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Vio
Le decían Vio. Tampoco sería Violeta su nombre, pero el diminutivo abreviaba toda presentación en las noches de corto plazo y poco dinero.
En esa esquina, ella siempre llamó la atención, más que cualquier letrero gigante de neón. Vio tenía luz propia.
Era considerada la dueña de la esquina, por algunos. Una esquina donde se cruzan los humores varios que emergen de lo cotidiano, un vértice de locura. En esa franja de los humores cotidianos, probablemente el resentimiento es la “moneda” más común, la de mayor circulación. La paga diaria.
Los días pasan, se resienten. A pesar del tiempo transcurrido, ella seguía siendo la vecina nueva, la que nunca es aceptada del todo en este barrio.
Una dueña no reconocida de la esquina. No se podría decir que es una esquina rosada, en todo caso es una esquina roja, como la zona misma, como la ciudad toda. Roja como la crónica que acabo de leer en el diario de hoy que dice que hallaron el cadáver de Vio con un tiro en la cabeza, en el arroyo donde todo desemboca.

Leen
Un día de mierda. Cualquier día de clases es un día de mierda.
Nada se salva en la escuela, ni el recreo ni la merienda.
Y peor si es un día de exámenes.
Leen en la calle. Varias personas llevan un papel que reparte una chica en la esquina de la escuela.
Estoy podrido de leer en estos días de exámenes, como si los profes no supieran que trabajamos todo el día… lo que nos dan aquí nunca es interesante.
Me acerqué solamente porque la chica que repartía esos papeles estaba muy linda y me dio curiosidad saber que era eso que todos leían al pasar.
Un niño sonriente le dijo a su madre: “Mami, mami, pinté tus sábanas blancas con tu lápiz labial”. La madre enojada golpeó al niño con tanta fuerza que lo dejó inconsciente. Arrepentida, lloró y le dijo a su hijo: “Por favor abre tus ojos”. Pero ya era demasiado tarde, su pequeño corazón dejó de latir. Cuando fue a su cuarto, leyó lo que había escrito en las sábanas blancas: “Mami te amo”.
Era eso nomás lo que decía el papel, así que dije en voz alta para que ella me escuche: Esto en mi casa no pasaría, sólo porque mamá nunca tuvo un lápiz labial.

 

Cia.
Era un campesino que ese atardecer arribó a la terminal de ómnibus de Asunción con un bolsón apenas cargado. Aunque no era eso lo que pesaba en sus espaldas. Ya era suficiente con la edad que tenía encima, que en el estómago y los huesos valía el doble; atrás quedaban la familia hambrienta, la chacra fumigada, el duro camino para juntar pasaje y coraje.
Venía a trabajar para la Compañía… abreviada de manera infame la Cia.
Apenas llegó a la capital, a pocas cuadras de la terminal recibió un tiro. Una bala perdida, escapada del diablo sabe dónde… o tal vez adivine eso San Cayetano, el santo patrono al que los trabajadores rezan una y otra vez.
El caso es que la bala se le incrustó en un hombro y esa herida mataba su posibilidad laboral con la Cia.
Nadie supo, nadie pudo decir el origen de esa bala perdida. Nada preocupante el caso. Total, en esa zona, pasan nomás esas cosas. Eso sí que cualquiera podía decir.
Mientras era llevado a Emergencias Médicas, los paramédicos oyeron sus maldiciones en guaraní por esta desgracia que lo dejaba postrado apenas al llegar a la ciudad.
No lo sabía, pero ésa era su bienvenida.

Información adicional

  • Publicado originalmente en:: José Pérez Reyes
  • Biografía: www.joseperezreyes.blogspot.com. Asunción (1972) Es escritor, abogado y profesor universitario. Es autor de los libros “Ladrillos del Tiempo” y “Clonsonante”. Sus cuentos han sido publicados en varias antologías en Colombia, México, Argentina, Portugal y España.

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