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Bordando por la paz y la educación para la ciudadanía

Bordamos por la paz Bordamos por la paz Bordamos por la paz
Martín López Calva
"El axioma de Robert Antelme: 'No suprimir a nadie de la humanidad',
es un principio ético primero…”
(E. Morin, 2006:115)

Daniela tiene once años y ha ido algunos domingos a bordar por la paz. Ella y algunos otros niños y niñas suelen acompañar a veces a su mamá o su papá a esta actividad tan sencilla como profunda. Se trata simplemente de acudir entre las 12 y las 15 hrs.

 

A la plaza de la democracia en el centro de Puebla para sentarse junto con otras personas jóvenes y adultos de distintas partes de la ciudad, con diferentes ocupaciones, ideologías y creencias, a bordar pañuelos blancos con los nombres y las historias de las miles de personas que han muerto en los últimos años en la llamada “guerra contra el narco” y en otros eventos relacionados con actos criminales, producto o no, de la delincuencia organizada.

 

A sus once años ella acude a la cita a veces, en vez de mirar la televisión o ir al centro comercial y tal vez sin darse cuenta aprende más de ciudadanía que en todo un año escolar de clases de formación cívica y ética.

 

Porque “bordando por la paz” (https://www.facebook.com/BordadosPazPuebla) es además de un acto de manifestación pacífica y organizada que grita en silencio un “ya basta” a la espiral de violencia que vive el país, una actividad didáctica para quienes participan en ella y para los que alrededor de quienes lo hacen o simplemente al pasar por la plaza y detenernos a ver, somos testigos de este acto simbólico que tiene como objetivo hacer visible lo que hasta ahora ha estado vedado a nuestros ojos.

 

En efecto, cada pañuelo blanco al ser bordado va diciendo con hilo que se vuelve voz, el nombre de un mexicano que ha sido suprimido de la humanidad doblemente: en primer lugar porque fue privado de la vida de una manera violenta, injusta, absurda y por otra parte porque su asesinato ha quedado en el anonimato, en la impunidad y el olvido.

 

En cada lienzo que se borda se hace visible una historia invisible, adquiere nombre y rostro quien hasta antes de ese acto simbólico era simplemente un número, una cifra en la estadística de la impunidad, en el país en que todo pasa pero todos, empezando por las autoridades, hacemos como que no pasa nada.

 

Algunas de las personas que bordan lo manifiestan con claridad: “bordar una de estas historias me sensibiliza y me hace más consciente de lo terrible de la situación que vivimos porque me hace caer en la cuenta de que cada uno de los sesenta mil muertos era una persona con nombre, historia, familia y aspiraciones”. Entre quienes se han ido uniendo a bordar de manera puntual o permanente hay familiares que cuentan parte de su propia historia: hermanos que perdieron un hermano porque se negó a pagar “derecho de piso” allá en un estado del norte y que tuvieron que huir de allí y venirse a vivir a Puebla dejando sus raíces, tíos que piden  que se borde la historia de una sobrina asesinada en la calle una noche de un día cualquiera.

 

Y así domingo a domingo se va construyendo una comunidad de bordadores por la paz, de ciudadanos conscientes y comprometidos que quieren aportar símbolos que visibilicen lo que todos ocultan; se va creando solidaridad que se prolonga en las redes sociales y se mantiene unida en la distancia a otros grupos del mismo movimiento en ciudades lejanas (http://www.eluniversal.com.mx/estados/87029.html)-

 

La meta es bordar todas las historias posibles que conforman este mar de historias truncadas por la muerte en una cultura cada vez más acostumbrada a excluir por cualquier razón a los demás, a suprimir a los otros de la humanidad, ya sea matándolos o tolerando y acostumbrándose a la muerte, al “recuento de ejecuciones” que es una sección más de cualquier noticiario. La meta es tapizar el zócalo de pañuelos blancos bordados con los nombres de todas las víctimas, para gritar con un símbolo de paz, la rebelión de todos los que no creemos en la violencia ni queremos la violencia como escenario de nuestros tiempos, de los que no queremos heredar a nuestros hijos un país en guerra sino una patria armónica y justa en la que quepamos todos, en la que no se suprima a nadie de la humanidad.

 

Como Daniela muchos niños deberían formarse como ciudadanos más allá de los muros de la escuela. Bastaría para ello que todos nosotros, los que los mandamos a la escuela a “formarse en valores”, despertáramos del letargo en que nos tiene este sistema que nos define como consumidores y nos niega la condición de ciudadanos y ejerciéramos la ciudadanía con pasión y responsabilidad.

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