Mueren los viejos por no ceder el rancho, por no abandonar
las vacas y el aroma de las vacas que son suyas
mueren. Mueren los primos y los primos de los amigos
hasta que muere un hermano
y entonces la muerte nos duele
como la vida misma.
Pero no muere la mala hierba
que infesta la ciudad, ni muere la guerra que tanto mata,
ni mueren los hombres detrás de la guerra. Nomás
llegan y te quitan el carro y luego mueres
tirado en la calle más amplia. Mueren los perros y al pasar junto a ellos
es imposible evitar el pensamiento: éste será mi hedor
cuando me muera.