Regional, el diario para el que escribías, en el que desde hacía algunos años trabajabas y el cual, en las horas después de tu desaparición, se limitó a publicar la nota, ni por error alguna exigencia, alguna súplica.
Te levantaron, expresión honda, frase común que devasta; te llevaron, no supimos a donde, no en ese momento, y desde que te reportaron “bajo levantón” todos auguramos la desesperanza.
Luego vimos tu nombre en la tecnología, en un mensaje y otro, en las redes sociales que citaban el último lugar y la última vez que te vieron, en ese lavado de autos donde escucharías unas voces cuestionándote tu oficio.
En la radio describieron tu perfil, porque para esa hora se pedía la colaboración de la ciudadanía: “Se solicita información que ayude a localizar al joven Marco Antonio Ávila García, es de complexión robusta, moreno claro, bigote pronunciado, cabello corto, padre de dos hijos; su madre lo espera, cualquier información la agradeceremos. Según dicen que dijeron quienes vieron su secuestro, que se le acercaron unos hombres, le preguntaron que si era periodista, respondió que sí, se lo llevaron a la fuerza, si ustedes son esos hombres y están escuchando por favor les pedimos una tregua, díganle a Marco que su familia lo espera, que su madre está impaciente, desesperada”.
Los medios de comunicación dijeron tu nombre, algunos publicaron tu foto, intentaron convencer a los secuestradores. Pero no supimos de tu paradero. Aumentó la incertidumbre, la angustia como una cuartilla mal redactada en medio del estómago, la entrevista frustrada, la fuente que nos negó la declaración.
Se fueron las horas y sólo volvió la realidad: al partirse el día, un día después de tu ausencia, vino tu cuerpo, ya sin aliento, y emergió desde el interior de una bolsa de plástico, “con signos de tortura”, dijo el vocero de la Procuraduría. Y a la vera de tu humanidad, ya sin luz en la mirada, unos párrafos escritos desde la crueldad y con el objetivo de comunicarle al enemigo el móvil de tu crimen.
Apareciste cerca del mar, a donde dicen que se van las almas. No sabemos si ése fue tu último deseo, no supimos si pediste misericordia, no entendemos por qué el oficio del periodismo es un devaneo para la violencia, un pecado.
Horas después vinieron más llanto, la soledad abrumadora en el corazón de tu esposa, de tus hijos, las palabras de tu madre doña Josefina García para pedir, exigir, justicia, palabra también absurda y vacía: “Soy una madre destrozada por el dolor, no quiero que esto quede así, no quiero impunidad, quiero que se investigue y haya resultados, porque al rato van a seguir las agresiones contra otros periodistas”.
Las manos en tu cuello para impedirte la respiración. Un cajón como última morada, las flores encima de él como una extensión de lo que fue tu nombre, y el compromiso con tu familia, tus labores, estas palabras también dichas por tu madre.
El oficio del periodismo es una ofensa, un cascabel en la mente de los intolerantes. Tu nombre ahora sepultado en el valle del yaqui. El duelo de la familia y los colegas. La herida pronunciada en las colonias de Obregón, Sonora, donde ahora tus letras son añoranza.