Leen
Un día de mierda. Cualquier día de clases es un día de mierda.
Nada se salva en la escuela, ni el recreo ni la merienda.
Y peor si es un día de exámenes.
Leen en la calle. Varias personas llevan un papel que reparte una chica en la esquina de la escuela.
Estoy podrido de leer en estos días de exámenes, como si los profes no supieran que trabajamos todo el día… lo que nos dan aquí nunca es interesante.
Me acerqué solamente porque la chica que repartía esos papeles estaba muy linda y me dio curiosidad saber que era eso que todos leían al pasar.
Un niño sonriente le dijo a su madre: “Mami, mami, pinté tus sábanas blancas con tu lápiz labial”. La madre enojada golpeó al niño con tanta fuerza que lo dejó inconsciente. Arrepentida, lloró y le dijo a su hijo: “Por favor abre tus ojos”. Pero ya era demasiado tarde, su pequeño corazón dejó de latir. Cuando fue a su cuarto, leyó lo que había escrito en las sábanas blancas: “Mami te amo”.
Era eso nomás lo que decía el papel, así que dije en voz alta para que ella me escuche: Esto en mi casa no pasaría, sólo porque mamá nunca tuvo un lápiz labial.
Cia.
Era un campesino que ese atardecer arribó a la terminal de ómnibus de Asunción con un bolsón apenas cargado. Aunque no era eso lo que pesaba en sus espaldas. Ya era suficiente con la edad que tenía encima, que en el estómago y los huesos valía el doble; atrás quedaban la familia hambrienta, la chacra fumigada, el duro camino para juntar pasaje y coraje.
Venía a trabajar para la Compañía… abreviada de manera infame la Cia.
Apenas llegó a la capital, a pocas cuadras de la terminal recibió un tiro. Una bala perdida, escapada del diablo sabe dónde… o tal vez adivine eso San Cayetano, el santo patrono al que los trabajadores rezan una y otra vez.
El caso es que la bala se le incrustó en un hombro y esa herida mataba su posibilidad laboral con la Cia.
Nadie supo, nadie pudo decir el origen de esa bala perdida. Nada preocupante el caso. Total, en esa zona, pasan nomás esas cosas. Eso sí que cualquiera podía decir.
Mientras era llevado a Emergencias Médicas, los paramédicos oyeron sus maldiciones en guaraní por esta desgracia que lo dejaba postrado apenas al llegar a la ciudad.
No lo sabía, pero ésa era su bienvenida.