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Las madres seguirán marchando

Las madres seguirán marchando Nayarit en Línea

El silencio puede hacernos perder la noción del tiempo, de atemperar nuestra alma y sumirnos en un sueño que quizás es producto del cansancio por ese largo y doloroso trayecto.

Pero sin importar cuán cansados estemos, el sueño se disipa como los rayos del sol disipan la bruma. Así se disipa la tranquilidad del silencio cuando el tan conocido sollozo se hace presente.

El tiempo pasa tan lento y tan de prisa que aquellos segundos que contaba terminaron en días, los días se convirtieron en semanas y las semanas pasaron a ser años.  

¿En qué momento siete días se transformaron en siete años? ¿En qué momento el recuerdo de su voz no fue de ayer sino de hace tantos años?

Ella sigue sentada contemplando esa vieja foto, la más reciente y quizás la última. Se le ve serena, silenciosa y con la vista perdida en el tiempo. El semblante inmutado pero debajo de su coraza está dolorido.

Sus ojos están secos; hace años, quizás minutos, dejaron de llorar. Están sombríos. Hace unos días, quizás un lustro, dejaron de brillar y de reflejar la luz de su felicidad. En su rostro, la belleza y la ternura resisten ante los surcos que se han formado.

Me siento a su lado en silencio, como un fantasma, observándola y sintiendo su dolor. Quizás es mi dolor el que siento y no reconozco. Quizás es mi dolor por verla sufrir o por verme reflejado en ella, como un reflejo gastado por el tiempo.

Se mantiene inmóvil. No ha notado mi presencia o tal vez la agradece en silencio. Es posible que ninguno tengamos palabras de consuelo, solo el silencio de la presencia.

No sé cuánto tiempo tenemos así, en silencio, en dolor. Pueden ser días o solo unos segundos pero cuando enfoco la vista las cosas han cambiado y es cuando recuerdo que en realidad han pasado años.

El sol, su testigo fiel, le recuerda que ha iniciado un nuevo día. El calendario le indica que no es cualquier día, es el día que ella festejaba con orgullo. Es el día de las madres. Su tragedia le recordará que su hija e hijo fueron desaparecidos y su ausencia le susurrará que sigue sin encontrarles.

Como cada año, en México cientos de madres, con hijas e hijos que han sido desaparecidos, salen a las calles para exigir su búsqueda, para gritar que les arrebataron el motivo que les hizo ser madres.

Otras mujeres madres, por el contrario, ya no marcharán pues el dolor, el tiempo y la ausencia les han detenido el corazón, obligándolas a cerrar los ojos y detener la marcha de sus pasos tan cansados. No es que han dejado de buscar sino que la injusta muerte les aprisionó sin antes saber de sus hijas e hijos.

Sus rostros se ven cansados pero llenos de coraje, esperanza y anhelantes de justicia. Aunque con el paso de los días, de los años, la justicia se convierte en un ser mitológico que quizás un día llegará y responderá su súplica.

Mientras ellas marchan, quizás no se encontrarán a esas personas que día a día se indignan por la situación del país. Pero ellas seguirán marchando, como cada año, ante los ojos de indiferencia de cientos, ante los ojos de rechazo de otras tantas y ante el puñado que se sumará a su lucha, esas personas que no se alegrarán de verlas de nuevo pues eso significa que su hija e hijo siguen desaparecidos.

Al final su marcha será concurrida pero no por la sociedad civil indignada sino por más madres con hijas e hijos desaparecidos, unas de hace días o meses, otras que se conocen ya como viejas amigas pues tienen años en la búsqueda.

¿Cuántas madres tienen que marchar y sufrir para provocar una indignación real?

Al final el sol se ocultará, se ausenta como las fuerzas que se van del cuerpo después de un día de lucha. Un día que al final quedará acumulado con todos aquellos que ya han pasado.

Sus ojos se cerrarán ante el silencio que nos comienza a invadir y el cansancio de la larga jornada la acunará en su habitual asiento. Cerrará los ojos y volverá a dormirse. Quizás por unos minutos o quizás por más tiempo…

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  • Por: : Jorge Verástegui
  • Fecha: 5 de mayo de 2016

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