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Una llanta, antes una rueda: un círculo.

Un círculo
sobre una línea recta – o casi,
no es geometría es
un atropello.

Y a esta distancia, en los ojos de un perro,
una T invertida.

Y sobre otra línea recta un oficial de tránsito
da una orden: “circulen”,
como si el fin fuera una rueda.

Como si a cada uno se nos fuera designado un destino igualmente circular.
“Circular, circular”, repite el oficial en la banqueta.
Circular en donde diga:
El compañero Alejandro Robles ha fallecido.
Pero que no se diga de él, fue un buen hombre, un esposo confiable,
pero que no se diga, se ha parado la sangre, hoy ya no circula
por culpa de unas placas que tampoco circulaban.

Cuando camino en línea recta en una calle ¿quién se curva? ¿Quién da vuelta y gira
en la esquina equivocada y yace,
acto seguido,  en el suelo con una llanta encima?

Y sobre la banqueta el oficial repite su misa de cuerpo presente: “circule, circule”.
Como si al pronunciarla, la palabra misma doblara el aire,
el suelo enjalbegado por el  que pasan
pasos como ruedas, como pesos
caídos del bolsillo del hombre atropellado:
un peso rodando,
girando.
Un peso muerto:
un peso que se le fue de encima.

Somos parecidos a nuestros amigos los ratones,
pero más superficiales. Me lo dijo un amigo.
Lo que nos hace falta es profundidad.
Por lo menos ellos, lo ratones, corren por adentro de su rueda
aunque también se empujan, como los mirones
queriendo ver el cuerpo de un hombre atropellado.

No mire. Camine en línea recta.
No preste atención a lo que pasa a su alrededor: son los consejos
para una vida sana. Hosanna en la tierra, Hosanna en el cielo,
que se arquea. Camine, camine sobre este cuerpo muerto
que es la tierra. Haga caso: “Circule, circule”

 

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