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Homo sacer en México. El derecho a vivir.

Hace poco más de un año visité México y me encontré con un espectacular patrocinado por el Partido Verde Ecologista de México que decía “Porque nos interesa tu vida: Pena de muerte a asesinos y secuestradores”. Obviamente me sorprendió la aberración que significa que un partido ecologista proponga la pena de muerte en un país donde el sistema de justicia funciona peor que uno de esos destartalados microbuses urbanos que van de Taxqueña a Izazaga. 10,000 muertes después (es decir, en dos años de la Guerra contra el Narcotráfico) lo que llama más mi atención es el fraseo de la propaganda política del PVEM, “porque nos interesa tu vida”. El uso de la segunda persona del singular no me parece un apuesta intimista para hablarle coloquialmente a su electorado, sino que es más una declaración de que la vida de unos interesa más que las de otros, -hasta el exceso de proponer que los liquiden-.

A la luz semántica de este espectacular que por varios meses adornó las calles capitalinas —y que tomó el lugar de anuncios con curvilíneas mujeres que anunciaban el último cereal alto en fibra adicionado con Omega 2, y de hombres exitosos que cierran un tratado comercial probando la nueva versión de una bebida embriagante— es mucho más fácil entender la matanza de 72 migrantes que intentaban cruzar el territorio mexicano para llegar a los EEUU y que fueron ultimados con un tiro en la nuca. Simplemente porque hay personas cuya muerte no le interesa a nadie.

Para hablar de estas personas es útil traer a colación esa vieja y oscura figura del derecho romano rescatada por Giorgio Agamben[1]: “el homo sacer”. Esta figura se refiere a una persona proscrita que puede morir o ser matada por cualquiera con impunidad, y cuya muerte no es éticamente condenable. El lugar del homo sacer en el siglo XX fueron los campos de concentración o de exterminio — Auchwitz, Choeung Ek, Siberia, Jasenovac, etc.— pero, aunque este tipo de lugares sean cada vez más raros, los homo sacer siguen poblando en forma de estadísticas las páginas interiores de los diarios. Para Slavoj Zizek en el corazón del concepto del homo sacer esta la exclusión, por lo que es posible agrandar el espectro y aplicar el término a todos aquellos que se encuentran en el fin de la cadena humanitaria —Sudán, Afganistán, Haití, etc.— o que viven en los extrarradios de las grandes democracias como loshabitantes de guettosbanlieus y favelas.[2]

Guillermo Valdez, director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN), tuvo que admitir recientemente que en los 4 años de “guerra contra el narcotráfico” se ha llegado a poco más de 28.000 asesinatos. ¿Cuáles son los nombres de todas estas personas que bien podrían llenar un estadio de futbol de primera división, si estuvieran vivas? Nadie lo sabe, sólo sus familiares y amigos,que los han llorado en sepelios, y si acaso los forenses que recogen y categorizan sus cuerpos desangrados en calles, puentes, bares y descampados. Ni siquiera el propio gobierno les da la categoría de personas, de ciudadanos, de mexicanos. En las declaraciones gubernamentales y en los medios masivos de comunicación la mayoría de los muertos son homo sacer pandilleros, sicarios, matones, narcomenudistas o criminales que nadie extrañará si mueren. Pero si se llega a comprobar su inocencia, como en el caso de aquellos estudiantes del Tec de Monterrey que fallecieron en medio de un fuego cruzado, simplemente pasan a ser daños colaterales. Sí, daños colaterales como los que ocurren en Irak y en Afganistán —que vale la pena pagar para conseguir la victoria— cada vez que a una bomba inteligente se le cruzan las dendritas y cae sobre una escuela, un parque o un lugar donde se celebra una boda.

Pero los cárteles y su ejército de sicarios también muestran un insultante desprecio por la vida humana, y más si ésta se entromete en el camino de los pesos y los dólares. Ante la feroz competencia que están llevando a cabo los cárteles —Cártel del Golfo, La Familia Michoacana, Cártel de los Beltrán Leyva, Cártel de Sinaloa, Cártel de Tijuana, Cartel de Juárez, Cártel del Milenio, los Zetas— por controlar las mejores rutas de distribución y comercialización, el negocio de la muerte se ha convertido en un complemento más que necesario del tráfico de estupefacientes. Si a esta necesidad competitiva le añadimos el estado de necesidad y pobreza en el que viven millones de mexicanos, no es de extrañarnos que se pueda contratar a un sicario por 5,000 pesos (300 euros) y que algunos maestros estén asustados porque sus alumnos quieran ser narcos o Zetas cuando sean grandes.

Las formas de matar y de exhibir a la gente que asesinan —colgados, decapitados, quemados, disueltos en ácido, entambados— resulta útil para aterrorizar a una pauperizada sociedad civil y de paso aumentar sus fuentes de ingreso, que ahora incluyen secuestros, extorsiones y tráfico de personas. Es aquí donde entra el vergonzoso episodio de los 72 migrantes indocumentados acribillados en San Fernando (Tamaulipas) por negarse a trabajar para los Zetas por un sueldo de mil pesos semanales (60 euros). Esto es sólo la puntita de un iceberg monumental, que parece hecho de nieves perennes. Según la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) en lo que va del año se han reportado más de 9,700 secuestros de migrantes que generaron una ganancia de 25 millones de dólares en concepto de rescate. Para ejemplo uno de los casos a los que tuvo acceso el periodista Julio Scherer García y que narra en su libro Secuestrados. Un hondureño relató que fue vendido por agentes de migración a los Zetas y estos lo llevaron a un cobertizo, desde donde lo comunicaron con su hermano en los EEUU para pedir un rescate. En tanto llegaba el dinero, los secuestradores se divirtieron jugando a la ruleta rusa con un revolver en su sien.

Pero esto a la mayoría de los mexicanos les interesa poco. Un coctel pastoso con una parte de indiferencia, otra de apatía y un poco de egoísmo sazonado con algo de instinto de supervivencia hace que el mexicano común prefiera velar por su seguridad y su bienestar antes que preocuparse por la de los demás. Mientras la violencia se quede en los noticieros y no se le acerque mucho —en forma de extorsión, secuestros o balaceras— le da lo mismo si han muerto 700 ó 100,000 personas en los últimos 4 años; duermen con la conciencia tranquila. Solo cuando la realidad lo sobrepasa y se encuentra viviendo en una zona donde la putrefacción social y la violencia son invivibles como Ciudad Juárez, suele ser demasiado tarde para intentar mejorar la situación.

Aunque no lo parezca, no es demasiado tarde para México. Hay que documentar las muertes, todas son importantes, cada descabezado tiene un nombre, una historia. A lo mejor era campesino y a causa del Tratado de Libre Comercio se tuvo que dedicar a sembrar mariguana, o quizás fuera uno de los miles de Ninis (Ni estudia, ni trabaja) que por falta de oportunidades se metió a vender droga en una esquina. No podemos quedarnos en las estadísticas, tanto los que cuelgan de puentes como los que son secuestrados, vendidos extorsionados por cárteles y migra, son personas, no números, no homo sacer. Los que tenemos que empezar somos nosotros, cuando lo hagamos nosotros el gobierno, local y federal tendrá que hacer lo mismo, y ahora sí podrá decir: “aunque no lo parezca, vamos ganando”.

 


[1] Giorgio Agamben, Homo Sacer. Sovereign Power and Bare Life (Stanford: Stanford University Press, 1998).

[2] Slavoj Zizek, "Are We in a War? Do We Have an Enemy?," London Review of Books2002.

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