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Queridos 43 Alejandro Vélez

Queridos 43,

Igual que todo el país he pensado mucho en ustedes y en qué pasó en Ayotzinapa. Me he preguntado una y otra vez, cómo es que el país se nos deshizo entre las manos y frente a nuestros ojos. Me he culpado por no haber hecho más, por no haber gritado más fuerte, por no haber trabajado más duro o por haberme callado tantas veces frente a situaciones o personas injustas.

Leo casi a diario las noticias y las columnas en los periódicos nacionales e internacionales.  Voy a las marchas, grito, me desahogo, lloro y dialogo del tema con cada persona que lo permite. Reviso como el facebook se va llenando de sus fotos y sus nombres. Como alrededor del mundo, su cara, la de los desaparecidos, se convierte en estandarte. También miro cómo la furia de un país busca cauce sin encontrarlo.

A veces 43 pienso que es mejor que estén muertos. La otra opción pintaba mal. Según CONEVAL, siete de cada diez personas en Guerrero viven en pobreza, seguramente ustedes y sus familias eran y seguirían siendo parte de esas estadísticas. Un maestro rural, dicen los que saben, gana menos de la mitad del salario que un maestro en zona urbana, que tampoco es tanto. Además, piénsenlo, una vez que hubieran acabado la escuela sabe dios si hubieran encontrado chamba. O quizás hubieran sido maestros en una de esas escuelas que son cuartos sin baño, sin pizarrón, sin cuadernos y llenos de niños y niñas que sólo llevan un chileatole y un pedazo de tortilla en las barrigas. 

Quizás 43, se hubieran casado en un par de años y sus esposas se habrían muerto dando a luz, o quizás habrían tenido que migrar porque no les alcanzaba el sueldo de maestro para mantener a dos o tres y la milpa se habría desecho en una lluvia torrencial. Quizás 43, hubieran tenido que abandonar sus tierras, su Ayotzinapa, su río de calabacitas, porque una empresa minera o un aeropuerto decidió instalarse en sus terrenos y malpagarles por sus viviendas y sus cosechas.

Quizás queridos 43, si estuvieran vivos,  seguirían siendo los invisibles, los que no vemos, los que no oímos, los que nadie conoce, los que huelen mal y hablan chistoso, los que son bonitos porque son indígenas, los que “no saben trabajar” y hay que enseñarles, los que no mejoran porque son flojos, los que hay que presumir en eventos internacionales, pero nunca llevar, ni igualarles el sueldo.

El otro día, queridos 43, leí una nota en el periódico con las descripciones de sus “sicarios-verdugos”, la nota decía: “El Chucky era el jefe directo de los sicarios que… encabezó la ejecución de algunos normalistas… Despiadado. Sanguinario…de 24 a 25 años, estatura aproximada de uno cincuenta, moreno, pelón, ojos cafés, bien rasurado, es muy borracho…La Vero (otra de sus verdugos) es de aproximadamente diecinueve años de edad, estatura de un metro sesenta, morena clara, cabello largo lacio negro, cara rectangular, cejas depiladas, ojos chicos de color negro, nariz respingada mediana, boca chica, labios delgados, es medio encorvada…Ellos, entre otros, son los sicarios-verdugos de normalistas. Así operan. A matar o morir. A sangre y fuego. La violencia como credo de vida, la muerte como símbolo sagrado.”

 

Y me pregunto, queridos 43, cuál es la diferencia entre ellxs y ustedes. ¿No será que se parecen más de lo que queremos aceptar? ¿No será que ellos también nacieron en la sierra de Oaxaca, de Chiapas, de Guerrero o de Puebla? ¿No será que ellxs también pasaron hambre y tenían un destino inevitable de miseria? ¿No será que ustedes compartieron banca en la escuela, y jugaron con la misma tierra? ¿No será que otro de sus compañeros es hoy el granadero o el militar que decidió no ayudar? ¿No será que ellos y ellas, Todos ellos y Todas ellas, son también nuestros jóvenes? Que también ellxs y su “violencia como credo de vida” son fruto de una sociedad injusta, inequitativa, cómoda y conforme, que se niega a aceptar que para que unos pocos tengamos mucho, unos muchos tienen que tener muy poco.

Ay queridos 43, ya casi cumplen dos meses de habérsenos perdido,  y nosotros seguimos sin rumbo. Marchando, gritando, pintando bardas, posteando, haciendo canciones, escribiendo cartas y sin saber cómo se canaliza la rabia y el dolor.  Dicen “los expertos”, “los que sí saben” que este país necesita una comisión anti-corrupción, que lo que nos urge es una “comisión ciudadana de la verdad” y que hay que limpiar inmediatamente a los cuerpos políticos. Yo creo que no 43, yo creo que lo que nos urge es entender que nuestro problema no es de instituciones, sino de injusticia social, y esa…la Injusticia con mayúscula, no se resuelve a fuerza de crear grupos de ciudadanos “honestos” que ahora sí van a cumplir su tarea.

Total que seguimos en deuda con ustedes, pero no se desesperen, lo estamos intentando. Estamos intentando no olvidarlos, como tantas veces hemos hecho. Estamos intentando no dormir tranquilos, ni pensar en la navidad y sus fiestas. Estamos intentando saber dónde queda Ayotzinapa y saber a qué carajos se dedica un maestro rural. Estamos intentando dejar la comodidad de nuestras vidas, dejar el starbucks, y el walmart, el agua caliente y el cablevisión, el fin de semana de cinepolis y las compras de buen fin.

Estamos organizándonos y tratando de ponernos de acuerdo, cuando menos para salir a las calles a gritar que ya nos cansamos, que estamos hartos, que queremos que se larguen todos, que no queremos desfile, ni declaraciones de honestidad ofensivas, que ya no queremos un país donde un joven de 25 años siente tanta impotencia y dolor que es capaz de arrancarle la cara y los ojos a un igual.

Yo creo que sí. Yo creo que ya nos llegó el tiempo y que hoy #todossomosayotizanapa y vamos a marchar, cuantas veces sea necesario, para no olvidar jamás.

 

 

 

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  • Por: : Yunuel Cruz
  • Fecha: 21 de noviembre de 2014

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