Tú y yo coincidimos en la noche terrible

MANUEL GABRIEL FONSECA HERNÁNDEZ

 

Manuel Gabriel Fonseca Hernández, ‘Cuco’

 

Cuco es la historia de un niño que quiso ser periodista.

No había terminado la secundaria, pero Manuel Gabriel necesitaba trabajar para llevar dinero a su casa y consiguió un trabajo de limpieza en casa de Araceli Shimabuko, una periodista de su pueblo.

Araceli lo sacó de limpiar y lo puso a repartir la revista Paisajes, que ella dirigía. Todos los días tomaban un taxi desde su colonia hasta el centro. Mientras ella reporteaba, él repartía las suscripciones de la revista en oficinas de gobierno. Era lo más cerca que alguna vez había estado de esos mundos: los interiores y el tras bambalinas del Palacio de Gobierno, una mirada de lejos al Alcalde, alguna rueda de prensa a la que acompañara a Araceli. El Secre de Araceli, lo llamaban funcionarios y periodistas.

Después de trabajar comían algo o se encontraban con otros reporteros. Manuel Gabriel estaba fascinado. Se hizo amigo de los periodistas de Acayucan, un municipio de 83 mil habitantes en el sur de Veracruz. No faltaba el que lo llevara a cubrir un accidente de tránsito, un incendio o una riña. Manuel Gabriel supo de inmediato que le gustaba el mundo de la noticia, y más el de la nota roja.

Empezó a ayudar a amigos periodistas a reunir información, a hacer visitas al Ministerio Público, a tomar fotos. Un día llegó a su casa con un periódico en la mano. Sus papás y su hermano Ricardo no lo podían creer: Manuel Gabriel, que en casa llamaban José y en el medio periodístico alguien bautizó como Cuco, había publicado una nota. Era un reportero de 16 años.

Desde esa primera vez su papá le pidió que tuviera cuidado con lo que publicaba, que no se metiera en problemas.

De algún lado sacó una cámara vieja de rollo. Tomaba fotos, llevaba el rollo a revelar y desde un cibercafé enviaba las fotos y la información a alguna de las revistas en las que empezó a trabajar.

Un día llegó a el Diario de Acayucan. Pidió hablar con el dueño. No quería tratar con nadie más. Marcos Fonrouge, jefe de redacción, lo atendió. Había escuchado hablar de él, lo había leído. Cuco quería trabajo y había un puesto de reportero policiaco. El trabajo era suyo.

Peleas de borrachos, hombres golpeadores, choques, eran las notas que cubría Cuco. “Todas le daban orgullo”, dice Fonrouge. Buscaba la exclusiva día y noche, la presumía. “Amiguita, tengo la exclusivita”, le decía a sus compañeras reporteras cuando se las encontraba. Pasaba las noches en los cuarteles policiacos o en el Ministerio Público para ganar la nota. Llegaba a casa en la madrugada.

Algunos días, recuerda Don Juan, su papá, sólo iba a cambiarse de ropa después de una visita a la morgue, para quitarse el olor a cadáver. Otras veces lo veían en casa hasta la madrugada. “Llegaba cuando estábamos todos dormidos a la 1h, 2h de la mañana. Nos traía memelas o empanadas y nos levantábamos todos a cenar”, dice su hermano Ricardito. “Nos contaba que había visto muertos o accidentes”. Contaba, cuenta. Llegaba, llega. Fue, es. Todos los que hablan de Cuco cambian los tiempos verbales. Cuco era, no: Cuco es.

A Cuco le gustan los muertos. En una ocasión su jefe lo mandó a cubrir una reunión social de abogados y Cuco regresó con una fotos tan malas que Fonrouge supo que era su forma de decirle que no lo volviera a enviar a cubrir eventos que no fueran policiacos.

Después del Diario de Acayucan, Cuco se fue a El Mañanero, un nuevo diario con cinco reporteros y una circulación de 3 mil ejemplares. Dejó la cámara de rollo por una digital. Se la enseñaba al que quisiera verla y al que no también.

El sábado 17 de septiembre de 2011 era su día de descanso. En la mañana jugó cartas con su hermano. Cinco pesos la tirada. Ese día no tuvo suerte en el juego del burro empachado. Perdió.

Ricardito se fue a jugar futbol y Cuco a las oficinas del Mañanero a cobrar. Platicó con su jefe unos minutos, le dijo que iba a comerse unos tamales por ahí. Cuco siempre estaba listo para una fiesta.

Esa noche no llegó a dormir. Su papá salió a buscarlo. No lo encontró. En el periódico se quedaron esperando sus notas del domingo. Nunca llegaron. Su teléfono enviaba directo al buzón.

El lunes su padre fue al periódico a preguntar. Los periodistas empezaron a movilizarse. Un grupo fue a buscarlo a un pueblo vecino donde se rumoraba había ido a una fiesta. Ni rastro de Cuco. Otro grupo se reunió en una heladería a tomar decisiones, uno de ellos llamó al subprocurador y presentaron una denuncia. Empezaron las pesquisas: que si alguien lo vio en el parque con un amigo el sábado por la noche, que otro dijo que estuvo en el forense, que si un testigo vio cómo lo subían a un auto junto con un tortero, que si no era tortero sino hotdoquero. Rumores. Rumores. Investigaciones judiciales. Más rumores. Nada contundente.

El Mañanero tiene como política no publicar notas de grupos delictivos que pongan en riesgo a sus empleados. Cuco no publicó nada comprometedor. Quizá vio algo que no debió ver. Quizá no iban tras él. Quizá abrió la boca de más. Quizá se juntó con alguna mala compañía. Más rumores. 

 

Información adicional

  • Autor/a: Galia García Palafox
  • Bio autor/a: Periodista y editora. Ha colaborado con diferentes medios nacionales e internacionales.

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