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Hermes D. Ceniceros. MEXICALI, SON. -- Un buen desayuno

Hermes D. Ceniceros Hermes D. Ceniceros Hermes D. Ceniceros

UN BUEN DESAYUNO PARA UN ÚLTIMO DÍA DE CLASES

 

La voz quería ver a Arturo tendido sin vida frente a la puerta de los cubículos. Cuando lo había llevado allí ya no le debía haber importado verse sospechoso para poder aprovechar el momento cuando la puerta se abriera, sacar el arma y disparar a quien estuviera en ese momento enfrente. Debió haber entrado de golpe y dispararle a su maestro de filosofía. A lo mejor se sentiría un poco mal porque el señor le caía más o menos bien. Pero eso no sucedió.

Estando dentro comenzaría un alboroto que la voz escucharía como música. Rápidamente voltearía a su izquierda, viendo a sus maestros con una expresión entre sorpresa y horror. El prefecto en un intento de hacer por primera vez bien su trabajo intentaría emboscarlo, pero Arturo no se lo iba a permitir con un disparo a quemarropa en el pecho. Buscaría a su maestro de física del semestre pasado. Un tipo que Arturo detestaba desde aquella ocasión en la cual jugó con su calificación para proponerle unos puntos extras a cambio de unos favorcitos o de una botella de Bucanas. Cuando lo viera no lo pensaría dos veces y le dispararía en la cabeza, sintiendo en el momento de verlo caer una satisfacción tan grande como para llevarlo a sonreír de un placer que rallaría en la alegría.

Los maestros lo iban a ver sin saber qué hacer. Algunas maestras romperían en llanto intentando acercarse al cadáver más cercano. Pero todos se iban a detener al oírlo gritar: “¡Váyanse al ultimo cubículo rápido!” Es posible imaginar a algún maestro intentar oponerse gritándole como si estuvieran en una situación en la cual pudiera hacerlo. Si esa situación se diera con una bala en la boca Arturo se la cerraría. En el último cubículo debió haber tomado a su maestra de orientación porque era a quien la voz había seleccionado para el sacrificio. Tomaría el teléfono para marcar a una televisora. La voz solo quería unos quince minutos de fama. No perdería tiempo en formalidades y sólo describiría la situación. Le pasaría el teléfono a su maestra para que gritara un poco y lo tomaran en serio.

De acuerdo al plan, la prensa y la policía no iban a tardar mucho en llegar rodeando al edificio. A lo mejor iba a pensar en salir rápido, pero la voz decidiría tensar el ambiente con el fin de causar más impacto. En ese momento es posible que Arturo deseara tener un televisor, creyendo inocentemente ver su historia transmitida en vivo y en directo como en las películas. Pero no sería así. Pasaría el tiempo viendo a sus maestros con indiferencia. Sin saber cómo, los huevos de la mañana seguramente volverían a su mente. El sabor a huevo lo asfixiaría más que nunca. Vería al reloj de la pared después de dos horas y media de haber entrado a los cubículos. La voz sentiría suficiente tensión en el ambiente como asco en Arturo. Volvería a tomar a la maestra de orientación para llevarla a jalones a la salida.

Saldría con ella como escudo humano amenazándola con la pistola en la cabeza. Vera las cámaras captando cada instante y a los policías apuntándole. En lo planeado, su padre como negociador de la PFP le dirá: “Hijo, que bueno que sales. Danos tus peticiones y una muestra de buena voluntad para ver que podemos hacer por ti.”

Sonreirá y la voz comentara: “Imbécil, como si quisiéramos negociar.” Arturo empujará a su maestra hacia enfrente. Esperando que ésta corra al encuentro de su hijo de seis años. Quien la voz cree saldrá entre la multitud. Cuando ella se arrodille para abrazar a su hijo. Le dispararan. Según la voz la reacción de los policías será la de dispararle a Arturo.

 

Están en la parada del camión de la esquina del Blv. Kino y Periférico poniente, afuera de la central de carne Valmor. El cruce de los dos Bulevares es muy transitado. Pasa transporte pesado y los carros de particulares se amotinan para entrar y salir de la ciudad. Por el Blv. Kino un Mustang se detiene frente al semáforo antes de tomar la salida a Nogales. El conductor es un trigueño de cuerpo atlético vestido con camisa polo blanca. Le pregunta a su novia, una linda rubia salida de cualquier revista de moda, si le pondría el cuerno con un cobacheño de esos que se encuentran esperando el camión. En realidad ni siquiera usa el termino cobacheño debido al desconocimiento de este. Cobacheño es un término usado por los mismos estudiantes de las preparatorias del  COBACH para auto rebajarse frente a los demás. El fresita del Mustang más bien dijo: “Te acostarías con alguno de esos loosers que esperan el camión en la esquina.” Su novia mostrándose ofendida se quejo por la pregunta. El fresita insistió por el gusto de hacerla molestar. Tiene la creencia de que con eso tiene el control de la relación, porque según su educación quien juega y abusa en las relaciones es quien es dueño del otro. “Es más, ¿me pondrías el cuerno con ese morenito panzoncito? No con el prieto hijo de albañil o el güero de rancho que esta enseñando el pirulí pidiendo que le des una galleta, con el menos jodido.” “Asco. Con ninguno. Ni se han de bañar.” El semáforo se pone en rojo y el fresita del Mustang acelera sintiéndose más hombre que los tres loosers de la esquina.

Rafita se queda admirando un rato al Mustang blanco. Lo ve pasar rápidamente cunado el semáforo por fin le tocó en verde y le preguntó a Cesar si lo vio. Cesar recargado en un barandal con las piernas abiertas no se da cuenta de tener un hoyo en el pantalón al lado de la bragueta. “Debe de ser de un morro del Tec. con una vieja bien buena.” Pasa una muchacha con uniforme de maquila. “Hola mi reina” La “mi reina” de Cesar voltea y ve el hoyo. “Ve la morra mamona muy buena ha de estar.” “No te has dado cuenta del huevo que traes por fuera marrano.” Le dice Arturo cansado de escucharlo. Cesar al ver el hoyo comenzó a reclamarles y manifestar vergüenza por su reinita. Mientras Rafita se reía de Cesar. Arturo comenzó a saborear nuevamente los huevos de la mañana y no supo donde guardar la vergüenza por estar al lado de ellos. Afortunadamente el circuito norte paso y Cesar se fue. Solo quedaban Arturo y Rafita. Normalmente las pláticas con Rafita eran de fútbol, porque él depositaba todos sus sueños en jugar con las Chivas. Sin embargo esta vez  Rafita nada más recordaba al Mustang. Arturo si lo había visto pero no quería hablar de eso. En realidad no quería hablar de nada y solo escuchaba los sueños de Rafita montado en uno de esos carros hasta que llegó el Multirutas Soriana Bachoco.

 

Siempre busca sentarse en el último asiento de la derecha antes de llegar a la puerta de salida. Le gusta recargarse en la ventana y ver como todo pasa por sus ojos. Ver las casas de la Pític decirle “hola y sigue soñando” casi al mismo tiempo. En ese lapso de ver todo como es, como imágenes efímeras con el andar de un camión la voz que lo llevo a meter la pistola de su padre a la mochila comenzó a atosigarlo.

“Te aculonaste. Estabas frente a la puerta de los cubículos con la mano tomando la pistola dentro de la mochila. Lo más difícil ya había pasado. Era solo entrar, disparar y esperar poco a poco que todo se diera de acuerdo a lo planeado. Esperar a los medios y a la policía. Volver a salir y recibir los balazos.”

Arturo baja la cabeza. Sigue recargado en la ventana pero ya no ve hacia afuera. Esconde su rostro entre sus brazos y cierra los ojos. La voz lo molesta. Sabe como es de persuasiva y a donde lo quiere llevar. Lleva tiempo con ella. Primero la ignoraba pero no pudo durar mucho tiempo así, ésta martillaba y taladraba sin cesar. Después intento discutir con ella. Se encerraba en su cuarto para gritarle y rehusarse a seguir las indicaciones que esta le daba pero era inútil. La voz lo terminó orillando a hacerle caso.

 

En la mañana lo hizo levantarse para alistar sus cosas como todos los días con el fin de no levantar sospechas. Espero ver a su padre entrar a bañarse mientras su madre hacia el desayuno. Cuando la situación fue  la adecuada lo hizo entrar al cuarto de sus padres sin dejarse ver. Con la disculpa de tomar prestados unos calcetines abrió el closet donde vio cinco cajones. Los calcetines estaban en el segundo y la pistola en el tercero. Abrió los dos. El de abajo más que el de arriba. Le sugirió volteara atrás y así lo hizo. Sacó el arma y la guardó rápidamente entre su pijama y su vientre. El resorte del pantalón sirvió para detenerla, pero para sentirse seguro la sostenía con la mano izquierda por fuera. Con la mano derecha saco los calcetines. Serró los cajones y el closet lo más rápido posible.

Cuando regresó a su habitación lo hizo con el sigilo suficiente para no dejar sospecha de algún movimiento fuera de lo común. En su cuarto entro a su baño y tomó una ducha. Dejó el arma entre las prendas grises del uniforme. Salio del baño con el uniforme puesto, el cual empezó a odiaba por su color depresivo. Escondió el arma otra vez en el mismo lugar. Esta vez con la seguridad del cinto se sintió libre de usar su mano izquierda con libertad.

Su madre lo llamó para el desayuno. Al escucharla le pidió a lo que posiblemente podría concebir como un Dios desayunar algo diferente a lo mismo de siempre. Para su desagracia sus suplicas no fueron escuchadas. Allí estaban sobre la mesa los dos huevos estrellados con un pan tostado de siempre. “¿Cuántas veces no le he dicho que no tolero los huevos de desayuno?” Se dijo en voz baja. Los mal comió obligado por su madre después de haberle reclamado lo acostumbrado.

Salió de su casa aún con el mal sabor de boca de los huevos. Se despidió de su madre como no queriendo. A su padre, quien aun estaba en el baño, ni siquiera le grito un “hasta luego” como algunas veces acostumbraba hacer. En ese momento no supo el motivo por el cual se dieron las cosas de ese modo, pero después no pudo evitar preguntarse el por qué. Durante toda la mañana nunca logró responderse satisfactoriamente. Lo más cercano fue la duda de si fue porque no quería arriesgarse a ser descubierto por su padre o el hecho de sentir un repudio por él mayor al que siente por los huevos.

En el camión no podía dejar de pensar en los asquerosos huevos. El mal sabor dejado en su boca lo inspiraba a reprocharse la miseria de su existencia, eso lo dejó persuadirse con más facilidad por la voz. Porqué aun en su último día de clases tuvo como desayuno los huevos tan despreciados por él. La repetida frase de “se debe empezar un buen día con un buen desayuno” se vino a su mente. Fue así como se pregunto si su desayuno era bueno o malo.

Bajó en la parada más cercana a su escuela. En el camino iba pensando muchas cosas aparte de los huevos y claro está, ninguna de éstas era alguna tarea. Más bien estaba escuchando. La voz le recomendó las once como la hora apropiada para sus planes, pues era la de más ajetreo. Antes faltarían bastantes y después ya se hubiera ido la mayoría. Decidida la hora la voz sugirió no traer la pistola hasta las once en el mismo lugar. Uno de los infaltables pesados podía empujarlo o una calienta huevos abrazarlo. Cambió el arma de lugar para mayor seguridad. La mochila pareció adecuada. Siempre la trae puesta y nunca se la esculcan. Dudó. No estaba seguro si aun se hacían las inspecciones de mochila a la entrada del plantel. Luego la voz le recordó como la operación mochila sólo se usa un par de mese después de esos incidentes en donde otro adolescente raro como él escucha voces que lo llevan a escandalizar a la ciudad o cuando aparece algún estudiante o ex estudiante de aspecto cholo muerto por andar metido con un cartel. El último caso como el de él se registro hace como un año, por lo tanto solo revisaban la mochila de aquellos de aspecto cholo. Como Arturo nunca llegó a vestir así gracias a que sus padres jamás lo dejaron vestir de esa forma, se despreocupo del guardia. Volteó a sus lados. Se cercioró de estar solo y guardó el arma en la mochila rápidamente. A la entrada de la escuela vio como el guardia revisaba la mochila del Chemo y el Yayo. Dos brabucones preparatorianos con mucha testosterona y poca materia gris, pero aun así populares en la aborregada sociedad cobacheña. Deseó detenerse a contemplar la patética escena. El par de payasos le caían casi tan mal como su padre o su maestro de física pero debía entrar. Agacho la cabeza, metió las manos a los bolsillos del pantalón y pasó desapercibido. No sin evitar ver de reojo el entretenido espectáculo.

Sus clases fueron como siempre le dijo la voz que eran “una mentada de madre al intelecto humano”. Despreocupado por estas dio gracias a que serian las últimas y solo pensó en el mal sabor del los dos huevos de la mañana. Entre clases habló lo normal con los compañeros con quienes más o menos se llevaba bien. No les dijo nada de la voz, de lo planeado por ella y tampoco lo insinuó. Tan sólo entablo cotidianas y estúpidas pláticas.

Cuando llegaron las once los cubículos de los maestros estaban como se lo habían predicho. Pasó su mochila para enfrente, medio abriéndola, de manera que cupiera su mano tomando el arma sin sacarla aun. Se puso frente a la puerta de los cubículos cuando Cesar y Rafita se le acercaron para preguntarles si se iba con ellos a agarrar el camión. La voz se calló.

 

El camión llegó a la parada donde Arturo se baja para llegar a su casa. Cruza el Morelos y un baldío antes de tomar su calle. En el baldío los cuarenta y tantos grados llenan la boca de Arturo con huevos y hacen más punzante a la voz. Quien por la desobediencia no va a dejar de torturarlo. A unas dos casas antes de llegar a la suya esta en su porche la culo de boiler con su novio. Él camina con la voz sobre su cabeza como una dompada de muertos y tropieza consigo mismo. Escucha la risa de la culo de boiler y su novio. Los ve desde el suelo antes de levantarse. Recuerda cuando la culo de boiler estaba en la secundaria con él y se pinteaban las clases juntos para masturbarse en el callejón donde un doctor tiraba los fetos abortados por las fresitas con lana. A veces la acompañaban los de tercero para coger. De allí el apodo. Antes de terminar la secundaria ya estaba tan quemada que su madre decidió trabajar doble turno para meterla al Regis. Desde entonces la culo de boiler le dejó de hablar a Arturo y comenzó a creerse eso de ser fresita. La voz le grita a Arturo: “¡Mata a esa zorra. Solo se cree más porque ahora se la cogen puros cabrones que huelen a Hugo Boss!” Arturo saca la pistola de la mochila. Se levanta, apunta hacia la culo de boiler y le grita: “¡Digámosle adiós a tanta mierda!” La voz se queda en silencio y su dompada de muertos se vuelve ligera como el vació. La culo de boiler cierra los ojos y grita con la fuerza de diez de sus orgasmos fingidos. El fresita sale corriendo y Arturo se mete el cañón en la boca. El sabor a huevo desaparece.

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