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¿Quién le teme al miedo?

Sábado, ocho de la mañana. Noche con migraña. Desayuno en un pequeño café cerca del hotel donde me hospedo. El sol mitiga el frío del fin de año.

Se me ha pedido escribir sobre la violencia. Luego de varios intentos no logro decir nada coherente.

He ensayado hablar del terror cotidiano y de la forma en que nos desensibiliza. Por la frialdad de mis palabras me doy cuenta de que también me he vuelto insensible.

Pruebo hablar de la violencia que vivimos en El Salvador durante los años ochenta. ¿Puede compararse con la actual? ¿Qué se hicieron los muertos? ¿Quién los recuerda? Fotos en blanco y negro desfilan en mi memoria. Son los que han quedado desgarbados en las calles y nadie se atreve a reclamar. Imágenes lejanas y gastadas.

Doy un suspiro.

Con estas cosas es mejor sincerarse, me digo. Cuenta mejor que aún existe el miedo en tu vida. Que luego de una guerra de doce años y de setenta y cinco mil muertos, los acuerdos de paz han sido una farsa. Que las causas del conflicto siguen estando ahí. Por eso ahora, casi dos décadas más tarde, aún sigues temiendo que un día un tipo te quite la vida por robarte el celular o el coche. Que no duermes por las noches pensando en las balaceras, los ataques en los centros comerciales y los cuerpos sin cabeza que un día aparecieron por toda la ciudad. Cuenta que en la madrugada despiertas asustada por los ruidos y las sombras. Cuenta sobre el terror que sientes cuando al salir por la noche, la carretera oscura te traga amenazante y las noticias de los periódicos desfilan en tu mente como películas de horror. Cuenta que te da miedo ser mujer en un país machista, donde los asesinos se han ensañado con las mujeres, las que, antes de ser asesinadas, invariablemente son violadas.

No, eso no, te dices tomando tu rostro entre las manos. Eso sería aceptar que el miedo te ha vencido y que te sientes dominada por el terror que a “alguien” le interesa esparcir en el aire, para que la sociedad sea más “gobernable”.

Cuenta entonces cómo no has tenido el valor para huir y cómo no te ha quedado otro camino que la cobardía de resignarte a enfrentar lo que venga. Cuenta cómo te tiemblan las piernas sólo de pensar lo que pasaría si por fin te ocurriera a ti.

Te persignas.

Has llegado de nuevo a un callejón sin salida. Sientes tristeza, y no sabes por qué.

Porque tú no amas este país, ¿recuerdas? Tampoco el propio. Son países crueles, lo sabes de sobra. En donde los muertos aparecen por montones –una semana viste cinco en la calle—, los linchamientos están a la orden del día, los policías son corruptos y los soldados son violadores en potencia.

Porque en estos países sólo la clase alta vive bien, resguardados tras sus muros y sus coches con blindaje. Somos humanos acobardados a fuerza de esperanzas inventadas, piensas.

Las sonrisas y los rostros impávidos de los que comen junto a ti te inquietan. Tienes miedo y no te gusta.

¿De verdad vas a escribir sobre eso?, te preguntas con hastío, al tiempo que notas que el café se ha enfriado.

¿Por qué no?, respondes sin soltar la taza que ahora reconforta tus manos con el último calor.

¿Por qué no pruebas decir que la violencia no es un fenómeno social, sino económico, provocado por unos pocos que tienen mucho y muchos que tienen nada? Aunque eso implique –claro está—ser tachada de resentida social –que es el término que se utiliza para aquellos que critican los privilegios—y quizá aún de comunista.

¿Por qué no decir que todo tiene una explicación histórica, y que en este caso viene desde la colonia, que aún pesa y que aún margina a los que no son “chelitos”, ni tienen apellidos de alcurnia?

¿Por qué no decir que la desigualdad social y la pobreza siguen estando presentes como entonces, y que es posible que un conflicto social vuelva a producirse en pocos años?

¿Por qué no hablar de las maras y el narcotráfico, a pesar de saber que nadie quiere tocar el tema porque da miedo el sólo hecho de mencionarlos en público?

¿Por qué no hablar de los derechos de los mareros, ya no a tener un juicio justo, sino a haber tenido, cuando niños, una familia, educación y protección durante la guerra?

¿Por qué no decir que el narcotráfico ha fructificado en nuestros países debido a los altos índices de pobreza ante los cuales, cualquiera pierde los escrúpulos y se involucra en un negocio peligroso y sanguinario?

¿Por qué no?, te preguntas al tiempo que bebes un sorbo de café frío. ¿Por qué?, dices en voz baja, al tiempo que aprietas “delete” y te odias, una vez más, por no ser capaz de enfrentar el miedo.

Información adicional

  • Publicado originalmente en:: Vanessa Núñez
  • Biografía:

    Nació en San Salvador, El Salvador, en el invierno de 1973. Estudió leyes, ciencia política y literatura. Actualmente se desempeña como catedrática en la maestría de literatura de la Universidad Landívar de Guatemala y de la licenciatura en letras y comunicaciones de la Universidad del Valle. Imparte diversos talleres literarios y ha pubicado su primera novela, "Los locos mueren de viejos", en dicho país, así como diversos cuentos en revistas latinoamericanas.

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